viernes, 16 de mayo de 2008

LOS HIPERBOREOS


ORDEN DE CABALLEROS TIRODAL
DE LA REPÚBLICA ARGENTINA


SEGUNDA CARTA A LOS ELEGIDOS

I - Salutación a los Elegidos que van a instruirse en la Ética noológica, es decir, a quienes comienzan, desde hoy, a recibir los tomos correspondientes a la Segunda Parte del Libro Fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea.

En el nombre de los Caballeros Tirodal, y en el suyo propio, el autor ofrece un saludo de Camarada, vale decir, una Señal de Honor, a aquellos Elegidos que han “comprendido y aceptado” los Fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea expuestos en la Primera Parte. Para quienes han comprendido y aceptado tales Fundamentos se abre a partir de hoy el camino de la Iniciación Hiperbórea: justamente, en la Segunda Parte se han desarrollado los temas que la Orden considera de conocimiento necesario e inevitable para todo Iniciado Hiperbóreo. Los modelos analógicos del Espíritu Esfera y de la estructura cultural, ya estudiados, y los conceptos basados en ellos, van a permitir ahora una rápida comprensión de los temas estrictamente iniciáticos. Con otras palabras, la Primera Parte brinda el contexto adecuado para que los conceptos iniciáticos presentados a continuación adquieran el significado inequívoco que los aproxime a la Verdad revelada por la Orden. El siguiente acto consiste, pues, en “comprender y aceptar” la Segunda Parte y en aguardar el llamado de la Orden, LLAMADO QUE SOLO SE CONCRETARÁ SI EL ELEGIDO PROPICIA UN KAIROS INICIATICO, ES DECIR, SI PRODUCE, CON SUS ACTOS, LA “OPORTUNIDAD” DE ACCEDER A LA INICIACION HIPERBOREA. Sin embargo, antes de comenzar el estudio de los temas iniciáticos, es conveniente despejar algunos interrogantes que muy posiblemente ya estén planteados en la mente de los Elegidos: por ejemplo ¿por qué se revela HOY la vía de la oposición estratégica? ¿Qué se requiere para acceder a la Iniciación Hiperbórea? ¿Como se expondrán estos requisitos en la Segunda Parte? ¿Qué cualidad hace posible que un virya perdido sea considerado un Elegido de la Orden de Caballeros Tirodal? y, fundamentalmente, ¿por qué es tan importante el punto de vista ético? A responder tales interrogantes se dedican las siguientes partes de la Carta.

II - El Día del Espíritu.
No es necesario declarar a esta altura, que el presente libro ha sido redactado para consideración de un público occidental. Es obvio que la Sabiduría Hiperbórea, cuyos “fundamentos” se exponen aquí de manera elemental, constituye una vía general de liberación espiritual adecuada para la comprensión del hombre occidental. Este “hombre occidental” es, desde luego, el “virya perdido” de nuestra Weltaschauung, el hombre semidivino que, en su memoria de la sangre, guarda el Recuerdo del Origen, el hombre, en fin, de “linaje hiperbóreo”.
Al virya perdido de Occidente la Sabiduría Hiperbórea le ofrece HOY una salida heroica, mostrándole con un lenguaje de signos que él es capaz de comprender, el sendero que conduce hacia la trascendencia absoluta del Espíritu; tal sendero, claro está, no podrá ser transitado sin lucha y tal lucha, naturalmente, no podrá librarse sin una correcta preparación previa para el combate: ese es el objetivo de la INICIACION HIPERBOREA, a la que el contenido de este libro puede servir como introducción, pero a la que solo puede accederse por intermedio de un PONTIFICE HIPERBOREO, es decir, de un virya despierto experto en Estrategia Hiperbórea.
Mas ¿Por que HOY?, ¿porqué una revelación en este momento y no AYER? ¿A qué se debe que de pronto se abran las puertas del Misterio? y, por sobre todo ¿qué significa “hoy” y “ayer”? Respuesta: Ante todo, fijemos el justo sentido que hay que dar a “hoy”; HOY es una palabra que designa el tiempo presente en relación al día: “el presente día”; sin embargo aquí no emplearemos la palabra con tal sentido transitorio y cotidiano sino con un alcance que es propio de la visión histórica: el hoy al que nos referimos es UN DIA EN SENTIDO HISTORICO, que incluye al momento actual, un día que ha comenzado luego de una larga noche de tinieblas infernales. En esas tinieblas transcurrió el AYER del virya perdido, en el seno de una noche que acabó hace apenas un instante para dar paso a los primeros rayos de luz del día de HOY; y luego, merced a la Sabiduría Hiperbórea reencontrada por los viryas, será posible para muchos el milagro de la liberación espiritual.
Nos preguntaremos, ahora ¿y cuándo ha comenzado ese Día del Espíritu? ¿quién es el Sol que lo ilumina? Respuesta: ese día, que es el hoy de los viryas perdidos, el tiempo en el que ellos podrán declarar INDIVIDUALMENTE la guerra al Cautivador de los Espíritus, ESE DIA EMPEZO EN LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL. Y el Sol que comenzó a amanecer en los años 30, y que desde entonces ilumina el Día del Espíritu, es el Gran Siddha que los viryas perdidos han conocido como Adolfo Hitler, el Führer de los pueblos germanos. El, gracias a un dominio absoluto de la Estrategia Hiperbórea, merced a unos conocimientos tan terribles, que no nos atreveríamos siquiera a esbozar aquí, abrió una brecha en la muralla enemiga, en la Estrategia de Chang Shambalá. Y esa grieta, por la que ha de penetrar el socorro de la Sabiduría Hiperbórea, no podrá ser sellada por los Demonios antes de UN MILENIO. Mas, para entonces, habrá acabado el Kaly Yuga, la Era de las Tinieblas que comenzara hace quinientos mil años y que el Führer ha venido a cerrar con la luz del Día del Espíritu.
Este es, pues, el Día del Espíritu, un día milenario iluminado por el Führer. En este día los viryas perdidos podrán comer nuevamente el fruto de la Gnosis: el fruto prohibido que pende del árbol de la Sabiduría Hiperbórea, cuyas raíces se nutren de la Sangre Pura del Gral.

III - El “despertar” del virya perdido

¿Qué propone la Sabiduría Hiperbórea a los viryas perdidos en este Día del Espíritu? Lo explicaremos paso a paso, pues la respuesta debe estar claramente relacionada con el problema de la liberación espiritual.
No importa aquí el motivo de la decisión: la intuición del Yo Infinito o del Símbolo del Origen, o haber escuchado la Canción de A-mort de los Siddhas, etc. Lo importante es que, cuando el virya perdido se decide a procurar la liberación del Espíritu, SU PRIMER PASO SOLO PUEDE CONSISTIR EN LA BUSQUEDA DEL SELBST, EL ASIENTO DEL YO DESPIERTO. La concreción de esa búsqueda implica un SALTO GNOSTICO que separa al Yo de su confusión con el sujeto consciente, de su identificación con el tiempo inmanente, y lo traslada hacía el selbst, convertido así en Yo despierto, en sujeto atemporal. Desde el selbst el Yo despierto podrá, al fin, realizar el desencadenamiento del Espíritu y trasmutarse, si lo desea, en Siddha Berserkr. Se advierte, entonces, el valor de ese “primer paso” que conduce al selbst y se comprende, también, el interés sumo que para el virya perdido reviste su ejecución.
A ese primer paso la Sabiduría Hiperbórea lo denomina DESPERTAR: el DESPERTAR es desde ahora, gracias al Führer, una posibilidad al alcance de todos, es decir, exotérica. La palabra DESPERTAR expresa un concepto sintético cuyo significado solo es exacto si es comprendido en el contexto de la Sabiduría Hiperbórea: esta palabra sugiere, por ejemplo, que el Yo perdido que intenta dar el primer paso hacia la liberación espiritual, es decir, que intenta DESPERTAR, está en verdad DORMIDO, sumido en el ensueño de su confusión con el sujeto consciente.
Pues bien, teniendo en cuenta estas aclaraciones, podemos afirmar que la Sabiduría Hiperbórea propone al virya perdido UN MODO DE DESPERTAR, vale decir, enseña la manera de dar ese primer paso, de allanar esa distancia “NO ESPACIAL NO TEMPORAL, SINO ESTRATEGICA” que separa al Yo perdido del selbst. En esta Segunda Parte vamos a explicar con detalle el MODO DE DESPERTAR que propone la Sabiduría Hiperbórea; mas, para que tal explicación cumpla su objetivo esclarecedor, es necesario exponer de entrada su método, mostrar hacia donde apuntan los planteos. Tal necesidad se entenderá mejor si advertimos que el DESPERTAR del Yo perdido no es una operación que admita analogías lineales, o sea, no es posible brindar una explicación paso por paso como, por ejemplo, el método para cambiar un neumático de automóvil con un “programa de camino crítico”, la imposibilidad, sin embargo, no obedece a motivos esotéricos ni misteriosos pues tiene su origen en la naturaleza polifacética del problema del despertar, que impide tratar el tema desde un solo ángulo. Debemos comenzar, pues, por exponer el problema y el método empleado en resolverlo.
El problema del despertar parecería fácilmente resuelto con solo responder a la siguiente pregunta: ¿qué debe hacer concretamente, prácticamente, el virya perdido para despertar? Pero ocurre que a esta pregunta ética solo le cabe una respuesta: EL VIRYA PERDIDO DEBE NODIFICAR PERMANENTEMENTE LA ACTITUD DESU YO Y CON TAL ACTITUD, DEBE AVANZAR HACIA EL SELBST. Bien que se mire, esta respuesta plantea a su vez dos cuestiones: ¿cuál es esa nueva actitud del Yo perdido? y ¿cómo saber HACIA DONDE HAY QUE AVANZAR, es decir, dónde queda el selbst? Y las respuestas a ambas cuestiones son las que impiden tratar el tema en forma lineal, puesto que no conviene bajo ningún punto de vista exponerlas por separado. Iremos, pues, en busca de ambas respuestas, aproximándonos a ellas en conjunto.
De las dos respuestas, la primera es la más fácil de resumir POR ANTICIPADO y la segunda la más difícil; para explicarlas, en cambio, partiremos de la segunda y tardaremos bastante en llegar a la primera. Adelantaremos, ahora, ambas respuestas, para que se entienda el método que sigue la explicación, aunque recién serán comprendidas más adelante.
Como respuesta a la primera pregunta la Sabiduría Hiperbórea propone la práctica del HONOR. Mas tal Honor no es una mera “virtud moral” sino una Moral en sí misma, un modo de vida que sitúa al virya perdido “más allá del bien y del mal”, es decir, más allá de los conceptos judaicos de “bien” y “mal”. Porque resulta que el Honor es algo que, como el Yo perdido, puede ser despertado. ¿Cómo? Adoptando una ACTITUD GRACIOSA LUCIFERICA. Según veremos, esta actitud despierta por sí sola al virya perdido y fortalece poderosamente la voluntad egoica, favoreciendo el cambio definitivo: ello es posible porque EL HONOR DEL VIRYA ES EL ACTO DE SU VOLUNTAD GRACIOSA.
La primera respuesta se reduce, así, a una descripción de la “actitud graciosa luciférica”. Pero ocurre que tal concepto, para transmitir con claridad su significado, requiere ser expuesto en un marco ETICONOOLOGICO, es decir, en un contexto propio de la Sabiduría Hiperbórea. Lo que más desarrollo llevará en la explicación será, entonces, construir dicho contexto:
la actitud graciosa luciférica se definirá en el tomo octavo como carácter típico de una TIPOLOGIA ETICONOOLOGICA DEL VIRYA PERDIDO, es decir, una tipología que solo toma en cuenta el aspecto espiritual del virya, su Yo perdido. La segunda respuesta es la más difícil de anticipar aunque constituirá el tema con que se iniciará la explicación. El virya trata de despertar y para ello debe buscar el selbst; mas ¿dónde se encuentra el selbst? No hay que insistir en que hasta hace muy poco, antes del Día del Espíritu, la respuesta a tal pregunta formaba parte del Misterio. Hoy, sin embargo, podemos responder a ella POR MEDIO DE UN SIMBOLO. No se trata, desde luego, de un símbolo nuevo, lo que resultaría sospechoso y absurdo, sino de uno muy antiguo, que los hombres de Cromagnón salvaron de la Atlántida y conservaron por milenios como muestra del más elevado saber, como representación de una verdad terrible, revelada a los hombres por los Dioses. Aquellos “Dioses” fueron, por supuesto, los Siddhas de Agartha, quienes durante un largo período reinaron sobre la Atlántida intentando trasmutar las razas de viryas perdidos mediante métodos carismáticos de Estrategia Hiperbórea. En ese tiempo el símbolo al que aludimos, y que vamos a llamar LABERINTO EXTERIOR, era la clave de trasmutación de la más alta Iniciación, el fundamento del Misterio: por su intermedio, es decir, por la aprehensión de su verdad oculta, el hombre semidivino podía transformarse en Dios.
Según se detalla en el inciso “La Resignación de Wotan”, y en los incisos subsiguientes, fue merced al sacrificio de su voluntaria crucifixión en el Árbol del Mundo que Wotan redescubrió el secreto del encadenamiento espiritual. El Gran As contempló entonces el Símbolo del Origen y reveló a los arios Las Runas Increadas que hacen posible la liberación espiritual y la conquista de la eternidad perdida en el Origen, convirtiéndose así en el Guía Racial de la Raza Blanca Hiperbórea. Esa revelación la consumó, instituyendo el Misterio del Laberinto, el primero de los Misterios Antiguos: aquel Misterio, constituyó la base de la Orden medieval Einherjar, fundada por John Dee en Alemania, cuyo funcionamiento secreto durante tres siglos concluyó en la Thulegesellschaft y la . Al Misterio del Laberinto, resuelto por los Siddhas de la Orden Einherjar, se lo denominó en lenguaje moderno “vía de la oposición estratégica” y así pasó a la Orden de Caballeros Tirodal, quienes son sus actuales depositarios en Sudamérica. En síntesis, podemos adelantar que la revelación de Wotan, el Misterio del Laberinto, consistió en un signo rúnico conocido como “el Laberinto Exterior de Wotan”, TIRODINGUIBURR, o “el Símbolo Sagrado del Virya” La importancia de este signo ha de evaluarse a partir de la siguiente propiedad: SU SIGNIFICADO EXPRESA LA TOTALIDAD DE LA SABIDURIA HIPERBOREA; vale decir: la Primera y Segunda Parte del libro Fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea solo contienen aproximaciones sistemáticas al significado del Símbolo Sagrado del Virya.
Al Símbolo Sagrado del Virya, tirodinguiburr, se lo califica en la Sabiduría Hiperbórea como “la Solución de Wotan al problema del encadenamiento espiritual”. Este problema se puede reducir racionalmente a la necesidad de cumplir con dos actos egoicos: despertar y orientar. Con otras palabras, el Yo perdido debe, primero, “despertar” de su sumisión psicológica en el sujeto consciente y, segundo, “orientarse” hacia el selbst. El Símbolo Sagrado del Virya facilita con holgura la ejecución de ambos actos, tal corno se demostrará en la Segunda Parte: el “despertar” se logra simplemente por la comprensión interior del significado, revelado inductivamente con el Laberinto Exterior de Wotan; la “orientación” hacia el selbst requiere, además, la práctica de la Iniciación Hiperbórea, un acto ejecutado simultáneamente en dos mundos durante el cual los Siddhas Leales plasman el signo rúnico en torno al Yo perdido, quien desde ese instante consigue localizar el selbst y “orientarse” definitivamente hacia él.
El Símbolo que vamos a estudiar constituye, entonces, una gran clave: PERNITE ESTABLECER LA DISTANCIA ENTRE EL YO PERDIDO Y EL SELBST. Empero, esta clave no será captada de inmediato por el virya perdido: primero debe saber cómo situarse frente al Símbolo para que éste le revele su secreto, cosa que no podrá lograr si antes no le restituye su sentido metafísico. Todos los símbolos sagrados han sido objeto de una atroz degradación cultural como efecto tenebroso del Kaly Yuga, pero ESTE Símbolo en particular, por su peligrosidad para los planes de la Sinarquía, ha sufrido un destino peor: según veremos con detalle en el tomo séptimo, se lo ha empleado como base de MATCH GAME, es decir, se lo ha asociado a una función LUDICA. Una parte de la explicación se dedicará, entonces, a examinar el problema de la degradación de los símbolos sagrados y la actitud de los viryas perdidos frente a ellos: Y DE ESE NODO SE IRA DESARROLLANDO, TAMBIEN, LA TIPOLOGIA ETICONOOLOGICA necesaria para describir la actitud graciosa luciférica.
En síntesis, en esto consiste el método de la explicación: un desarrollo que incluye muchos temas pero durante el cual se va dando respuesta, implacablemente, a las dos preguntas antes planteadas. Al final se habrá expuesto, sin equívocos insalvables, la propuesta que la Sabiduría Hiperbórea hace al virya perdido que ansía despertar como Espíritu Hiperbóreo, como Siddha, como Dios.

