miércoles, 30 de abril de 2008

VOLUSPA



CEDIDO POR TIKI


Escuchando pregunto a las razas sagradas,
a los hijos de Heimdall, de lo alto y de lo profundo;
tu deseo, padre Val, de que bien relate
las viejas historias que recuerdo de los hombres antiguos.

Todavía recuerdo los gigantes de antaño,
que me dieron el pan en días ya pasados;
nueve mundos conocí, los nueve en el árbol
de poderosas raíces en la tierra.

Antigua fue la edad en la que Ymir vivía;
no había ni mar, ni frescas olas, ni arena,
la tierra no era, ni los cielos en lo alto,
sólo un claro abierto, sin hierbas, en ningún lugar.

Más tarde los hijos de Bur elevaron el nivel del suelo,
a la poderosa Midgard allí crearon;
el Sol desde el Sur calentó las piedras de la tierra,
y verde fue el suelo, cubierto de hierbas crecientes.

El Sol, la hermana de la Luna, desde el Sur,
extiende su mano derecha desde el borde del cielo;
ella no sabía cuál era su poder,
las estrellas no sabían dónde estaban sus estaciones.

Entonces ocuparon los Dioses sus sitios en la Asamblea,
los Sagrados mantuvieron consejo;
nombraron a la mañana, y a la Luna menguante,
entonces dieron nombres al atardecer y al crepúsculo,
a la noche y al amanecer, para enumerar los años.

En Idavöll se reunieron los Dioses poderosos,
altares y templos elevaron en madera;
prepararon las fraguas y trabajaron el mineral,
hicieron tenazas y forjaron herramientas.

En sus hogares, en paz, jugaban sobre mesas,
sin falta de oro vivían los Dioses,
hasta que en ese momento legaron desde Jötunheim
tres gigantes doncellas, de enorme poder.

Entonces ocuparon los Dioses sus sitios en la Asamblea,
los Sagrados mantuvieron consejo
para decidir quién debía crear la raza de los trolls,
con la sangre de Brimir y las piernas de Blain.

Entonces desde la multitud se adelantaron tres
de la casa de los Dioses, poderosos y graciosos,
dos, sin destino en la tierra que cimentaron,
Ask y Embla, vacíos de poder.

Carecían de alma, carecían de sentido común,
no tenían calor ni matiz divino;
alma les dio Odín; sentido les dio Höenir,
calor les dio Lodur, y matiz divino.

Y conozco el fresno, Yggdrasill es su nombre,
con agua blanca el gran árbol ha sido mojado;
entonces llega el rocío que cae en los valles,
verde por el manantial de Urd crecerá por siempre.

Entonces llagaron las tres doncellas, poderosas en sabiduría,
desde la morada bajo el árbol;
una llamada Urd, la otra Verdandi,
grabaron en madera, y Skuld la tercera.
Las leyes allí dictaron, y a la vista aseguraron
a los hijos de los Hombres, estableciendo su destino.

Recuerdo la primera guerra en el mundo,
cuando los Dioses con lanzas mataron a Gullveig.
Y cuando en el Salón de Har, ella fue quemada,
tres veces quemada, y tres veces nacida,
una y otra vez, y aún sigue con vida.

Heid fue llamada la que buscó su hogar,
la hechicera de amplia visión, de mágica sabiduría;
las mentes encantadas eran movidas por su magia,
y era la alegría de las mujeres perversas.

Sobre el huésped, su lanza arrojó Odín,
entonces comenzó la primera guerra del mundo,
la pared que cercaba a los Dioses se rompió,
y las paredes fueron holladas por los belicosos Vanir.

Entonces ocuparon los Dioses sus sitios en la Asamblea,
los Sagrados mantuvieron consejo,
acerca de si a los Dioses deberían dar tributo,
o si a todos les correspondía el mismo culto.

Entonces ocuparon los Dioses sus sitios en la Asamblea,
los Sagrados mantuvieron consejo,
para encontrar al que con veneno había llenado el aire,
o había dado la prometida de Od a la raza de los gigantes.

Con furia creciente se levantó Thor,
rara vez se sienta al escuchar tales cosas,
y el pacto fue roto, como las palabras y los lazos
y la promesa poderosa hecha entre ellos.

Yo sé del cuerno de Heimdall, oculto
bajo el gran árbol sagrado;
de él fluye, por la promesa del Padre Val,
un poderoso arroyo. ¿Podrías saber aún más?

Sólo me hallaba sentado cuando el Anciano me encontró,
el terror de los Dioses, miró a mis ojos;
“¿Qué tienes que preguntar? ¿A qué has venido?”
“Odín, yo sé dónde se encuentra tu ojo.”

Yo sé dónde está oculto el ojo de Odín,
en lo profundo del famoso manantial de Mimir;
hidromiel de la prenda de Odín, cada mañana
bebe Mimir. ¿Podrías saber aún más?

Brazaletes tenía, y anillos del Padre Heer,
sabio era mi discurso y mi sabiduría mágica;
de lejos contemplaba todos los mundos.

Por todas partes yo vi la Asamblea de Valkyrias,
prestas a cabalgar hacia la fila de los Dioses.
Skuld lleva el escudo, y Skögul cabalga detrás,
Gud, Hild, Gondul y Geirskögul.
De las doncellas de Herjan la lista has escuchado,
la Valkyrias prontas a cabalgar alrededor de la tierra.

Yo vi a Balder, el Dios sangrante,
establecer los destinos de los hijos de Odín,
famosos y bellos en los excelsos campos
cubiertos de muérdago creciendo con firmeza.

De la rama que parecía tan esbelta y bella,
surgió un dardo maligno que Hodur podía arrojar;
pero pronto nació el hermano de Balder
y ya hace mucho tiempo luchó contra el hijo de Odín.

Sus manos no lavó, sus cabellos no peinó,
hasta encender la pira llameante del enemigo de Balder,
pero en Fensalir lloró su pena Frigg.
A causa de la necesidad de Valhall. ¿Podrías saber aún más?

Cierta vez yo vi en los límites de los húmedos bosques,
a un amante del mal, similar a Loki;
a su lado, Sigyn se sienta, no muy feliz
de ver a su compañero. ¿Podrías saber aún más?

Desde el Este, vierte a través de Valles venenosos
con espadas y dagas el río Slid.

Hacia el Norte un salón de oro allí se eleva,
en Nidavellir, para la raza de Sindri,
y en Okolnir existe otro,
donde el gigante Brimir tenía su salón de cerveza.

Yo vi un salón, lejos del Sol,
sus puertas miran al Norte y se encuentra en Naströnd;
gotas de veneno son vertidas a través de la salida de humo,
alrededor de sus paredes se enroscan serpientes.

Yo vi allí atacar a través de salvajes ríos,
a hombres tramposos y también a los asesinos,
a los hacedores de mal con las mujeres de los hombres;
allí, Nidhögg sorbía la sangre de los muertos,
y los lobos devoraban a los hombres. ¿Podrías saber aún más?

La vieja gigante sentada,
hacia el Este, y sostiene a la raza de Fenrir;
entre ellos bajo apariencia de monstruo
pronto robaría el Sol del cielo.

Allí se alimenta hasta saciarse de la carne de los muertos,
y la morada de los Dioses, se enrojece con sangre;
se oscurece el Sol y pronto con el verano
llegan las poderosas tormentas. ¿Podrías saber aún más?

Sobre una colina se sentaba y tañía su arpa
Eggther, el alegre, guarda de los gigantes;
sobre él, cantaba el gallo en el bosque de pájaros,
hermoso y rojo, se erguía Fjalar.

Entonces Gollinkambi, cantó a los Dioses,
despertando a los héroes en el Salón de Odín;
y bajo la tierra hay otro que canta,
en la barra de Hel, un pájaro rojo como herrumbre.

Ahora aúlla con fuerza Garm ante Gnipahellir,
las cadenas se romperán y lo lobos correrán libres;
muchas cosas yo sé, y más puedo ver
del destino de los Dioses, los poderosos en Batalla.

Los hermanos lucharán y se derribarán unos a otros,
y los hijos de hermanos mancillarán en parentesco;
difícil será la tierra, con gran promiscuidad;
tiempo de Segur, tiempo de espadas, los escudos se romperán,
Era del Viento, Era del Lobo, antes que caigan las espadas;
los hombres se compadecerán unos a otros.

Rápido se mueven los hijos de Mimir, y el destino
se escucha en la nota de Gjallarhorn.
Heimdall fuerte sopla el cuerno en lo alto,
con temor tiemblan todos los que están en el camino de Hel.

Yggdrasill se sacude, y tiemblan en lo alto
las antiguas ramas, y el gigante está suelto.
Odín cuida la cabeza de Mimir,
pero el pariente de Surtr pronto lo matará.

¿Qué sucederá a los Dioses? ¿Qué sucederá a los duendes?
Todo Jötunheim gime, los Dioses mantienen consejo;
con fuerza rugen los gnomos junto a las puertas de piedra,
los señores de la piedra. ¿Podrías saber aún más?

Ahora aúlla con fuerza Garm ante Gnipahellir,
las cadenas se romperán y lo lobos correrán libres;
muchas cosas yo sé, y más puedo ver
del destino de los Dioses, los poderosos en Batalla.

Del este viene Hryn con el escudo en lo alto;
con gran ira se retuerce la Serpiente;
sobre las olas se enrosca y el águila aleonada
corroe cadáveres, gritando; Naglfar está suelto.

Por el mar desde el Norte navega el barco,
con el pueblo de Hel, en el timón está Loki;
tras el Lobo siguen los hombres salvajes;
y con ellos el hermano de Byelist va.

Viene del Sur con el azote de ramas,
el Sol de los Dioses que batallan muestra su espada;
los peñascos se rompen, las mujeres gigantes se hunden,
los muertos se amontonan en el camino de Hel, y el cielo se abre.

Ahora viene Hlin, otro herido más,
cuando Odín avanza a luchar con el Lobo,
y el hermoso matador de Beli busca a Surtr,
pues allí deberá caer la alegría de Frigg.
Entonces viene el poderoso hijo del Padre Sig.,
Vidar, a luchar con el Lobo que echa espuma,
hasta el corazón: el Padre ha sido vengado.

Entonces llega el hijo de Hlödyn,
la brillante Serpiente que boquea mirando al cielo;
contra la Serpiente avanza el hijo de Odín.

Con furia golpea el guardián de la Tierra,
de sus casas deben huir los Hombres,
avanza nueve pasos el hijo de Fjörgyn
y, temerario, se hunde muerto por la Serpiente.

El Sol se oscurece, la tierra se hunde en el mar,
las ardientes estrellas caen, desde el cielo son arrojadas,
sube violento el humo y la llama que alimenta la vida
hasta que el fuego sube a lo alto, hasta el mismo cielo.

Ahora aúlla con fuerza Garm ante Gnipahellir,
las cadenas se romperán y lo lobos correrán libres;
muchas cosas yo sé, y más puedo ver
del destino de los Dioses, los poderosos en Batalla.

Ahora veo que surge la nueva Tierra,
otra vez de las olas, completamente verde,
sus cataratas caen, y las águilas vuelan,
y atrapan peces bajo los acantilados.

Los Dioses en Idavöll se reúnen,
hablan del terrible cerco que rodea la Tierra,
y recuerdan el pasado poderoso,
y las antiguas runas del que rige a los Dioses.

La maravillosa belleza, una vez más;
se elevan las doradas mesas entre las hierbas,
lo que los Dioses poseyeron en los días de antaño.

Los campos aún sin segar, contienen frutos maduros.
Todos los males mejoran, y vuelve Balder.
Balder y Hodur habitan en el Salón de Batalla de Hropt,
y los poderosos Dioses. ¿Podrías saber aún más?

Entonces obtiene Hönir la vara profética,
y los hijos de los hermanos de Tveggi habitan ahora
en Vindheim. ¿Podrías saber aún más?

Más hermosa que el Sol veo una sala,
que en Gimlé está, techada de oro,
allí los justos gobernadores habitan,
y por siempre el gozo allí tendrán.

Allí, en lo alto, manteniendo todo el poder,
un poderoso señor gobierna todas las tierras.

Desde abajo del dragón, surge la oscuridad,
volando Nidhogg desde Nidafjöel,
los cuerpos de los Hombres en sus alas sostiene,
la brillante serpiente: pero ahora debo sumergirme.

EL BERSERKERGANG


El Berserkergang es un estado de conciencia alterado y es practicado en la actualidad por muchas personas alrededor del mundo. Aunque el termino Berserkergang es comúnmente identificado con los Berserkers, la practica en si misma fue utilizada por varias culturas antiguas en todo el mundo.
Uno de los nombres dados a Odin es "agitador de furia" y la practica del Bersekergang tiene mucho que ver con un aumento en el nivel de adrenalina en el cuerpo, lográndose por medio de varias técnica.
Este estado se logra a través de estados meditativos en donde la mente se aclara y se logra llegar a estados de conciencia muchos mas profundos.
Rezando a Odin como objeto de contemplación: El Gangr es traído por Odin, es un regalo de Odin, el es el que lo inspira. Es llamado el Ond, inspiración o respiro vital. Esto dispara el Wod o furia.
La danza o caminar como un animal: Los berserkers deben danzar con Odin, y esto hará que el animal pueda salir. El objetivo de esto es hacer subir los niveles de adrenalina moviendo una gran cantidad de músculos y unir así los procesos físicos con los internos, espirituales.
La hiperventilacion incrementa la adrenalina con la superoxigenacion de la sangre, ya que hay una enorme reserva de combustible en el cuerpo lista para ser usada.
El dolor ya sea por medio de cortes en el cuerpo o mordidas también puede hacer que la adrenalina suba su nivel. Estos actos podrían ser vistos como un sacrificio a Odin.
Luego del Gangr viene la fatiga y es proporcional con la duración e intensidad del Gangr.

lunes, 28 de abril de 2008

¿VIKINGOS EN SURAMERICA?


CEDIDO POR TIKI -CORDOBA CAPITAL.

Si Mahoma no va a la montaña, sera la montaña quien vaya a Mahoma


CULTURAS PRECOLOMBINAS, ¿VIKINGOS EN SUDAMÉRICA?
La presencia de europeos u otras culturas en la América antes de Colón no resulta muy ortodoxo. Sin embargo existen enormes evidencias de estas presencias: gran cantidad de escrituras runas (vikingas) por toda meso y Sudamérica, perfectamente traducidas. Los nombres de muchas instituciones, pueblos, denominaciones, dioses, etc. son intraducibles o de traducción absurda en las lenguas nativas aymara, quechua, etc. pero encajan y tienen más sentido si se traducen desde lenguas vikingas. Persisten en Brasil restos de poblaciones blancas rubias y de ojos azules no debidas a variaciones ocasionales de los tipos indios ni del mestizaje europeo moderno.
El origen de las más relevantes culturas meso y sudamericanas tiene su origen en la irrupción de los vikingos (vihing) en sus vidas (cosa que sus propias leyendas confirman). Sin embargo ya antes se sabe de la presencia de misioneros cristianos (los vikingos eran muy tolerantes con las restantes confesiones) provenientes seguramente de Irlanda. Dejaron en América la idea de que los hombres blancos eran básicamente inofensivos, aunque de extrañas costumbres sociales. Existen claras influencias en las religiones nativas. En el Viejo Imperio de Tiahuanacu las analogías son realmente sorprendentes...
Situémonos en la época. Estamos sobre el año 1000 d.c., poco antes el fin del primer milenio. Aún faltan 500 años para la llegada de Colón. Los vikingos están digamos que en cierta "decadencia". Ya no son lo que eran: bravos conquistadores. Ahora se están acostumbrando a la paz y el orden. Son los amos feudales de enormes extensiones de Europa y pueden vivir de rentas. Hay que hacer notar que vikingo no equivale a pirata. Los vikingos era una cultura guerrera, pero también industrial, y amante de las artes. La imagen desfigurada que se ha tenido de ellos viene por su propensión a la rapiña por los pueblos más meridionales de Europa, creando una leyenda de asesinos y anticristianos. Nada más lejos: eran muy tolerantes con las religiones ajenas y los cristianos no tuvieron problemas en predicarles. Solo que un convento era para ellos un excelente lugar donde entrar y enriquecerse - ¡los curas solían tener de todo!-. Las sagas vikingas en nada desmerecen a las griegas. De hecho muchos pueblos los adoptaron como defensores y dirigentes, cosa que sabían hacer muy bien. De ahí vino esta nueva era de tranquilidad en la que se encontraron como jefes indiscutibles ya sin necesidad de entrar a la brava. Pero esta situación solo era buena para los primogénitos y los reyes en activo. ¿Qué ocurre con los hijos segundones y con los que no se acostumbran a este nuevo orden de cosas?. Se ven abocados a conquistar su gloria y propios imperios en otros nuevos y desconocidos territorios. En el siglo X es conocida perfectamente la existencia de territorios casi inexplorados hacia el oeste. Se sabe en ciertos círculos con acceso a escritos antiguos. En realidad ya se comentan viajes a Centroamérica en el año 536. Irlanda y Groenlandia son de sobra conocidos, Vinlandia (Terranova) también. Las historias de vikingos arrastrados por corrientes o tormentas no son escasas. Tampoco es imposible pensar que los fenicios hubieran llegado a Brasil, tal vez este nombre provenga del de una deidad fenicia: Brazil (?).
Algunos vikingos eligen el oeste. Y sabemos quien los dirigía: un tal Ullman. Por lo que se sabe de sus costumbres y usos debieron ser unos 500 o 700 hombres y mujeres. Iban para no volver, no se trataba de una razzia. Iban para quedarse. Como en Europa muchos de los indígenas americanos tendieron a aceptar a aquellos hombres blancos y barbudos que venían en seres enormes por el mar como sus jefes naturales. Además no eran extraños. Entre los indígenas ya se conocía la existencia de este tipo de seres. Es muy posible que ya hubieran estado por allí misionero cristiano dado la presencia entre ellos de ciertas creencias curiosamente afines al primitivo cristianismo. Las tribus costeras acogieron, como lo harían con los españoles 500 años después, con simpatía a estos visitantes que como entonces les ayudarían a sacudirse el yugo de sus opresores aztecas o mayas. Recordar que en estos territorios no vivían solo aztecas y mayas sino otras muchas tribus sometidas a sus yugos. Los vikingos, poco aptos para aguantar este clima casi tropical aprovechan el conocimiento de ciudades prosperas en el interior montañoso y nevado para dirigirse hacia allí. Debieron contactar con los toltecas, que eran también unos recién llegados y aún muy primitivos viviendo entre las ruinas de una brillante civilización precedente. De este encuentro surge una nueva nación: los Olmecas (no confundirlos con otros olmecas más desarrollados que vivieron más al sur). Se convierten en los reyes feudales de esta tribu y fundan una ciudad a unos 150 km. de la actual México. El territorio se extiende y aplican en él los mismos principios que en Europa: se nombran jefes a los vikingos y estos controlan las instituciones más altas. El resto lo subcontrolan los nativos. En cierto modo es una autonomía dentro de un estado superior que controla la defensa, cierto nivel de leyes fundamentales, la educación, la distribución de alimentos y la religión. Pero existe para los nativos amplia autonomía para mantener sus propias costumbres y creencias. Las leyendas nativas hablan de este dios Quetzalcoatl (Serpiente emplumada) como el origen de su pueblo, el que les trajo todo lo necesario para ser alguien: religión, ciencia, agricultura, metalurgia... También el calendario solar (los vikingos son un pueblo adorador del sol), aunque tras su desaparición solo conservaron el lunar. Sobre el 987 y unido a un fuerte contingente indígena invaden el Yucatán y fundan Cichen-Itzá. Los frescos del templo de los Guerreros muestran a estos guerreros nórdicos con sus penes erectos- Tal vez el uso de sus penes fue lo que provocó una sublevación que les hizo retirarse. A su vuelta a la meseta mexicana se encuentran con que las costumbres vikingas se han relajado bastante y a comenzado el mestizaje y la aparición de descendencia mixta. Esto enraíza a algunos con el país y les da poder (ya no son sólo extranjeros dominadores sino autóctonos ahora, nativos). Las leyes vikingas han sido quebradas: no se admitía el mestizaje, había que preservar su raza integra. Esta situación provocará la desaparición de la aristocracia blanca, diluida en mestizos. El dominio de una raza oligarca sobre la dominada desaparecería en poco tiempo de seguir así las cosas. Tampoco puede Ullman eliminar a los traidores: ahora son poderosos dado que son en parte nativos. La solución: buscar otro territorio donde empezar de nuevo. Ancha es América. Los cronistas españoles hablaran de ciertos "indígenas altos y rubios, más blancos que los propios españoles" entre los nativos. Ullman parte y las leyendas nativas de Colombia lo recuperan: "un héroe civilizador de raza blanca y abundante cabellera y barba blanca". Un vestigio toponímico: Cundinamarca, región colombiana en la meseta de Bogotá. Su traducción en lengua vikinga (norrés, concretamente, origen del noruego y danés) significa "frontera del reino de Dane" (Dinamarca). Dada la climatología buscan rápidamente las alturas y las nieves llegando a Quito. También llegarán a Chan-Chan, donde las leyendas locales hablan de "una gran flota desde el norte" - por el año 1000 -. Un dios mochica es Huatan, cuya pronunciación en lengua nativa suena casi como Votán, un dios vikingo. Adoran a la luna los mochicas usan sin embargo en su decoración el carro solar vikingo. Pero pronto desaparecerán también los vikingos de esta zona. El único buen puerto natural siguiente es Ilo. Si se traduce al norrés dice "fondeadero". El siguiente lugar en donde se encuentra claramente evidencias vikingas es en los Andes. Pirhua (Perú) significa "granero" en quechua. En lenguas vikingas se puede traducir como "De origen Sagrado". Manco provendría de "mann" y "konr": hombre rey, Inca (inga en español) vendría de "Ing"=descendiente. Viracocha sería "mar de espuma" en lengua indígena, en norrés vendría de "Verr Godh"= Hombre Dios. Los vikingos se convirtieron en los amos y señores de esta zona, expandiéndose posteriormente por toda Sudamérica. Los reyes incas han sido siempre descritos como hombres altos y blancos, con barba y melenas rubias. Nada que tenga que ver con los nativos. Sencillamente hicieron lo que siempre. Se erigieron en las castas guerreras y feudales sobre estos pueblos y los impulsaron hacia un gran progreso y organización social. No existía el comercio (de ahí el escaso valor económico de oro y plata). En cierto modo era una dictadura paternalista y muy social en cuanto alimentación y educación. Sin embargo hubo un pretendiente nativo (mestizo) que provocó la desaparición de este Imperio Antiguo. Tras algunos años de decadencia, los vikingos volvieron a reconstruir en parte su imperio sudamericano, pero pronto volvieron a ser relegados al este, a la Amazonia y al actual Brasil y Paraguay donde existen enormes evidencias escritas y de monumentos de claro origen vikingo. Este fue el fin del imperio vikingo en Tiahuanacu. Sin embargo este periodo influyó decisivamente por toda Sudamérica dejando vestigios que han llegado hasta hoy pese a la saña inculturizadora de los misioneros españoles, entusiasmados en su empeño de borrar todo indicio de la anterior cultura.
Arahuac (pronunciado Aravac) es el nombre de cierta tribu. Su nombre no significa nada en su propia lengua pero en norrés (vikingo) significa algo así como "guardias a titulo honorífico", viniendo de "era" (honor) y "vaka" (guardia). Se trataba de un pueblo que los vikingos integraron en sus cuadros para vigilar y escoltarlos por sus viajes a través de los ríos amazónicos del Matto Grosso. A propósito: "Matt" es la voz vikinga para designar llanura, exactamente lo que es el Matto grosso: una llanura. Otra tribu indígena que se integro con los vikingos y adquirieron a su vez el honor de ser sus vigilantes fueron los que los vikingos llamaban Varanis (Guaraníes en la pronunciación local) siendo "vari" guardián en norrés. Los vikingos usaron muy a menudo el delta del Amazonas haciendo y conservándose aún las ruinas de ciertas construcciones portuarias. Allí existen pies grabados en la roca, una señal vikinga de camino a seguir. Existe una peña de 800 m que los vikingos aprovecharon para marcar un gran mojón identificativo para sus compañeros: se trata de la Pedra da Gavea, una escultura que muestra a un guerrero vikingo con su gran casco y una inscripción aún legible para los entendidos en runas y grafía vikinga: el texto advierte de la presencia de aprovisionamientos para arreglar los barcos en una playa cercana de arena gruesa. La zona resulta ideal para un fondeadero y existen evidencias arqueológicas de que así fue utilizado.
Desde 1140, la orden del Císter comienza a construir las catedrales góticas. En aquellos tiempos si algo no había era liquidez monetaria. Los pagos se libraban con "cheques" y papel moneda. Las monedas usadas hasta entonces ya estaban tan gastadas y acaparadas que no había dinero en circulación. De repente el Temple comienza a financiar las catedrales y a verse monedas de plata en gran cantidad. ¿De donde sale toda esta nueva plata, ya que la plata europea estaba agotada? Parece ser que el Temple, enterados de las andanzas vikingas llegó a un acuerdo de servicios con ellos: a cambio de plata ellos suministrarían a los vikingos artesanos y conocimientos para su desarrollo. El Temple en América. Sin embargo existen sellos de la orden datados en 1307 con dibujos de amerindios muy característicos. El asunto funcionó mucho tiempo aunque, como casi todo acuerdo provechoso en aquellos tiempos se mantuvo en el más estricto secreto. Uno de los vestigios de la cristianización (la segunda, la tercera sería la española) es una ruinas de unas obras destinadas a erigir lo que debió ser la primera iglesia de estilo románico en América. Está situada en Kalasaaya y debió ser impulsada por el padre Gnuppa, el Pai Zumé de las leyendas indígenas (Santo Tomás una vez cristianizado por los españoles). A unos 150 de Parnaiba se encuentra una especie de "ciudad encantada de Cuenca" versión para los vikingos, o eso se creyeron ellos al descubrirla. Les recordaba increíblemente a su Externsteine de la selva de Teutoburg, en la Baja Sajonia, el lugar de culto más famoso de la Germania y de cuya existencia los vikingos tenían tradición legendaria. Pronto se convirtió en su particular Camino de Santiago. Se trata de "Sete Cidades" un capricho de la erosión. Los vikingos aprovecharon sus rocas para crear su propia iconografía. Se podría suponer que solo se trataba de caprichos naturales si no fuera por que están profusamente acompañadas por runas, la escritura vikinga de la época, del dialecto schleswigense. Seguramente escritas por soldados ociosos en sus turnos de guardia. Desde el típico "Ulf estuvo aquí" hasta largas y eruditas sentencias de las sagas vikingas... Típicos graffitis de la época. La existencia de esta zona religiosa es crucial dada la costumbre de los vikingos de edificar casi todas sus obras en madera lo que no ha permitido dejar demasiadas huellas de su paso, aparte de algunos muros y muelles...
Cuando cayó el imperio por la presión nativa y la natural descomposición interna el acuerdo quedó finiquitado de facto y América se quedó aislada de nuevo. Aunque no por mucho tiempo. Colón la descubrió muy poco después.
Este artículo solo pretende ser una aproximación al tema y deja muchas incógnitas en el aire. Si desea profundizar en este escatológico tema le remitimos a: "El imperio Vikingo de Tiahuanacu (América antes de Colón)", de Jacques de Mahieu,