IV - Conocimiento previo de la Estrategia enemiga.

El Símbolo Sagrado del Virya, en efecto, no puede ser comprendido completamente si no se encara un estudio previo sobre la Estrategia de los Siddhas Traidores de Chang Shambalá: esta Estrategia se resume también en un solo símbolo, conocido universalmente como LLAVE KALACHAKRA. Mas, así como el estudio del Símbolo Sagrado del Virya da lugar a la Sabiduría Hiperbórea, la Ciencia de los Siddhas Leales de Agartha, así también el estudio de la Llave Kalachakra da lugar a la Kalachakra, la Ciencia de los Siddhas Traidores de Chang Shambalá. La Llave Kalachakra es la clave del sistema de encadenamiento espiritual explicado en la Primera Parte: consiste esencialmente en la resignación del designio pasú con el Símbolo del Origen. Semejante operación causa una mutación genética que altera permanentemente una parte del designio pasú, denominada “designio caracol” y representada habitualmente con el signo espiral, que constituye el “Símbolo Sagrado del Pasú”. Antes de exponer el Símbolo Sagrado del Virya es necesario, pues, estudiar el Símbolo Sagrado del Pasú y la Kalachakra, la Ciencia de los Siddhas Traidores: ello se efectuará a partir del inciso “El Símbolo Sagrado del Pasú”, contenido en el segundo tomo. El Símbolo Sagrado del Virya, por otra parte, recién podrá ser descripto en el séptimo tomo. Resumiendo, la Segunda Parte ha sido dividida en trece tomos: en los ocho primeros se ha desarrollado el conocimiento que la Orden de Caballeros Tirodal considera necesario e inevitable para acceder a la Iniciación Hiperbórea, y en los cinco restantes los Apéndices complementarios más importantes pero no imprescindibles. Todo Elegido, sin embargo, debe estudiar la obra completa en tanto aguarda el Kairos de la Iniciación Hiperbórea.

V - El rasgo del Elegido.