miércoles, 16 de abril de 2008

DEVORADORES DE CADAVERES.EL GUERRERO NUMERO 13.


INTRODUCCION

El manuscrito de Ibn-Fadlan representa el relato testimonial más antiguo quese conoce sobre la vida y la sociedad de los vikingos. Se trata de undocumento extraordinario que describe con vivido detalle hechos transcurridoshace más de mil años. El manuscrito no nos ha llegado intacto a través de estelarguísimo período de tiempo. Sin embargo, su propia historia es tan original ynotable como el texto.Origen del manuscritoEn junio del año 921 de la Era Cristiana, el califa de Bagdad envió a unmiembro de su corte, Ahmad Ibn-Fadlan, como embajador ante el rey de losbúlgaros. lbn -Fadlan permaneció ausente tres años en su viaje y en realidadnunca llegó a cumplir su misión, porque durante el trayecto se encontró enmedio de una comunidad de hombres nórdicos y vivió muchas aventuras juntoa ellos.Cuando por fin volvió a Bagdad, Ibn-Fadlan registró sus experiencias en uninforme oficial a la corte. Hace mucho tiempo que desapareció este manuscritooriginal, y para reconstruirlo debemos basarnos en fragmentos Parcialesconservados en fuentes posteriores.El más conocido de éstos es el léxico geográfico en idioma árabe escrito porYakut Ibn-Abdallah. en el siglo xin. Yakut incluye una docena de Pasajestextuales extraídos del relato de Fadlan, relato que tenía, a la sazón,trescientos años. Cabe suponer que Yakut utilizó una copia del original. Apesar de ello, estos Pocos pasajes han sido traducidos y vueltos a traducirmuchas veces Por eruditos de épocas más recientes.Otro fragmento fue descubierto en Rusia en 1817 y publicado en alemán por laAcademia de San Petersburgo en 1823. Este material contiene ciertos pasajesya Publicados por J. L. Rasmussen en 1914. Rasmussen utilizó un manuscritoque halló en Copenhague y que luego se perdió. Los orígenes de estemanuscrito son dudosos. En aquella época hubo asimismo traduccionessuecas, francesas e inglesas, pero todas ellas son ostensiblemente inexactas yen apariencia no incluyen material nuevo.En 1878 se descubrieron dos manuscritos más en la colección privada- deantigüedades de sir John Emerson, embajador británico en Constantinopla. SirJohn era uno de esos coleccionistas ávidos cuyo entusiasmo por las adquisiciones superaba su interés por las piezas adquiridas. Dichosmanuscritos se encontraron después de su muerte. Nadie sabe dónde nicuándo los obtuvo.Uno es una geografía en árabe escrita por Ahinad Tusi, cuya fecha,relativamente precisa, es 1047 de la Era Cristiana. Esto aproximacronológicamente el manuscrito de Tus¡ al original de lbn Fadlan, que, segúnse presume, fue escrito aproximadamente entre los años 924 y 926 de la EraCristiana. No obstante, los eruditos consideran el manuscrito de Tus¡ como lafuente menos fidedigna. El texto está lleno de errores y de incongruencias, y sibien cita extensamente a un tal lbn Fagih que visitó las tierras del norte,muchas autoridades se resisten a aceptar su material.El segundo manuscrito es el de Amin Razi, cuya fecha aproximada es 1585 a1595 de la Era Cristiana. Está escrito en latín y según su autor es unatraducción directa del texto árabe de Ibn Fadlan. El manuscrito Razi contienealgún material sobre los turcos oguz y varios pasajes inéditos relativos a lasbatallas con los monstruos de la niebla.En 1934 se descubrió un texto definitivo en latín medieval en el monasterio deXymos, cerca de Tesalónica al noreste de Grecia. Este manuscrito se centramayormente en comentarios sobre las relaciones de Ibn Fadlan con el califa ysobre sus experiencias con los habitantes de las tierras del norte. El autor yfecha del manuscrito de Xymos son igualmente inciertos.La tarea de colacionar esta serie de versiones y que abarcan más de unmilenio, 'das en árabe, latín, alemán, francés, danés, sueco e inglés, es unaempresa de magnas proporciones. Sólo una persona de gran erudición yenergía podría haberlo intentado, y en 1951 alguien lo intentó, en efecto. PerFraus-Dolus, profesor emeritus de literatura comparada de la Universidad deOslo compiló todas las fuentes conocidas y emprendió la colosal tarea de latraducción, que llevó a cabo hasta su muerte en 1957. Algunos fragmentos desu traducción aparecieron en los Anales del Museo Nacional de Oslo, 1959-1960, pero no despertaron mucho interés entre los expertos, tal vez a causa deque esa publicación tiene una circulación reducida.La traducción de Fraus-Dolus es absolutamente literal. En su Propiaintroducción a la obra, Fraus-Dolus comenta que «es parte de la naturaleza delos idiomas que una traducción agradable no sea exacta y que una traducciónexacta encuentre su propia belleza sin ayuda de nadie».En la preparación de esta traducción completa Y comentada de la versión deFraus~Dolus he hecho pocos cambios. Omití algunos pasajes repetidos, hechoque señalo en, el texto. Cambié la estructura de los párrafos, comenzando conuno nuevo -el soliloquio directo de cada personaje, lo cual obedece a lasconvenciones modernas-. He omitido las marcas diacríticas de los nombresárabes. Por fin, en ciertos pasajes he alterado la sintaxis original, por lo generalmediante la transposición de cláusulas subordinadas, con el fin de facilitar sucomprensión.

Los vikingos
El retrato de los vikingos trazado por Ibn-Fadlan difiere bastante de latradicional visión europea de este pueblo. Las primeras descripciones europeasde los vikingos fueron registradas por el clero, únicos observadores de la épocaque sabían escribir, quienes veían a estos nórdicos paganos con especialhorror. He aquí un pasaje especialmente hiperbólico, citado por D. M. Wilson yperteneciente a un autor irlandés del siglo XII:En una palabra, aun cuando existieran cien cabezas de acero templadas sobreun cuello, y cien lenguas afiladas, ágiles, frías, brillantes y metálicas en cadacabeza, además de cien voces volubles y estentóreas, no lograrían contar ninarrar, enumerar ni relatar cuánto sufrieron los irlandeses, tanto hombres comomujeres, tanto laicos como clérigos, tanto viejos como jóvenes, tanto noblescomo villanos, en cuanto a crueldad, injurias, opresión en cada casa y enmanos de esa gente temeraria, iracunda y puramente pagana.Los eruditos actuales reconocen que estos relatos escalofriantes sobre lasincursiones de los vikingos son sumamente exagerados. No obstante, losautores, europeos tienden todavía a reducir a los escandinavos a la condiciónde bárbaros sedientos de sangre, extraños a la corriente principal de la culturay las ideas occidentales. A me nudo se ha adoptado tal actitud a expensas decierta lógica. Por ejemplo, David Talbot Rice escribe:Entre los siglos VII y XI el papel de los vikingos fue tal vez de una influenciamayor que la de cualquier otro grupo étnico de Europa occidental.. Los vikingoseran, en efecto, grandes viajeros que llevaron a cabo sorprendentes hazañasde navegación. Sus ciudades eran grandes centros comerciales. Su arte eraoriginal, creativo, y marcó rumbos. Podían enorgullecerse de una bellaliteratura y de una cultura desarrollada. ¿Fue en realidad una civilización? Debeadmitirse, a mi juicio, que no lo fue... Carecía del toque de humanismo que esel sello de la civilización.La misma actitud se refleja en la opinión de lord Clark.
Cuando consideramos las sedas islándicas, que figuran entre las grandesobras literarias del mundo, debemos admitir quelos nórdicos crearon unacultura. ¿Mas era una civilización ... ? Civilización significa algo más: energía,voluntad y poder creador, algo que los nórdicos no tenían, pero que, en laépoca en. que vivieron, comenzaba a reaparecer en Europa occidental. ¿Cómopuedo definirlo? Pues bien, en pocas palabras, un sentido de permanencia.Los nómadas y los invasores vivían en una continua transitoriedad. No sentíanla necesidad de mirar hacia delante más allá del mes siguiente o del próximoviaje o de la próxima batalla. Y por esta razón no se les ocurrió construir casasde piedra ni escribir libros.Cuanto mayor cuidado ponemos en la lectura de estas opiniones, más ilógicasresultan. La verdad es que cabe preguntarse por qué estos eruditos europeosaltamente educados e inteligentes consideran con tanta ligereza a los vikingos,con apenas unas palabras formuladas de paso. ¿Y por qué la preocupaciónsobre la cuestión semántica de si los vikingos tuvieron una «civilización»? Lasituación resulta explicable si se reconoce un prejuicio europeo que data delargo tiempo y que surge de puntos de vista tradicionales sobre la prehistoriaeuropea.Todo niño de Occidente aprende que el Cercano Oriente es la «cuna de lacivilización» y que las primeras civilizaciones surgieron en Egipto y enMesopotamia, nutridas por las cuencas del Nilo, el Tigris y el Éufrates. Desdeallí la civilización se propagó a Creta y a Grecia y luego a Roma, para llegar porfin a los bárbaros de Europa septentrional.Se ignora qué hacían estos bárbaros mientras aguardaban el advenimiento dela civilización. Y la pregunta no suele formularse. El énfasis residía en elproceso de diseminación que el fallecido ,,Gordon Childe resumió como «lairradiación de la barbarie europea por la civilización oriental». Los expertosactuales han apoyado este punto de vista, como ya hicieron los griegos y losromanos. Geoffrey Bibby afirma: «La historia de Europa septentrional y orientales contemplada desde el oeste y desde el sur con todo el prejuicio de hombresque se consideraban a sí mismos civi1izados y a los otros, bárbaros.»Con este enfoque los escandinavos son sin duda los más alejados de la fuentede la civilización y, como es lógico, los últimos en haberla adquirido. Cabeadmitir, pues, que se les considere como los últimos bárbaros, como unaespina dolorosa en el costado de otras zonas europeas empeñadas enabsorber la sabiduría y la civilización de Oriente.La dificultad reside en que esta visión tradicional de la prehistoria europea hasido en gran parte destruida en los últimos quince años. El perfeccionamientode las técnicas de gran precisión para la fijación de fechas basadas en el usodel carbono ha creado la confusión en la antigua cronología sobre la que seapoyaban las viejas ideas sobre la difusión. Actualmente parece irrefutable quelos europeos levantaban enormes tumbas megalíticas antes de que losegipcios construyesen sus pirámides. Stonehenge es más antigua que la civilización micénica en Grecia. La metalurgia en Europa bien puede haberprecedido el desarrollo de las artes del metal en Grecia y Troya.El significado de estos descubrimientos no ha sido aclarado aún, peroindudablemente hoy resulta imposible considerar a los europeos prehistóricoscomo salvajes que holgazaneaban a la espera de los beneficios de lacivilización oriental. Por el contrario, los europeos parecen haber dominadotécnicas suficientemente importantes como para trabajar grandes masas depiedra y tenido asimismo el considerable conocimiento de la astronomía queles permitió construir Stonehenge, el primer observatorio del mundo.Cabe, por tanto, poner en tela de juicio la predilección europea por lacivilización oriental y el concepto mismo de la barbarie europea, el cual exigeuna revisión. Si tenemos presente el legado de la llamada barbarie, los vikingosadquieren nueva importancia y podemos someter a nuevo examen lo que seconoce de los escandinavos del siglo X.En primer lugar, debemos reconocer que los vikingos nunca constituyeron ungrupo claramente unificado. Lo que vieron los europeos fueron gruposdispersos y aislados de hombres de mar procedentes de una extensa zonageográfica -Escandinavia es mayor que Portugal, España y Francia reunidas- yque zarpaban desde sus estados feudales con fines de comerciar, cometeractos de piratería o ambas cosas. Los vikingos no distinguían mucho entreesas dos actividades. Es necesario comentar aquí que se trata de unatendencia compartida por muchos navegantes, desde los griegos hasta losisabelinos.De hecho, para tratarse de gente carente de civilización que no «sentía lanecesidad de mirar más allá de la próxima batalla», los vikingos revelan unaconducta inusitadamente estable y a determinados fines. Como prueba de laextensión de su comercio, la moneda árabe aparece en Escandinavia ya en elaño 692 de la Era Cristiana. Durante los cuatrocientos años subsiguientes losmercaderes-piratas vikingos llegaron hacia el oeste hasta Terranova, hacia elsur hasta Sicilia y Grecia (donde dejaron inscripciones talladas sobre los leonesde Delos) y hacia el este hasta los Urales en Rusia, donde los mercaderesnórdicos establecieron contacto con las caravanas que llegaban por la ruta dela seda a China. Los vikingos no fueron constructores de imperios y es comúnafirmar que su influencia en este vasto territorio no fue permanente. Noobstante, fue lo bastante para que dejaran sus nombres en numerosaslocalidades de Inglaterra, mientras en Rusia dieron su nombre a la naciónmisma (nombre derivado del de una tribu nórdica, la Rus). En cuanto a lainfluencia más sutil de su vigor pagano, de su energía implacable y de susistema de valores, el manuscrito de lbn Fadlan muestra cuántas de lasactitudes típicas de los nórdicos han perdurado hasta el día de hoy. En verdadhay algo notablemente familiar a la sensibilidad moderna en la forma de vida delos vikingos, a la vez que un elemento de producto atractivo.