Los Elegidos son aquéllos viryas perdidos que comprenden y aceptan los Fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea. Sin embargo no todos los viryas perdidos son aptos para comprender y aceptar tales fundamentos en el día de hoy, es decir, en el Día del Espíritu: algunos son víctimas de su propio extravío interior, de la sumisión del Yo perdido en el sujeto consciente, de identificar al Espíritu con la conciencia y de creerse alma; otros, los más, son presa de la Estrategia exterior enemiga, de las determinaciones objetivas que introducen en la estructura cultural del virya las superestructuras de las culturas externas: “para la Sinarquía, la cultura es un arma estratégica”. Pero, de entre los viryas perdidos en el Día del Espíritu, la Orden de Caballeros Tirodal sabe distinguir a los Elegidos, a quienes convoca “para afrontar con Honor el próximo Fin de la Historia”. Desde luego, en la confirmación que la Orden realiza para asegurar que tal o cual virya perdido es un elegido, intervienen una pluralidad de acciones esotéricas, entre las que se cuentan, por ejemplo, la investigación de sus registros innatos para conocer su historia espiritual, la detección de ciertas señales orgánicas que delatan su condición luciférica, la consulta a los Siddhas de Agartha, etc. Empero, existe un rasgo primero que se toma en consideración pues, por así decirlo, es el que lo diferencia de los verdaderos viryas perdidos, el que anuncia de manera inequívoca que “este virya” es distinto de los otros, que en él el Yo perdido se halla “preorientado” hacia el Origen. Vamos a describir semejante rasgo en esta Segunda Carta porque todo Elegido ha de ser capaz de reconocerlo en sí mismo, como carácter innato, sin necesidad de recurrir a nuevos conocimientos o explicaciones teóricas: este rasgo, este carácter, es a priori de todo conocimiento y de toda explicación y, por el contrario, el conocimiento y las explicaciones, de cualquier tipo, suelen provenir de la búsqueda desesperada por comprenderlo. A partir de ahora, quien reconozca este rasgo en sí mismo, comprobará de inmediato que la Orden no se ha equivocado al convocarlo, tendrá la seguridad de que “el conocimiento y las explicaciones teóricas” que ofrece la Sabiduría Hiperbórea le serán útiles a su particular condición, podrá intuir que la Iniciación Hiperbórea es el camino que su Espíritu reclama.
Para sintetizar, vamos a denominar aquí PREDISPOSICION GNOSTICA al rasgo mencionado, el cual es una cualidad interior innata, propia del Yo perdido, que el Yo perdido manifiesta compulsivamente durante toda a vida sobre al sujeto anímico con indiferencia hacia cualquier forma cultural que éste asuma. Hay que distinguir de entrada a la PREDISPOSICION GNOSTICA de un simple caso de fe: la fe suele ser la creencia ciega en el producto de una intuición irracional, de la intuición incomprensible del contenido de los símbolos sagrados; la fe es netamente psicológica, un carácter del alma, la relación que el sujeto anímico establece con los símbolos, sagrados arquetípicos, representantes de los Mil Rostros de El Uno, en su evolución hacia la autonomía óntica de la entelequia Manú. Contrariamente, la PREDISPOSICION GNOSTICA es expresión de la sabiduría innata del Espíritu y es ella misma una sabiduría. Vale de decir, que la PREDISPOSICION GNOSTICA está fundada en la sabiduría innata y consiste en el conocimiento de la Verdad del Espíritu, de su esencia inmaterial e increada por El Uno, El Creador de las formas que ordenan la materia.
El Elegido SABE interiormente, con absoluta certeza, de la existencia del Espíritu increado y de su calidad superior a la de cualquier existencia, óntica u ontológica, creada por Uno. Por eso no necesita CREER en el Espíritu ni en ninguna intuición irracional inducida por los símbolos sagrados: su PREDISPOSICION GNOSTICA se manifiesta como sabiduría innata de la Verdad del Espíritu, un saber que no puede ser ni afirmado ni negado por la razón anímica porque consiste en una Verdad absoluta e indudable. Es claro que la PREDISPOSICION GNOSTICA no actúa siempre con la misma intensidad pues su presencia está ligada a la fuerza volitiva del Yo perdido, a la fuerza expresada por el Espíritu encadenado: en efecto, la PREDISPOSICION GNOSTICA es una especie de MISTICA INTERIOR, es decir, de acuerdo a la definición adelantada en la Primera Parte, es la “forma de un contenido carismático”; tal contenido es la “voluntad graciosa luciférica”, la esencia del Yo, cuya presencia en el Yo perdido no es constante sino que su fuerza es más o menos intensa durante la vida del virya de acuerdo al grado de confusión estratégica que este padezca. El Elegido, aunque posea el rasgo de la PREDISPOSICION GNOSTICA, no por eso deja de ser un virya perdido, sometido a los vaivenes kármicos que le impone la Estrategia enemiga para mantenerlo en la confusión; contando SOLO con la PREDISPOSICION GNOSTICA no es posible despertar en el Día del Espíritu: es necesario disponer también de la Sabiduría Hiperbórea; mas, aunque alguien que NO ES un Elegido consiga los Fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea, si no posee la PREDISPOSICION GNOSTICA, tampoco logrará despertar pues los Fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea, sin PREDISPOSICION GNOSTICA, jamás serán para el virya perdido verdadera Sabiduría. Pero al Elegido, que exhibe la PREDISPOSICION GNOSTICA, la Orden de Caballeros Tirodal le ofrece la Sabiduría Hiperbórea que hará posible su despertar espiritual en el Día del Espíritu, para afrontar con Honor el próximo Fin de la Historia.
Ahora bien, basta aquí se ha aludido al aspecto esencial es decir, interior, de la PREDISPOSICION GNOSTICA: demás esta decir que este aspecto, por sí solo, no basta para distinguir a los Elegidos de entre los viryas perdidos. El “rasgo” del Elegido, propiamente dicho, lo constituye una “trayectoria característica” que la PREDISPOSICION GNOSTICA causa en su vida, trayectoria que, finalmente, es la que lo a de conducir carismáticamente hasta la Orden de Caballeros Tirodal, a coincidir sincronísticamente con la Orden en el Día del Espíritu.
Analicemos brevemente, y en líneas generales, las consecuencias que la PREDISPOSICION GNOSTICA causa en la vida del elegido. La PREDISPOSICION GNOSTICA consiste, según se dijo, en el conocimiento de la Verdad del Espíritu, conocimiento que procede de la sabiduría espiritual innata. Provisto de este conocimiento, el Elegido comienza a buscar desde el principio en las Religiones y Doctrinas teológicas que ofrece la cultura colectiva, la confirmación de su saber espiritual. Y aquí se produce el principal y paradójico hecho que determina su vida: más tarde o más temprano, el Elegido acaba por comprobar que ninguna Religión o Doctrina teológica comúnmente aceptada explica o describe su certeza interior. Algunas hablan, por ejemplo, del “Espíritu y hasta le atribuyen un Creador: el mismo que creó a los gusanos, a los perros y al pasú y que cría a este, último esperando recibir su dolor. Ese “Espíritu de las Religiones y Doctrinas teológicas no es mas que una equívoca denominación del alma, La expresión manifestada en la materia de la mónada arquetípica creada por El Uno a su imagen y semejanza: su destino, como todo lo anímico, no es otro que el de evolucionar hacia una perfección entelequial que culmina en la asignación de un puesto específico en el orden universal, un puesto que supone la sumisión final a El Uno en un grado secundario de existencia. Puede ocurrir, entonces, que el Elegido se confunda momentáneamente y acepte el concepto falso de un “Espíritu creado”, intentando por consiguiente dirigirse al Creador, al Dios del Universo; en ese caso, el resultado de la búsqueda no puede ser más sorprendente: el pretendido Dios, supuestamente creador del Espíritu, del ser conocido por la PREDISPOSICION GNOSTICA del Elegido, demuestra hacia su creatura una indiferencia total; el Elegido puede dirigirse de muchos modos al Dios Creador sin que éste responda jamás, en cuanto se refiera a lo conocido por la PREDISPOSICION GNOSTICA, a sus interrogantes: ni la devoción más sumisa, ni los reclamos más exigentes, logran otra cosa que el silencio de El Uno. Por supuesto que tal efecto sucede porque el Elegido se ha dirigido al Dios equivocado, no al “Creador del Espíritu” sino al Creador del alma en la cual esta encadenado su Espíritu eterno: y El Uno solo puede ser Indiferente ante un Espíritu que es extranjero en su Creación.
Si el Elegido no advierte a tiempo el motivo de esa indiferencia divina quizá reaccione de manera típica, y paradójica, convirtiéndose en un “místico sin Dios”, en un “ateo espiritual, etc.; para quien ha tomado este camino no hay otra alternativa porque la PREDISPOSICION GNOSTICA le muestra con absoluta certeza, en todo momento, la Verdad del Espíritu, en tanto que el “Dios Creador” se niega a responder: esta actitud incomprensible, por parte de quien debiera atender con presteza a sus criaturas más espirituales, causa esa típica sensación, de abandono en el Elegido, un sentimiento de culpa, la sospecha de ser portador de un pecado desconocido. He aquí el primer drama del Elegido: abandonado por “Dios”, pero sabedor de la Verdad del Espíritu, conocedor de que existe un ser absolutamente superior a la materia, quizá pase años buscando en el fondo de sí mismo la culpa inexistente por la cual, supone ha sido castigado con la indiferencia divina.
Pero el Espíritu eterno del Elegido no tiene ninguna culpa que purgar aunque deba soportar efectivamente el castigo del encadenamiento a la materia: lo que a existido en el Origen no es una culpa sino una Traición y un Engaño, tal como se ha expuesto en la Primera Parte; por esa Traición y ese Engaño, perpetrado por los Siddhas Traidores, el Espíritu eterno fue revertido y encadenado a la estructura psíquica del pasú para acelerar su evolución. Y solo hoy, en el Día del Espíritu, luego de un período de más de diez mil años de oscuridad, los viryas perdidos tienen nuevamente la posibilidad de liberar su Espíritu eterno por la praxis de la Iniciación Hiperbórea.
Volviendo a la “trayectoria característica” del Elegido, el siguiente paso, después de buscar inútilmente la culpa interior, será tratar de comprender con más profundidad el destino del hombre, las leyes que rigen su suerte o su desgracia. Aprenderá entonces que “los actos del hombre causan reacciones futuras”, las que deben ser indefectiblemente compensadas “para evolucionar hacia la perfección que preveen los Planes de Dios”: tal “compensación desde luego, está regida por la “ley del karma”, cuyos propósitos son insondables para los simples mortales puesto que quienes evalúan y miden las cuentas a saldar son los “Señores del Karma”, Grandes Seres pertenecientes a la Jerarquía del Gobierno de Dios. En este punto el Elegido vislumbra una solución para su problema: el silencio de Dios se debe a que no ha saldado convenientemente las deudas kármicas; existe al fin una culpa, un mal antiguo que debe ser purgado pero al que no recuerda por haber sido consumado en “vidas pasadas”. El problema se reduce ahora a pagar ese karma pendiente, a hacerse merecedor, por la vía del servicio y del sacrificio, de la atención divina: no basta, pues, saber la Verdad del Espíritu, como ingenuamente “creía” el Elegido, para gozar de la atención de Dios; hay que trabajar para ello, ganarse un lugar en la “jerarquía espiritual” de la Tierra, modelarse en cuerpo y alma de acuerdo a un patrón universal de hombre, a un Arquetipo Manú. ¿Y quién sabe cómo hay que conducirse por el sendero de la evolución del alma? ¿quién conoce el modo perfecto de compensar el Karma y ganar la gloria de acceder al Dios Creador? Respuesta que recibirá el Elegido: las Sociedades Secretas dirigidas ocultamente por la Jerarquía Blanca de Chang Shambalá: “en estas sociedades o sectas, el novicio aprende una “ciencia esotérica” que le permite comprender las “leyes ocultas” del Universo y un “yoga” con el cual domina y armoniza el organismo microcósmico”. Naturalmente, cuando el Elegido recibe esta respuesta es signo de que pasa por el peor momento de su confusión estratégica; la Estrategia enemiga se propone, entonces, confundirlo definitivamente por medio de la mencionada “ciencia esotérica”, que en nada se refiere al Espíritu Hiperbóreo, y destruir su Yo, expresión del Espíritu increado, por medio de la práctica de un yoga sinárquico (ver más detalles de este plan en el Tomo cuarto).
Si el Elegido continúa sin advertir el engaño no tardará en quedar incorporado a una Sociedad Secreta de la Sinarquía Universal. Como masón, teósofo, rosacruz, etc., se le informará que la Jerarquía Blanca está integrada por Maestros de Sabiduría, es decir, por seres que alguna vez fueron humanos, igual que el Elegido, pero que ahora son inmortales y poseen grandes poderes: los Maestros de Sabiduría, así como otros seres que jamás encarnaron, sí están en contacto pleno con el Dios creador del Universo, sea directamente, sea a través de “Dioses intermediarios” o Logos solares. Y esta respuesta satisface completamente al Elegido puesto que entonces “ve” con claridad el camino a seguir: ha de esforzarse en conquistar los grados necesarios que le permitan relacionarse con los Maestros de Sabiduría, para que Ellos le indiquen el camino hacia Dios o hacia un Orden Superior donde su conocimiento de la Verdad del Espíritu sea justamente valorado. Y he aquí el segundo drama del Elegido: a medida que más se esfuerza por alcanzar dicha meta, comprueba con desesperación que los Maestros de Sabiduría también están ciegos y sordos a sus esmeros y solicitudes. Pero aquí es ya muy evidente que algo extraño ocurre, algo que tiene que ver personalmente con el Elegido que posee la PREDISPOSICION GNOSTICA, pues, cuando más tendría que avanzar de acuerdo a las directivas sinárquicas de la “ciencia esotérica” y del “yoga”, más parecen trabaste las cosas frente a él: no solo los Maestros no responden, sino que las dificultades surgen por doquier. Alguien, quizá, le explique piadosamente al Elegido que se trata de “pruebas”, de experiencias por las que “todo adepto debe pasar para demostrar su fe en los Maestros”, que tarde o temprano los Maestros le llamarán para ocupar un merecido puesto en la Jerarquía pero que, mientras tanto, debe perseverar en su servicio a la Sinarquía: - Aun posee un Yo demasiado poderoso al que hay que debilitar completamente- le dirán -Ese Yo, dominante en sí mismo, es la causa de su retraso en el “sendero probatorio”, una fuente de deseos egoístas, una fuerza arrogante que contrasta con la humildad de los Maestros-. No hace falta agregar más argumentos típicos para ejemplificar la táctica enemiga porque los Elegidos que lean esta carta ya los conocen sobradamente. Los hay de variadas formas y contenidos pero todos apuntan a convencer al Elegido de que debe destruir su Yo y aguardar la llamada milagrosa de los Maestros de Sabiduría; en última instancia, si el Elegido solo se a atrevido a merodear en torno de las Sociedades Secretas de la Sinarquía, se procura mantenerlo en la confusión e impedir qué afirme y propague su conocimiento sobre la Verdad del Espíritu. Los Elegidos pueden haber tomado por alguna senda paralela a la aquí tipificada, pero la trayectoria característica es siempre la misma.
Llegado, pues, a ese punto, el segundo drama del Elegido, la situación no puede ser más negativa: el Dios Creador y sus Maestros de Sabiduría parecen decididos a ignorar definitivamente al Elegido, a quien se ha intentado convencer de todos modos que el mal radica en su interior, en su fuerza egoica; pero esa fuerza egoica es, indudablemente, la que le revele el saber absoluto de la Verdad del Espíritu a través de su PREDISPOSICION GNOSTICA y la que lo puso en el camino de buscar un Orden Superior, trascendente, en el que su revelación fuese justamente valorada. En ese terrible momento, “abandonado” por el Dios Creador y sus Ministros, considerando la posibilidad de ser el único culpable de sus propios males, cercado sin saberlo por la Estrategia enemiga que le ha cerrado todas las puertas, el Elegido llega a la conclusión de que la PREDISPOSICION GNOSTICA que lo distinguió desde el principio de los demás mortales, trae, cuando menos, “mala suerte”. Pero, contrariamente, tendrá suerte, mucha suerte, si para ese entonces las prácticas del yoga sinárquico no lo han vuelto esquizofrénico o si la “ciencia esotérica” no lo ha convertido en drogadicto homosexual, traidor, un hombre carente de honor, un esclavo de las Sociedades Secretas de la Sinarquía Universal. Si el Elegido ha tenido esa suerte, aún dispone de voluntad para salir del cerco enemigo, es posible que descubra finalmente, el único camino que puede seguir un virya perdido con i PREDISPOSICION GNOSTICA, es decir, el que conduce a la Iniciación Hiperbórea.
Cuando el Elegido comience a dudar de la bondad del Dios Creador o a desconfiar de las buenas intenciones de los Maestros de Sabiduría, es seguro que su Yo se fortalecerá y las respuestas buscadas irán surgiendo desde el fondo de sí mismo. En verdad, la solución siempre estuvo al alcance de la comprensión interior, integrada en el conocimiento innato de la verdad del Espíritu: EL ESPIRITU ETERNO ES EXTRANJERO EN ESTE MUN DO Y TODO CUANTO EN EL OCURRE LE ES ESENCIALMENTE AJENO. EL “DIOS CREADOR” DEL UNIVERSO NO ES SU DIOS PORQUE EL ESPIRITU PROVIENE DE UN MUNDO ANTERIOR AL ORIGEN DEL UNIVERSO. EL ESPIRITU ES INCREADO EN ESTE MUNDO, AL QUE OPONE UNA HOSTILIDAD E SENCIAL PERO DEL QUE NO PUEDE SALIR DEBIDO A LA CONFUSION ESTRATEGICA CAUSADA POR LOS SIDDHAS TRAIDORES, JEFES MÁXXMOS DE LOS MAESTROS DE SABIDURIA. EL PRINCIPAL OBJETIVO DEL ESPIRITU INCREADO ES EL REGRESO AL ORIGEN; LA VUELTA AL “OTRO MUNDO”, EXTERIOR AL TIEMPO Y AL ESPACIO DEL UNIVERSO, QUE SE LLAMA “HlPERBOREA ORIGINAL”. Y PARA CONSEGUIR ESE OBJETIVO EL ESPIRITU NECESITA ADQUIRIR “ORIENTACION ESTRATEGICA”, DESCUBRIR LA DIRECCION ESTRATEGICA DEL ORIGEN, UNA CUALIDAD QUE SOLO BRINDA LA INICIACION HIPERBOREA.
En síntesis, cualquiera haya sido la trayectoria característica por la que el Elegido llegó a semejantes conclusiones, lo concreto es que entonces exhibe ya, inequívocamente, el RASGO DE LA PREDISPOSICION GNOSTICA. Y ese rasgo es el que toma en consideración la Orden de Caballeros Tirodal para detectar, en principio, a los Elegidos, a quienes propone despertar en el Día del Espíritu y afrontar con Honor el próximo Fin de la Historia.
Así, pues, “el rasgo del Elegido” es una cualidad espiritual, un saber innato sobre la Verdad del Espíritu y la comprobación de que este saber causa la indiferencia de El Uno y sus secuaces terrestres, los Maestros de Sabiduría de Chang Shambalá. Los Siddhas Traidores, por su parte, desatan persecuciones irracionales contra todo aquél que intente desencadenar su Espíritu. La PREDISPOSICION GNOSTICA presenta al Elegido como heresiarca nato frente a los ojos del Dios Creador y de los Maestros de Sabiduría, y como enemigo potencial frente a la odiosa mirada de los Siddhas Traidores; por eso, el Elegido que dispone de fuerzas para sobrevivir, ignorado por aquéllos y odiado y perseguido por éstos, es un virya duro entre los duros, aunque él mismo no lo sepa. Pero la Orden de Caballeros Tirodal sí lo sabe y solo acepta como Elegidos a quienes demuestran poseer el conocimiento innato de la Verdad del Espíritu y la dureza del Espíritu Guerrero. Este solo rasgo es suficiente y de nada vale exhibir otras supuestas virtudes si se carece de sabiduría innata y dureza espiritual: ni la fortuna personal más fabulosa, ni títulos o blasones de cualquier especie, ni el prestigio social o cultural, cuentan para la Orden. La Iniciación Hiperbórea no se vende ni se compra: simplemente está fuera del alcance de quien no posea el rasgo mencionado. Y esta advertencia vale especialmente para muchos que pomposamente se autocalifican de “nazis” y creen que ese título es un pasaporte infalible para acceder a los secretos de la Orden: a ellos hay que informar que el rasgo del Elegido, entre los viryas perdidos provenientes del nazismo esotérico, es el mismo que poseían los oficiales de la Orden Negra. Para la Orden de Caballeros Tirodal “ser nazi” solo tiene valor si quien lo declara es capaz de exhibir la sabiduría y la dureza de un oficial de la Orden Negra. Es conveniente adelantar aquí un concepto del artículo D, de este primer tomo, referente a las “Razas Sagradas” del Demiurgo, es decir, las Razas en las cuales se manifiesta, en cada Era, un “Aspecto” o “Faz” del Demiurgo: “A UNA RAZA SAGRADA NO SE PERTENECE SOLO POR LA HERENCIA GENETICA, POR EL “NACIMIENTO”, SINO TAMBIEN POR PAVORECER LA MANIFESTACION DEL “ASPECTO RAZA SAGRADA” DEL DEMIURGO. Así, con relación a la Raza Sagrada actual, es decir, la “raza elegida” de los Hebreos, ocurre el curioso hecho de que un hombre puede ser judío por su herencia, por nacer efectivamente en el seno de una familia hebrea, o por su CONSTITUCION MENTAL: en efecto, para la Sabiduría Hiperbórea NO SOLO ES JUDIO QUIEN NACE JUDIO SINO TAMBIEN QUIEN, POR SU CONSTITUCION MENTAL JUDAICA, FAVORECE LA MANIFESTACION DEL ‘ASPECTO RAZA SAGRADA” DEL DEMIURGO”.
Aunque el significado completo de este concepto se irá aclarando durante a Segunda Parte, a medida que se definan otros conceptos complementarios, es evidente que su sentido principal se fundamenta en un “rasgo interior”, es decir, en la “constitución mental judaica”. Ese “rasgo interior” es el extremo opuesto del rasgo del Elegido. Vale decir: a mayor “constitución mental judaica menor PREDISPOSICION GNOSTICA. Y corno la PREDISPOSICION GNOSTICA depende en todos los casos de la “pureza de sangre”, concepto que alude a la capacidad de la sangre para conservar el Recuerdo del Origen, es indudable que “a mayor constitución mental judaica menor pureza de sangre”. Ahora bien, ocurre que la Iniciación Hiperbórea requiere inevitablemente una condición del Elegido: su pureza de sangre. Muchos Elegidos suelen creer erróneamente que “pureza de sangre” significa “pureza racial”; mas, si esta identidad fuese cierta, resultaría que todo virya que acreditase los rasgos EXTERIORES genéticos, de los linajes hiperbóreos estaría en condiciones de acceder a la iniciación, posibilidad que es claramente falsa. He aquí la verdad: PARA ALCANZAR LA INICIACION HIPERBOREA LA PUREZA DE SANGRE ES ABSOLUTAMENTE NECESARIA EN TODO ELEGIDO, PUES DE ELLA DEPENDE LA PREDISPOSICION GNOSTICA, PERO LA “CONSTITUCION MENTAL JUDAICA ES ABSOLUTAMENTE INNECESARIA, PUES ELLA IMPIDE LA MANIFESTACION DE LA PREDISPOSICION GNOSTICA. Ambos rasgos son, pues, incompatibles y nadie que piense como un judío, aunque proclame su “pureza de sangre” o “pureza racial”, podrá ser un Iniciado Hiperbóreo. El Elegido, entonces, una vez despierto y encaminado hacia el Origen, debe despojarse hasta de la última nota o matiz, que aún pudiese existir en la conformación de su pensamiento, de esa “constitución mental judaica” propia del virya perdido.
Para comprender el por qué esta exigencia reviste capital importancia en el proyecto de liberación espiritual del Elegido, al punto tal que su no cumplimiento representa un obstáculo insuperable para alcanzar la iniciación, hay que referirse a lo Siddhas Leales, los Señores de Agartha que conceden la iniciación Hiperbórea a través de la Orden de Caballeros Tirodal y de toda otra Orden fundada por Ellos; para comprender esto, los Elegidos deben reparar en dos conceptos: uno, sobre el carácter espiritual Hiperbóreo de los Siddhas Leales, y el otro, sobre Su participación en la Ceremonia de Iniciación Hiperbórea. Ambos conceptos son muy sencillos de exponer.
Veamos el primero. De la Primera Parte, el Elegido sabe ya qué es un Espíritu Hiperbóreo “normal”. Mediante el “modelo de la esfera”, en efecto, se definió al Espíritu Esfera “normal”, análogo al Espíritu Hiperbóreo antes del encadenamiento, como compuesto de “DOS CARAS O ROSTROS”: la superficie exterior, roja, es la expresión del TERGUM HOSTIS o ESPALDA HOSTIL; la superficie interior, verde, es la expresión del VULTUS SPIRITUS o ROSTRO ESPIRITUAL” (página 12). El Tergum Hostis es la manifestación de la HOSTILIDAD ESENCIAL que el Espíritu Hiperbóreo normal presenta hacia TODA LA OBRA MATERIAL DEL DEMIURGO, es decir, hacia el Universo vivo, hacia las Jerarquías dévicas, hacia los Arquetipos y Aspectos del Demiurgo, hacia las culturas del animal hombre, etc. “El Espíritu-esfera se ha presentado en el Universo material CERRADO SOBRE SI MISMO, VUELTO EN TORNO DEL YO ABSOLUTO Y MOSTRANDO AL DEMIURGO POR TODAS PARTES UNA ESPALDA HOSTIL” (página 12). Pues bien, el Elegido debe reparar ahora en que los Siddhas Leales, quienes se encuentran EN ESTE MOMENTO en Agartha, SON ESPIRITUS NORMALES (figuras 2 y 37), es decir, seres que presentan una HOSTILIDAD ESENCIAL “hacia toda la obra material del Demiurgo”.... Y ESTA HOSTILIDAD INCLUYE, DESDE LUEGO, A LA “CONSTITUCION MENTAL JUDAICA” DEL VIRYA PERDIDO.
Pero no hay que equivocarse al reflexionar sobre este concepto:
LA OSTILIDAD HOSTILIDAD ESENCIAL QUE LOS SIDDHAS LEALES PRESENTAN HACIA LA “CONSTITUCION MENTAL JUDAICA” DEL VIRYA PERDIDO NO SIGNIFICA QUE ELLOS “DECIDAN” ATACAR O AGREDIR DE ALGUN MODO AL ELEGIDO QUE AUN ESTE INFLUIDO POR LA ESTRATEGIA ENEMIGA. Recordemos lo dicho en la Primera Parte: “LA ESPALDA HOSTIL NO ES SABIDURIA EN MODO ALGUNO, POR EL CONTRARIO, ELLA ES SOLO HOSTILIDAD ESENCIAL (página 12). Esto quiere decir que LA HOSTILIDAD ESENCIAL NO ES MOTIVO DE DECISION: ELLA SE PRODUCE DE TODOS MODOS FRENTE A LA OBRA DEL DEMIURGO O A LA “CONSTITUCION MENTAL JUDAICA”. Con otras palabras, el Espíritu Hiperbóreo “normal”, y un Siddha Leal lo es, reacciona siempre con hostilidad esencial ante los entes materiales, sin que exista para ello ninguna decisión previa: ocurre así porque la reacción es ESENCIAL, en tanto que la HOSTILIDAD es la FORMA de esa ESENCIA.
ES CLARO QUE SI UN ELEGIDO, NO TOTALMENTE DESPOJADO DEL RASGO DE LA “CONSTITUCION NENTAL JUDAICA”, QUEDASE ENFRENTADO A UN SIDDHA LEAL, ELLO IMPLICARIA QUE TODO EL PODER DE SU HOSTILIDAD ESENCIAL RESULTASE APLICADO SOBRE EL MICROCOSMOS DEL ELEGIDO. ¿QUE OCURRIRIA ENTONCES? RESPUESTA: QUE AQUELLA ESTRUCTURA MICROCOSMICA “ESENCIALMENTE HOSTILIZADA” PODRIA RESULTAR SERIAMENTE DAÑADA CUANDO NO TOTALMENTE DESTRUIDA. En un caso semejante, de nada le valdría al Elegido invocar su carácter de estudioso de la Sabiduría Hiperbórea o de “nazi”: LA SOLA “PRESENCIA” DE UN SIDDHA LEAL CAUSA LA DESTRUCCION DE LOS ENTES MATERIALES, LA DESCOMPOSICION DE LAS FORNAS ARQUETIPICAS; NINGUNA FORMA ARQUETIPICA PUEDE RESISTIR LA FUERZA DISOLVENTE DEL INFIMITO ACTUAL APLICADA EN TODOS LOS PUNTOS DE SU ESTRUCTURA POR LA HOSTILIDAD ESENCIAL DEL ESPIRITU. Hay personas, por ejemplo, que, afirman ser “nazis”, pero que piensan como viles judíos, y que serían inmediatamente desintegradas si quedasen situadas frente a un Siddha Leal, o frente al Führer, quien en la actualidad se ha convertido nuevamente en un ser absolutamente espiritual. Resumiendo, éste y no otro es el motivo por el que los Siddhas Leales se mantienen alejados de los viryas perdidos y solo se manifiestan a los Iniciados: Sus Presencias pueden ser fatales para quien se encuentre conformado por la Estrategia enemiga; por eso Ellos, desde el Valhala, desde Agartha, procuran despertar a los viryas mediante la Canción de A-mort, la Canción carismática que se escucha con la sangre pura; y por eso corresponde a los viryas perdidos, a los que son capaces de exhibir el rasgo de los Elegidos, hacer el esfuerzo necesario para despojar su pensamiento de la constitución mental judaica, cuya existencia es altamente repugnante para los Siddhas Leales, y vincularse carismáticamente con Ellos, escuchando su Canción, despertando al Recuerdo del Origen, orientándose hacia el Origen, y recibiendo finalmente la Iniciación Hiperbórea; CUANDO LOS LEGIDOS TENGAN SU SANGRE PURA, EN EL KAIROS DE LA INICIACION HIPERBOREA, SERAN GUIADOS POR UN PONTIFICE TIRODAL HASTA LOS SIDDHAS LEALES; ENTONCES SU APROXXMACION NO REVESTIRÁ NINGUN PELIGRO FARA EL ELEGIDO Y, POR EL CONTRARIO, LA REALIDAD DE SU SANGRE PURA SERA FESTEJADA CON GRAN JUBILO POR LOS SIDDHAS LEALES DE AGARTHA.
Y aquí podemos considerar el segundo concepto pendiente.
En efecto, durante la Ceremonia de Iniciación DEBEN INTERVENIR los Siddhas Leales: Sus Presencias son imprescindibles porque Ellos, y solo Ellos, pueden plasmar en el cuerpo astral del Elegido los signos rúnicos que le permitirán aislar su Yo del sujeto anímico y orientarse hacia el selbst. Puede afirmarse que, en el kairos justo, la Ceremonia de Iniciación se realiza simultáneamente en dos mundos: ESTO SIGNIFICA QUE, DURANTE LA CEREMONIA DE INICIACION, EL ENFRENTAMIENTO CON LOS SIDDHAS LEALES ES INEVITABLE. De allí que no sea posible al Elegido arribar a tan trascendental momento sin haberse despojado previamente de todas aquellas formas de ser que afectan la hostilidad esencial de los Siddhas Leales.
Se entiende finalmente, con la ayuda de los dos conceptos expuestos, “el porqué esta exigencia, de despojarse hasta la última nota o matiz que aún pudiese existir en la conformación de su pensamiento de esa “constitución mental judaica” propia del virya perdido, reviste capital importancia en el proyecto de liberación del Elegido, al punto tal que su no cumplimiento representa un obstáculo insuperable para alcanzar la Iniciación Hiperbórea”: la aproximación de un Elegido a un Siddha Leal, fuera del kairos, es altamente riesgosa para el Elegido; y si un Pontífice Hiperbóreo, por error, propiciase semejante acercamiento, no solo pondría en peligro al Elegido, sino que se arriesgaría a ser severamente sancionado por los Siddhas Leales y hasta podría causar la extinción de la Orden. Por todo esto es fácil comprender que la Orden ha de tomar precauciones extraordinarias antes de autorizar la Ceremonia de Iniciación de un Elegido.
Por último, cabe agregar que el rasgo de la “constitución mental judaica” está culturalmente descripto por la “Ética psicológica” del pasú, en tanto que el rasgo del Elegido solo puede ser comprendido totalmente por una Ética noológica; es lo que se hace en esta Segunda Parte de los Fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea se expone la Ética noológica del virya y se la opone a la Ética psicológica del pasú. En el contexto de la Ética noológica se define al Honor Absoluto del Iniciado Hiperbóreo como “EL ACTO DE SU VOLUNTAD GRACIOSA LUCIFERICA”: empleando este concepto puede afirmarse, con todo rigor, que lo que separa a un Elegido de un Siddha Leal es una DISTANCIA ETICA. Con otras palabras, para aproximarse a un Siddha Leal durante el Kairos de la Iniciación Hiperbórea, todo Elegido debe efectuar previamente un reacomodamiento eticonoológico: SIN CUMPLIR CON ESTE REQUISITO, EL MODO DE SER DEL SIDDHA LEAL SERIA ETICAMENTE INCOMPRENSIBLE PARA EL ELEGIDO; Y NO HACE FALTA REPETIR QUE UN SIDDHA LEAL NO SOLO NO PUEDE SER APREHENDIDO POR LOS CONCEPTOS DE LA ETICA PSICOLOGICA, ES DECIR, POR LA MENTALIDAD JUDÁICA, SINO QUE TAL MENTALIDAD CAUSA SU HOSTILIDAD ESENCIAL.
El Elegido, entonces, que a su turno experimentó el silencio del Dios Creador y de los Maestros de Sabiduría, ahora deberá soportar el más absoluto silencio por parte de quienes intentan verdaderamente rescatarlo del infierno en el que se encuentra hundido. Más no será así por mucho tiempo si fortalece su rasgo eticonoológico fundamental y se despoja del rasgo eticopsicológico judaico con el que se halla culturalmente condicionado: hay toda una Raza extraterrestre y una Pareja original aguardando el despertar y la liberación del Elegido. Y hay un Mundo Exterior, una Hiperbórea Original, fuera del Universo material, inimaginable para el no Iniciado, que es la Patria del Espíritu Hiperbóreo y al que toda la Raza ansía regresar. La guerra contra las potencias de la materia, no se olvide, se libra por la liberación de los Espíritus cautivos: LA GUERRA SE GANA CADA VEZ QUE UN ESPIRITU SE LIBERA DEL ENCADENAMIENTO. ES, PUES, UN DEBER ETICONOOLOGICO DEL ELEGIDO DESPERTAR Y LIBERAR SU ESPIRITU: POR SI MISNO Y PARA CONTRIBUIR A LA VICTORIA FINAL DE LA RAZA.