Acerca del autor

Convendría decir algo acerca de Ibn-Fadlan, el hombre que nos habla con unavoz tan personal, a pesar de haber pasado ésta por el filtro de mil años y por elde transcriptores y traductores provenientes de tantas tradiciones lingüísticas yculturales diferentes.Sabemos poco o nada de su historia personal. parecer, era un hombre culto y,a juzgar por sus hazañas, no pudo haber tenido mucha edad. Manifiestaexplícitamente pertenecer a la familia del califa, a quien no admiraba enparticular. En este sentimiento le acompañaban muchos, por cuanto el califa Al-Muqtadir fue depuesto dos veces y por último asesinado por uno de suspropios oficiales.De la sociedad de su tiempo sabemos algo más. En el siglo X Bagdad, laCiudad de la Paz, era la ciudad más civilizada de la Tierra. Dentro de suscélebres murallas circulares vivían más de un millón de habitantes. Bagdad erael centro de la actividad intelectual y comercial dentro de un marco deextraordinaria belleza, elegancia y esplendor. Había jardines perfumados,glorietas sombreadas y frescas y las riquezas acumuladas por un vastoimperio.Los árabes de Bagdad eran musulmanes fervorosos. No obstante, estabanexpuestos al contacto con pueblos distintos que actuaban de manera diferentey tenían creencias también diferentes. Los árabes eran, en realidad, losindividuos menos provincianos de ese tiempo, hecho que los convertía enagudos observadores de las culturas extranjeras.El mismo Ibn-Fadlan fue sin duda un hombre inteligente y observador. Leinteresaban tanto los detalles de la vida cotidiana como las creencias de lasgentes. Mucho de lo que vio le resultó vulgar, obsceno y bárbaro, pero noperdió mucho tiempo en manifestar indignación. Una vez expresada sucensura, pasa inmediatamente a sus obligaciones imparciales. Suscomentarios traslucen una notable imparcialidad.Su estilo de describir los hechos puede parecer excéntrico para la modalidadoccidental. No relata una historia tal como estamos habituados a oírla.Tendemos a olvidar que nuestro propio sentido del drama tiene sus orígenesen la tradición oral, la representación viva por parte de un bardo ante unauditorio que a menudo tiene que haberse mostrado inquietante e impaciente,o bien somnoliento después de una comida copiosa. Nuestras historias másantiguas, la Iliada, BeowuIf y la Canción de Roldán, fueron creadas para sercantadas por juglares cuya función principal y cuya primera obligación eraentretener.Ibn-Fadlan, en cambio, fue un escritor y su fin principal no era entretener.Tampoco tenía que glorificar a algún mecenas que le escuchase, ni reforzar losmitos de la sociedad en que vivía. Por el contrario, fue un embajador que debióentregar un informe. Su tono es el de un auditor de impuestos, no el de un bardo; el de un antropólogo, no el de un dramaturgo. Más aún, a menudodesperdicia los elementos más cautivadores de su narración para evitar que seinterpongan en su relato claro y equilibrado.A veces esta falta de pasión es tan exasperante que no reconocemos laagudeza de Ibn-Fadlan como espectador. Durante siglos después de IbnFadlan la tradición entre los viajeros fue escribir crónicas infinitamenteespeculativas y fantásticas acerca de las maravillas del extranjero, comoanimales que hablaban, hombres que volaban, encuentros con mariposasgigantes y con unicornios. 'Hace tan sólo ochocientos años había europeos, enotros aspectos sensatos, que rellenaban cuartillas con disparates sobrebabuinos africanos que libraban guerras con granjeros, por ejemplo.lbn-Fadlan nunca especula. Cada una de sus palabras suena a verdad ycuando informa acerca de algo que sólo conoce de oídas, se cuida deseñalarlo. Se muestra de igual modo puntilloso en especificar cuando ha sidotestigo presencial. Es por ello que utiliza infinidad de veces la frase «Lo vi conmis propios ojos»..En definitiva, es esta cualidad de total veracidad lo que hace que su relato seatan horripilante. Su encuentro con los monstruos de la niebla, los devoradoresde cadáveres, es descrito con la misma atención al detalle, el mismo cuidadosoescepticismo que caracteriza el resto del manuscrito.Sea como fuere, el lector podrá juzgar por sí mismo.