VI - Aclaración sobre los conceptos de “nazismo esotérico” y “dureza espiritual” empleados en V.

Vale la pena advertir, para quien no leyó nuestra obra “La Historia Secreta de la Thulegesellschaft”, que en el Tercer Reich una cosa era el partido nazi y otra muy distinta la : el Partido Nacionalsocialista de los Obreros Alemanes, en efecto, fue una organización POLITICA exotérica, mientras que el Escalón de Guardia o (Sschutzstaffeln) es una organización MILITAR fundada sobre un círculo esotérico de la Thulegesellschaft conocido como Orden Negra. Esta aclaración vale porque LA SABIDURIA HIPERBOREA SOLO LA POSEYO Y POSEE Ia , en tanto que el partido nazi siempre dispuso la información de tal modo que pudiese ser asimilada por el pueblo alemán, el cual venía siendo condicionado culturalmente por los curas católicos y rabinos desde las invasiones germánicas al Imperio Romano. El Elegido debe saber que los elementos fundamentales de lo que se ha mal llamado “nazismo esotérico” solo pueden provenir de la , de su Sabiduría Hiperbórea, y entender así por qué no basta el título ni la formación política de “nazi” para pretender la Iniciación Hiperbórea: es necesario, en todo caso, ser “nazi” pero como lo es un oficial de la Orden Negra. La Orden de Caballeros Tirodal también posee la Sabiduría Hiperbórea y es una Orden hermana de la Orden Negra : si el Elegido cumple los requisitos de sabiduría innata y dureza espiritual, y se despoja de la “constitución mental judaica”, la Orden le revelará la Sabiduría Hiperbórea que le permitirá liberar su Espíritu eterno. No todos los Iniciados Hiperbóreos son, estrictamente, “nazis”, pues Iniciados Hiperbóreos hay en Agartha desde hace miles de años; pero los nazis que son Iniciados Hiperbóreos, y esto debe saberlo asimismo todo Elegido, SON CONFIRMADOS EN SU HONOR Y LE ALTAD POR EL PROPIO FUBRER, quien para ello, por ejemplo, tenía reservado su asiento personal en el Castillo Iniciático de Werwelsburg; Y ESA CONFIRMACION, HOY MAS QUE NUNCA, EN EL DIA DEL ESPIRITU, EN EL DIA DEL FÜHRER, SERÁ RECIBIDA POR LOS VERDADEROS NAZIS- , POR LOS CABALLEROS TIRODAL QUE ENFRENTEN CON HONOR EL PROXXNO FIN DE LA HISTORIA.
Con respecto al concepto de “dureza espiritual”, que se ha calificado como de posesión imprescindible para completar el rasgo del Elegido, conviene aclarar su significado aunque el mismo es bastante obvio: este concepto NO IMPLICA, por supuesto, que el Espíritu sea “duro” en sí mismo, que la “dureza” sea una propiedad del Espíritu; la dureza espiritual exigida es la que produce el Espíritu EN el Elegido durante su trayectoria característica: el Yo, expresión del Espíritu eterno, va endureciendo el microcosmos a medida que despierta del Gran Engaño de El Uno y se va orientando estratégicamente hacia el Origen. Finalmente, el Elegido que busca la Sabiduría Hiperbórea es, para la Orden de Caballeros Tirodal, “un virya duro entre los duros”; y su “dureza” es claramente “espiritual”, de origen espiritual.

VII — Comentario y saludo final.

En la Primera Parte hemos estudiado al pasú, y al virya pedido, desde un punto de vista estrictamente microcósmico, basándonos fundamentalmente en el conocimiento de su estructura psíquica; ello nos permitió arribar a importantes conclusiones. Pero el pasú es un microcosmos potencial que subsiste dentro del macrocosmos, integrado en las superestructuras de las comunidades culturales. La “actitud graciosa luciférica” que vamos a proponer para su despertar supone ofrecer una respuesta concreta para la pregunta capital de la Ética ¿qué debo hacer?; vale decir -¿qué debo hacer frente al hecho cultural en el que estoy inserto, para liberarme de sus lazos y despertar como virya?- A este interrogante crucial la Sabiduría Hiperbórea, efectivamente, brinda una salida noológica, dice exactamente qué hacer. Es lo que trataremos de mostrar en la Segunda Parte. Sin embargo, y ello es ya evidente, la pregunta ética plantea de entrada la relación entre lo interno y lo externo, entre la estructura psíquica y el mundo exterior, ENTRE EL PASU Y EL HECHO CULTURAL Debemos conocer, pues, con mayor profundidad esta relación, adquirir conceptos claros sobre “cultura”, “hecho cultural”, “Historia”, etc., y, especialmente, establecer con precisión las correspondencias analógicas que el macrocosmos guarda con las estructuras del microcosmos estudiadas en la Primera Parte. A aclarar tales conceptos, y otros, se dedicará el inciso “El virya perdido y el hecho cultural”, contenido en el presente tomo, cuya lectura y estudio es imprescindible para comprender el desarrollo posterior de la obra.
Para finalizar esta Segunda Carta invitamos a los Elegidos a reflexionar sobre una ley oculta que tiene mucho que ver con el rasgo descripto en V. Nos referimos a la “fatal e inflexible Ley del Engaño”, que en el inciso “La resignación de Wotan” se define elementalmente así: “NADIE QUE ESTE ENCARNADO NACE SABIENDO CONSCIENTEMENTE LA VERDAD, NADIE NACE ILUMINADO, NI WOTAN NI EL FÜHRER NI NINGUN OTRO VIRYA; POR EL CONTRARIO, TODO VIRYA, WOTAN, EL FUHRER O CUALQUIER OTRO VIRYA, EN AIGUN MOMENTO DE SU VIDA HA ESTADO ENGAÑADO POR EL DEMIURGO; Y ESTA LEY ES INEVITABLE PORQUE LA GNOSIS NO PROVIENE DE UNA MERA HERENCIA O DE UNA ILUMINACION ESPONTANEA, SINO QUE ES PRODUCTO DE LA VOLUNTAD DE DESPERTAR Y SER LO QUE EL ESPIRITU ES; VALE DECIR: LA GNOSIS PROVIENE DE LA LUCHA ENTRE EL ESPIRITU ETERNO, MANIFESTADO EN EL VIRTA COMO YO PERDIDO, Y EL ALMA, ESA EXTENSION DEL DEMIURGO”. Naturalmente, el Elegido debe quebrar la Ley del Engaño mediante una actitud graciosa luciférica; mas, a partir de hoy dispone, para conseguirlo, de un arma formidable: la Sabiduría Hiperbórea.
En el Día del Espíritu, y en el Nombre de los Siddhas Leales de Agartha, y de la Orden de Caballeros Tirodal de la República Argentina, reciban los Elegidos el saludo de

Nimrod de Rosario
Febrero de 1986
Posdata: Quiero recordar a los Elegidos que el material que integra la Segunda Parte, los trece tomos, así como toda otra información procedente de la Orden fuera de lo publicado en la Primera Parte, debe calificarse de ESTRICTAMENTE CONFIDENCIAL Y SECRETO, vale decir, una REVELACION PERSONAL, de cuya reserva se habrá de responder PERSONALMENTE ante la Orden. No es necesario repetir los motivos de esta exigencia: Los mismos se hallan claramente expuestos en la parte V de la Primera Carta a los Elegidos (Agosto de 1985).