MANUSCRITO DE IBN-FADLAN EN EL QUE RELATASUS EXPERIENCIAS ENTRE LOS NÓRDICOS

EN EL AÑO 922 DE LA ERA CRISTIANAINICIO DEL VIAJE DESDE BAGDAD¡Loado sea Dios, el Misericordioso, el Compasivo, el Señor de los Dos Mundos,y bendiciones y paz al Príncipe de los Profetas, nuestro dueño y señorMuhammad, a quien Dios bendiga y proteja y confiera durable e ininterrumpidapaz y beneficios hasta el Día de la Fe!Este es el libro de Ahmad Ibn-Fadlan, Ibn-alAbbas, Ibn-Rasid, Ibn-Hammad,cliente de Muhanunad Ibn-Sulayman, embajador de al-Muqtadir ante el rey delos Saqaliba, en el cual relata lo que viera en la tierra de los turcos, los hazars,los saqaliba, los baskirs, los rus y los nórdicos, las historias de sus reyes y sumanera de comportarse en muchos quehaceres de su vida.La carta de Yiltawar, rey de los Saqaliba, llegó a manos del comandante de losfieles, al-Muqtadir. En ella Yiltawar le solicitaba que enviara a alguien capaz deinstruirlo en religión y de familiarizarlo con las leyes del Islam, que leconstruyera una, mezquita y le levantara un púlpito desde el cual llevar a cabola misión de convertir a su pueblo en todos los distritos de su reino, comoasimismo consejo acerca de la construcción de fortificaciones y de obras dedefensa. Luego rogaba al califa que hiciera todo esto. El intermediario en estecometido era Dadir-al-Hurami.El comandante de los fieles, al-Muqtadir, como muchos lo sabemos, no era uncalifa fuerte y justo, sino más bien inclinado a los placeres y a los discursoslisonjeros de sus funcionarios, quienes le consideraban un tonto y se mofaban de él a sus espaldas. No pertenecía yo a ese grupo ni era amado de formaespecial por el califa, por los motivos siguientes.En Bagdad, la Ciudad de la Paz, vivía un mercader de cierta edad llamado Ibn-Qarin, rico en todas las cosas pero carente de un corazón generoso y de amora los hombres. Atesoraba su oro Y también a su joven esposa a quien nadiehabía visto, a pesar de que todos la tenían por una mujer inimaginablementebella. Cierto día, el califa me envió a entregar un mensaje a Ibn-Qarin. Mepresenté en la casa del mercader y solicité ser admitido con mi carta y mi sello.Hasta hoy, ignoro el contenido de esa carta, pero no tiene importancia.El mercader no estaba en casa, por haberse ausentado al extranjero en misiónde negocios. Expliqué al criado que debía esperar su regreso, pues teníainstrucciones del califa de entregar el mensaje exclusivamente en manos de suamo. En vista de ello el criado me permitió entrar en la casa, proceso querequirió algún tiempo, ya que la puerta de la casa tenía numerosos pasadores,cerrojos, barras y pestillos, tal como suele ocurrir en las casas de los avaros.Por fin entré. Permanecí allí todo el día, sediento, pero los servidores delavariento mercader no me ofrecieron ningún refrigerio.En medio del calor de la tarde, cuando toda la casa estaba silenciosa ymientras dormían los servidores, también yo me sentí somnoliento. Entonces videlante de mí una aparición vestida de blanco, una mujer joven y bella, quesupuse sería la mujer del mercader, a quien ningún hombre había visto nunca.No habló, sino que con gestos me condujo a otro cuarto y una vez allí cerró lapuerta con el cerrojo. Gocé de ella sin vacilar y no fue necesario estimularlapara ello porque su marido era viejo y sin duda no la satisfacía. Así pasó muyrápidamente la tarde, hasta que oímos al amo que volvía. Inmediatamente laesposa se levantó y me dejó, sin haber pronunciado una sola palabra en mipresencia. Quedé solo y arreglándome las ropas con algo de prisa.Diré aquí que pude ser sorprendido, de no haber mediado aquellos pasadoresy cerrojos que impedían la entrada del avaro en su propia casa. No obstante, elmercader Ibn-Qarin me encontró en el cuarto contiguo, me miró con suspicacia,y preguntó por qué estaba allí en lugar de haber esperado en el patio, el lugarapropiado para un mensajero. Repliqué que estaba hambriento y fatigado yhabía ido en busca de alimento y sombra. Era una mentira muy pococonvincente y el mercader no me creyó. Se quejó, entonces, al califa, quien,según sé, se sintió secretamente divertido, pero al mismo tiempo obligado aadoptar una expresión de severa censura en público. De ese modo, cuando elgobernante de Sagaiba solicitó al califa el envío de una misión, este mismo Ibn-Qarin, despechado, insistió en que me enviaran a mí. Así pues, fui enviado.En nuestro grupo estaba el embajador del rey de Saqaliba, llamado AbadallahIbn-Bastu al-Hazafl, un hombre majadero y altisonante que hablaba demasiado.Estaban también Takin al-Turki y Bars al-Saqlabi, guías para el viaje y, porúltimo, yo. Llevábamos presentes para el rey, su esposa, sus hijos Y susgenerales. Llevábamos asimismo ciertas drogas que fueron encomendadas alcuidado de Sausan el-Rasi. Tal era nuestro grupo Partimos, pues, el jueves, undécimo día del Safar del año 309 (21 de junio de921), de la Ciudad de la Paz. Nos detuvimos un día en Nahwaran y desde allíavanzamos a buen paso hasta llegar a al-Daskara, donde permanecimos tresdías. Proseguimos sin dar ningún rodeo hasta HuIwan. Allí nos detuvimos dosdías. Desde allí proseguimos hacia Qirmisin, donde paramos dos días.Reanudamos el viaje y avanzamos hasta Hamadan, donde nos quedamos tresdías. Llegamos luego a Sawar, para quedar allí otros dos, y después partimoshacia Ray, donde permanecimos once días, esperando a Ahmad Ibn-Ali,hermano de el-Rasi, que estaba en Huwar al-Ray. Desde allí proseguimoshasta Huwar al-Ray, donde permanecimos tres días [1].Nuestra permanencia en Gurganiya fue prolongada. Estuvimos allí varios díasdel mes de Ragab (noviembre) y durante todos los de Saban, Ramadan ySawwal. Esta larga estancia fue provocada por un frío de intensasproporciones. Diré que me contaron que dos hombres llevaron camellos a laselva en busca de lumbre. Olvidaron, no .obstante, llevar pedernal y astillas ypor ello durmieron a la intemperie sin siquiera contar con una fogata. Cuandodespertaron a la mañana siguiente, descubrieron que los camellos estabancongelados como estatuas a causa del frío.Pude ver que el mercado y las calles de Gurganiya estaban completamentedesiertos a causa del frío. Era posible pasearse por las calles sin encontrar seralguno. Una vez, cuando salía del baño, entré en mi casa y me miré la barba,que era un bloque de hielo. Tuve que descongelarla junto al fuego. Vivía día ynoche dentro de una casa contenida dentro de otra, y en cuyo interior se habíalevantado una tienda turca hecha de paño, en la que yo permanecía envueltoen abundantes ropas y mantas de piel. A pesar de todo ello, a menudo lasmejillas a la almohada duran te la noche.En estos extremos de frío comprobé que la tierra suele e sufrir grandes grietasy que un árbol grande y vetusto puede llegar a partirse en dos mitades.A mediados del mes de Sawwal del año 309 (febrero del 922), el tiempocomenzó a cambiar, el río comenzó a deshelarse y nos procuramos loselementos necesarios para el viaje. Compramos camellos turcos y botes de pielde camello, como preparación para el cruce de los ríos que deberíamosefectuar en la tierra de los turcos.Almacenamos provisiones de pan, mijo y carne salada para tres meses.Nuestras amistades en la ciudad nos guiaron en la compra de las ropas quehabríamos de necesitar. Estos amigos nos describieron las pruebas que nosaguardaban en términos horripilantes y por nuestra parte imaginamos queexageraban, pero cuando sufrimos las experiencias, todo fue peor de lo quenos habían dicho.Cada uno de nosotros vistió una chaqueta, sobre ésta un gabán, sobre éste laprenda llamada tulup, cubierta a su vez por un burka, mientras un turbante depaño dejaba libres tan sólo los ojos para poder ver. Llevábamos calzoncilloscomunes debajo dé los pantalones, pantuflas y sobre éstas un. par de botas.
Cuando uno de nosotros se apeaba del camello, le era imposible moverse acausa de sus ropas.El doctor en leyes y el maestro y los pajes que viajaban con nosotros desdeBagdad nos dejaron en este punto, temerosos de internarse en esas tierrasdesconocidas, de modo que yo, el embajador, su cuñado y dos pajes, Takin yBars, reanudamos el camino [2].La caravana estaba lista para partir. Tomamos a nuestro servicio a un guíaentre los pobladores de la ciudad, cuyo nombre era Qlawus. En seguida nospusimos en manos de nuestro Dios Altísimo y Todopoderoso e iniciamos lamarcha un lunes, el tercer día del mes de Dulqada del año 309 (3 de marzo el922), desde la ciudad de Gurganiya.El mismo día hicimos un alto en la población Zamgan, es decir, la puerta de losturcos. Muy temprano al día siguiente, proseguimos hacia Git. Allí nevó tantoque los camellos se hundían en la nieve hasta las rodillas y por tanto tuvimosque detenernos dos días.Seguimos a buen paso y entramos en la tierra e los turcos sin encontrar anadie en la estepa estéril y llana. Cabalgamos diez días en medio de un fríointensísimo y de tormentas de nieve ininterrumpidas, en comparación con lascuales el frío sufrido en Chwarezm era comparable a un día de verano, al puntoque olvidamos todas las incomodidades sufridas con anterioridad y estuvimoscasi a punto de renunciar al viaje.Un día, cuando habíamos sufrido el tiempo frío más inclemente, Takin, el paje,iba cabalgando aa mi lado y junto a él uno de los turcos, quien conversaba conél en su propio idioma. Takin se echó a reír y me dijo:-Este turco me dice: «¿Qué querrá el Señor de nosotros? Está matándonos defrío. Si supiéramos lo que quiere, se lo daríamos.»Yo repuse:-Dile que sólo quiere que digan: «No hay otro Dios que Alá.»El turco rió y dijo:-Si lo supiera, lo diría.Llegamos a un bosque donde había bastante madera seca y nos detuvimos. Lacaravana encendió fogatas, nos calentamos, nos quitamos las ropas y latendimos a secar [3].Volvimos a hacernos a la marcha y cabalgamos todos los días desde lamedianoche hasta la hora de las plegarias de la tarde, apresurándonos a partirde mediodía. Cuando hubimos cabalgado quince noches, llegamos a una granmontaña de rocas macizas. De estas rocas brotan manantiales, cuya agua forma estanques. Desde allí proseguimos la travesía hasta que llegamos allugar donde residía una tribu turca llamada de los oguz.[1] Este pasaje expresa el estilo habitual de las descripciones que hace Ibn-Fadlan de sus viajes. Tal vez la cuarta parte de todo el manuscrito está escritoen esté estilo y se limita a enumerar los nombres de las poblaciones y elnúmero de días pasados en cada una. La mayor parte de este material ha sidoomitido.Según parece, Ibn-Fadlan viaja hacia el norte y por fin, se ven obligados adetenerse para invernar.[2] A través del manuscrito lbn-Fadlan nunca se muestra preciso en cuanto altamaño y composición del grupo. No es posible saber a ciencia cierta si suaparente negligencia refleja la suposición de que el lector conoce lacomposición de la caravana o bien consecuencia de la pérdida de pasajes deltexto. Ciertas convenciones sociales pueden haber influido, ya que lbn-Fadlannunca manifiesta que su grupo es de más de unos pocos individuos, cuando enrealidad alcanzaba, probablemente, un centenar o más y el doble de esta cifraen caballos y camellos. Sin embargo, Ibn-Fadlan no cuenta, literalmentehablando, los esclavos, servidores y miembros de menor importancia de lacaravana.[3] Al parecer, el grupo de Ibn-Fadian estaba aproximándose a una regiónmenos fría, porque no vuelve a aludir a un frío extremo.
COSTUMBRES DE LOS TURCOS OGUZLos oguz son nómadas y viven en carpas de paño. Permanecen unatemporada en un lugar y luego emprenden el viaje. Sus viviendas estándistribuidas aquí y allá según la costumbre nómada. Si bien llevan una vidadura, son como asnos que hubiesen perdido el camino. No tienen lazosreligiosos con Dios. Nunca rezan, pero en cambio llaman señores a sus jefes.Cuando uno de ellos solicita el consejo de su jefe a propósito de algo, le dice: «Señor, ¿qué harérespecto de esto o lo otro? »Sus empresas están basadas en los consejos que se dispensanexclusivamente entre ellos. Los he ,oído decir: «No hay otro dios que Alá yMahoma es el profeta de Alá», pero hablan así para aproximarse a losmusulmanes y no porque lo crean.El gobernante de los turcos oguz se llama Yab gu. Tal es el nombre de quiengobierna y todos quienes llegan a gobernar a esta tribu tienen ese nombre. Susubordinado se llama siempre Kudarkin, de modo que todo subordinado a unjefe es llamado Kudarkin.Los oguz no se lavan después de defecar u orinar, ni tampoco se bañandespués de eyacular, ni en ninguna otra ocasión. No tienen ningún contactocon el agua, especialmente en invierno. Ningún mercader ni otros musulmanespueden hacer sus abluciones en presencia de ellos, salvo durante la noche,cuando los turcos no lo ven, pues se enojan y dicen: «Este hombre quierehacernos víctimas de un sortilegio, porque está sumergiéndose en el agua», ypor tanto le obligan a pagar una multa.Ningún mahometano puede entrar en territorio turco hasta que un oguz hayaaccedido a ser su anfitrión, con quien se alberga y a quien trae ropas de lastierras del Islam, además de pimienta, mijo, pasas y nueces para la esposa.Cuando el musulmán llega a casa de su anfitrión, éste le levanta una tienda y lelleva ovejas para que el musulmán pueda sacrificarlas personalmente. Losturcos nunca degüellan las ovejas, sino que las golpean en la cabeza hastamatarlas.Las mujeres oguz nunca se cubren con velo en presencia de sus propioshombres ni de otros. Tampoco se cubren ninguna parte, del cuerpo enpresencia de nadie. Un día nos detuvimos a visitar a un turco y nos sentamosen su tienda. Su mujer estaba presente. Mientras conversábamos, la mujer sedescubrió el pubis y se lo rascó, cosa que nosotros vimos. Nos cubrimos elrostro y dijimos: «Con el perdón de Dios.»
Al oír esto, el marido se echó a reír y dijo al intérprete: «Diles que nosotrosdescubrimos esta parte de nuestras mujeres en presencia de ellos para que lavean y se impresionen, pero no está disponible. Es mejor que cubrirla y, noobstante, permitir su uso.»El adulterio es desconocido entre ellos. A quienquiera que descubran enadulterio, lo descuartizan en dos partes. Esto se realiza del siguiente modo:Juntan las ramas de dos árboles, atan al culpable a las ramas y luego sueltanlas ramas, de manera que el hombre atado a ellas se divide en dos.El hábito de la pederastia es considerado por los turcos un pecado terrible. Unavez llegó un mercader y se albergó con el clan del Kudarkin. Este mercaderpermaneció un tiempo con su anfitrión para comprar ovejas. Ahora bien, eldueño de casa tenía un hijo imberbe y el mercader trató de seducirlo. Por- fin,logró que el adolescente cediera a su voluntad. Pero el dueño de casa entró ylos sorprendió en flagrante delito.Los turcos querían matar al mercader y también al joven. Sin embargo,después de muchas súplicas por parte del mercader, se le permitió pagar supropio rescate. Pagó al anfitrión doscientas ovejas por lo que había hecho a suhijo y abandonó presurosamente las tierras de los turcos.Todos los turcos se arrancan las barbas, con excepción de los bigotes.Las costumbres matrimoniales son como sigue: Uno de ellos pide la mano deuna mujer de otra familia por un precio determinado. El precio consiste amenudo en camellos, animales de carga y otros bienes. Nadie puede tomaresposa hasta haber cumplido esta obligación, acerca de la cual debe haberacuerdo con los hombres de la familia. Una vez satisfecha, puede acudir a lavivienda de la novia y tomarla en presencia del padre, la madre y los hermanos,quienes no se lo impiden.Si muere un hombre dejando esposa e hijos, el mayor de los hijos varonespuede tomarla como esposa siempre que no sea su propia madre.Si un turco se pone enfermo y tiene esclavos, éstos le cuidan y ningún miembrode la familia se le acerca. Se levanta una tienda separada de las viviendas y nosale de ella hasta que muere o bien se cura. Si, por el contrario, es un esclavoo un hombre pobre, le dejan en el desierto y prosiguen el camino.Cuando muere un hombre destacado, cavan una gran fosa en forma de casa yvisten el cadáver con un qurtaq con cinturón y arco y le ponen en una manouna copa de madera llena de bebida alcohólica. Toman luego todos sus bienesy los depositan en esta casa. Por fin ponen en ella el cuerpo. Luego levantanotra casa encima y construyen una especie de cúpula de barro.A continuación sacrifican sus caballos, ya sea uno o doscientos, tantos comoposea, en el lugar de la tumba. Se comen entonces la carne, dejando sólo lacabeza, los cascos, el cuero y la cola, todo lo cual cuelgan de palos de maderay dicen: «.Éstos son los corceles en que cabalga hacia el paraíso.»
Si el hombre ha sido un héroe y ha matado a enemigos, tallan estatuas demadera en un número equivalente al de hombres que mató, las colocan sobresu tumba y dicen: «Éstos son los pajes que le sirven en el Paraíso.»A veces posponen por un día o dos el sacrificio los caballos, en cuyo caso unviejo seleccionado entre los ancianos los alborota diciendo: «Vi en sueños alhombre muerto y me dijo: "Aquí me ves. Mis camaradas me han alcanzado ytenía pies demasiado débiles para seguirlos. No puedo alcanzarlos y hequedado solo." » En este caso la gente ata a sus caballos y los cuelga sobre latumba. Al cabo de unos días vuelve a acercarse y dice: «He visto en un sueñoal muerto y me dijo: "Informad a mi familia que me he recobrado de mi trance."» De este modo el anciano preserva las costumbres de los oguz, pues si no lohiciera podría desatarse entre los vivos el deseo de quedarse con caballos delmuerto [1].Por fin continuamos nuestro viaje por el reino turco. Una mañana, un turco salióa nuestro encuentro. Era de rasgos desagradables, sucio de aspecto,despreciable en su actitud y rastrero por naturaleza. El turco me dijo: «Alto», ytoda la caravana se detuvo, obedeciendo su orden. Dijo él entonces: «Ni unode vosotros puede pasar.» Le dijimos: «Somos amigos del Kudarkin.» Elhombre rió y dijo: «¿Quién es el Kudarkin? Me cago en sus barbas.»Ninguno de nosotros supo qué hacer al oir estas palabras, pero el turco dijo:«Bekend -es decir, pan en la lengua de Chwarezn. Le di unas cuantas hogazasde pan, que el hombre tomó antes de decirnos-: Podéis seguir. Me hecompadecido de vosotros.»Llegamos al distrito del comandante militar, cuyo nombre era Etrek ibn-al-Qatagan. El comandante hizo levantar tiendas para nosotros y nos invitó aocuparlas. Él tenía una gran casa, servidores y grandes viviendas. Trajo ovejaspara que pudiéramos sacrificarlas y puso a nuestra disposición caballos desilla. Los turcos aluden a él como su mejor jinete y la verdad es que locomprobé un día cuando corrió una carrera con nosotros y al pasar un gansovolando sobre nosotros, preparó su arco y, guiando su caballo hasta ponersedebajo de él, le disparó una flecha y lo abatió.Le regalé un vestido de Merv, un par de botas de cuero rojo y cinco gabanes deseda. El comandante los aceptó con estentóreas muestras de agradecimiento.Se quitó entonces el gabán de brocado que llevaba, para ponerse las prendasde honor con que yo acababa de obsequiarle. Vi que el qartaq que tenía debajoestaba deshecho y muy sucio, pero es costumbre de ellos que nadie se quite laprenda que usa pegada al cuerpo hasta que se desintegra.En verdad se arrancaba toda la barba y aun el bigote, de manera que tenía elaspecto de un eunuco. Sin embargo, como he observado, era el mejor de susjinetes.Creí que estos hermosos presentes nos ganarían su amistad, pero no habríade ocurrir así. Era un hombre traicionero.
Un día mandó llamar a los jefes más próximos a él, es decir, Tarhan, Yanal yGlyz. Tarhan era el de mayor influencia, un hombre lisiado y ciego a quien lefaltaba una mano. El comandante les dijo:-Éstos son los emisarios del rey de los árabes al jefe de los búlgaros y noquerría dejarlos pasar sin antes cambiar ideas con vosotros.Habló entonces Tarhan:-Es éste un asunto que desconocemos. Nunca ha pasado el embajador delsultán a través de nuestro territorio desde que lo ocuparon nuestrosantepasados. Sospecho que el sultán trama algo contra nosotros. En realidad,ha mandado a estos hombres para levantar a los hazars contra nosotros. Lomejor será cortar en dos a estos embajadores y apoderarnos de todo lo quetienen.Otro consejero dijo:-No; será mejor que nos apoderemos de lo que tienen y los dejemos desnudospara que regresen al lugar del que provienen.Y otro repuso:-No; el rey de los hazars tiene prisioneros de nuestro pueblo, de modo quedebemos enviar a estos hombres a que paguen rescate por ellos.Durante siete días discutieron estos puntos, mientras nosotros estábamos enuna situación semejante a la muerte. Hasta que acordaron dejarnos pasar.Dimos a Tarham, como prendas de honor dos caftanes de Merv y ademáspimienta, mijo y unas hogazas de pan.Y proseguimos el viaje hasta que llegamos al río Bagindi. Allí tomamosnuestros botes de piel de camello, los dispusimos el uno junto al otro ycargamos los artículos de los camellos turcos. Cuando cada uno de los botesestuvo lleno, ocuparon lugares en ellos grupos de cinco, seis o cuatro hombres.Todos cortaron ramas de abedul y las usaron como remos, remando todo eltiempo mientras el agua arrastraba los botes y los hacía girar sobre sí mismos.Por fin cruzamos el río. En cuanto a los caballos y camellos, pasaron a nado.Es absolutamente necesario que al cruzar un río se transporte en primertérmino, y antes que ningún miembro de la caravana, a un grupo de guerrerosarmados con el fin de establecer la vanguardia que impida un ataque porsorpresa mientras el grueso de la expedición está atravesando el río.Cruzamos, pues, el río Bagindi y del mismo modo el río llamado Gam. Acontinuación el Odil, el Adrn, luego el Wars, el Ahti y el Wbna.Todos ellos son ríos importantes Llegarnos entonces al lugar donde habitaban los pecenegs. Éstos habíanacampado junto a un lago manso que parecía el mar. Son gente muy morena yrobusta y los hombres se afeitan la barba. Son pobres, en comparación con losoguz,pues entre los oguz vi hombres que poseían hasta diez mil caballos y hastacien mil ovejas. Los pecenegs, en cambio, son pobres y nos quedamos sólo undía junto a ellos.Reanudamos la marcha y llegamos al río Gayih. Éste es el río más caudaloso,ancho y de cauce más rápido que encontramos. En verdad vi volcarse un botede cuero en él y sus ocupantes se ahogaron. Muchos miembros del grupoperecieron, y también muchos camellos y caballos se ahogaron. Cruzamoseste río con dificultad. Al cabo de unos días más de marcha cruzamos el ríoGaha, luego el Azhn, luego el Suh y luego el Kiglu. Por fin llegamos a la tierrrade los Baskirs [2].Por fin abandonamos la tierra de los baskirs y cruzamos el río Germsan, el ríoUrn, el río Urm, el río Wtig, el río Nbasnh y el río Gawsin. Entre estos ríos ladistancia implica un viaje de dos, tres o cuatro días en cada caso.Luego llegamos a la tierra de los búlgaros, que comienza en los márgenes delrío Volga[1] Farzan, entusiasta admirador de Ibn-Fadlan, cree que este párrafo revela laagudeza de un antropólogo moderno, que registra no sólo los hábitos de unpueblo, sino también los mecanismos que actúan en el cumplimiento de estoshábitos. Las implicaciones económicas de matar los caballos deun jefe nómadason el equivalente de los impuestos sucesorios de hoy, es decir, tienden aretardar la acumulación de la riqueza heredada dentro de una familia. Si bienes exigido por la religión, no puede haber sido una práctica que gozara de granfavor, como tampoco lo son los impuestos sucesorios hoy en día. Ibn-Fadlan,con toda astucia, señala la manera en que es impuesta a quienes la resisten[2] El manuscrito de Yakut contiene una breve descripción de la permanenciade Ibn-Fadlan entre los Baskirs. Muchos expertos ponen en duda laautenticidad de estos pasajes. Las descripciones son aburridas einusitadamente vagas Y en su mayor parte consisten en listas de jefes ynobles. lbn-Fadlan mismo insinúa que no vale la pena ocuparse de los Baskirs,declaración poco habitual en este viajero de curiosidad inagotable .
PRIMER CONTACTO CON LOS NÓRDICOS
Con mis propios ojos vi cómo los nórdicos [1] habían llegado con susmercancías y levantado su campamen-to sobre las márgenes del Volga. Nuncavi gente tan gigantesca como ellos. Son altos como palmeras y de tez pictóricay rubicunda. No llevan ni camisolas ni caftanes, sino que los hombres llevanuna prenda de tejido tosco drapeado sobre un lado, para que una mano quedelibre.Todo nórdico lleva un hacha, una daga y una espa-da y nunca se los ve sinestas armas. Sus espadas son anchas, con bordes ondeados y de manufacturafranca. Desde la punta de las uñas hasta el cuello, todos los hombres estántatuados con imágenes de árboles, seres vivos y otras cosas.Las mujeres llevan atado al pecho un pequeño estu-che de hierro, cobre, platau oro, según la riqueza y los recursos de sus maridos. Atado a este estuchetienen un anillo y sobre éste una daga, todo ello sobre el pecho. En el cuellollevan collares de cadenas de oro y plata.Son la raza más sucia que haya creado Dios jamás. No se limpian después dedefecar ni se lavan tampoco después de alguna suciedad nocturna, como no loharían los asnos salvajes.Llegan desde su propio país, anclan sus barcos en el Volga, que es unanchuroso río, y construyen gran-des viviendas de madera sobre la orilla. Encada una de estas casas viven diez o veinte personas, más o menos. Cada unode los hombres tiene una cama en la cual se sienta con las hermosasmuchachas que tiene para vender. Es muy frecuente que goce de algu-na deellas en presencia de un amigo. A veces varios de ellos pueden estardedicados a esta actividad sexual en un mismo momento, todos en presenciade los otros. De cuando en cuanto un mercader llega a una casa a comprar una muchacha y hallará al amo de ésta abrazándola y sin estar dispuesto avenderla hasta ha-ber saciado su deseo. No se considera que esto sea nadaextraordinario.Todas las mañanas entra una esclava con una vasija de agua que coloca a lospies de su amo. Este se lava la cara y las manos y luego el pelo, peinándoselosobre la vasija. Hecho esto se suena la nariz y escupe dentro y con ello no dejaninguna suciedad, ya que todo se lo lleva el agua. Cuando ha terminado, lamuchacha traslada la vasija hasta el hombre siguiente, quien hace lo mismo.De este modo pasa la vasija de uno a otro hombre, hasta que todos en la casase han sonado la nariz y escupido en la vasija y se han lavado la cara y el pelo.Esta es la forma normal de hacer las cosas entre los nórdicos, según he podidoverlo con mis propios ojos. A pesar de todo, en la época en que llegamos habíacierto descontento entre estos gigantes, descon-tento que radicaba en losiguiente:Su jefe principal, un hombre llamado Wyglif, había enfermado y estabainstalado en una tienda especial a cierta distancia del campamento, provisto depan y agua. Nadie se le acercaba, ni le hablaba, ni le visitó durante todo elperíodo de su enfermedad. Los esclavos no le alimentaban porque los nórdicosconsideran que es necesario recuperarse de cualquier enfermedad recurriendoa las propias fuerzas. Muchos entre ellos creían que Wyglif no volvería areunirse con ellos en el campamento, sino que, por el contrario, moriría.Ahora bien, un miembro de la comunidad, un joven noble llamado Buliwyf, fueelegido como nuevo gober-nante, pero no fue aceptado mientras el jefeenfermo seguía con vida. Tal era la causa del malestar reinante cuandonosotros llegamos. Sin embargo, no se veían muestras de pesar ni de llantoentre la gente acampada junto al Volga.Los nórdicos atribuyen gran importancia a los de-beres del anfitrión. Reciben atodo visitante con calor y hospitalidad, abundante alimento y ropas y losseño-res y los nobles compiten por el honor de haber acor-dado la hospitalidadmás generosa. El grupo de nues-tra caravana fue llevado a casa de Buliwyf ynos ofrecieronn una gran fiesta, presidida por el mismo Buliwyf, quien —pudever— era un hombre alto y fuer-te, de tez y pelo y barba muy blancos. Tenía elporte de un conductor.Como señal de aprecio por el honor de que éramos objeto, hicimos grandesaspavientos de entusiasmo por la comida, no obstante ser ésta vil, aparte deque el festín consistía en buena parte en arrojarse la comida y la bebida y enreír y regocijarse en forma estruendosa. Era común, en medio de este primitivobanquete, que un noble tuviese relaciones con una muchacha esclava enpresencia de todos.Al ver esto, volví la cara y dije:— ¡Que Dios me perdone!
Y los nórdicos rieron muchísimo al ver mi confu-sión. Uno de ellos hizo latraducción del comentario de que según ellos Dios mira con favor talesplaceres abiertos. Me dijo, en efecto:—Ustedes, los árabes, son como viejas. Tiemblan frente al espectáculo de lavida. Como respuesta, dije:—Soy un invitado entre ustedes, y Alá sabrá guiar-me hacia la virtud.Esto fue motivo de nuevas risas, aunque no veo por qué habrían de haberloconsiderado gracioso.Es costumbre de los nórdicos reverenciar la guerra. En verdad estos hombresenormes pelean sin cesar.Nunca están en paz, ya sea entre ellos o bien entre las diferentes tribus de suespecie. Cantan canciones bélicas en las que se ensalza el coraje y consideranque la muerte del guerrero es el más alto honor.En el banquete de Buliwyf uno de los presentes cantó una canción de valor yde batalla que encantó a todos, a pesar de que nadie prestaba mucha atención.La fuerte bebida que consumen los nórdicos muy pron-to los transforma enanimales y asnos enloquecidos. En mitad de la canción hubo eyaculación ytambién combate mortal en medio de una riña de ebrios entre dos guerreros. Elbardo no cesó de cantar a través de todos estos hechos. En verdad vi la sangreque brotaba salpicándole la cara. El se la enjugó sin hacer una pausa en sucanto.Esto me impresionó mucho.Ahora bien, este Buliwyf, que estaba tan ebrio co-mo el resto, ordenó que yoles cantara una canción. Se mostró muy insistente. Como no deseaba que seenfadara, recité del Corán mientras el intérprete repe-tía mis palabras en supropia lengua nórdica. No me acogieron mucho mejor que a su propio juglar ymás tarde rogué el perdón de Alá por el tratamiento de que fueron objeto suspalabras sagradas y asimismo por la traducción [2] que, según pude intuir, notenía sen-tido, ya que el intérprete mismo estaba también ebrio.Habíamos permanecido dos días con los nórdicos y teníamos el plan de salirpor la mañana, cuando el traductor nos informó que el jefe Wyglif había muerto.Me empeñé entonces en observar lo que aconteció con posterioridad.Primero le colocaron en su tumba, sobre la cual se levantó un techado y ledejaron en ella durante un período de diez días hasta que hubieron [3]terminado de cortar y coser sus ropas. Reunieron además sus bienes y losdividieron en tres porciones: la primera, para la familia; la segunda, para lacompra de las ropas que le confeccionaron, y la tercera, para adqui-rir bebidafuerte, por la eventualidad de que algún día una muchacha se resignara a moriry fuese quemada junto a su amo.
En cuanto al consumo de alcohol, se abandonan a él en forma alocada y lobeben día y noche como ya he señalado. No deja de ser frecuente que alguiense muera con una copa en la mano.La familia de Wyglif preguntó a todas sus mucha-chas y pajes:—¿Quién de ustedes morirá con él? Una de ellas repuso:—Yo.Desde el momento en que pronunció dicha palabra, dejó de ser libre. De habercambiado de parecer, no se lo habrían permitido.La muchacha que había hablado fue encomendada al cuidado de otras dos quedebían vigilarla, acompa-ñarla adondequiera que fuese y aun, en ciertos casos,lavarle los pies. Otros se ocuparon del muerto, cor-tando sus prendasmortuorias y preparando todo lo que sería necesario. Durante todo este tiempola mu-chacha se dio a la bebida y al canto y se mostró con-tenta y alegre.Entre tanto, Buliwyf, el noble destinado a ser el próximo rey o jefe, debió hacerfrente a un rival cuyo nombre era Thorkel. No le conocía yo, pero era feo yrepugnante, un hombre moreno en medio de esta gente de raza blanca ysonrosada. Se había dispuesto a ser jefe él mismo. Todo esto me lo contó eltraduc-tor, ya que no había indicios en los preparativos fúne-bres de quehubiese algo que no marchaba como de costumbre.Buliwyf no dirigió los preparativos por no ser de la familia Wyglif, pues es laregla que sea la familia quien prepara el funeral. Buliwyf se unía a los festejos yregocijo generales y no actuaba en verdad como un rey, salvo durante losbanquetes por la noche, en que se sentaba en el sitial alto reservado al rey.He aquí cómo se sentaba. Cuando un nórdico es rey de verdad, se sienta a lacabecera de la mesa en una gran silla de piedra con brazos también de piedra.Tal era la silla de Wyglif, pero Buliwyf no se sentó en ella como lo hacía unhombre normal. En lugar de ello se sentó en uno de los brazos, posición de lacual caía cuando bebía en exceso o cuando reía demasiado. La costumbre eraque no se sentase en la silla hasta haber sido enterrado Wyglif.Durante todo este tiempo Thorkel tramaba un com-plot y conferenciaba con losdemás nobles. Llegué a enterarme de que sospechaban que yo era unhechi-cero o mago, lo cual me causó zozobra. El traductor, que no creía enestos chismes, me dijo que Thorkel afirmaba que yo había sido la causa de queWyglif muriera para que Buliwyf fuera el próximo rey. Debo decir, no obstante,que no tuve nada que ver con ello.Al cabo de unos días intenté marchar con mis hom-bres, Ibn Bastu, Takin yBars, pero los nórdicos no nos permitieron irnos y dijeron que debíamosquedar-nos hasta el funeral a la vez que nos amenazaban con las dagas quellevaban siempre. En vista de esto nos quedamos.Cuando llegó el día en que se debería quemar el cuerpo de Wyglif y a lamuchacha, acercaron su barco hasta que tocó la playa. Alrededor de laembarcación se dispusieron cuatro asientos de madera de abedul y otrostrozos de leña, así como grandes figuras de madera que representabanpersonajes.Entretanto, la gente comenzó a caminar de un lado a otro, pronunciandopalabras que yo no com-prendía. La lengua de los nórdicos no es grata al oídoy es, además, difícil de comprender. El jefe muerto estaba a cierta distancia ensu tumba, de la cual no le habían retirado aún. A continuación trajeron unalitera, la colocaron en el barco y la cubrieron con tela entre-tejida de oro deGrecia y con almohadas del mismo material. Llegó entonces una anciana, aquien llaman el ángel de la muerte, quien distribuyó los artículos personalessobre la litera. Era ella quien se ocupaba de la confección de las ropasfunerarias y de todos los demás elementos. También debía ella matar a lamuchacha. Vi a esta vieja con mis propios ojos. Era mo-rena, maciza y teníauna expresión hosca.Cuando llegaron a la tumba, apartaron el techado y sacaron al muerto. Vientonces que estaba totalmen-te ennegrecido, debido al frío reinante en laregión. Cerca de él, en la tumba, habían dispuesto bebida alco-hólica, frutas yun laúd, todo lo cual retiraron en aquel momento. Excepto por su color, eldifunto Wyglif no había cambiado.Vi entonces a Buliwyf y a Thorkel de pie el uno junto al otro, dando grandesmuestras de amistad du-rante la ceremonia, si bien era evidente que talesmuestras eran todas falsas.Vistieron al rey Wyglif con pantalones, polainas y un caftán de tela de oro y lepusieron en la cabeza un gorro de tejido con oro adornado con piel de marta.Le llevaron entonces a una tienda en el barco y allí le sentaron en la literaacolchada, le sostuvieron con almohadas y le llevaron bebida fuerte, fruta yalbahaca, todo lo cual dejaron a su lado.Trajeron luego un perro, que seccionaron en dos, arrojando las mitades en elbarco. Colocaron junto al cuerpo todas las armas y en seguida dos caballos alos que hicieron correr hasta que estuvieron sudorosos, momento en el cualBuliwyf mató a uno de ellos con su espada y Thorkel al segundo,despedazándolos am-bos con sus espadas y arrojando los trozos dentro delbarco. Buliwyf mató su caballo con menos limpieza, hecho que pareciósignificar algo entre los observado-res, si bien yo no pude comprender en quéconsistía.Trajeron luego dos bueyes, que también despeda-zaron y arrojaron dentro delbarco y, por fin, un gallo y una gallina, que mataron y arrojaron en el interior.La muchacha que había elegido morir se paseaba entretanto de un lado a otro,entrando en cada una de las tiendas diseminadas en el lugar. El ocupante decada una tenía relaciones con ella y decía:—Dile a tu amo que hice esto sólo por amor a él.Era ya tarde en el día. Condujeron a la muchacha hacia un objeto que habíanconstruido, algo semejante al marco de una puerta, y cuando ella apoyó lospies sobre las manos de los nombres, la levantaron para que mirara por encimadel marco. La muchacha murmuró algo en su idioma y la bajaron. Otra vez lalevan-taron, le permitieron bajar y por tercera vez repitieron esta acción. Luegole entregaron una gallina, que la muchacha decapitó arrojando lejos la cabeza.Pregunté al intérprete qué había hecho la mucha-cha. Este replicó:—La primera vez dijo: «Mirad, veo a mi padre y a mi madre.» La segunda vez.«Mirad, veo sentados a todos mis parientes muertos», y la tercera: «Mirad, veoa mi amo sentado en el Paraíso. El Paraíso es tan hermoso, tan verde... Con élestán sus hombres y sus jóvenes. Me llaman, de modo que llévenme hasta él».La llevaron, pues, al barco. Allí se quitó sus dos brazaletes y se los entregó a laanciana a quien llama-ban el ángel de la muerte, encargada de asesinarla.También se quitó dos aros de los tobillos y se los pasó a sus dos servidoras,las hijas del ángel de la muerte. Por fin la levantaron dentro del barco, pero nole per-mitieron entrar todavía a la tienda.En aquel punto llegaron hombres armados con escudos y lanzas y leentregaron una copa de bebida fuerte. La muchacha la aceptó, cantó sobre ellay la bebió. El intérprete me dijo que había dicho: «Con esto me despido de misseres queridos.» Le entregaron luego otra copa, que también tomó antes decomenzar una larga canción. La vieja le ordenó que la bebiera sin más y queentrara en la tienda donde estaba su amo.Para entonces tuve la impresión de que la mucha-cha estaba confusa [4]. Hizoun ademán, como si fuera a entrar en la tienda, pero de pronto la vieja la aferróde los cabellos y la arrastró al interior. En aquel mo-mento los hombresempezaron a golpear sus escudos con las lanzas con el fin de ahogar el ruidode los gritos, que podrían haber aterrado a las otras mucha-chas y llevarlas aresistirse a morir con sus amos en el futuro.La siguieron al interior de la tienda seis hombres, cada uno de los cuales tuvoconocimiento carnal de ella. Hecho esto la colocaron junto a su amo, dondedos de los hombres le tomaron los pies y otros dos las manos. La viejaconocida como el ángel de la muerte le ató una soga alrededor del cuello yentregó los extremos a los dos hombres restantes para que tiraran de ellos.Mientras la vieja le hundía una espada en las costillas, los dos hombres laestrangularon con la soga hasta que murió.Los parientes del difunto Wyglif se aproximaron, y tomando un trozo de maderaencendida, volvieron des-nudos al barco y lo incendiaron sin mirarlo en ningúnmomento. Muy pronto estuvo en llamas la pira fune-raria y el barco, la tienda, elhombre y la muchacha, y todo el resto desaparecieron en una violenta tormenta de fuego.
A mi lado, uno de los nórdicos hizo un comentario al intérprete. Pregunté a éstequé le había dicho y re-cibí la siguiente respuesta:—Ustedes los árabes —dijo— deben ser gente muy estúpida. Toman alhombre más venerado y amado y le arrojan a la tierra para que le devoren lasalima-ñas y los gusanos. Nosotros, en cambio, le quemamos en un instantepara que sin la menor demora pueda entrar en el Paraíso.En verdad en menos de una hora barco, maderos y muchacha se habíanconvertido, junto con el hombre, en cenizas.[1] En realidad la palabra usada por Ibn Fadlan aquí era «Rus», nombreparticular de esta tribu de nórdicos. En el texto llama a veces a losescandinavos por el nombre de cada tribu y a veces los llama «Varangios»como término genérico. Los historiadores de hoy reservan el nombre deVarangio a los mercenarios escandinavos empleados por el Imperio bizantino.Para evitar confusiones en esta traducción se emplea siempre el término«nórdicos».[2] Los árabes siempre se han mostrado aprensivos frente a una traducción delCorán. Los sheiks más antiguos sostenían que no era posible traducir el librosagrado, convicción basada, seguramente, en consideraciones religiosas. Sinembargo, cuan-tos han intentado una traducción se muestran de acuerdo porrazones estrictamente seculares. El árabe es en sí una lengua concisa y elCorán está compuesto como poesía, siendo por tanto más concentrado aún.Las dificultades de transmitir el significado literal, para no mencionar ya lagracia y la elegan-cia del árabe original han llevado a los traductores apresen-tar su obra con largos prólogos y profusas disculpas.Al mismo tiempo el islamismo es una forma del pensamien-to activa yexpansiva, y el siglo X fue uno de los períodos que marcaron la cumbre de sudivulgación. Tal expansión requirió sin duda las traducciones para uso de losconversos y se lle-varon a cabo muchas, pero ninguna feliz desde el punto devista de los árabes.[3] Esto resultó ya en sí sorprendente para un observador árabe que proveníade un clima cálido. La práctica musulmana exige un entierro inmediato, amenudo el día mismo del deceso, después de una breve ceremonia deabluciones rituales y ple-garias.[4] O posiblemente «demente». Los manuscritos en latín dicen cerritus, pero elárabe de Yakuy dice «confusa» o «deslumbrada».

CONSECUENCIAS DEL FUNERAL DE LOS NÓRDICOS
Estos escandinavos no encuentran motivo de pesar en la muerte de unhombre. El hombre pobre y el esclavo son objeto de indiferencia para ellos, yaun un jefe no será capaz de arrancarles lágrimas ni de provo-carles tristeza.La misma noche del funeral del jefe lla-mado Wyglif hubo un gran festín en losgrandes recin-tos de la colonia de nórdicos.A pesar de todo percibí que no todo marchaba bien entre estos bárbaros.Cambié opiniones con mi intér-prete y éste se expresó así:—Es plan de Thorkel verle morir y luego desterrar a Buliwyf. Thorkel se haganado el apoyo de algunos nobles, pero hay disensión en todas las casas yen todos los sectores.Sumamente preocupado, dije:—No tengo nada que ver en este asunto. ¿Cómo debo actuar?El intérprete dijo que debería huir, si podía, pero si me atrapaban, sería pruebade mi culpabilidad y se me trataría como a un ladrón. Se trata a los ladrones delsiguiente modo: Los nórdicos le llevan hasta un grueso árbol, le atan con unasoga resistente, le cuel-gan del árbol y le dejan colgar de él hasta que se pudrey se desintegra por la acción del viento y la lluvia.Al recordar asimismo que había eludido con dificul-tad la muerte en manos deIbn-al-Qatagan, opté por actuar como lo había hecho antes, es decir, me quedéentre los nórdicos hasta que me diesen el salvoconducto para proseguir miviaje.Pregunté a mi intérprete si convendría que ofrecie-ra regalos a Buliwyf y aThorkel con el fin de auspiciar mi partida. Me dijo que no debería ofrecerregalos a los dos y que no estaba decidido aún quién de los dos sería el jefe.
Agregó seguidamente que esto resultaría claro un día y una noche más tarde,ni más ni menos.Es verdad, en efecto, que los nórdicos no tienen for-mas establecidas de elegirun nuevo jefe cuando el anterior muere. La fuerza en el uso de las armas tienemucha importancia, pero también la tienen la lealtad de los guerreros y de losseñores nobles. En algunos casos no hay sucesor seguro al gobierno yestábamos en presencia de una situación como ésta. Mi intérprete me aconsejóesperar y a la vez rezar. Así lo hice.Se produjo entonces una intensa tormenta sobre las márgenes del río Volga,tormenta que duró dos días con copiosa lluvia y fuertes vientos, y pasada lacual se instaló en el suelo una neblina glacial. Era espesa y blanca y no eraposible ver a una docena de pasos de distancia.Ahora bien, estos gigantescos guerreros nórdicos que en virtud de su inmensatalla, fuerza en el uso de las armas y crueldad de carácter no tienen nada quetemer en todo el mundo, temen en cambio la neblina o cerrazón que traen lastormentas.Los hombres de esta raza se esfuerzan por ocultar su temor aun entre ellosmismos. Los guerreros ríen y se chancean con exageración y hateen undespliegue irrazonable de conducta despreocupada. De este modo prueban locontrario y la verdad es que su intento de disimular es infantil, tan ostensible essu comedia de no ver la verdad. Y al mismo tiempo todos y cada uno de ellosen todo el campamento ofrecen plegarias y sacrifican gallinas y gallos, y si sepregunta a uno de ellos el motivo del sacrificio, responderá:—Hago sacrificios por el éxito de mi comercio.O bien:—Hago sacrificios en honor de tal o cual miembro muerto de mi familia.Aducirá cualquier otra razón, y por fin añadirá:—Y también porque se levante la niebla.Diré que me resultó extraño que gente tan vigorosa y guerrera como aquellatemiese tanto algo, que fin-giera no temerlo. Además, entre todos los motivosrazonables de temor, la neblina o cerrazón parecían ser, en mi opinión, en granmedida inexplicables.Dije a mi intérprete que un hombre puede temer el viento o bien las tormentasarrolladoras de arena, o las inundaciones, o los terremotos, o el trueno y el rayoen el cielo, ya que todo ello puede dañar al hombre y aun matarlo, o, en fin,destruir su vivienda. Comenté, en cambio, que esa niebla o neblina noencerraba nin-guna amenaza de daño. La verdad es que era la menosimportante de todos los elementos que sufren cambios.
El intérprete replicó que me faltaban las creencias propias de un hombre demar. Dijo que muchos marinos árabes se mostraban de acuerdo con losnórdicos, en cuanto se refería a sentir malestar al verse envueltos por la niebla[1]. Así ocurría —dijo— que todos los hombres de mar sienten ansiedad enpresencia de la niebla o neblina porque tal condición acrecienta el peligro deviajar por agua.Dije que esto era sensato, pero que cuando la nie-bla se deposita sobre latierra en lugar del agua, no comprendía la razón de temer. A esto repuso elintér-prete:—La niebla siempre es temida, venga de donde venga.Por último dijo que no había ninguna diferencia, sobre tierra o bien sobre elmar, para el punto de vista nórdico.Me dijo luego que los nórdicos no temían, en el fon-do, a la niebla, y que élmismo, como individuo, no la temía. Se trataba de algo de importancia menor,sin mayores consecuencias.—Es —dijo— un dolor leve dentro de una articula-ción de algún miembro, quepuede sobrevenir con la niebla, pero no tiene mayor importancia.Por estas palabras inferí que mi intérprete, como los demás, negaba sentirpreocupación por la niebla y fingía indiferencia.Aconteció, sin embargo, que la niebla no se levantó, si bien disminuyó y perdiódensidad al avanzar el día. Apareció el Sol como un círculo en el cielo, pero eratan débil que me fue posible mirarlo directamente.El mismo día llegó un barco nórdico que llevaba a bordo a un noble de supropia raza. Era un hombre joven con una barba rala y viajaba con sólo unséquito reducido de pajes y esclavos, sin ninguna mujer entre ellos. Supuse,pues, que no era un mercader, ya que en esta región los nórdicos vendenprincipalmente mu-jeres.Este mismo visitante amarró su barco y se quedó en él hasta la noche y nadiese le acercó ni le saludó a pesar de ser un forastero y estar a la vista de todos.Mi intérprete dijo:—Es un pariente de Buliwyf y será recibido esta noche en un banquete.—¿Por qué permanece a bordo de su barco? —pre-gunté.—A causa de la niebla. Es costumbre que perma-nezca a la vista de todosdurante muchas horas para que todos le vean bien y sepan que no es unenemigo que proviene de la niebla —me dijo el intérprete des-pués de muchos titubeos.
En el banquete de la noche vi llegar al joven al gran recinto. Allí le recibierontodos cálidamente y con grandes muestras de sorpresa, especialmente Buliwyf,quien actuó como si el joven acabara de llegar y no hubiese estado a bordo delbarco durante tantas horas. Después de los diversos saludos, el jovenpronunció una vehemente alocución, que fue escuchada por Bu-liwyf coninusitado interés. En lugar de beber y jugar con las esclavas escuchó con granatención al joven, quien hablaba con una voz sonora y áspera. Al finali-zar suspalabras, tuvimos la impresión de que el joven estaba al borde de las lágrimasy le pasaron algo para beber.Pregunté a mi intérprete qué había dicho. He aquí la respuesta:—Es Wulfgar, hijo de Rothgar, un gran rey del Norte. Es pariente de Buliwyf ysolicita su ayuda y su apoyo en una misión de héroe. Wulfgar dice que en lastierras lejanas reina un terror horroroso e indes-criptible y frente al cual nadiesabe oponer resistencia y pide a Buliwyf que se apresure a volver a esas tierraspara salvar a su pueblo y al reino de su padre, Rothgar. Pregunté a miintérprete la naturaleza de este terror.—No tiene un nombre que yo pueda darte —repu-so [2]. El intérprete parecíamuy perturbado por las palabras de Wulfgar y también estaban perturbadosmuchos de los nórdicos. En el rostro de Buliwyf obser-vé una expresiónsombría y melancólica. Pedí al intér-prete detalles de la amenaza.El intérprete me dijo:—No es posible pronunciar el nombre, porque está prohibido decirlo, ya que aldecirlo puede provocar a los demonios —y mientras hablaba pude ver que ledaba miedo tan sólo pensar en estas cuestiones y que tenía una marcadapalidez, en vista de lo cual dejé de interrogarle.Buliwyf, sentado en el alto trono de piedra, estaba silencioso. La verdad es quelos nobles y los vasallos y todos los esclavos y servidores estaban tambiénsi-lenciosos. Nadie hablaba en el recinto. El mensajero Wulfgar estaba en pietrente a todos ellos con la cabeza inclinada. Nunca había visto yo tan abatida aesta gente del Norte, habitualmente tan alegre y bulliciosa.Entró entonces la vieja llamada el ángel de la muerte y se sentó junto a Buliwyf.De una bolsa de cuero extrajo unos huesos, que no sé si eran humanos o deanimales, y que arrojó al suelo, murmurando en voz baja y haciendo pases conlas manos sobre ellos.Volvió a levantar los huesos, para arrojarlos otra vez al suelo, y se repitió elprocedimiento con nuevas palabras rituales. Y otra vez los dejó caer la ancianaantes de dirigirse a Buliwyf.Pregunté al intérprete qué había dicho, pero él no me prestó atención.
Buliwyf se puso en pie y levantó su copa de bebida alcohólica y, dirigiéndose atodos los nobles y guerre-ros reunidos allí, pronunció un discurso bastanteex-tenso. Uno por uno, varios de los guerreros se pusieron en pie y le miraron.No todos se levantaron, sin embar-go, pero pude contar once de ellos, yBuliwyf se declaró satisfecho con este número.Vi asimismo que Thorkel parecía estar altamente satisfecho con lo que ocurríay que había adoptado una posición mucho más majestuosa, a pesar de queBuliwyf no reparaba en él ni tampoco le demostraba odio ni interés, aunqueambos habían sido enemigos hasta hacía pocos minutos.En aquel momento el ángel de la muerte, la ancia-na, me señaló con un gesto ydijo algo, retirándose acto seguido del recinto. Y por fin mi intérprete habló ydijo:—Buliwyf es llamado por los dioses a que aban-done este lugar con granrapidez, dejando tras sí todas las preocupaciones y cuidados para actuar comohéroe y rechazar la amenaza del Norte. Esto es lo indicado, y además debellevar consigo once guerreros. Además, debes acompañarle.Le dije que estaba cumpliendo una misión diplomá-tica ante los búlgaros y quedebía seguir sin más tar-danza las instrucciones de mi Califa.—El ángel de la muerte ha hablado —dijo mi intér-prete—. El grupo de Buliwyfdebe contar con trece hombres y uno de ellos no debe ser nórdico. Por tanto, túserás ese hombre.Argüí que no era guerrero. La verdad es que for-mulé toda clase de objecionesy súplicas que juzgué capaces de surtir algún efecto entre este rudo grupo deindividuos. Exigí que mi intérprete transmitiera mis palabras a Buliwyf, peroéste se volvió y abandonó el recinto luego de decir estas últimas palabras:—Prepárate como juzgues necesario. Saldrás con nosotros al amanecer.[1] Es interesante que el término tanto árabe como el latino signifique de formaliteral «enfermedad».[2] Los riesgos de la traducción resultan evidentes en esta oración. El árabeoriginal de Yakuy dice «No hay nombre que yo pueda hablar». El manuscrito deXymos emplea el verbo latino dare, con el significado de «no puedo darle nombre», lo cual implica que el intérprete no conoce la palabra en una lenguano nórdica. El manuscrito Razi, que también incluye las palabras del intérpreteen forma más detallada, utiliza la palabra edere, con el significado de «No haynombre que yo pueda hacerte cono-cer». Esta es la traducción más correcta. El nórdico tiene lite-ralmente miedo de pronunciar la palabra, y con ello evocar lapresencia de los demonios. En latín, edere tiene un sentido de «Dar nacimientoa» y «evocar», además de su significado literal «provocar». Los párrafos quesiguen confirman este sentido del significado.