Nimrod de Rosario

miércoles, 7 de mayo de 2008

LA FURIA DE ODIN


Permanezco en pie, sobre las rocas, contemplando el mar. Es un día frío y gris. El tipo de día que me gusta. La luz del Sol pasa a duras penas entre la red de nubes. Las olas rompen contra las piedras con fragor de bestia hambrienta. su blanca gelidez empapa mis piernas enfundadas en basta tela y cuero. El viento golpea mi rostro. Aspiro el salitre del aire. La mirada se me pierde en el mar… Es tan vasto, tan hermoso y letal… Me ha robado el corazón. Pertenezco al mar. A él, y a mi Señor Odín, Dios de la Fuerza y la Sabiduría.
Cierro los ojos y noto su presencia, una columna de fuego invisible que llega desde el cielo hasta mi cabeza. Esta energía baja por mi espinazo y se expande por brazos y piernas. Agarro vigorosamente el asa de mi escudo y el astil del hacha. Cuero, madera y metal escandinavos. La Furia de Odín sigue penetrando en mí. Me llena con su fuego arrasador.
Estoy preparado para la batalla.
Al volverme y abrir los ojos, descubro a mis vikingos. Esperan mi señal. También están dispuestos para luchar. Algunos muerden los escudos con tal fuerza que les sangran las encías. Sus ojos se desorbitan. Tiemblan espasmódicamente. Son mis segadores. Y los enemigos, sus espigas.
Me abro paso entre ellos hasta encaramarme a las más altas rompientes. Desde aquí, puedo observar la playa de guijarros.
En ella, se encuentran los hombres de Sigurd El Torvo, y el propio Sigurd. Ya acarrean fuera del agua los botes y los sacos que contienen el botín del último pillaje. Se dirigen a una cercana zona de cuevas. En una de ellas pretenden pasar la noche.
Sigurd no me espera, y por eso reparte órdenes con talante relajado. Es noruego y vikingo, como yo. Pero se ha atrevido a asolar las costas bajo mi control y tributo. Ese error le costará la vida. No soporto la competencia. Durante toda mi existencia, me he regido por la Ley de la Fuerza. Coger al mundo por el cuello y tomar lo que se desee de él, sin pedir permiso ni perdón. Al final, sólo existe la Fuerza. Los Reinos se crean y desaparecen gracias a la Fuerza. Los hombres triunfan gracias a la Fuerza. La Fuerza del Espíritu y del Corazón. La Fuerza que Nuestro Señor Odín nos da.
Una ráfaga de viento cortante alza sus dorados cabellos. Sigurd está gordo, pero es ancho de hombros y rápido en la pelea. Aunque viste cota de mallas, cuero y telas escandinavas, y tatuajes de dragones adornan sus blancos y musculosos brazos, ostenta una cruz de oro en el cuello. Como muchos otros vikingos, se ha convertido a la nueva religión. Prefieren servir a los obispos y reyes cristianos, más ricos y poderosos, antes que a los últimos líderes paganos. Sigurd ha olvidado las enseñanzas de Odín. Hoy, va a pagar esa traición con sangre.
Miro a mis hombres. Esperan, agazapados tras las rocas. Alzo mi hacha y mi escudo.
-¡Salve, Odín, Señor de los Cielos! -rujo, y el viento se hace más cortante-. ¡Conduce a tus hijos a la victoria!
Los de Sigurd nos ven salir del escondite y abren mucho ojos y bocas. Tiran los botes que sostenían. La madera cruje contra la piedra. Son tantos como nosotros. Y los mataremos a todos.
Corro, corro libre, como el águila que busca la paloma en los cielos. Mis botas hacen crujir los guijarros del suelo. Detrás de mí, oigo a mis hombres aullar y rugir, lobos salvajes en busca de carne. Somos una jauría humana. Si me vuelvo, veré rostros contraídos por la furia y aceros que brillan bajo la fría luz del Sol. Dejamos libre la bestia que otros aprisionan y retienen en las jaulas del alma. Somos guerreros. Guerreros hasta la muerte, y más allá aún.
Siento el fuego de Odín en mi cráneo, me encrespa el vello del cuerpo, noto la energía helada. Explosiona en mi alto estómago y fluye hacia el resto de mi ser. Estoy en peligro de muerte y percibo sonidos y colores con mucha más claridad. El tiempo parece congelarse mientras me acerco a mi primer enemigo. Es joven. Me mira con ojos horrorizados. Trata de musitar alguna palabra. ¡Qué vergüenza de vikingo! Ni siquiera es capaz de desenvainar su espada: tironea estúpidamente del puño, sin resultado alguno. La fuerza de mi golpe surge desde la cadera, gracias a un violento giro. La hoja pasa a través de su rostro con un chasquido húmedo y crujiente. Está muerto. Lo arrollo y tiro al suelo. Paso sobre él de un salto.
El siguiente sí merece mis respetos: un bravo veterano de barbas canas, todo furia y nervio. Tiene el rostro lleno de tatuajes. Mis tímpanos peligran a causa de su rugido. Me ve venir corriendo y golpea con su espada, oblicua y ascendentemente. No le sigo el juego de parar con mi escudo. Doy un paso lateral y me coloco a su izquierda. A causa de la inercia mis pies resbalan y levantan los guijarros del suelo. La hoja de mi hacha baja con toda la fuerza de mi cuerpo y atraviesa su rodilla. El filo se hunde entre los guijarros. El vikingo trata de volverse para atacar, pero le falta media pierna y cae sobre el muñón. Me aparto golpeando, mi hacha se introduce en su casco. Ha sido un golpe curvo y he de tironear para arrancar el arma del cadáver.
Alzo el escudo y el hacha y grito a los cielos, hasta que el dolor lacera mi garganta y los músculos abdominales se me tensan como maromas de barco.
Miro en derredor. Sobre la playa, la batalla está en todo su apogeo. Decenas de hombres intercambiando golpes furiosos, muertos hechos literalmente pedazos por los berzerkrs, brillo de hojas ensangrentadas, rostros contraídos por la rabia… Aullidos y entrechocar de metales. El fuego de la guerra, incomprensible para los burgueses civilizados., inunda mi espíritu.
Echo a caminar, pisando con fuerza guijarros y cadáveres. Soy poderoso, un destructor de hombres. Nada ni nadie puede detenerme. Soy invencible. Veo a un enemigo moribundo y lo remato de un hachazo. Un vikingo llega corriendo. Enarbola una maza tocada de tachones metálicos. Pretende aplastar mi cabeza con ella. Ambos rugimos. Estamos hechos de la misma pasta. Su mazo destroza mi escudo: la madera cruje y se parte, el cuero es roto, un tachón abolla el metal del borde. Yo contraataco, mi hacha va y viene horizontalmente. Saltan esquirlas de su escudo, Los trallazos arrancan pequeñas tablas.
-¡Odín, dame fuerzas! -exclamo, entre jadeos.
Él retrocede, yo avanzo. Lanzo un tajo y abro su escudo, hasta el asa de cuero y piel.
-¡Odín, dame fuerzas!
En otro lance le arranco por fin el maldito escudo, ya hecho pedazos. Mete la mano zurda bajo la axila. Sin duda tiene uno o dos dedos rotos a causa de la sacudida.
-¡Odín! -aúllo, enronquecido, esperando que mi grito sea oído por dioses y demonios, trölls y duendes, gigantes y valkyrias-. ¡Dame fuerzas!
El hacha baja y corto su mano derecha a la altura de los nudillos. La maza, ensangrentada por el astil, cae al suelo. El vikingo trastabilla, febril a causa del dolor. Mira hacia el cielo.
-Valhalla… -musita. Lucha por no desmayarse. La muerte no lo acobarda. Tiene temple. Me gusta este hombre-. ¡Valhalla!
El filo del hacha, ya romo y lleno de mordiscos, se hunde en su cara. Fue un buen guerrero. Antes del final divisó su destino.
Cruje el trueno, como si la cúpula de los cielos hubiese sido golpeada por el martillo de Thor. Entre las nubes sombrías estalla un ramalazo de luz azulada.
Sigo caminando, cada vez más rápido, clavando los pies en el suelo de guijarros. Rompe a llover, densamente. Oigo el rugido del mar. Las nubes se cierran aún más y el mundo gana en frío y oscuridad. Me gusta.
Dirijo mis pasos hacia Sigurd. Sigue en pie, sosteniendo una espada ensangrentada y un escudo hecho trizas. Ha matado, él solo, a un trío de enemigos que yacen a sus pies. A pesar de todo, es un buen guerrero. Parece consternado. Los suyos están siendo aniquilados.
-¡Sigurd! -le llamo.
Se vuelve hacia mí. Tira el escudo y agarra la espada a dos manos. Casi puedo oír el gruñido que le surge desde el pecho.
-¡Cerdo! -me increpa.
Golpeo, el hacha baja fugazmente. Su espada es muy dura, logra parar el golpe. El restallar de aceros reverbera dolorosamente en mi cabeza.
-¡No te recogerán las Valkyrias, Sigurd! -exclamo. Retrocedo y golpeo ascendentemente. Detiene este nuevo intento, pero la hoja del hacha ha rozado su cota de mallas-. ¡No visitarás los salones del Valhalla!
Está asustado. Parpadea varias veces para sacarse el sudor de los ojos. Vuelvo a golpear. La vibración surgida del choque entre las armas me duele hasta el hombro, pero, por la mueca de su rostro, deduzco que a él le duele aún más. Sonrío cruelmente. Un trueno destroza las alturas.
-¡Has abandonado a tus dioses! -le increpo. Siento auténtica rabia-. ¡Ahora vistes la Cruz!
-¡La Cruz se impondrá, estúpido! -contesta-. Ya se extiende por el Sur, reyes y jarls se alían con sacerdotes y obispos. ¡Tienen más oro y guerreros que los paganos! ¡El Nuevo Dios es más poderoso que los Antiguos!
-¡Blasfemo! -rujo. Mi hacha casi le arranca la espada de las manos. Su hoja rebota en el suelo.
-¿Crees que hay futuro para los seguidores de Odín? -pregunta, con amarga alegría-. ¡Incluso Harald Diente Azul, ese danés resistente, se ha convertido al cristianismo! Los paganos como tú seréis perseguidos hasta el exterminio. Nadie os empleará en sus guerras, ni se os dará cobijo en las noches de tormenta marina. ¡Estáis solos! ¡Y moriréis solos, como perros abandonados!
Sus palabras me escuecen. No quiero reconocer que son ciertas.
-¿Y qué han hecho ellos por ti? -le espeto-. Hoy morirás aquí, y tu espíritu vagará por los abismos infinitos, donde los trölls y los demonios te torturarán sin descanso. ¡Mírate! Yo conocí a otro Sigurd: él se hubiera enfrentado a la muerte como un auténtico vikingo. Tienes miedo, y no temes a la muerte, sino a lo que hay después de la muerte. Yo no temo a la muerte, ni al Más Allá… ¡Porque yo no he renegado de mis dioses!
Se le escapa un gemido. Su espíritu no tiene fuerzas. No puede levantar la espada. Mi hacha le taja el cuello, matándolo definitivamente.
Un trueno más. Un relámpago azulado. Siento que voy a estallar. Estoy lleno de fuego invisible. Mi pecho se infla y aprieto los dientes hasta que me zumban las sienes.
El momento del éxtasis pasa. Dejo escapar el aire. Las olas se estrellan contra las rompientes. La lluvia furiosa limpia las armas asesinas. Abstraído como estaba en la lucha, no he reparado en mis hombres. Me rodean. Seguramente han contemplado en silencio el combate. Lo han oído todo. Tras la cortina de agua, sus rostros aparecen sombríos y funestos, como cincelados en roca. Clavan sus miradas en mí. ¿Acaso les estoy conduciendo a un futuro sin esperanzas de victoria final? Quizá Sigurd llevara razón y los viejos dioses estén muriendo, aplastados por un culto que se extiende como el fuego sobre el seco trigal. Cada año hay menos vikingos que continúen honrando al viejo Odín. Todos son atraídos por la Cruz. Ellos tienen más oro y más poder. Me siento viejo y cansado.
Todos estos pensamientos que cruzan mi cabeza los veo reflejados en las miradas de mis hombres. Soy su líder y debo conducirles al triunfo, no a un final desesperado, a un callejón sin salida.
Al fin, haciendo un desgarrador esfuerzo de voluntad, me como las dudas y alzo la cabeza orgullosa, desafiantemente. Les devuelvo sus miradas con hostilidad.
-¡Los enemigos están muertos! -grito, con voz firme-. ¡Hoy, hemos luchado y hemos vencido! ¡Eso es lo que importa!
Hay un momento de silencio. Un instante crucial.
Cuatro o cinco alzan las espadas y aúllan voces de victoria. El resto les secunda. Todo el pesimismo se ha convertido de pronto en una explosión de alegría. Ahora comprendo que, de haber yo mostrado debilidad, las cosas habrían terminado hoy, aquí, para nosotros.
Mis vikingos comienzan a llevarse a los muertos, compañeros y enemigos que despertaron su admiración. Mañana los incineraremos. Otros, más hábiles, atienden a los heridos.
Yo permanezco en pie, mirándolos, solo.
Un vikingo llamado Svenson se me acerca. Es veterano y sabio. Me agarra con fuerza del hombro y clava sus ojos de hielo en los míos.
-Has hecho bien, amigo mío -me dice, con voz firme-. Nuestros cuerpos morirán, pero nuestros actos pervivirán por encima del implacable paso del tiempo. Somos la materia de la que se forjarán las leyendas. Los hombres del futuro mirarán hacia el pasado, sólo para contemplarnos, y soñarán con nuestro valor.
Permanecemos en silencio. Le devuelvo el apretón del hombro, fuerte y cálidamente. Afirma con la cabeza y se aleja.
Quedo otra vez sumido en mis propias reflexiones. Levanto el hacha y miro fijamente su hoja, durante unos instantes que se me hacen siglos. La lluvia escampa. En el cielo, las nubes se abren para dejar pasar la luz del Sol.
Me vuelvo y grito órdenes a mis hombres. Mis fuerzas renacen. El fuego vuelve a mi corazón.