EL VIAJE A LAS TIERRAS LEJANAS De esta manera se me impidió proseguir el viaje hacia el reino de Yiltawar, reyde Saqaliba, y con ello cumplir la misión encomendada por al-Muqtadir,Co-mandante de los Fieles y Califa de la Ciudad de la Paz. Di las instruccionesque pude a Dadir al-Hurami y también a los pajes Takin y Bars. En seguida medes-pedí de ellos y nunca supe nada más de sus peripecias.En cuanto a mí, no hallaba mi situación diferente de la de un muerto. Estabaembarcado en uno de los barcos nórdicos, navegando río arriba por el Volga endirección al Norte con doce de estos hombres, cuyo nombre era:Buliwyf, el jefe; su lugarteniente o capitán, Etchgow; sus señores y nobles,Higlak, Skeld, Weath, Roneth, Haiga, sus guerreros y soldados valerosos Helfdane, Edgtho, Rethel, Haltaf y Herger [1]. También esta-ba yo entre ellos,sin poder comprender su idioma ni sus costumbres, ya que mi intérpretetambién había quedado en el campamento. Fue sólo por casualidad y por lagracia de Alá que uno de los guerreros, Herger, resultó ser un hombre de dotesinesperadas, que cono-cía algo de latín. Ello me permitió enterarme porHer-ger de los hechos que acontecieron. Herger era un joven guerrero muyalegre. En apariencia hallaba comi-cidad en todo y especialmente en mi propiadepresión por el hecho de tener que viajar con ellos.Estos nórdicos son, según afirman ellos mismos, los mejores navegantes delmundo y vi en su actitud un gran amor por los mares y el agua. Del barco dirélo siguiente: tenía veinticinco pasos de longitud y un ancho de ocho o algo másy era de excelente construcción, hecho de madera de roble. Era enteramente negro. Contaba con una vela cuadrada de tela y con aparejos de sogas de piel de foca trenzada [2]. El timonel iba en pie sobre una pequeña plataforma juntoa la popa y manipulaba un timón fijado a un lado de la nave en el estilo de losromanos. El barco tenía bancos para remeros, pero nunca se empleaban, sinoque se dependía más bien de la vela. La proa osten-taba, en lugar demascarón, la eficie tallada en madera de un feroz monstruo marino, tal como los que se ven en otros veleros nórdicos. Había asimismo una cola en la popa.Sobre el agua la nave era muy estable y resul-taba grato navegar en ella, lo que sumado a la confianza de los guerreros me reanimó un poco.Junto al timonel había un lecho de pieles dispues-tas sobre redes y otras pieles para cubrirse. Era el lecho de Buliwyf. Los demás guerreros dormían aquí y allí en cubierta, envueltos también en pieles y yo hice lo mismo.Viajamos río arriba durante tres días, pasando junto a numerosas poblaciones pequeñas en las orillas. No nos detuvimos frente a ninguna de ellas. Llegamos entonces a otro centro más importante en una curva del Volga. Había allícentenares de personas, así como una ciudad de buen tamaño, y en el centrode ella, un kremlin o fortaleza con paredes de barro, todo ello de dimensionesimponentes. Pregunté a Herger cómo se llamaba aquel lugar.—Es la ciudad de Bulgar —dijo—, del reino de Saqaliba. Es el kremlin delYiltawar, rey de los Saqaliva.—Este es precisamente el monarca ante quien fui enviado como emisario por mi Califa —repliqué yo, y con muchos ruegos solicité que se me permitiera desembarcar para cumplir la misión de mi Califa. Llegué a exigir esto y aun amostrarme enfadado hasta el punto de que podía osar hacerlo.La verdad es que los nórdicos no me prestaron atención. Helger se negaba aresponder a mis peticiones y exigencias, y por fin se rió en mis mismas barbas y concentró la atención en la navegación del barco. Así, pues, éste pasó delargo frente a la ciudad de Bul-gar, tan cerca de la costa, que alcancé a oír losgritos de los mercaderes y el balido de las ovejas. Estaba, no obstante,indefenso y no podía hacer nada, salvo contemplar el espectáculo frente a mis ojos. Al cabo de una hora también me impidieron hacer esto, por cuanto laciudad de Bulgar se encuentra, como dije ya, en una curva del río y muy prontodesapareció de mi vista. De tal manera entré y salí de Bulgaria [3].Transcurrieron ocho días más de navegación, siem-pre por el Volga. Alrededor de la cuenca del río el terreno era cada vez más montañoso. Llegamos por fin aun brazo del río, llamado por los nórdicos río Oker, y allí tomamos el brazo izquierdo y proseguimos nuestro trayecto diez días más. El aire era frío y elviento fuerte y había aún mucha nieve en el suelo. Hay además extensosbosques en esta región, que los nórdicos llaman Vada.Llegamos en ese punto a una población de gentes del Norte, Massborg. No erauna ciudad, sino un cam-pamento con unas pocas casas de madera, de gran tamaño, según el estilo propio de la región. Esta ciu-dad vive de las ventas dealimentos a los mercaderes que van y vienen por esta ruta. Dejamos nuestrobarco en Massborg y viajamos por tierra a caballo durante dieciocho días. Eraésta una región montañosa y acci-dentada además de intensamente fría y mesentí muy agotado por los rigores del viaje. Los nórdicos nunca viajan denoche. Tampoco suelen navegar de noche, sino que prefieren atracar su barcoal atardecer y espe-rar hasta el alba antes de reanudar el trayecto.A pesar de ello se registró un hecho. Durante nues-tros viajes la duración de lanoche se acortó tanto que no daba tiempo para cocinar siquiera una olla llenade carne. Tuve en verdad la impresión de que tan pronto como me tendía adormir me despertaban los nórdicos para decirme: «Vamos, es ya de día;debe-mos proseguir el viaje.» Tampoco era el sueño muy reparador en estosfríos lugares.Me explicó asimismo Herger que en estas regiones del Norte el día es largodurante el verano y la noche muy larga durante el invierno, y que rara vez sonde la misma longitud. Me dijo luego que todas las noches debería buscar lacortina del cielo. Una noche en que hice esto, vi en el cielo luces pálidas yarrasadas, de color verde y amarillo y a veces azul, que colgaban como uncortinado en las alturas, aunque a los nórdi-cos no les parece nada extraño.Debimos viajar a continuación descendiendo desde la región montañosa parainternarnos en otra de bos-ques. Los bosques de las tierras nórdicas son fríos yespesos, con árboles gigantescos. Es una tierra húme-da y fría y en algunospuntos tan verde que los ojos duelen a causa de la intensidad del color. Encambio en otros puntos es negra, sombría y amenazadora.Viajamos durante siete días más a través de los bosques y debimos soportarmucha lluvia. Con frecuen-cia es típico de esta lluvia caer de forma tan copiosaque resulta opresiva. En algunos momentos llegué a temer ahogarme, por estarel aire tan impregnado de agua. En otros, cuando el viento soplaba la lluvia,ésta era como una tormenta de arena que hace arder la piel y los ojos y a lavez enceguece [4].Estos nórdicos no temían a los salteadores en los bosques, y ya fuese porqueeran tan vigorosos o bien porque no había bandidos, la verdad es que nuncanos sorprendió ninguno. La región del Norte está muy des-poblada, o por lomenos tal fue mi impresión durante mis viajes por ella. Con frecuencia solíamosviajar de siete a diez días sin encontrar una población, hacienda o vivienda.Viajábamos de la siguiente manera: Por la mañana nos levantábamos y por nopoder haber hecho nuestras abluciones, montábamos a caballo ycabalgábamos has-ta mediodía. Entonces uno u otro de los guerreros cazabaalgún animal pequeño o bien un ave. Si llovía, se consumía este alimento sincocer. Llovía muy a me-nudo y al principio me negué a comer carne cruda, quepor otra parte no había sido sacrificada según los ritos o dabah, pero pasadoalgún tiempo opté por comer con el resto, y por decir en voz baja «en nom-brede Dios» con la esperanza de que Dios compren-diera el trance en que meveía. Cuando no llovía, se encendía el fuego con una pequeña brasa encendida que llevaba el grupo y se cocinaba el alimento. Comía-mos ademásmoras y hierbas cuyos nombres ignoro. A continuación viajábamos el resto deldía hasta lle-gada la noche, cuando volvíamos a descansar y a comer.Muchas veces llovía durante la noche y buscábamos refugio debajo de losenormes árboles, pero a pesar de ello nos levantábamos empapados, connuestras pieles igualmente empapadas. Los nórdicos nunca se quejaban, yaque de verdad que son alegres en todo momento. Sólo yo me quejaba, ymucho. No me pres-taban atención.Por fin dije una vez a Herger:—La lluvia es fría.Esto le hizo reír.—¿Cómo puede ser fría la lluvia? —dijo—. Eres tú quien tiene frío, además desentirte infeliz. La lluvia no es fría ni infeliz.Vi que creía en esta tonta afirmación y que me creía tonto por creer locontrario. Sin embargo, yo opinaba así.Una noche, mientras estábamos comiendo, dije al comer algo: «En nombre deDios», y Buliwyf preguntó a Herger qué había dicho yo. Le dije a Herger queera mi creencia que hay que consagrar el alimento y que por ello lo hacíasiguiendo mis convicciones. Buliwyf me preguntó entonces:—¿Es ésta la costumbre de los árabes? Herger actuó como traductor. Repuseentonces:—No, la verdad es que quien mata al animal debe encargarse de consagrar lacomida. Digo estas pala-bras para no olvidar esto [5].Los nórdicos hallaron cómico mi comentario. Rie-ron de buena gana. Buliwyfme dijo entonces:—¿Sabes dibujar sonidos?No comprendí bien qué quería decir y le pregunté a Herger, y después dehablar un poco más me di cuen-ta finalmente que se refería a la escritura. Losnórdicos llaman al discurso de los árabes ruido o sonido. Re-pliqué a Buliwyfque sabía escribir y también leer.Me indicó que escribiera algo en el suelo. Bajo la luz de la hoguera, tomé unpalo y escribí: «Alabado sea Dios».Todos los nórdicos contemplaron la escritura. Me dijeron que leyera lo quedecía, cosa que hice. Buliwyf se quedó entonces mirando largo rato la escrituracon la cabeza hundida en el pecho.
Herger quiso saber:—¿A qué Dios alabas?Repuse que alababa al único Dios, cuyo nombre era Alá.—Un solo dios no puede ser suficiente —objetó Herger.Viajamos un día más y pasamos otra noche y otro día. Y la noche siguienteBuliwyf tomó un palo y di-bujó en la tierra lo que yo había dibujado antes y memandó que leyera.Pronuncié las palabras en voz alta:—Alabado sea Dios.Al oír esto, Buliwyf quedó satisfecho y vi que me había impuesto una prueba, almemorizar los signos que yo había trazado y volvérmelos a mostrar.A su vez Etchgow, lugarteniente o capitán de Buliwyf y un guerrero menosalegre que los otros, un hom-bre severo, más bien, me habló por intermedio delintérprete Herger, quien me dijo:—Etchgow quiere saber si sabes trazar el sonido de su nombre.Respondí afirmativamente y, tomando el palo, co-mencé a hacer trazos en elpolvo. Inmediatamente Etchgow se levantó de un salto, me arrebató el palo ypisoteó mi escritura a la vez que gritaba algo eno-jado.—Etchgow no desea que dibujes su nombre nunca y debes prometérselo —medijo Herger.Me quedé perplejo al ver que Etchgow estaba su-mamente enfadado conmigo.También estaban enfada-dos los otros y me miraban con aprensión e ira.Pro-metí a Herger no dibujar el nombre de Etchgow ni el de ninguno de losotros. Al oír esto todos expresaron alivio.No volvió a discutirse mi escritura después de este episodio, pero Buliwyf diociertas instrucciones y cada vez que llovía me conducían junto al árbol másgrande del lugar y me daban más alimento que antes.No siempre dormíamos en los bosques ni tampoco los atravesábamos. En ellímite de algunos de ellos Buliwyf y otros se internaban con entusiasmo,cabal-gando al galope en medio de los árboles espesos, sin preocuparse pornada ni mostrar el menor asomo de temor. En otros casos, frente a otrosbosques, se dete-nía y vacilaba y los guerreros desmontaban, encendían unahoguera y ofrendaban algún tributo de alimento o bien unas pocas hogazas depan duro o, en fin, un trozo de paño, antes de proseguir el camino. Por últi-mo,solían cabalgar por el borde de algunos de los bosques sin internarse en ellos.
Pregunté a Herger la razón de esta actitud. Herger me dijo que algunosbosques eran seguros y otros no, pero no me dio más explicaciones. Lepregunté en-tonces:—¿Qué peligros hay en los bosques que hagan a éstos peligrosos?—Hay cosas que no pueden conquistar los seres humanos, ni matar ningunaespada, ni quemar ningún fuego, y tales cosas se encuentran en los bosques.—¿Cómo se sabe esto?Al oír esta pregunta Herger se echó a reír y dijo:—Ustedes los árabes siempre quieren tener razones para todo. Tienen en elcorazón una gran bolsa repleta de razones.—¿Y a ti no te interesan las razones? —pregunté a mi vez.—No sirven para nada. Nosotros decimos que «un hombre debe ser moderado,pero no excesivamente sabio», para no correr el riesgo de conocer su destinode antemano. El hombre cuya mente está más libre de cuidados es el que noconoce su destino por anticipado.Vi entonces que debía conformarme con aquella res-puesta. Era verdad, enefecto, que en alguna ocasión, cuando yo formulaba algún tipo de pregunta yHerger la contestaba, si yo no comprendía la respuesta, le hacía otraspreguntas a las cuales él volvía a responder. Otras veces, en cambio, alpreguntarle algo, me repli-caba de forma lacónica, como si mi pregunta notuvie-ra peso. En estos casos no conseguía arrancarle nada más, salvo unmovimiento de cabeza.En aquel punto reanudamos el viaje. En verdad debo decir que algunos de losbosques de aquellas tie-rras agrestes del Norte provocan una sensación detemor que no acierto a explicar. Por la noche, sentados alrededor del fuego, losnórdicos contaban historias de dragones y de bestias feroces y también de susantepa-sados, quienes habían matado a estos seres. Ellos eran, segúnafirmaban, la causa de mi temor, a pesar de que las contaban sin temoraparente. En cuanto a los ani-males que describían, nunca los vi con mispropios ojos.Una noche oí unos gruñidos que confundí con el rumor del trueno, pero ellosme dijeron que era el grito de un dragón en el bosque. No sé cuál es la ver-dad,así que transmito tan sólo lo que me dijeron.La región del Norte es fría y húmeda y rara vez se deja ver el sol, ya que elcielo está siempre gris y cu-bierto de espesas nubes durante el día. Las gentesde la región son pálidas como el lino y tienen el pelo muy rubio. Después demuchos días de marcha no vi ya a nadie moreno y de verdad que loshabitantes de dicha región me miraban con asombro por mil piel atezada y mipelo oscuro. Muchas veces se acercaba a mí un granjero, su mujer o su hija para tocarme con un ges-to acariciante. Herger reía y decía que queríanborrar-me el color por suponer que lo llevaba pintado sobre la piel. Son gentemuy ignorante, sin conocimiento de la gran amplitud del mundo. En muchasoportunidades evidenciaban temerme y no osaban acercárseme mu-cho. En unlugar cuyo nombre no conozco, un niño dio un grito de terror y huyó a aferrarsea su madre cuando me vio.Al ver esto los guerreros de Buliwyf lanzaron gran-des risotadas de regocijo,pero pude observar lo si-guiente: con el correr de los días, los guerreros deBuliwyf dejaron de reír y se mostraron cada vez más malhumorados. Hergerme confió que estaban pensando en la bebida que les faltaba desde hacíamuchos días. En cada hacienda o vivienda, Buliwyf y sus guerre-ros pedíanbebida alcohólica, pero en estos lugares de gente pobre era frecuente que nola hubiese, ante lo cual se mostraban profundamente desilusionados, al puntoque por fin desapareció toda su alegría.Un día llegamos a una aldea donde los guerreros hallaron bebida y todos seembriagaron rápidamente, bebiendo con desenfreno y con tal avidez que no lespreocupaba que el líquido se les derramase por las barbas y las ropas, tanapresurados estaban. En ver-dad, un miembro del grupo, el solemne guerreroEtchgow se enloqueció tanto con la bebida que cuando montó estaba aún ebrioy cayó del caballo al intentar bajar de él. El caballo le dio una coz en la cabezav yo temí por la vida del hombre, pero Etchgow lanzó una carcajada y a su vezdio una patada al caballo.Nos quedamos en esta aldea por el espacio de dos días. Me sentí muyasombrado de esto, por cuanto los guerreros habían mostrado hasta entoncesmucho em-peño y prisa en la prosecución del viaje. Ahora, en cam-bio,renunciaban a todo para beber y dormir luego bajo los efectos de laembriaguez. El tercer día Buli-wyf dispuso que emprendiéramos la marcha, ylos guerreros y yo proseguimos nuestro camino, sin que ellos hallaran nadaextraño en la pérdida de dos días.No estoy muy seguro de cuántos días más viajamos. Sé que en cincoocasiones cambiamos caballos, pagan-do por los nuevos con oro y con lospequeños caraco-les verdes que los nórdicos parecían apreciar mucho másque ningún otro objeto en el mundo. Y, por fin, llegamos a una aldea llamadaLenneborg, junto al mar. El mar estaba gris y también el cielo, y había un airefrío y cortante. En aquel lugar volvimos a embarcarnos.El aspecto de este barco era semejante al del ante-rior, aunque era de mayortamaño. Los nórdicos le habían dado el nombre de Hlosbokun, que significa«chivo marino», porque el barco en cuestión se enca-britaba sobre las olascomo se encabritan los chivos. Otra razón para tal nombre era que el barco erarápido y para esta gente el macho cobrío es el animal que sim-boliza lavelocidad.Tenía miedo de aventurarme en el mar porque el agua estaba agitada y muyfría. Una mano introducida en ese mar se habría entumecido al instante, tanto frío hacía. A pesar de todo ello los nórdicos estaban alegres y hacían chistes ybebían por la noche en aquella aldea costera de Lenneborg, trabandorelaciones con muchas de las mujeres y las muchachas esclavas. Esta era,según me contaron, la costumbre entre los nórdi-cos antes de emprender unviaje por mar, ya que nadie sabe si habrá de sobrevivir al viaje y por tanto parteen medio de festejos exagerados.En todas partes nos recibieron con gran hospitali-dad, lo cual se considerabauna gran virtud entre esta gente. El más pobre de los granjeros nos ofrecíatodo lo que poseía y lo hacía sin temor de que le robáramos o matáramos, sinomás bien por bondad y generosidad. Los nórdicos, según me enteré, nopermiten a miem-bros de su raza robar ni matar, y tratan con gran dureza aquienes lo hacen. Mantienen estas creencias a pesar de que la realidadobservada entre ellos es que están siempre peleando y ebrios como animalessin razón y matándose mutuamente en duelos feroces. Sin embargo, noconsideran esto como matar, y a cualquier hombre que mate, lo matarán.Asimismo tratan a sus esclavos con gran bondad, cosa que me maravilló [6].Cuando un esclavo enferma o bien muere en algún accidente, ello no esconside-rado una gran pérdida y las esclavas deben estar pre-paradas encualquier momento para que las someta cualquier hombre en cualquiermomento del día o de la noche en público o a solas. No hay afecto hacia losesclavos, pero tampoco se observa brutalidad hacia ellos y siempre sonvestidos y alimentados por sus amos.Me enteré de algo más. Cualquier hombre puede tener relaciones sexuales conuna esclava, pero en cam-bio la mujer del más humilde campesino esrespetada por los jefes y los nobles entre los nórdicos, de la mis-ma maneraque respetan a sus propias mujeres. Ase-diar a una mujer libre que no tienecondición de esclava es un delito, y me dijeron que podrían colgar a un hombrepor ello, aunque yo nunca vi que lo hi-cieran.Se considera una gran virtud la castidad entre las mujeres, pero en pocoscasos vi que se practicara, pues el adulterio no es considerado como de granimportancia, y si la mujer de cualquiera, de rango elevado o bajo, es denaturaleza lasciva, las consecuencias de ello no se consideran graves. Estagente es muy liberal en estas cuestiones y los hombres del Norte afirman quelas mujeres son tortuosas y no conviene confiar en ellas. Parecen estar muyresignados a este hecho y aluden a él con su habitual aire alegre.Pregunté a Herger si era casado y me dijo que tenía mujer. Con la mayordiscreción le pregunté luego si era casta. Se rió abiertamente de mi pregunta yme dijo:—Yo navego por los mares y aun puedo no regre-sar, o bien estar ausentemuchos años. Mi mujer no está muerta.De esto deduje que su mujer le era infiel y que a él no le importaba.
Los nórdicos no consideran a ningún hijo un bas-tardo si su madre es casada.Los hijos de las esclavas son, a veces, esclavos y, otras, libres. Cómo sedecide esto no lo sé.En algunas regiones se marca a los esclavos con un corte en la oreja. En otras,los esclavos llevan un collar de hierro para señalar su condición. En otras, losesclavos no llevan marcas distintivas, siguiendo con ello una costumbre local.La pederastía es desconocida entre los nórdicos, si bien dicen que otrospueblos la practican. Ellos mis-mos afirman no preocuparse por estacostumbre, y co-mo no se practica entre ellos, no prevén castigo para ella.Todo esto y más aprendí en el curso de mis conver-saciones con Herger ymediante la observación mien-tras mi grupo viajaba. Vi asimismo que en cadalugar donde nos deteníamos la gente preguntaba a Buliwyf qué misión lellevaba y que cuándo se informaban de la naturaleza de dicha misión, algo queyo no compren-día por el momento, él, sus guerreros y también yo éramostratados con el mayor respeto, recibiendo sus plegarias, sacrificios y prendasde buenos deseos.En el mar, como dije, los nórdicos se vuelven alegres y exuberantes, auncuando el océano esté agitado y peligroso, para mi gusto y también para miestómago, en el cual tenía una sensación sumamente desagradable y agitada.La verdad es que sufrí vómitos y luego pre-gunté a Herger por qué estabantodos tan felices.—Es porque pronto estaremos en la tierra de Buliwyf, en el lugar llamadoYatlam, donde viven su padre, su madre y toda su familia, a quienes no vedesde hace largos años.A esto repliqué:—¿No vamos, entonces, a la tierra de Wulfgar?—Sí —repuso Herger—, pero es de rigor que Buliwyf rinda homenaje a supadre y a su madre.Por los rostros de todos los otros señores, nobles y guerreros, vi que estabantan contentos como el mis-mo Buliwyf. Pregunté a Herger el motivo de ello.—Buliwyf es nuestro jefe, y nos sentimos felices por él y por el poder quetendrá muy pronto.Quise saber en qué consistía aquel poder de que hablaba.—Es el poder de Runding —repuso Herger.—¿Y qué poder es ese?—El poder de los antepasados, el poder de los gigantes.
Los nórdicos creen que en épocas pasadas el mun-do estaba poblado por unaraza de hombres gigantes-cos que posteriormente desaparecieron. No seconside-ran descendientes de estos gigantes, aunque han reci-bido algunos delos poderes que ellos poseían, por un proceso que no comprendo muy bien.Estos paganos creen asimismo en muchos dioses que también son gigantes ytambién tienen mucho poder. Los gigantes de quienes hablaba Herger, encambio, eran hombres, no dioses, o por lo menos tuve esa impresión.La noche que desembarcamos sobre una costa roco-sa con piedras del tamañodel puño de un hombre, Buliwyf acampó allí con sus hombres y toda la nochebebieron y cantaron alrededor de la fogata. Herger participó de la celebración yno tuvo la paciencia de explicarme el significado de los cantos, de modo que nopuedo decir qué decían en ellos, aparte de que se sentían muy felices. Al díasiguiente llegarían a la casa de Buliwyf, la tierra llamada Yatlam.Partimos con las primeras luces del alba y hacía tanto frío que me dolían loshuesos y tenía el cuerpo magullado por la playa rocosa, zarpamos con un marenfurecido y un viento arrollador. Navegamos toda la mañana y durante esteperíodo el entusiasmo de los hombres se intensificó al punto que se volvieroncomo niños o como mujeres. Para mí era motivo de asombro ver a estoshombres enormes y musculosos reír y chi-llar como un harén del Califa. Ellos,en cambio, no hallaban nada poco varonil en esta conducta.Había un cabo, un saliente de roca gris sobre el mar, también gris, y más lejosde aquel punto, me dijo Herger, estaba la ciudad de Yatlam. Me esforcé por veresta famosa tierra de Buliwyf cuando el barco de los nórdicos dobló el cabo.Los guerreros reían y lanzaban ovaciones estruendosas y adiviné que secambiaban muchos chistes groseros y se formulaban planes para tomar a lasmujeres cuando desembarcaran.Hubo entonces un olor a humo sobre el mar y vimos el humo y todos loshombres callaron. Al doblar el cabo pude ver con mis propios ojos que laciudad estaba en llamas y cubierta de olas de humo negro. No había signos devida.Buliwyf y sus guerreros desembarcaron y recorrie-ron la ciudad de Yatlam.Había cadáveres de hombres y mujeres y niños, algunos consumidos por lasllamas, otros destrozados por espadas, una gran cantidad de cadáveres.Buliwyf y sus guerreros no dijeron nada y aun en estas circunstancias no hubomuestras de pesar, llanto o congoja. Nunca he visto ninguna raza que acepte lamuerte como los nórdicos. Yo mismo me sentí horrorizado ante esteespectáculo, pero ellos, aparentemente, no.Por fin dije a Herger:—¿Quiénes hicieron esto?Herger señaló el interior, los bosques y colinas más retiradas del océano gris.Había niebla sobre estos bosques. Sin hablar, Herger señaló en esa dirección. Le pregunté:—¿Fueron las nieblas?Y él repuso:—No preguntes más. Lo sabrás antes de lo que habrías deseado.A continuación sucedió lo siguiente. Buliwyf entró en una casa quemada yhumeante y volvió a nosotros con una espada en la mano. Era una espadagrande y pesada y tan caliente por culpa del fuego que la lle-vaba con un trozode tela envuelto en el pomo. En verdad era la espada más grande que habíavisto yo en toda mi vida. Tenía la longitud de mi propio cuerpo y una hojaaplanada y tan ancha como dos palmos. Tan grande y pesada era que aunBuliwyf jadeaba al llevarla. Pregunté a Herger acerca de la espada y élrespondió:—Es Runding.Luego Buliwyf ordenó embarcarse a todo su con-tingente de hombres yvolvimos a zarpar. Nadie de los guerreros dirigió una mirada hacia la ciudadincen-diada de Yatlam. Sólo yo hice esto y vi las ruinas humeantes y más lejosla niebla en las colinas.[1] Wulfgar permaneció en tierra. Jensen manifiesta que los nórdicosacostumbran retener al mensajero como rehén y es por ello que los«mensajeros apropiados eran hijos de reyes o de nobles de gran alcurnia, obien otras personas que tuvie-sen algún valor en su comunidad, lo cual loshacía rehenes importantes». Olaf Jorgensen afirma que Wulfgar se quedóporque tenía miedo de regresar.[2] Algunos de los autores más antiguos consideraban, según parece, que estosignificaba que la vela estaba bordeada con sogas. Existen dibujos del sigloXVIII que ilustran estas velas de los vikingos con bordes de cuerda. No haypruebas de que éste haya sido el caso. Ibn Fadlan quería decir que las velasestaban aparejadas en la acepción náutica del término, es decir, colocadas enel ángulo requerido para recibir mejor el viento, mediante el uso de cuerdas depiel de foca como cables.[3] Es probable que el lector se encuentre en este momento enteramenteconfundido en cuanto a la geografía. La Bulgaria de hoy es uno de los Estados balcanes, limitada por Grecia, Yugoslavia, Rumania y Turquía. En cambio,entre los siglos IX y XV hubo otra Bulgaria, sobre las márgenes del Volga,aproximadamente seiscientos kilómetros al Sur de Moscú. Era a este paíshacia donde debía dirigirse Ibn Fadlan. La Bulgaria sobre el Volga era un reinomuy disperso, aunque de cierta im-portancia, y su ciudad capital, Bulgar, erafamosa y rica cuando la ocuparon los mogoles en el año 1237. Se cree que laBulgaria del Volga y la Bulgaria balcánica estaban pobladas por grupos deinmigrantes de un mismo origen que abandonaron la región próxima al marNegro entre los años 400 y 600 de la Era Cristiana, aunque no se sabe nadaconcreto. La vieja ciudad de Bulgar se encuentra en la región de Kazan de hoy.[4] Por provenir de una región desértica, era natu-ral que Ibn Fadlan se sintieraimpresionado por los opulentos tonos verdes y por la lluvia abun-dante.[5] Este es un sentimiento típicamente musulmán. En con-traste con elcristianismo, religión a la que se asemeja en mu-chos aspectos, el islamismono subraya un sentido del pecado original surgido de la caída del hombre. Elpecado, para un musulmán, consiste en olvidar cumplir los ritos diariospres-critos por la religión. Como corolario, es más grave olvidar del todo el ritoque recordarlo y no cumplirlo, ya sea por circunstancias atenuantes, o bien porimposibilidad personal de hacerlo. Así, pues, Ibn Fadlan dice, en efecto, quetiene presente la conducta adecuada, aun cuando no está actuando conformecon ella. Esto es mejor que nada.[6] Otros testigos presenciales no concuerdan con la descrip-ción hecha por IbnFadlan del tratamiento de los esclavos y del adulterio y por tanto ciertasautoridades ponen en tela de juicio su confiabilidad como observador social. Enrealidad se registraban, probablemente, grandes variantes entre una tribu y otraen cuanto al tratamiento aceptado de los esclavos y de las esposas infieles.

EL CAMPAMENTO DE TRELBURGPor espacio de dos días navegamos a lo largo de una costa llana, entrenumerosas islas que conforman la tierra de Dans y por fjn llegamos a unaregión de ciénagas con una red de riachuelos que desembocaban en el mar.Estos ríos no tienen nombre, sino que cada uno de ellos es llamado «wyk» y lagente que habita sobre ellos son llamados «wykings», que significa para losnórdicos los guerreros, o vikingos, que navegan río arriba con sus barcos yatacan las poblaciones por este medio [1].Ahora bien, en aquella región pantanosa nos detu-vimos en un punto llamadoTrelburg que me dejó ma-ravillado. No se trata de una ciudad, sino más bien deun campamento militar, poblado por guerreros y unas pocas mujeres y niños.Las defensas de este fuerte están construidas de forma esmerada y con lacalidad artesanal de los romanos.Trelburg se encuentra en la confluencia de dos ria-chuelos que desembocan enel mar. La parte principal de la ciudad está rodeada por un muro circular debarro cuya altura equivale a la de cinco hombres en pie el uno sobre el otro.Sobre este círculo de barro se levanta un cerco de madera para mayorprotección. Fuera del círculo hay un foso lleno de agua cuya pro-fundidadignoro.Estas obras de barro son de una construcción exce-lente y de una simetría yperfección que rivaliza con todo Ío conocido por nosotros. Hay más aún: en elsector de la ciudad que mira hacia tierra firme hay un segundo semicírculo omuro alto con otro foso exterior.La ciudad misma se encuentra dentro del círculo interior, que tiene cuatropuertas sobre los cuatro pun-tos cardinales de la tierra. Cada puerta es deroble sólido con pesados herrajes de hierro y cuenta con numerosos centinelas.Muchos centinelas se pasean también por lo alto del muro y vigilan día ynoche.Dentro de la ciudad hay dieciséis viviendas de ma-dera, todas iguales. Soncasas alargadas, según las califican los nórdicos, con paredes que se curvanhacia dentro y les dan el aspecto de botes colocados con la abertura haciaabajo a los cuales les hubiesen cortado los dos extremos. Están dispuestas dela siguiente ma-nera: cuatro casas largas situadas con precisión para formar uncuadrado. Hay cuatro de estos cuadrados, o sea, dieciséis casas en total [2] .Cada una de estas casas largas cuenta con un único acceso y ninguna de ellastiene este acceso de manera que sea visible desde los otros. Pregunté la causade ello y Herger me dijo:—Si atacan el campamento, los hombres deben co-rrer a las defensas y laspuertas de salida están distri-buidas de tal manera que los hombres puedencorrer sin atropellarse ni confundirse. Por el contrario, cada uno de ellos puedellegar con toda libertad a su puesto de defensa.Ocurre, pues, que dentro de cada cuadrado una casa tiene una puerta sobre elNorte; la siguiente, una puer-ta sobre el Este; la que sigue, una puerta sobre elSur, y la última, una puerta sobre el Oeste. Lo mismo sucede en cada uno delos otros cuadrados.Vi luego que a pesar de ser los nórdicos hombres de gran talla, las puertas sontan bajas que aun yo debo inclinarme mucho para entrar en las casas. Cuan-dole pregunté acerca de esto a Herger, repuso:—Si nos atacan, un guerrero solo tiene que perma-necer dentro de la casa ycortar con su espada la cabeza de todos los que intentan entrar. Las puertasson tan bajas que las cabezas quedan debidamente inclinadas paradecapitarlas.En verdad comprobé que desde todo punto de vista Trelburg era una ciudadconstruida con fines de acti-vidad bélica y defensa. No había ningún comercioen ella, como señalé ya. Dentro de las casas largas hay tres secciones ocuartos, cada uno de ellos con una puerta. El más grande es el del centro, quees al mis-mo tiempo un lugar dotado de un pozo para quemar desperdicios.Vi seguidamente que la gente de Trelburg no era como los demás nórdicos a lolargo del Volga. Esta era gente muy limpia para pertenecer a la raza. Se lavabaen el río y hacía sus necesidades fuera de las casas. En todo eran, en fin, muysuperiores a los gru-pos que había conocido hasta entonces. Diré, sinem-bargo, que no son verdaderamente limpios, salvo en términoscomparativos.La sociedad en Trelburg está compuesta en su ma-yoría por hombres, y lasmujeres son todas esclavas. No hay esposas entre estas mujeres y todas lasque hay allí son tomadas con toda libertad según los deseos de los hombres.Los habitantes de Trelburg se alimentan con pescado y un poco de pan. Nohacen agricultura ni cultivos, a pesar de que la tierra húmeda que rodea laciudad es apropiada para ello. Pregunté a Herger por qué no había agriculturay me dijo:—Estos son guerreros. No labran la tierra.Buliwyf y su contingente fueron recibidos con ama-bilidad por los jefes deTrelburg, que son varios, el principal de ellos, uno llamado Sagard. Sagard esun hombre fuerte y valeroso, casi tan grande como Bu-liwyf.Durante el banquete de la noche, Sagard preguntó si Buliwyf tenía una misión,así como el motivo de sus viajes. Y Buliwyf le informó acerca de la petición de Wulfgar. Herger me tradujo todo, aunque en verdad habia pasado ya bastantetiempo entre estas gentes como para haber aprendido unas cuantas palabrasen su idioma. He aquí la esencia de la conversación entre Sagard y Buliwyf.Sagard habló en los siguientes términos:—Es sensato de parte de Wulfgar cumplir la misión de mensajero a pesar deser el hijo del rey Rothgar, ya que varios de los hijos de Rothgar estándisputando entre ellos.Buliwyf le dijo que no se había enterado, o pala-bras por el estilo. Por mi partesospeché que no estaba muy sorprendido, aunque en verdad Buliwyf no sesor-prendía de nada. Tal era su papel como conductor y héroe entre ellos.Sagard volvió a hablar:—Sí, Rothgar tiene cinco hijos y tres fueron asesi-nados por uno de ellos,Wiglif, un hombre astuto [3] cuyo inspirador en esta empresa es el heraldo delviejo rey. Sólo Wulfgar se ha mantenido fiel y ahora ha partido.Buliwyf manifestó a Sagard que se alegraba de saber esta noticia, que tendríamuy presente, y en este punto la conversación terminó. En ningún momentomostraron Buliwyf o sus guerreros la menor sorpresa ante las palabras deSagard y de ello inferí que es común que los hijos del rey se maten entre ellospara apoderarse del trono.También es posible que de tiempo en tiempo un hijo asesine a su padre, el rey,para apoderarse del trono y tampoco se ve en ello nada extraordinario, pueslos nórdicos lo consideran semejante a cualquier riña de ebrios registrada entresus guerreros. Los nórdicos tienen un proverbio que dice: «Cuídate laespal-da» y creen que todo hombre debe estar siempre pre-parado paradefenderse, incluyéndose en esto al padre trente a su propio hijo.Cuando partimos pregunté a Herger por qué había una fortificación adicional enel lado de tierra firme de Trelburg, sin que la hubiera en el lado sobre el mar.Los nórdicos son gente de mar que atacan desde allí. A pesar de este hecho,Herger me explicó:—Es la tierra de donde proviene el peligro.Le pregunté entonces:—¿Por qué es peligrosa la tierra?Y él repuso:—Por las nieblas.En el momento de alejarnos de Trelburg los guerre-ros se congregaron ygolpearon sus escudos con sus lanzas y nos despidieron con gran bullicio al hacerse a la vela nuestro barco. Esto, me dijeron, era para atraer la atención deOdin, uno de sus muchos dioses, de modo que el tal Odin viese con buenosojos el viaje de Buliwyf y sus doce hombres.Aprendí esto asimismo: que el número 13 es impor-tante para los nórdicos,porque la luna crece y muere trece veces en el curso de un año, según loscálculos de ellos. Por esta razón, todas sus cuentas de cierto valor debenincluir el número 13. Así, Herger me dijo que el número de casas en Trelburgera de trece más tres, en lugar de decir dieciséis, como habría dicho yo.Aprendí luego que estos nórdicos tienen la noción de que el año no concuerdacon exactitud con los trece pasajes de la luna, y por ello el número trece no esestable ni está fijo en sus mentes. El decimotercer pa-saje es consideradomágico y misterioso y Herger dice que «Por ello te eligieron como númerotrece, por ser un extraño».La verdad es que estos nórdicos son supersticiosos y no recurren al sentidocomún, a la razón ni a la ley. A mis ojos aparecían como niños iracundos, perocomo estaba entre ellos, callé. No tardé en sentirme satisfecho de midiscreción, cuando se produjeron los hechos siguientes:Hacía algún tiempo que habíamos zarpado de Trelburg cuando recordé quenunca con anterioridad ha-bían hecho los habitantes de una ciudad aquel ruidocon sus escudos en una ceremonia de partida, para invocar a Odin. Se locomenté, pues, a Herger.—Es verdad —repuso él—. Hay una razón especial para este llamamiento aOdin, ya que en este momento estamos en el mar de los monstruos.Hallé que esto era prueba de su superstición. Pre-gunté si alguno de losguerreros había visto a estos monstruos en alguna oportunidad.—En verdad todos los hemos visto —dijo él—. ¿De qué otro modo podíamosestar enterados acerca de ellos? —por su tono de voz adiviné que meconside-raba un tonto por mi incredulidad.Pasó un tiempo más y entonces hubo una gran alga-rabía, en medio de la cualtodos los guerreros de Buliwyf se pusieron a señalar al mar, mirando conaten-ción y gritando entre ellos. Pregunté a Herger qué había ocurrido.—Estamos ya entre los monstruos —dijo, señalan-do a su vez.Diré aquí que el océano en esta región es en extremo turbulento. El vientosopla con gran fuerza y vuelve las olas del mar blancas de espuma,escupiendo agua a los rostros de los marinos y mostrándoles falsas imá-genes.Me quedé contemplando el mar muchos minu-tos y no pude ver ningúnmonstruo. No tenía, por tanto, motivos para creer lo que decían los guerreros.En aquel momento uno de ellos lanzó un grito, invo-cando a Odin, un alarido desúplica, repetido muchas veces con el mismo fervor, y vi al monstruo con mis propios ojos. Tenía la forma de una serpiente gigan-tesca que no levantaba lacabeza fuera del agua. A pesar de ello pude ver cómo enroscaba y agitaba elcuerpo, aparte de que era muy largo y más ancho que el barco de los nórdicosy de color negro. El monstruo marino arrojaba al aire una columna de agua,como una fuente, y luego se hundía y levantaba una cola partida en dos, comola lengua bifurcada de una víbora. Era, no obs-tante, enorme esta cola y cadauna de sus dos secciones era más grande que la copa de una palmera.Vi en seguida otro monstruo, y otro, y otro. Aparen-temente eran cuatro o talvez seis o siete. Cada uno actuaba lo mismo que los otros, curvándose en elagua, lanzando un chorro y levantando una cola gigantesca partida en dos. Alverlos los nórdicos gritaron a Odin pidiéndole ayuda y no pocos entre elloscayeron de rodillas sobre cubierta, temblando de terror.En verdad vi con mis propios ojos a los monstruos marinos que rodeabannuestro barco en el océano, y después, pasado algún tiempo, se fueron y novolvimos a verlos. Los guerreros de Buliwyf reanudaron sus ta-reas demaniobra en la embarcación y nadie habló de los monstruos, aunque yo seguícon mucho miedo du-rante largo rato, y Herger me dijo que tenía la cara tanpálida como la de un nórdico. A continuación dijo riendo:—¿Y qué dice Alá de todo esto?No supe qué contestarle [4] .Ya de noche desembarcamos y encendimos una fogata. Pregunté a Herger silos monstruos marinos solían atacar a los barcos en alta mar y, de hacerlo,cómo lo hacían, pues no había podido ver la cabeza de ninguno de estosmonstruos.Herger por toda respuesta llamó a Etchgow, uno de los nobles y lugartenientesde Buliwyf. Etchgow era un guerrero solemne que nunca se mostraba alegre,salvo cuando estaba ebrio. Herger manifestó que había estado a bordo de unbarco atacado. Etchgow, por su parte, me dijo lo siguiente: «...que losmonstruos marinos eran más grandes que nada existente en la superficie de latierra y más grandes que ningún barco sobre el mar, y que cuando atacanpasan por debajo de la embarcación y la levantan por los aires y la apar-tan aun lado como si fuera un trozo de madera, para aplastarla por fin con la colabifurcada. Etchgow me dijo que su barco había tenido treinta hombres a bor-doy que sólo él y dos más sobrevivieron por la gracia de los dioses.» Etchgowhablaba con un tono normal, lo cual para él era bastante serio, y consideré quedecía la verdad.También me contó Etchgow que los nórdicos saben que los monstruos atacana los barcos porque quieren copular con ellos, por suponer erróneamente queéstos son de su misma especie. Por esta razón los nórdicos no construyen susbarcos de un tamaño excesivo.
Herger me dijo que Etchgow es un gran guerrero, afamado en la batalla, y quees necesario creer todo lo que dice.Durante los dos días subsiguientes navegamos entre las islas de la tierradanesa y en el tercero atravesamos un estrecho. Allí temí ver mayor cantidadde monstruos marinos, pero no vimos ninguno y por fin llegamos a un territoriollamado Venden. Estas tierras de Ven-den son montañosas e impresionantes ylos hombres de Buliwyf se aproximaron a ellas con cierta apren-sión, despuésde haber sacrificado una gallina, que arrojaron al mar del siguiente modo:primero arroja-ron la cabeza desde la proa, y después arrojaron el cuerpo porla popa, junto al timonel.No nos detuvimos en esta nueva tierra de Venden, sino que navegamossiguiendo la costa, hasta que por fin llegamos al reino de Rothgar. Mi primeraimpresión fue la siguiente: Muy alta sobre un acantilado, domi-nando un margris y violento, había una construcción inmensa de madera, sólida e imponente.Dije a Herger que era un espectáculo magnífico, pero éste y todos suscompañeros, encabezados por Buliwyf, no hacían más que lamentarse y agitarla cabeza. Pregunté a Her-ger el motivo de ello y me dijo:—Rothgar es llamado Rothgar el Vanidoso, y este gran edificio es el sello de unhombre vanidoso.—¿Por qué dices eso? —pregunté—. ¿Por sus di-mensiones y esplendor? —en verdad, a medida que nos aproximábamos, vi que la gran construcciónestaba ricamente ornamentada con relieves y adornos de plata que relucíandesde lejos.—No —repuso Herger—. Digo que Rothgar es vani-doso por el lugar donde hasituado su población. De-safía a los dioses a que le derriben y pretende sermás que un simple hombre, y por ello es castigado.Nunca vi una fortaleza más inexpugnable; de modo que comenté a Herger:—No es posible atacar esto. ¿Cómo podrían derri-bar a Rothgar?Herger se rió de mí antes de responder:—Ustedes los árabes son increíblemente tontos y no saben nada de las cosasde este mundo. Rothgar merece el infortunio que ha caído sobre él y sólo nosotros podremos salvarlo si acaso es posible.Estas palabras me intrigaron más aún. Miré a Etch-gow, el lugar teniente de Buliwyf, y vi que estaba en pie en el barco y que ponía cara de valiente, a pesarde que le temblaban las rodillas. Y no era la violencia del viento lo que lashacía temblar. Tenía miedo. Todos tenían miedo. Y yo ignoraba el motivo.
[2] La exactitud de los datos de Ibn Fadlan han sido confir-mados por hallazgosarqueológicos concretos. En 1968 se excavó la base militar de Trelleborg, en elOeste de la Zelandia, en Dinamarca. Este lugar corresponde exactamente a ladescrip-ción hecha por Ibn Fadlan en cuanto a dimensiones, caracte-rísticas yestructura de la población.[3] Literalmente, «hombre de dos manos». Como se verá claramente másadelante, los nórdicos eran ambidiestros en la lucha, y la capacidad de cambiarde mano las armas era considerada como algo admirable. Así, pues, unhombre ambidiestro es astuto. En seguida se agregó una connotación parecidaa la palabra «cambiante», que actualmente significa embustero y evasivo, perocon anterioridad tenía un sentido positivo de «lleno de recursos, lleno demaniobras».[4] Esta descripción de lo que era sin duda un grupo de ballenas es discutidapor muchos expertos. Aparece en el ma-nuscrito de Razi tal como se reproduceaquí, pero en la traducción de Sjögren es mucho más breve y en ella aparecenlos nórdicos como haciendo objeto de una broma muy compli-cada al árabe.Los nórdicos conocían las ballenas y las distin-guían de los monstruos marinos,según Sjögren. Otros eruditos, incluso Hassan, dudan que Ibn Fadlan puedahaber ignorado la existencia de la ballena, como parece ser el caso aquí.