LAS PUERTAS DEL VALHALLA


El mar había sido poseído por la tormenta. Las olas se levantaban salvajemente sobre la superficie como hambrientas garras dispuestas a atrapar cualquier presa que osara surcar su oscura y verdosa piel. La lluvia azotaba sin compasión mientras, en lo alto, por entre las tenebrosas nubes, los relámpagos brillaban como las blancas arterias de un antebrazo divino. El crujido del trueno reventó sobre el Universo. El viento silbaba una canción hiriente y ominosa.
Aquél fue el escenario donde se desarrolló el choque entre las dos naves: el Perro Negro de los escandinavos y el Espada de los daneses.
Éste último se había aventurado en aguas peligrosas, cargado de especias y telas, con destino al Sur de Inglaterra. Sus dueños confiaron en el fuste de la nave para superar las galernas y el coraje y el adiestramiento de los guerreros que portaba para contrarrestar a los terribles piratas vikingos.
Mas ahora, sobre la cubierta danesa, la sangre se mezclaba con el agua y los aullidos de los combatientes con el espantoso rugido de la tormenta. Daneses y escandinavos se defendían, mataban y morían sobre la resbaladiza cubierta, bajo las velas desgarradas por el viento. Los había que tajaban con furia demoníaca y los había que contenían sus entrañas con las manos, en un vano intento de que no se las robara el mar.
Una gigantesca ola se levantó por estribor, un muro negro y esmeraldino que eclipsó la noche en torno al barco.
Koll, El Matador, un vigoroso saqueador escandinavo, alzó su vista azulada hacia aquel espumeante y horrendo techo que durante un eterno latido permaneció inmóvil, envolviendo a ambos barcos. Cinco pies por encima de su cabeza flotaba un enorme cadáver, un hombre con el que, el día anterior, charlara acerca de mujeres y armas al amor de la cerveza caliente. El danés contra el que Koll había estado batallando se embarullaba en el suelo, presa del horror, la mirada presa del muro acuático.
Koll deseó gritar el nombre de su dios Odín, quizá para implorarle ayuda o para maldecirlo, pero en el siguiente latido un fragor colosal llenó sus tímpanos y arrasó su cerebro. El agua, como la mano de un gigante enfurecido, lo aplastó contra el suelo y lo arrastró sobre los maderos. Aquel hombrecillo trató desesperadamente de aferrarse a cualquier solidez, pero se encontró a sí mismo presa de fuerzas que le superaban, tal que un pelele, un muñeco sin voluntad.
Su cuerpo chocó contra el de otro hombre. Después, topó brutalmente en su errático camino con una masa densa y tubular y sus dedos se aferraron a ella. Experimentó un sufrimiento afilado y sospechó que se había roto varias costillas en el encontronazo.
El agua desapareció por el momento, deslizándose rápida hacia abajo o -tal vez- arriba. Koll seguía agarrado al palo mayor. Abrió los ojos y por entre la cortina de lluvia distinguió los cascos de los barcos unidos por los garfios, de estribor de uno a babor del otro.
Las naves habían sido hundidas por la ola hasta media cubierta y milagrosamente sus cuerpos emergían, como bestias marinas en celo. Descubrió cuerpos que flotaban y acto seguido desaparecían tragados por las aguas. Un danés de ojos claros y barba y cabellos rojizos, con el rostro macilento y los ojos muy abiertos y enloquecidos, se aferraba a la baranda de estribor con su brazo izquierdo. En el derecho tenía una espada.
La cubierta osciló y el extremo de babor subió violentamente, levantando densas alfombras de agua. Se escuchó un estremecedor crujido procedente de la bodega. Koll supuso que las cuadernas por fin comenzaban a desgajarse, como la cáscara de nuez bajo el mazo. En pocos instantes, el interior del Espada se llenaría de agua y la nave iría a pique, tal vez arrastrando al barco rival; entonces, la Ley de la Guerra se extendería no sólo al músculo y el acero, sino también a la brea, las maromas, la tela y la madera. Koll así lo comprendió: de no ser desenganchados, los garfios del barco danés se llevarían con él al Perro Negro.
De pronto, su mirada ahíta de maravilla y horror quedó aún más alucinada al contemplar, entre la lluvia y las sombras, partirse literalmente la cubierta del Perro Negro, en una larga grieta desde la proa a la sección media de la nave. Una ola brutal embistió de frente a la nave, arrancando la cabeza de dragón y levantando entre blanquísima y vociferante espuma una nube de maderos y tablas desgajadas. Uno de los largos remos de estribor saltó de sus guías metálicas, robadas estas a su vez de la madera, subió por el costado de la nave, al capricho del agua, y se desplazó por cubierta. El enorme madero topó con Thormur, El Viejo, y Koll contempló la cadera de su compañero salirse de su lugar, deformando fantásticamente el cuerpo del veterano marino. Thormur abrió la boca, mas su voz desapareció, engullida por la tormenta. Rodó por cubierta, se deslizó sobre la maltrecha baranda y quedó horriblemente atrapado por los dos costados de los barcos cuando estos se unieron en un choque de carnero. Thormur El Viejo finalizó su vida contra la madera que él mismo había calafateado.
Una parte lejana y serena de Koll le dijo que todos, daneses y escandinavos, iban a morir tragados por aquel vendaval asesino. Como si la Naturaleza hubiera escuchado sus pensamientos, la lluvia arreció y el bamboleo se tornó más violento. Koll hubo de esforzarse para no desasirse del palo mayor. Tenía el cuerpo helado, lo sentía como un armazón torpe y ajeno. Parpadeaba constantemente para sacarse la lluvia y la sal. Había vomitado el contenido de sus tripas empapadas en agua de mar y sólo le quedaban ácidos que toser agónicamente.
A pesar de todo, se fijó en que el danés con la espada aún seguía aferrado a la baranda de estribor, una tozuda sombra tras la cortina de agua. Cuando los hombres bailan con la Parca se tornan borrachos o niños, así que Koll fue atacado de pronto por el firme deseo, la convicción, de conseguir aquel acero, perecer empuñándolo y presentarse ante el remoto Valhalla con un arma en la mano. Porque, lo comprendía ya sin ambages, iba a morir. Muchas veces había cortejado a la Señora Muerte, pero nunca hasta entonces había sufrido esta absoluta certeza.
Y, como si tan pavorosa y tremenda serenidad hacia el negro futuro hubiera despertado en él nuevas formas de percibir la realidad, ésta le resultó de pronto más nítida, como si los colores ganaran brillo y las formas se definieran tan perfectamente como jamás hubiera imaginado antes. Podía percibir con la mirada la tremenda densidad de los sólidos y la helada persistencia de los líquidos a su alrededor. Una extraña energía subió por su médula espinal, encrespó el vello de su nuca y explosionó en el cráneo, como una lluvia de fuego helado que recorriera todos y cada uno de sus nervios.
Escuchó un canto que había surgido de pronto y sin embargo le parecía eterno e inamovible, como si siempre hubiese vibrado sobre el mundo y él no lo hubiera notado hasta el momento. Comulgaba sin agresividad con los truenos, la lluvia, el mar y el viento. Eran voces agudas, más parecidas a las notas de una flauta que a creaciones de garganta humana.
Descubrió entonces algo azulado entre las olas. Brillaba y era translúcido, confuso como un color que hubiera cobrado viva propia, venciendo las Leyes del Cosmos. Lo siguió con la vista mientras se convertía en esplendor de ola y después en espuma, se definía y transformaba en un ser de bordes imprecisos. Cabalgaba sobre un caballo neblinoso y alado. El jinete cobraba formas femeninas; portaba una extraña armadura compuesta de una fantástica y brillante cota de mallas plateada y un yelmo gris repleto de suaves filigranas, que dejaba libre un rostro a veces cremoso y a veces dorado.
La valkiria desapareció bajo el mar y la mirada de Koll persistió varios latidos allá donde las olas se la habían tragado.
Koll se volvió hacia arriba y se perdió en un cielo negro y profundo. A pesar del agua que se le encharcaba sobre las pupilas no parpadeó, pues descubrió en él puntos luminosos que aullaban cantos estremecedores. Eran más seres espectrales, las Valkirias, las Hijas de Odín, montando sus caballos de luz. Empuñaban lanza y llevaban embrazado un escudo. Sus armaduras estaban hechas de diferentes metales preciosos, que esplendían de manera inédita en el mundo terrenal. Evolucionaban tan velozmente que sus largas melenas, sueltas o recogidas en trenzas, nunca tocaban sus espaldas.
Koll distinguió a una de ellas agarrando por el brazo derecho un cuerpo luminoso, como un jirón de claridad, con el vago aspecto de un guerrero; la dama estaba llevándose el alma de un compañero vikingo.
Un zarandeo especialmente enérgico del barco revolvió sus quebradas costillas dentro del amplio pecho y el dolor le dejó sin aliento. Cuando abrió los ojos ya no había valkirias en los cielos y el mundo en torno a sí le resultaba torpe y pesado. Se sentía como si durante varios instantes hubiera volado y de pronto volviera a estar sujeto al firme con cadenas de hierro. Sin embargo, aunque no las viera, estaba seguro de que ellas aún continuaban allí, llevándose los espíritus más valerosos hacia el Valhalla.
El palo mayor crujió, ominoso. Koll vio la punta caer desde lo alto. Cerró los ojos, esperando el golpe fatal, pero el maderamen fue desplazado por el viento hacía estribor y lo hizo desaparecer entre las olas.
El danés continuaba aún aferrado a la baranda de estribor, casi de rodillas, y todavía conservaba su espada. Quizá ellos dos fueran los últimos supervivientes de la debacle. Koll apretó las mandíbulas mientras clavaba sus ojos en él: debía conseguir aquel maldito acero.
Difícilmente, logró alzarse hasta quedar medio agachado, con el pecho apoyado en el palo mayor y los brazos rodeándolo. Le ardía la carne en la cual se le hincaban las costillas rotas, pero él tenía que levantarse y atravesar el corto espacio que le separaba del danés y arrancarle la espada de las manos.
Intentó no resbalar sobre el suelo encharcado al erguirse en pie, aún sujeto a la madera. Una ráfaga de viento brutal le golpeó por la espalda. Aquélla era su oportunidad.
Koll aulló el nombre de Odín y se soltó del palo. Impulsado por la onda de aire, medio corrió medio voló hacia estribor. Un trueno crujió en el cielo y Koll cayó estrepitosamente al suelo. El pecho se le deshizo en puro dolor. El barco oscilaba ahora hacia estribor y el vikingo, cegado por el sufrimiento, se deslizó sobre la madera, atravesando la alfombra de agua, espuma y sal.
La figura oscura del danés se le acercaba. Descubrió la diminuta claridad de sus ojos enloquecidos. Gritaba algo ininteligible bajo el aullido del viento y alzó su espada, sin soltarse de la baranda. Un relámpago iluminó sus facciones enloquecidas y airadas. Adelantó el arma hacia Koll y el acero desgarró el antebrazo derecho del vikingo desde el codo a la muñeca. La sangre bañó su mano helada, como un líquido más, y el filo cortó la palma, emergiendo por entre los dedos pulgar e índice. El nórdico, borracho de furia y rabia, se aferró al cuerpo rival y se levantó del suelo encharcado, propinando con el mismo movimiento un cabezazo en el rostro danés. Rió como un poseído, pues las valkirias cabalgaban de nuevo en torno a él, disputándose unas a otras el derecho de llevarse al guerrero más corajudo.
El danés cayó hacia atrás, semiaturdido, con los labios rotos y chorreando algo rojo que la lluvia borraba. Koll se aferró a él, como antes lo había hecho al palo mayor. Atrapó la mano diestra del enemigo e intentó arrebatarle la espada del puño. La mano herida le ardía en fuego y no podía utilizar los dedos dañados.
El danés se recobró y empujó a Koll, quien se afirmó sobre la baranda para no caer. Las valkirias gritaban su canción de guerra y gloria, ensordeciéndole, y una ola gigantesca se alzó sobre el barco.
De nuevo la vorágine, y al pronto se hallaban los dos guerreros bajo el mar, lejos del barco. Era aquél un mundo verdoso y fantasmal, animado por caprichosas tonalidades y profundos sonidos.
Descendieron, envueltos en una nube de burbujas, aferrando ambos la espada, intentando arrebatársela al otro por todos los medios. Koll, sintiendo los pulmones a punto de estallar, mordió en el cuello a su rival. Sus dientes encontraron una importante arteria y, al reventarla, la sangre ascendió en forma de oscuros y rítmicos hongos. El danés, entonces, abrió mucho sus ojos helados y se llevó las manos a la garganta por la que se le escapaba la vida. Así, finalmente, soltó la espada.
El arma cayó hacia el fondo, dibujando una trayectoria recta y un giro sobre sí misma en espiral.
Koll clavó en ella su nublada vista. Sentía que perdía las fuerzas, pero abandonó al enemigo y se impulsó con los pies hacia abajo, dando vigorosas y agónicas patadas. Cuando sus dedos rozaban el mango sintió que sus pulmones reventaban y el aire se le escapaba, sanguinolento, por la nariz y la boca. El mundo se oscureció y abrió la boca en un amargo sollozo, por fracasar tras el roce de la victoria.
Experimentó un súbito y violento tirón. Vio su propio cuerpo alejarse hacia el fondo del océano, lacio y pesado, persiguiendo, ya sin vida, la espada, aún con la mano rozando el puño que se le escapaba.
Se sentía increíblemente ligero y pletórico de energías. Miró hacia arriba y vio una forma brillante, una mata de cabello dorado, una armadura plateada y azul que destellaba con reflejos antes imposibles, ahora ineludibles. Era una valkiria. Los dedos del ser le tenían aferrado por la nuca, sin causarle daño alguno. El caballo alado que los llevaba a ambos parecía hecho de oro y ámbar.
Koll se observó: estaba desnudo y su piel brillaba suavemente, como la gelatina bajo la luz de una vela. Tenía el cuerpo limpio de mugre y heridas. De hecho, jamás había experimentado aquella plenitud. Abrió y cerró las manos, sonriendo mientras los pececillos las atravesaban con indiferencia. Era un espectro, un ánima separada del físico muerto, y aquella convicción le llevó a reír como un niño.
La superficie se les acercó velozmente. De pronto se hallaron en el exterior del mar. Cuando Koll miró hacia abajo, contempló hundirse definitivamente los dos barcos en el océano embravecido.
Escuchó con increíble nitidez el crujir del trueno, el siseo de la lluvia y el ulular del viento. La luz de un relámpago le encegueció.
Al abrir los ojos, habían dejado atrás las nubes tormentosas. El cielo se les presentaba infinito, estrellado, límpido y glorioso. Brisas heladas traspasaron a Koll y a la valkiria, quien entonaba una canción triste y hermosa.
El aire se espesó, la realidad cobró densidad y se retorció como una maraña de serpientes. Aparecieron extraños colores de apariencia líquida que se arrastraban y difundían unos sobre otros, creando nuevas y fantásticas tonalidades.
Koll abrió la boca para hablar y se sorprendió cuando su propia voz pareció surgir de todas partes y de ninguna, llenando el Universo con su tono grave y sereno:
“Dónde nos hallamos, bella dama? ¿A dónde me llevas?”
La valkiria le miró con ojos color rubí.
“Estamos traspasando los portales entre los mundos, guerrero. Aún hemos de cruzar Tres Regiones más. Entonces, llegaremos al País del Valhalla.
Koll de nuevo iba a preguntar, pero los colores desaparecieron súbitamente, como animalillos asustados por una terrible bestia. Volaban sobre un Universo en el que sólo existían el blanco y negro. Diferentes tonalidades de ellos dos servían para dar forma a los habitantes de aquel lugar, hombres y mujeres achaparrados que caminaban sobre la superficie de un inacabable y fangoso mar.
Koll se miró una mano y vio que ésta era de color gris brillante. Tan sólo la valkiria y su caballo alado rompían la brutal monotonía con sus tonos dorado, azul y plata.
Ascendieron hasta encontrar una infinita bóveda cristalina, que atravesaron raudamente, sin dañar en absoluto su frágil vidrio. Koll comprendió que entraban en la segunda de las tres Regiones a las que antes se refiriera la valkiria.
Era un Cosmos helado, un desierto de nieve y escarcha sin fin. Fantasmales y curvilíneos icebergs se alzaban sobre un mar blancuzco, de sólida consistencia. Koll divisó unas figuras toscas y nervudas que les miraban y alzaban sus mazas y hachas hostilmente.
La valkiria se volvió hacia Koll y, aunque no abrió sus labios, o lo hizo tan suavemente que parecieron cerrados, su voz reinó sobre el helado silencio:
“Éste es el mundo de los Trolls, los Enanos y las Bestias del Hielo, todos bajo la sombra de su padre Ymir. Pelearon contra Nuestro Señor Odín y sus huestes asgardianas cuando los habitantes de este País intentaron invadir una Región que no les correspondía.
Los Enanos ascendían como montañas cristalinas y les aullaban huracanes. De sus barbas colgaban los glaciares y de sus grotescos labios se desprendían avalanchas. Poseían ojos intensamente azules, sin pupilas. Sus narices eran picachos, sus cejas cordilleras, sus poderosos músculos montes y valles sobre los que se trotaban aterrorizadas manadas de lobos, osos y ciervos.
Pero los Enanos, a pesar de sus estruendos y sus amenazas que alzaban tormentas de nieve, no pudieron alcanzarlos.
Les dejaron atrás y se enfrentaron a una espesa barrera de nieblas. Atravesaron el banco algodonoso y entonces observó el vikingo otro mundo, una Región en la que había bosques de extraños árboles y desiertos que no eran de hielo o arena. Por todas partes descubría hombres, mujeres, niños y ancianos que emitían un débil fulgor. Andaban cansinamente, con la cabeza baja. Se dirigían en grandes filas hacia distintas direcciones, de manera al parecer caótica.
Koll preguntó.
“¿Quiénes son?”
“Almas perdidas. Están atrapadas entre la Vida y la Muerte. Dejaron tareas sin cumplir o se marcharon a destiempo. Nadie sabe lo que ocurre con ellos. Andan y andan, mendigando un destino en esta Tierra de Nadie.
Koll sintió profunda tristeza al contemplarlos, pues todo en ellos rezumaba desesperación.
La valkiria advirtió.
“Y ahora, cuidado. Pronto llegarás al Umbral del siguiente País y habrás de soportar la mirada de Hela, Señora de Todos los Finales. Si le complace lo que ve te dejará pasar a la siguiente existencia. Si no, quedarás atrapado con ellos en este mundo” Señaló a los espectros del suelo. “Extrae todo tu valor, guerrero, incluso el que no poseas”
Koll miró hacia el frente y su vista topó con un espeso muro de opacidad que se les acercaba.
Lo traspasaron. Entonces, el Miedo agarró al vikingo con puño de hierro.
Era aquél un mundo oscuro y tenebroso. No había más que calaveras y osamentas, figuras de ceniza, cementerios y túmulos. Columnas de negro humo se alzaban desde braseros herrumbrosos, dibujando monstruos de crueldad infinita. Mas, si espantosa eran aquellas criaturas y sus circunstancias, más insoportable resultaba descubrir que todas ellas eran partes de un gran y único conjunto, pinceladas del mismo lienzo: cada pedazo de negrura y cada criatura de pesadilla se conjugaba con las más cercanas y juntas, infinitas, creaban la eterna faz de Hela, Señora de lo Muerto.
Koll procuró escapar de aquella enloquecedora visión, pero en sus manos, en las calaveras, en las aceitosas volutas e incluso en las escamas de la cota de mallas de la valkiria se dibujaba el diminuto rostro de la muerte, como los reflejos de una efigie majestuosa y vesánica que dominara cada pedazo de aquella realidad. Koll trató de aguantar esta presión titánica, pero sollozó, desesperado. El temor se transformó en pánico sucio y pegajoso que le impedía pensar. Deseaba aullar, correr, volar, escapar de aquel espanto ávido y chillón. Pero no podía. Y no debía. Agónicamente, buscó en su interior la fuerza necesaria. A pesar de no creer poseerla, la halló.
Entonces, el Rostro de la Muerte se difuminó. Su presencia ya no era manifiesta en cada sombra y cada luz.
Koll y la valkiria habían penetrado en un mundo brillante, cuya blancura se desparramaba sin frontera. Hela había quedado lejos, Koll había superado la prueba de la Señora Oscura y cruzado el Umbral de lo Muerto.
Ahora, estaba en el Más Allá.
Miró a la valkiria, quien guardaba silencio. La luz iluminaba sus facciones, confiriéndole hermosura y nobleza. También Koll se sentía de algún modo más fuerte y sereno.
Continuaron galopando en el Mar de Luz. Divisaron, lejana, una nube oscura y zumbante. El vikingo se interesó.
“¿Qué es aquéllo?”
“Los enemigos del Valhalla, criaturas malignas y amantes de la tiniebla. Quieren conquistar este mundo y hacerlo suyo. Llegaron desde el Averno de Surtur, ejército tras ejército, horda tras horda, y emprendieron una guerra interminable. El deber de los guerreros del Valhalla es contenerlos y vencerlos en incontables batallas.
Koll clavó sus inmateriales ojos en el enjambre que se les aproximaba. El color de los seres oscilaba entre el ocre y el rojo y sus cuerpos parecían cubiertos de una carne húmeda y arcillosa. Aunque albergaban cierta consistencia, no guardaban estabilidad, ya que los brazos, las piernas, los tentáculos y los ojos aparecían y desaparecían vertiginosamente sobre cada musculoso cuerpo. Todos ellos formaban una sola unidad que se desgajaba arrítmica y caprichosamente. En la tormenta de formas, los rostros sonreían de manera avariciosa, mirándolo todo con ojos saltones, y entre los labios abultados aparecían hileras de finos y afilados colmillos y lenguas que lascivas culebreaban.
La valkiria espoleó a su caballo alado. El corcel galopaba y volaba raudo hacia la nube de espectros, que a su vez también parecían desear la lucha. Rugían excitados y se relamían las grotescas bocas.
La valkiria colocó el escudo circular en su brazo izquierdo y con la diestra desenvainó su espada, forjada en metal que suavemente brillaba en tonos helados. La mujer guerrera cantó una canción que haría pedazos los corazones de los valientes y cargó sobre la muchedumbre.
Su espada zumbó en todas direcciones, rajando y aplastando los cuerpos de pesadilla. Aquellos cadáveres se deshacían entre nubes de pegajoso y oscuro humo que tardaban en desaparecer, como una suerte de ríos de melaza negruzca impulsados en caprichosas direcciones. Los demonios intentaban atrapar y acuchillar a la valkiria con sus afiladas garras, pero ella se defendía de los lances con el escudo y contraatacaba utilizando su letal acero.
Koll, a su lado, sobre la grupa de la montura, quiso también luchar, sintiendo de nuevo la furia del combate.
Un demonio se le echó encima y el vikingo sintió que aquella cosa lo empujaba hacia abajo y lo engullía. Le pareció estar bajo aguas, atrapado por los tentáculos de una bestia que deseara arrastrarle hasta su remota guarida. El ser gruñía y mugía espeluznantemente, y aquellos sonidos se escuchaban, como todos los del Más Allá, no en los tímpanos, sino dentro de la mente. Sin saber cómo, por puro instinto, Koll peleó y se debatió contra la bestia, vomitando rabia y coraje.

De repente, estaba en el centro de una nubecilla fungosa que se deshacía en hilachas de un sucio escarlata. Sentía exultación, pues había vencido. Vio deshacerse poco a poco los restos de los cadáveres enemigos. La valkiria daba cuenta de los supervivientes. Incluso el caballo alado peleaba, aplastando a los espectros bajo los cascos. Los pocos monstruos que aún conservaban la vida huyeron en desbandada y la valkiria cesó su escalofriante canto de batalla.
Se acercó a Koll, llevando al trote a su inquieto caballo mientras envainaba la espada.
“Hemos ganado. Pero volverán. Si entras en el Valhalla, tu cometido será detenerlos una vez y otra, incansablemente”
Koll montó de nuevo sobre la grupa del corcel y asintió en silencio. Su rostro etéreo había tomado una expresión grave. Comenzaba a sentirse parte de aquel extraño universo.
Siguieron cabalgando en la blancura inacabable durante fugaces eternidades. En un instante determinado, descubrieron una lejana y grandiosa batalla.
Un ejército estaba formado por aquel tipo de obscenas criaturas contra las que habían peleado y en el otro militaban fornidos hombres, enfundados en recias armaduras, que portaban hachas y espadas fantásticas. Había miles por cada bando.
La valkiria les señaló.
“Ahí los tienes: los Defensores del Valhalla. Ése es su sino: luchar sin descanso hasta caer o aplastar al enemigo”
“¿Quién ganará esta guerra?”
“Nadie. Es una lucha eterna. Lo que se busca es no perder”
La valkiria miró hacia el frente, entrecerrando los ojos, reflexiva, como rememorando sucesos lejanos.
“Hubo una época en que los Dioses Oscuros, aconsejados por El Señor de las Mentiras, El Ardiente, El Huido, Loki El Perverso, intentaron apoderarse de las Regiones Elevadas e incluso conquistar Asgard, el Reino de Luz. Fue entonces cuando Ymir y sus hijos se aliaron con los demonios de Surtur e innumerables y enloquecedoras criaturas se enfrentaron a los guerreros del Valhalla y los Países Superiores. Incluso Nuestro Señor Odín intervino en la lucha, comandando a su pléyade de Inmortales, a la vanguardia de los cuales marchaba Thor, El Tronante, de barba y melena rojas y ojos devastadores, empuñando su martillo Mjolnir. Fue una guerra corta pero devastadora. Las huestes del Submundo resultaron vencidas y retornaron, masacradas, a sus mundos de origen. Pero siguen atacando, aún cuando saben que perderán en el momento final. Es el Destino, que gobierna a hombres y dioses, el que ha impuesto esta lucha interminable.
“¿A dónde van las almas de quienes mueren en la lucha a favor o en contra del Valhalla?”
“Eso nosotros no lo sabemos. Quizá pasen a otras Regiones, superiores o inferiores. El camino de un espíritu no tiene fin, ni siquiera los dioses pueden librarse del infinito viaje de sus ánimas en busca de algo por lo que peleamos y sufrimos pero sólo llegamos a intuir.
Tras las enigmáticas sentencias, Koll guardó de nuevo un reflexivo silencio.
Observó la lejana muchedumbre. El brillo de los guerreros contrastaba con la oscura y terrosa piel de los demonios. Morían a decenas, tanto en un bando como en otro, y sus cuerpos se convertían en niebla fungosa.
La valkiria se apresuró.
“Vámonos. Dejémosles a ellos con sus asuntos, que nosotros hemos de concentrarnos en los nuestros.
Cabalgaron y cabalgaron hasta descubrir una lejana esfera. A medida que se aproximaban, su superficie dejó de ovalarse y se transformó por fin en un plano e infinito muro que refulgía con el oro y el bronce en que había sido construido. La pared se hallaba enteramente cubierta por relieves que mostraban escenas de gestas y aventuras, entierros solemnes, coronaciones, bodas y banquetes.
Koll escuchó la voz de su guía.
“Tras este muro se encuentra el Valhalla. Mi cometido acaba aquí. Ahora, Los Que Contemplan y Deciden deberán juzgar si eres digno o no de penetrar en esta morada”
Koll frunció el ceño, preocupado.
“Pero no morí empuñando arma alguna. Quizá no me permitan entrar”
“De cualquier modo, has de permanecer aquí hasta que el Guardián de las Puertas del Valhalla te diga cómo debes proceder. ¡Adiós, guerrero, y que el Triunfo te acompañe adonde quiera que vayas! Nunca dejes huír al valor, porque ése ha sido y será el corcel que más rápido y lejos te conducirá”
Koll se despidió de la bella dama. La valkiria espoleó a su montura y cabalgó hasta convertirse en un punto lejano y por último desaparecer, quizá en busca de otros guerreros valientes a punto de abandonar la vida terrenal.
El vikingo quedóse mirando el muro infinito, hipnotizado por los detallados y hermosos relieves que lo adornaban.
De pronto, aquellos dibujos se movieron, culebreando como con vida propia. El metal se deshizo y fluyó tal que un líquido, dibujando frente a Koll un portal gigantesco cuyos lados medirían, tal vez, más de trescientos pies. Dos puertas de un extraño metal plateado cerraban la entrada.
Una de las hojas se abrió, sin producir sonido alguno, y Koll atisbó por la estrecha abertura el interior del Valhalla…
…Vio mares verdosos e indómitos en los que navegaban majestuosos y rápidos barcos. Vio montañas blancas y fiordos de belleza turbadora, primaverales bosques donde abundaban las bestias salvajes y praderas de fresco y verde césped en las que hombres y mujeres desnudos cantaban, reían, hacían el amor y conversaban mientras la brisa acariciaba sus cabellos. Vio compañeros de batalla apurando los cuernos de cerveza e hidromiel, narrando y escuchando sus aventuras y hazañas…
Aquellas imágenes llenaban su mente. En ellas, todo ser del Valhalla, vivo o inerte, poseía una consistencia y una firmeza ajenas a las cosas del mundo terrenal. Al mismo tiempo, una serena fuerza persistía en el aire, llenando al espectador de gozo y asombro.
Koll entendió entonces por qué los demonios de las Profundidades deseaban conquistar aquellas tierras. El Valhalla rompía y robaba el corazón de quien lo contemplara, despertando en el observador el deseo de volver una y otra vez, por muy lejos que se hallara.
Las puertas se cerraron y frente a Koll había un gigante. Al vikingo le dio la impresión de que había permanecido ahí durante mucho tiempo, confundido con el fondo de las imágenes y los relieves broncíneos. El coloso le aventajaba en tres cabezas de altura. Tenía un cuerpo robusto y poderoso y su porte rezumaba decisión y orgullo. Vestía una majestuosa armadura de colores plata y oro. Apoyaba sus dos manos enguantadas en una espada de hoja recta, ancha y larga. Bajo el yelmo adornado con afiladísimos cuernos sus rasgos eran firmes y rectos. Lucía barba dorada y sus fríos ojos azules no tenían edad.
Su voz tronó en la vastedad.
“¿Quién eres y qué quieres, hombre?”
A pesar de la ansiedad, Koll respondió con aplomo.
“Me llamo Koll, hijo de Edric, hijo de Munsen. Fui un guerrero vikingo en la Otra Vida. Quiero unirme a los Defensores del Valhalla, pelear con ellos en sus batallas y triunfar o morir por este sagrado lugar”
El gigante le miró fijamente con sus helados y severos ojos azules. Koll hubo de hacer esfuerzos para no apartar la vista. Se sentía desvalido ante aquella figura terrible, pero recordó lo que le dijera la valkiria: “No dejes huír al valor, pues éste ha sido y será el corcel que más rápido y lejos te lleve”.
Decidió hincar espuelas a tan brioso caballo y alzó su blancuzca barbilla, altivo.
“¿Y bien, noble guardián? Estoy esperando tu respuesta”
Por los ojos del gigante cruzó un relámpago de furia y Koll experimentó terror. Le pareció hallarse ante una sólida montaña que en cualquier momento podía desplomarse entera sobre su cabeza. El Guardián contestó.
“Cuida tus palabras, hombre Eres osado y en el Valhalla admiramos esa cualidad. También moriste en lid, lo cual te honra. Pero, cuando llegó tu hora no empuñabas el glorioso acero y eso dificulta tu bienvenida al Valhalla. Deberás superar una prueba para entrar en esta morada.
“Dime qué he de hacer, Guardián, y empeñaré en tal tarea hasta la última onza de coraje y decisión”
“Koll, hijo de Edric, habrás de encontrar la Grieta que conduce a los dominios de Surtur el Maligno. Una vez dentro de ella, deberás tomar un objeto de gran valor y traerlo aquí. Sí lo consigues pertenecerás al Valhalla y el Valhalla te pertenecerá. Si no, pasarás el resto de esta Existencia sirviendo al Averno y la Oscuridad.
“¿Y qué objeto es ése que debo traer? ¿Cómo podré llegar a esa Grieta?”
“No te contestaré a eso. Habrás de averiguar tú solo las respuestas, pues ellas también forman parte de la prueba. Sólo esto te revelaré: la solución tienes que buscarla en tu interior. Y cesa de preguntar. La calidad de tu deseo y tu valor decidirán el resultado de la prueba.
Koll asintió gravemente.
“Guardián del Valhalla, cumpliré mi cometido o sucumbiré en el intento. Nos veremos antes de lo que esperas… ¡Me despido de ti!”
El gigante asintió en silencio. Su figura se tornó borrosa, desapareciendo finalmente. Tras de él, las Puertas se deshicieron en un torrente de acero y bronce, volviendo a convertirse en parte del infinito muro.
La mirada de Koll encontró como por casualidad un relieve en el que se veía a sí mismo hablando con el Guardián. Comprendió que los inacabables dibujos mostraban todos los sucesos, trascendentes o banales, acontecidos en torno al mítico Reino. En aquel muro estaba escrita la Historia del Valhalla Aunque maravillado, se obligó a concentrarse en su misión: debía comenzar una búsqueda imposible. Sus posibilidades de victoria eran pocas, pero estaba dispuesto a esforzarse y no someterse jamás a la desesperación. Se desplazó, flotando ligeramente en aquel mar de blancura. Moverse en él era como atravesar un suave fluido. A medida que se alejaba del gran muro éste fue curvándose hasta formar una esfera más y más pequeña. Por fin, quedó solo en la blancura sin fin. Avanzaba hacia ninguna parte, buscando aquella gran Grieta de la que le hablara el Guardián.
Descubrió una confusa mancha que iba cobrando tamaño paulatinamente. Aquéllo que se le acercaba a gran velocidad era un grupo de criaturas monstruosas, parecidas a las que combatiera junto a la valkiria. Contó al menos cinco de estos horrendos y rojizos seres, mas su número a veces se reducía o aumentaba al unirse y separarse sus cuerpos de manera caprichosa.
Koll sintió miedo. Estaba desnudo y desarmado y ellos eran mayoría, parecían poderosos y ágiles y poseían garras y colmillos afilados. Sintió la necesidad de huír, pero, comprendiendo que no tendría escapatoria al ser sus rivales más rápidos, decidió pelear hasta perecer, fuera cual fuese la forma de morir en este extraño mundo.
Cerró contra la jauría. Un latido antes del choque su carne azulada y translúcida devino cota de mallas, yelmo y botas. Una sección de su antebrazo izquierdo se expandió hasta conformar un bello y sólido escudo circular y de la palma de su diestra surgió una recta espada de brillante acero.
El guerrero, con un brutal rugido, los encontró lleno de una energía sobrehumana, la fuerza nacida del puro y ciego valor. Peleó como un enloquecido, repartiendo espantosos tajos que destrozaban las inmateriales criaturas, empujándolas con el escudo, resistiendo sus latigazos, arañazos y dentelladas, descargando el vigor de unos músculos imposibles, notando tronar la inmaterial sangre en sus sienes. Las criaturas chillaron y se deshicieron bajo el brillante zumbar de la espada.
Pronto, sólo quedó uno de ellos con vida, un ser globoso con más de tres ojos en su orondo rostro y brazos tentaculares. Koll lo aferró del cuello cuando el demonio ya huía. Su carne resultaba húmeda y algodonosa, dotada de cierta solidez. El vikingo apoyó la punta de la espada en la barriga del ser, conteniéndose para no atravesarlo. Experimentaba un odio inexpugnable hacia aquella raza de abominaciones. Sus ojos despedían chispas y su rostro bajo el yelmo estaba contraído por la ira.
“¡Condúceme hasta la Grieta, demonio!”
El pánico del monstruo cedió y rompió a reír, agudo y burlón.
“Como desees, estúpido. En la Grieta esperan mis hermanos, las huestes de Surtur. No podrás escapar de ellos y tu destino será tan horrible que suplicarás mil veces por que te demos un rápido final, y además renegarás otras tantas del Valhalla y sus moradores.
Koll sintió que su cólera crecía, pero contuvo el brazo.
“¡Vamos hacia ese lugar!”
“Antes, has de jurarme que, una vez allí, respetarás mi vida y me dejarás huír en paz”
“Y tú jurarás no descubrir mi presencia a tus amos una vez te libere”
El demonio se carcajeó.
“¡Claro que lo juro! ¡Por supuesto! ¡Puedes confiar en mí!”
Aquel mezquino y grotesco ente no respetaría su parte del trato y Koll lo sabía. Aún así, él sí mantendría su palabra.
“Yo juro soltarte al llegar a la Grieta, sin causarte antes daño alguno”
El demonio rió de nuevo, pero la mirada de su captor le ordenó callar. La punta de la espada lo obligó a avanzar y se pusieron en movimiento.
Flotaron en la Nada durante algún tiempo, siempre guiando el monstruo, echando mano de un espectral sentido de la orientación.
Pronto descubrieron en la lejanía las huestes de Surtur.
Eran gárgolas, grifos, dragones, krakens, demonios, trolls y mil y una especies más de criaturas horrendas, que avanzaban como mares rojizos o enjambres de insectos compulsivos. Observándolos desde la distancia, Koll experimentó una profunda repugnancia: había algo ciertamente obsceno, cruel y malicioso en tales seres. El vikingo los imaginó como legiones de gusanos dispuestos a penetrar una manzana fresca y brillante e incubar en ella sus huevos hasta pudrirla por completo.
Pronto divisaron la Gran Grieta. Al principio, sólo fue una línea lejana. Después, Koll quedó asombrado de aquella gigantesca cuchillada en el tejido de la Realidad. Era la Grieta un amplio y sucio desgarro, una puerta abierta a los predios de Surtur. Por ella surgían, como mareas hambrientas, mareas demoníacas. La locura correteó en la mente de Koll. Debió emplear toda su fuerza de voluntad para no huír despavorido ante aquel espectáculo.
El demonio que le había guiado se buró de sus temores.
“Es un hermoso panorama, ¿verdad, hombrecillo?”
Koll no contestó, absorto en su tarea. Había de entrar en la Grieta y buscar un objeto de gran valor que él mismo desconocía. Pero estaba aún lejos de ella e intuía que, si se acercaba más, las huestes infernales terminarían por descubrirlo. Debía encontrar la manera de pasar desapercibido entre ellos.
Cuando ya comenzaba a flaquear su resolución, miró fijamente al gordo demonio que lo había acompañado hasta el momento y se le ocurrió una idea.
“Me llevarás en tu interior. Tu carne es algodonosa y puede albergarme, como si fueses un gran saco. Así, tus congéneres no repararán en mí cuando pase a su lado”
“No… ¡No puedes!”
Koll le pinchó ligeramente la rojiza y arcillosa garganta con la punta de la espada.
“Sí puedo. Y lo haré. Si tratas expulsarme o descubrir mi presencia te juro que desenvainaré mi espada y te rajaré de dentro a afuera. Mas, si obedeces mis órdenes te liberare una vez haya encontrado lo que vine a buscar, como antes prometí”
Sin esperar respuesta, Koll guardó su espada en la vaina y atravesó la piel del monstruo. Experimentó asco por hallarse dentro del demonio, tal que si se hubiera zambullido en una roja gelatina. El cuerpo del espectro resultaba ligeramente translúcido y, aunque le escondería de las miradas ajenas, Koll lograba contemplar lo que ocurría en el exterior.
El vikingo refirió sus secas órdenes.
“¡Muévete en la dirección que yo te diga! ¡Y no hagas nada sospechoso o por Odín Sagrado que te atravesaré con mi espada y de ti no quedará más que oscura inmundicia!”
Así, avanzando uno dentro del otro, pasaron entre las hordas infernales. Los horrendos soldados casi no se fijaron en el pequeño demonio, aunque varios capitanes, terribles guerreros enfundados en pavorosas armaduras, arengaban al espectro para que se uniera a sus compañeros de armas.
Lograron escabullirse hasta llegar al borde de la Grieta. Al mirar hacia el abismo, Koll experimentó vértigo y horror, pues en la profundidad brillaban los enloquecedores fuegos del Averno. Mas, conteniendo el pánico a duras penas, comen­zaron a descender por las empinadas laderas de aquel terreno seco y ocre. Al poco, su asco creció al comprender que aquellas imposibles paredes eran sangre solidificada.
Evitaron una y otra vez a los ejércitos interminables que surgían del Otro Mundo. Koll buscaba con desesperación, más no hallaba ningún objeto que interpretara de gran valor.
Súbitamente, y al parecer sin una razón concreta, el demonio que le escondía echó a correr, chillando de manera histérica.
“¡Está aquí! ¡Dentro de mí! ¡Un enemigo de los nuestros! ¡Un rival de Surtur! ¡Un Defensor del Valhalla!”
Koll quedó al descubierto y ni siquiera pudo atrapar al traicionero ser antes de que éste huyera definitivamente. Alzó su espada, dispuesto a luchar hasta el final.
El que fuera hasta entonces su guía continuaba burlándose de él, a prudencial distancia, mientras comenzaban a llegar decenas y decenas de otras criaturas infernales, movidas por la alarma y la curiosidad.
“¡Prepárate para el tormento, pobre necio! ¿Acaso pensaste que yo mantendría mi palabra?”
Una pesadilla de escamosa piel, animada por gruesos músculos, agarró el cuello del pequeño demonio.
“¡Tú lo has traído hasta aquí, estúpido!”
El pequeño diablo se retorcía bajo él, aterrorizado y servil.
“¡Mi señor, él me obligó! ¡No pude hacer otra cosa!”
Desdeñosamente, la imponente criatura golpeó y su lanza atravesó el rechoncho cuerpo, que pronto se deshizo en espesa humareda.
El guerrero vesánico, al menos el doble de alto que Koll, se acercó al vikingo con la lanza en una mano y un hacha de doble filo en la otra. Sonreía rabiosamente.
“Un Defensor del Valhalla… Estás muy lejos de tu Reino, guerrero. Demasiado lejos”
Koll no respondió y, cuando su enemigo cerró con un rugido, aguantó a duras penas el hendiente protegiéndose con el escudo. Su espada desgarró el costado del rival. Por todo lamento, el monstruo lanzó una carcajada. La lanza traspasó la pierna izquierda del vikingo. Koll aulló con su imposible voz y, loco de furia y dolor, clavó su espada en la garganta del monstruo, que, entre gritos de sufrimiento y pánico, se deshizo como líquido verdoso y fétido.
Koll extrajo la lanza de su miembro herido, que sangraba un humor brillante. Cojeando, trató de escapar.
Pero, descubierta su posición, numerosos grupos de enemigos continuaban aproximándosele, mugiendo y silbando de satisfacción por haber descubierto tan valiosa presa.
Koll seguía retrocediendo, mas se le aparecía claramente que en poco tiempo sus antagonistas lo rodearían por completo y le destrozarían rápidamente, en el mejor de los casos. En aquellos ámbitos infernales ya no lograba desplazarse al vuelo, así que caminaba sobre estrechas cornisas y empinadas laderas, no resbalando de puro milagro. Si ello ocurriera se precipitaría al fondo del abismo, donde le esperaban aquellas horribles llamas que chisporroteaban con vida propia.
Una criatura de aspecto casi humano se le acercaba por su diestra, hollando la misma cornisa en que él estaba. El ser vestía co­ta de mallas, casco adornado con cuernos, botas de algo parecido al cuero y una túnica corta cuya forma y dibujos recordó a Koll los del pueblo vikingo. Enarbolaba en su cadavérica mano una espada lar­ga y recta. Su rostro mostraba el tono de la ceniza y se estiraba, tan delgado que el reseco pellejo contorneaba los huesos. Del mentón y la coronilla colgaban varios mechones de pelo en resecas hilachas. Los ojos de la criatura eran totalmente opacos y había en ellos cierta y sucia maldad.
Su voz ronca y profunda raspó la mente del vikingo.
“¿No me recuerdas, Koll?”
El aludido le observó con mayor atención. El horror subió por su garganta como una gorda araña que pugnara por escapar a través de su boca y le impidió contestar. El hombre cadavérico retomó la iniciativa.
“Soy Grimmur, aquél con quien com­partieras juegos de infancia, en nuestra Escandinavia natal.
Grimmur había dejado el mundo terrenal dos años antes que Koll, en una incursión contra los irlandeses. Fueron buenos amigos desde niños, casi hermanos, y Koll no pudo reprimir las lágrimas durante su entierro.
Al fin, Koll salió del estupor.
“¡No es posible! ¡Tú deberías luchar con los Defensores del Valhalla, no del lado de sus enemigos! ¡Mereces un destino mejor!”
“Llevas razón, antiguo amigo, pero en una batalla los ser­vidores de Surtur y Loki me atraparon y esclavizaron mi espíri­tu. Ahora, me veo obligado a pelear contra alguien a quien amé como a mi propio hermano. Mas no puedo evitarlo… ¡Defiéndete!”
Soltó una aguda y amarga carcajada y, demostrando una fuerza y una agilidad sorprendentes, lanzó un revés a dos manos que su contrincante paró con el escudo.
Koll no deseaba pelear contra Grimmur, o contra el recuerdo de Grimmur, pero al fin, entendiendo que no le quedaría otra salida, endureció su corazón y atacó.
Los muchos demonios y monstruos congregados alrededor del combate les arengaban, burlándose de ellos con voces odiosas. Koll, aunque debilitado a causa de su herida en la pierna, peleó con rabia, resistiendo la furia enemiga en principio, hasta volver las tornas a fuerza de enérgicos y rabiosos tajos y obligando a Grimmur a retroceder. Al fin, ensartó su espada en el pecho del antiguo amigo. Grimmur soltó un leve quejido y se precipitó al abismo, donde fue engullido por las llamas y el magma. Koll, empuñando aún la espada ensangrentada, le contempló desaparecer entre el fuego. Airado y entristecido, se encaró con las pesadillas que le rodeaban, dispuesto a sostener su última y absolutamente desesperada batalla.
“¡Demonios! ¡Venid por mí! ¡Nadie cantará mi final, pero, aquí, a las Puertas del Infierno, probaréis el acero del Valhalla!”
La muchedumbre se le acercaba, descolgándose o deslizándose por la cuesta, y tan bravo parecía aquel guerrero que nin­guno osaba comenzar el combate.
Koll se fijó en que algo brillaba en el vacío bajo él. Era un destello metálico que había aparecido de la nada durante los latidos anteriores. Lo reconoció como la espada del da­nés, aquélla que perdió en el fondo del mar un instante antes de morir. Muy lentamente, el arma bajaba girando y girando sin cesar, directa hacia los abismos de Surtur y su compañero Loki, Príncipe de las Mentiras.
Quiso de nuevo apoderarse de ella. Si se lanzaba tras el arma caería directamente al Averno, donde le espera­ban tormentos mil, no el menor de entre ellos la devastación del alma, como sufriera el desgraciado Grimmur. Mas, si elegía resistir allí, luchando contra los monstruos, tal vez encontrara un rápido y glorioso final.
Luchó contra el miedo y las corrosivas dudas. Y, gritando el nombre de Odín, se lanzó al precipicio.
Bajaba hacia la espada velozmente y a medida que se acercaba al codiciado arma el abismo iba transformándose en otro tipo de profundidad, esmeraldina y confusa. El fondo del mar tormentoso…
…Se sumergía para agarrar el acero, pataleando furiosamente en las aguas heladas. La sangre escapaba por su mano destrozada, las costillas se le hincaban en la carne, los pulmones buscaban un aire que no llegaba. Ante él, la espada continuaba bajando lenta, lenta, lentamente, siempre lejana. Sus dedos casi rozaban el puño del arma. La vista se le nubló, mientras sentía el pecho como atravesado por afiladas cuchillas. De nuevo se le escaparía el arma. Sacando fuerzas de no supo dónde, se impulsó en un último golpe de sus piernas y estiró su cuerpo y su brazo. Abrió la boca en un grito rabioso y el agua inundó su garganta, su estómago. La mano se cerró en torno a la empuñadura, aferrándola con fuerza en el momento en que sus pulmones, al fin, reventaron.
El vikingo había atrapado la espada.
El agua oscureció y tomó cuerpo, hasta convertirse en paredes de terrosa sangre seca. Koll, Defensor del Valhalla, se sintió lleno de energía. El arma, corno si poseyera vida propia, tiró de él, hacia arriba, hasta sacarle de la Grieta.
Pronto ésta se encontraba muy lejos y Koll continuaba viajando, impul­sado por la espada.
Las hordas y ejércitos demoníacos le perseguían, ardiendo en furia. Enjambres de horrores sin nombre iban tras de él, alzándose sobre su cabeza como la gigantesca ola que está a punto de engullir el frágil barco.
Koll deseó ganar rapidez, así que la sangre blancuzca de su pierna se transformó en un pardo y fuerte caballo del cual tomó las riendas con firme pulso. El corcel relinchó salvajemente y sus potentes patas redoblaron la velocidad de la huída.
Sin embargo, las garras de la vanguardia enemiga ya rozaban la cola del corcel y Koll podía sentir su fétido aliento en la espalda. Se volvió y vio que la muchedumbre se unía hasta formar un gigantesco gusano oscuro que abría sus fauces para atraparle. Espoleó a su caballo, pues ya divisaba, lejano, el mítico Valhalla. También descubrió una legión de sus guerreros aproximándosele.
La serpiente a su espalda chilló de rabia y miedo y se desintegró en mil cuerpos más pequeños que enarbolaban frías y negras espadas.
Los ejércitos chocaron en medio de la Nada como dos olas fu­riosas, conformando un mar de metal, furia y sangre. El vacío se llenó con el sonido del acero y los gritos de los combatientes.
Koll continuó cabalgando, pues aún debía entregar el objeto buscado y encontrado al Guardián del Valhalla.
Pronto se halló frente a él. Bajó del caballo, que se difu­minó en una blanca nube, y, arrodillándose con dificultad, le en­tregó la espada.
“Aquí está, mi señor, lo que me ordenaste hallar. Te lo entrego con todo mi orgullo y toda mi humildad”
El Guardián recogió el arma y la guardó en una vaina de oro, asintiendo, complacido.
“Ahora has venido armado hasta las Puertas del Valhalla, tras llevar a cabo además una gesta que vivirá por siempre en los sueños de los valientes. Entra en el Valhalla. Disfruta de él y hónralo. Tuyo es el privilegio, tuyo el deber”
Las Puertas se abrieron y la Luz cayó sobre Koll, quien contemplaba el Umbral con el semblante severo y los ojos llenos de gloria.
Atravesando nubes de sangre, heridos, exhaustos y victoriosos, llegaron las huestes que asistieran a Koll, pues una vez que al guerrero se le aceptaba como un igual, resultaba intolerable abandonarlo en medio del peligro.
Penetraron en el Valhalla, envueltos en un poderoso aura.
Después, las Puertas se cerraron, una vez mas.
Y lejos, muy, muy, muy lejos, en el fondo de un verde océano, el cadáver de un vikingo reposa sobre el cieno. Su cuerpo se deshace con extrema lentitud mientras los peces mordisquean caprichosos su azulada carne. La pesada cota de mallas y las bandas de metal en sus muñecas le impiden flotar hacia la superficie. Las suaves corrientes submarinas mecen su cabellera amarillenta. Las algas abrazan sus anchas espaldas, sus recias piernas y sus gruesos brazos. Poco a poco, la piel se escama y abre, las vísceras se hinchan y los pequeños carroñeros hacen su trabajo. Pero aquel guerrero muerto del fondo del mar aún conserva, empuñándola en la diestra, una recta espada nórdica.
Y ni los peces, ni los pequeños carroñeros, ni las algas, ni las mareas ni el azote del Tiempo lograrán arrebatarle aquel pequeño y débil pedazo de herrumbre metálica, porque sus dedos la aferran con una tozudez inaudita, una rígida voluntad, una persistencia que se diría ultraterrena, sobrenatural.