EL REINO DE ROTHGAR EN LA TIERRA DE VENDEN
El barco había amarrado a la hora de las plegarias de mediodía y pedí perdóna Alá por no haber hecho la súplica. La verdad es que no había podido rezar enpresencia de los nórdicos, por considerar ellos que mis plegarias eran unamaldición, y por tanto haberme amenazado de muerte si rezaba en presenciade ellos.Cada uno de los guerreros a bordo vistió la ropa de batalla, que consistía en lasprendas siguientes: primero botas y polainas de lana áspera, y sobre esto unlargo gabán de gruesa piel que les llegaba a las rodillas. Sobre este gabán secolocaron cotas de malla que todos tenían salvo yo. Después de esto cadahom-bre tomó su espada y se la ajustó al cinturón, tomó su escudo blanco decuero y su lanza, se colocó un casco de metal o de cuero en la cabeza [1] ytodos que-daron vestidos del mismo modo, salvo Buliwyf, que era el único quellevaba la espada en la mano por su gran tamaño.Los guerreros observaron la gran fortaleza de Rothgar, se maravillaron ante eltechado resplandeciente y la calidad de la artesanía y convinieron en que nohabía otra como ella en el mundo con sus altos techos inclinados y sus ricastallas. Con todo no evidenciaban respeto en sus comentarios.Por fin desembarcamos y avanzamos por un cami-no pavimentado con piedrashasta la gran fortaleza. El golpear de las espadas y el choque de las cotas demalla hacían considerable ruido. Cuando hubimos recorrido una corta distancia,vimos junto al camino cabeza cortada de un buey y puesta sobre un palo. Lamuerte de este animal databa de poco tiempo.Todos los nórdicos suspiraron y miraron con aire melancólico este portento,que, por el contrario, no me decía nada. Para entonces estaba yo habituado ala costumbre de ellos de matar un animal tan pronto como sentían el menornerviosismo o eran objeto de la menor alarma. Con todo, aquella cabeza debuey tenía una importancia especial.Buliwyf paseó la mirada por los campos de propie-dad de Rothgar y vio unagranja aislada del tipo que suelen verse con frecuencia en estas tierras. Laspare-des de la casa eran de madera, unida con una especie de pasta de paja ybarro que es necesario reponer des-pués de las lluvias que se registran amenudo. El techo está hecho de paja y madera. Dentro de las casas hay sóloun suelo de tierra apisonada y una chimenea, apar-te del estiércol, ya que losgranjeros duermen encerra-dos con sus animales por el calor que lessuministran éstos, quemando más tarde el estiércol en sus hogares. Buliwyf dioorden de que entráramos en esta casa y emprendimos, pues, la marcha através de los cam-pos, que estaban verdes, pero anegados de humedad. Una odos veces el grupo se detuvo para estudiar el terreno antes de proseguir, perono hallaron en el suelo nada importante. Por mi parte tampoco advertí nada. Apesar de ello Buliwyf no tardó en ordenar una vez más a su gente que detuviera la marcha y al mismo tiempo señaló la tierra húmeda. Vi entonces,con mis propios ojos, huellas en el suelo; en verdad muchas huellas.Pertenecían a pies mucho más feos y aplana-dos que nada conocido en lacreación. Cada dedo ter-minaba en la marca hundida de alguna uña o garracurvada, de manera que si bien la forma recordaba la del pie humano, a la vezno era humano. Lo vi con mis propios ojos y apenas pude creer lo que ellos memos-traban.Al ver esto, Buliwyf y sus guerreros agitaron la cabeza y los oí a todosrepetir una y otra vez una palabra: «wendol», «wedlon», o algo semejante. Elsig-nificado de esa palabra era desconocido para mí e intuí que nocorrespondía preguntárselo a Herger en aquel momento, porque mostrabatanta aprensión como el resto. Reanudamos la marcha a buen paso hacia lagranja, encontrando en cada trecho mayor número de estas huellas con garrasen el suelo. Buliwyf y sus gue-rreros marchaban despacio, pero no lo hacíanpor cau-tela. Ninguno de ellos sacó sus armas. Creo que sentían más bien untemor que no alcanzaba a comprender, pero que al mismo tiempo compartíacon ellos.Por fin llegamos a la hacienda y entramos en la casa. Allí vi con mis propiosojos el siguiente espec-táculo: había allí un hombre joven y de proporcionesagraciadas cuyo cuerpo había sido descuartizado. Había aquí un torso, allí unbrazo, más allá una pierna. La sangre estaba en grandes charcos en el suelo ysobre las paredes, el techo y en cada superficie en tal abun-dancia que la casatoda parecía haber sido pintada de rojo. Había también una mujer en lasmismas condi-ciones y un niño menor de dos años al que le habían arrancadola cabeza y cuyo cuerpo no era más que un muñón sangriento.Todo esto vi con mis propios ojos, y era el espec-táculo más horroroso quehubiese visto jamás. Tuve vómitos y me quedé desmayado una hora, paravolver a vomitar cuando volví en mí.Nunca comprenderé la manera de ser de los nórdi-cos, porque mientras yoestaba enfermo de horror, ellos se volvieron tranquilos y fríos frente a aquellacarni-cería. Contemplaron todo y lo apreciaron con sereni-dad, discutieron lasmarcas de garras en los miembros y la forma en que habían desgarrado lacarne de las víctimas. Se prestó mucha atención al hecho de que faltabantodas las cabezas. Comentaron asimismo lo más diabólico de todo, un detalleque aún hoy no pue-do dejar de recordar sin estremecerme.El cuerpo del niño había sido mordisqueado por dientes horribles en la regiónde carnes blandas detrás del muslo y en la del hombro. Este horror también lovi con mis propios ojos.Los guerreros de Buliwyf tenían una expresión gra-ve en el rostro y furia en losojos cuando abandonamos la casa. Siguieron estudiando minuciosamente latierra blanda alrededor del edificio y notaron que no había huellas de cascos decaballos. Esta fue una observa-ción importante para ellos, aunque a la sazónno com-prendí el por qué. Tampoco prestaba mucha atención a nada, porsentirme acongojado y físicamente enfermo.
Al atravesar los campos Etchgow hizo un descubri-miento, que consistió en losiguiente: un pequeño trozo de piedra, más pequeño que el puño de un ni§o,pulido y tallado de manera primitiva. Todos los guerreros se agruparon paraexaminarlo y yo entre ellos.Vi que representaba el torso de una mujer embara-zada sin cabeza, brazos opiernas, sólo el torso con su gran abdomen hinchado y más arriba dos mamasvolu-minosas y caídas [2]. Hallé la imagen sumamente cruda y fea, pero nadamás. Por el contrario los nórdicos se mostraron de pronto trémulos y pálidos deterror y las manos les temblaban tanto que por fin Buliwyf dejó caer la figurita alsuelo y la destrozó con el pomo de su espada, dejándola hecha mil añicos.Seguidamente varios de los guerreros se sintieron enfermos y vomi-taron allímismo. El horror era unánime y yo no com-prendía el motivo de él.Seguimos entonces el trayecto hacia la gran forta-leza de Rothgar. Nadie hablódurante nuestra marcha, que duró cerca de una hora. Todos los nórdicosesta-ban aparentemente ensimismados, absortos en pensa-mientos amargos ysobrecogedores, pero a pesar de ello ya no evidenciaban temor.Finalmente un heraldo a caballo nos salió al encuen-tro y se cruzó en nuestrocamino, impidiéndonos avan-zar. Después de observar las armas quellevábamos y el porte del grupo y de Buliwyf, nos gritó una adver-tencia:Herger me dijo:—Desea saber nuestro nombre, y además ahora mismo.Buliwyf dio una respuesta al heraldo y por el tono adiviné que Buliwyf no estabade humor para cambiar cortesías. Me dijo Herger entonces:—Buliwyf está diciéndole que somos subditos del rey Rothgar, con quienqueremos hablar.A poco Herger volvió a traducir:—Buliwyf dice que Rothgar es un gran rey —pero el tono con que dijo estoexpresaba lo opuesto.Este heraldo nos permitió proseguir la marcha ha-cia la fortaleza y nos dijo queesperáramos fuera mien-tras él comunicaba al rey nuestra llegada. Así lohici-mos, a pesar de que Buliwyf y su séquito no estaban satisfechos consemejante acogida. Se oyeron murmu-llos y quejas, por cuanto está dentro delespíritu de los nórdicos ser hospitalarios y no consideraban una cortesía queles dejaran fuera. A pesar de ello, espera-ron y también se quitaron elarmamento de lanzas y espadas, pero no sus corazas, dejando todas lasarmas apoyadas contra los muros de la fortaleza.El edificio principal de ésta estaba rodeado por otras viviendas, según lacostumbre de los nórdicos. Eran construcciones alargadas con paredes curvadas, como en Trelburg, pero su distribución era diferente, pues en estelugar no formaban cuadrados. Tampoco se veían fortificaciones ni murallas depiedra. Por el contrario, desde la gran fortaleza y las casas alargadas junto aellas bajaba la carretera hasta una planicie extensa y verde en la que habíauna casa de campesi-nos aquí y allá, y más lejos, las colinas y el borde delbosque.Pregunté a Herger de quién eran aquellas casas lar-gas, y me dijo:—Algunas pertenecen al rey y otras a la familia real y a los nobles, mientrasotras son para la servidum-bre y para los miembros de menor rango de la corte—añadió que aquél era un lugar muy difícil, y no pude comprender elsignificado de tal comentario.Entonces nos permitieron entrar en el gran hall del rey Rothgar, que en verdadafirmo debe ser conside-rado una de las maravillas del mundo y tanto más porestar en esas primitivas regiones del Norte. La forta-leza es llamada entre lossubditos de Rothgar con el nombre de Hurot, pues los nórdicos dan nombresde personas a los objetos de su vida, edificios, barcos y especialmente armas.Ahora diré que este Hurot, la gran fortaleza de Rothgar, era tan grande como elpalacio principal de nuestro Califa y su interior tenía ricas incrustaciones deplata y aun algunas de oro, me-tal que es sumamente raro en el Norte. Entodos lados se veían diseños y adornos del mayor esplendor y ri-queza deartesanía. Era en verdad un monumento al poder y la majestad del rey Rothgar.El mismo rey Rothgar estaba sentado en el extremo más distante del granrecinto, un espacio tan vasto que él quedaba muy lejos y apenasalcanzábamos a verle. Detrás y junto a su hombro derecho estaba el mismoheraldo que nos había interceptado. El heraldo hizo un discurso que Herger metradujo de este modo:—Aquí, ¡oh rey!, hay una banda de guerreros del reino de Yatlam. Acaban dellegar del mar y su jefe es un hombre llamado Buliwyf. Solicitan tu permiso paraque te comuniquen su misión, ¡oh, rey! No les prohibas quedar aquí. Tienen elporte de nobles y por su aspecto su jefe tiene que ser un valiente guerrero.Salúdalos como nobles, ¡oh, rey Rothgar!Nos dijeron entonces que nos aproximásemos al rey Rothgar.El rey Rothgar parecía un hombre próximo a la muerte. No era joven, teníacabellos blancos, una tez muy pálida y el rostro surcado de arrugas de pesar yde temor. Nos miró con aire suspicaz, frunciendo el ceño y entrecerrando losojos, o bien quizá estaba casi ciego. No lo sé. Por fin comenzó a hablar lo queHer-ger me tradujo:—He oído hablar de este hombre, pues yo envié por él para que cumpliera unamisión de héroe. Es Buliwyf y le conocí cuando era un niño, cuando yo viajé através del mar al reino de Yatlam. Es hijo de Miglac, quien fue entonces migeneroso anfitrión y aho-ra su hijo viene a mí en medio de mis circunstanciasde necesidad y de dolor.
Rothgar dio orden entonces de que se llamara a los guerreros al hall, que seles dieran presentes y que comenzaran los agasajos.En seguida habló Buliwyf, pronunciando un largo discurso que Herger no metradujo, ya que mientras hablaba Buliwyf, hablar él mismo habría sido una faltade respeto. Con todo, el sentido era el siguiente: que Buliwyf se había enteradode las dificultades de Roth-gar, que lamentaba estas dificultades y que la tierrade su propio padre había sido destruida por las mis-mas dificultades. Venía, portanto, a salvar el reino de Rothgar de los males que lo acosaban.A pesar de todo, no sabía yo bien a qué llamaban males estos nórdicos, ocómo los consideraban, a pesar de haber visto, por mi parte, la obra de lasbestias que despedazaban a sus víctimas.El rey Rothgar volvió a hablar que deseaba decir algo antes de que llegaransus guerreros y nobles. Dijo lo siguiente, según me contó Herger:— ¡Oh, Buliwyf!, conocí a tu padre cuando yo era un joven que acababa desubir a mi trono. Ahora soy viejo y tengo el corazón destrozado. Tengo lacabeza agobiada. Mis ojos lloran de vergüenza cuando debo reconocer midebilidad. Como ves, mi trono es casi un desierto árido. Mis tierras estánconvirtiéndose en un páramo. Lo que estos demonios han provocado en mireino no puedo describírtelo. A menudo durante la noche mis guerreros cobranvalor con la bebida y juran derribar a los demonios. Pero luego, cuando latétrica luz del alba avanza por los campos cubiertos de niebla, vemos cuerposensangrentados en todas partes. Es tal la tristeza que siento, que no puedohablar más.Trajeron un banco y dispusieron la comida delante de nosotros. Pregunté aHerger qué significaba el término «demonios» a los que aludía el rey. Herger seenfadó y me dijo que no debía volver a preguntárselo.Aquella noche hubo una gran fiesta y el rey Roth-gar y la reina Weilevv, vestidacon ropas cubiertas de piedras preciosas y de oro, agasajaron a los señores yguerreros y nobles del reino de Rothgar. Estos nobles no formaban un grupo dehombres que causara buena impresión, por ser viejos y beber demasiado,además de que muchos de ellos estaban lisiados o heridos. Ha-bía en los ojosde todos ellos la mirada hueca del terror y también su alegría era hueca.Estaba presente también el hijo llamado Wiglif, de quien he hablado con anterioridad, el hijo de Rothgar que había asesinado a tres de sus hermanos.Este hombre era joven y esbelto, con una barba rubia y ojos que nuncamiraban nada con fijeza, sino que pasaban de un objeto a otro sin cesar.Tampoco miraba a nadie a los ojos. Al verlo Herger, dijo:—Es un zorro.
Esto quería decir, no obstante, que era una persona escurridiza y voluble, deuna conducta falsa, ya que los nórdicos creen que el zorro es capaz de asumircual-quier forma que desee.Hacia la mitad de la fiesta, Rothgar envió a su heraldo a las puertas de Hurot ya poco el heraldo volvió y dijo que aquella noche no bajaría la niebla. Hubogran alegría y regocijo ante este anuncio de que la noche sería despejada.Todos estaban contentos, sal-vo Wiglif.En un momento determinado, Wiglif se puso en pie y dijo:—Bebo en honor de nuestros invitados y especial-mente de Buliwyf, guerrerovaliente y leal que ha venido a ayudarnos en la situación que sufrimos,aun-que... puede resultar una prueba demasiado difícil para que él triunfe enella.Herger me hizo la traducción en un susurro y decidí que había en las palabrasde Wiglif el elogio y el insul-to mezclados.Todos los ojos se volvieron hacia Buliwyf en espera de su réplica. Buliwyf selevantó, miró a Wiglif y dijo:—No temo a nada, ni aun al demonio implacable que se arrastra en la nochepara asesinar a los hombres en medio del sueño —supuse que se refería alwendol, pero Wiglif palideció y aferró la silla en que estaba sentado.—¿Te refieres a mí? —preguntó Wiglif con voz tem-blorosa.Buliwyf repuso en estos términos:—No, pero tampoco te temo a ti, como no temo a los monstruos de la niebla.El joven Wiglif insistió, pero Rothgar le ordenó que volviera a sentarse. Wiglifdijo entonces a todos los nobles reunidos:—Este Buliwyf, llegado de tierras extrañas, tiene un aspecto de gran soberbia yde gran fuerza. Sin em-bargo, yo he dispuesto algo para someterlo a prueba,porque el orgullo puede cegar a cualquier hombre.Vi entonces suceder lo siguiente: un guerrero vigo-roso, sentado a una mesapróxima a la puerta, detrás de Buliwyf, se levantó con viveza, blandió una lanzay la dirigió a la espalda de Buliwyf. Todo esto ocurrió en menos tiempo del quelleva a un hombre respirar [3]. Sin embargo, Buliwyf se volvió, esgrimió supropia lanza y con ella atravesó al guerrero en pleno pecho, levantándole sobresu cabeza y arrojándole contra un muro. De este modo quedó el guerreroensartado en la lanza, con los pies agitándose sobre el suelo, dando depuntapiés. El mango de la lanza estaba enterrado en la pared del hall de Hurot.El guerrero murió sin lanzar un solo quejido.
Se produjo en aquel momento una gran algarabía y Buliwyf se volvió parahacer frente a Wiglif y dijo:—Del mismo modo trataré a cualquier otra ame-naza —y en aquel momentoHerger habló con gran precipitación y a gritos, haciendo muchos gestos en midirección. Me sentía muy confundido por todos estos hechos y la verdad es quetenía los ojos clavados en el guerrero muerto fijado a la pared.Entonces Herger se volvió hacia mí y dijo en latín:—Cantarás una canción a la corte del rey Rothgar. Le pregunté a mi vez:— ¿Qué cantaré? No conozco ninguna canción. Herger repuso:—Canta algo que entretenga al corazón —y en se-guida añadió—: No hablesde tu único Dios. A nadie le gustan esos disparates.La verdad es que no sabía qué cantar, ya que no soy trovador. Pasaron variosinstantes mientras todos me miraban y reinaba el silencio en el gran recinto.Entonces me indicó Herger:—Canta una canción sobre reyes y sobre el valor en la batalla.Señalé que no sabía canciones de este género, pero que podía cantarles unafábula que en mi país era con-siderada cómica y entretenida. Al oír esto Hergerco-mentó que había hecho una buena elección. Les conté entonces al reyRothgar, a su reina Weilew, a su hijo Wiglif y a todos los nobles y guerrerosreunidos allí, la historia de las babuchas de Abu Kassim, que todos conocen[4]. Hablé con despreocupación y con la sonrisa en los labios y al principio losnórdicos se mostraron complacidos y rieron y se golpearon el abdomen.Pero entonces tuvo lugar un extraño suceso. A me-dida que proseguía mirelato, los nórdicos cesaron de reír y poco a poco se volvieron melancólicos,hasta que cuando terminé de hablar no hubo risas, sino un silen-cio mortal.Herger me dijo:—No podías saberlo, pero ese no es un relato que merezca risa y ahora yodeberé arreglar las cosas.Hizo entonces un discurso que yo interpreté como una broma referente a mipersona, porque hubo risas generales, y por fin recomenzó el festín.A continuación la noche pasó sin otros agasajos y todos los guerreros deBuliwyf se comportaron de forma despreocupada. Vi al hijo, Wiglif, mirar conodio a Buliwyf, antes de abandonar el hall, pero Buliwyf no reparó en él, puesprefería las atenciones de las esclavas y de las mujeres libres de la corte.Pasado un tiempo, dormí.
Por la mañana desperté con el ruido de un fuerte martilleo y al aventurarmefuera del gran hall de Hurot vi que todos los habitantes del reino de Rothgaresta-ban trabajando en la construcción de defensas. Se colócaban éstas enuna disposición preliminar. Los caba-llos traían cantidades de postes paralevantar vallas, que los guerreros afilaban en una punta. Buliwyf mis-mo dirigíael emplazamiento de las defensas, marcando el suelo con la punta de laespada. Para ello no utilizaba la gran espada Runding, sino alguna otra. No sési existía alguna razón especial.Hacia mediodía, la mujer llamada el ángel de la muerte [5] vino y arrojó al suelounos huesos, sobre los cuales hizo unas invocaciones cantadas y despuésanun-ció que la niebla volvería aquella noche. Al oír esto Buliwyf ordenó quecesara todo el trabajo y que se preparase un gran banquete. Todo el mundoobedeció y dejó sus actividades. Pregunté a Herger cuál podía ser el objeto delbanquete, pero él repuso que le hacía demasiadas preguntas. Es verdad,también, que mi pre-gunta fue inoportuna, ya que en aquel momento Her-gerdirigía sus atenciones a una esclava rubia que le brindaba sonrisas cálidas.Al anochecer, Buliwyf congregó a todos sus guerre-ros y les dijo:—Prepárense para un combate —y todos recibieron la orden y se desearonmutua suerte, mientras a nues-tro alrededor se hacían los preparativos para elban-quete.El banquete nocturno fue muy semejante al de la noche anterior, aunqueestaba présente un número me-nor de los nobles y señores de Rothgar. Enverdad me enteré de que muchos de los nobles se habían negado a asistir portemer lo que podría suceder en la forta-leza de Hurot aquella noche. Segúnparecía, el lugar era el centro del interés del demonio en la zona, o biencodiciaba la fortaleza, o algo semejante. No pude cap-tar bien el sentido.No me divertí durante el banquete a causa de la aprensión que me inspiraba loque podría suceder a corto plazo. No obstante ello, ocurrió el episodiosi-guiente: uno de los nobles de cierta edad hablaba latín y también algunos delos dialectos ibéricos por haber viajado a la región del califato de Córdobacuando era más joven y yo trabé conversación con él. En estas cir-cunstanciasfingí poseer conocimientos que en realidad no tenía, como se verá.El noble me habló en estos términos:—¿De modo que tú eres el extranjero que hará el número trece?Respondí afirmativamente.—Debes ser en extremo valiente —dijo el anciano— y te saludo por tu valor.Di alguna respuesta trivial a esto, en el sentido de que yo era sólo un cobardeen comparación con los miembros del séquito de Buliwyf, lo cual no era másque la verdad.
—No importa —dijo el viejo, quien estaba ya bas-tante embriagado, por haberbebido el aguardiente de la región, una sustancia repugnante que llamanhidro-miel, y es muy potente—, tienes que ser un hombre de gran valor parahacer frente al wendol.Intuí entonces que había llegado el momento de enterarme de algunos puntosconcretos. Repetí al viejo un dicho de los nórdicos que Herger me habíamen-cionado una vez: «Los animales mueren, los amigos mueren, y yo moriré,pero una cosa nunca muere, y es la reputación que dejamos detrás al morir.»El viejo echó a reír mostrando una boca desden-tada al oír esto. Le agradó verque conocía el prover-bio nórdico, y dijo entonces:—Así es, pero el wendol también tiene su repu-tación.A lo que repuse con la mayor indiferencia:—¿Sí? No lo sabía.El viejo dijo que como era extranjero consentiría en informarme en cuanto alwendol, y me dijo lo que sigue:—El nombre de wendol o windon es muy antiguo, tan antiguo como cualquierade los pueblos de las regiones del Norte, y quiere decir «la niebla negra». Pa-ralos nórdicos significa una niebla que trae consigo, bajo la protección de lanoche, a unos demonios negros que asesinan y matan y comen la carne de losseres humanos [6]. Son velludos y asquerosos al tacto y al olfato. Son ferocesy astutos. No hablan lenguaje cono-cido por ningún hombre y sin embargohablan entre ellos. Vienen con la niebla de la noche y desaparecen con el día,donde no hay nadie que ose seguirlos.El viejo me dijo asimismo:—Puedes conocer las regiones donde habitan los de-monios de la niebla negrade muchas maneras. De vez en cuando, algunos guerreros a caballo puedencazar un ciervo con perros, persiguiéndolo por colinas y va-lles a través dekilómetros de bosques y de terreno abierto. A continuación el ciervo llega aalgún lago pantanoso de montaña, o una ciénaga de aguas amar-gas y allí sedetendrá, ya que prefiere que los galgos lo hagan pedazos a entrar en aquellaregión abomina-ble. De este modo nos enteramos de las zonas donde viven loswendol y sabemos que ni aun los animales osan entrar en ellas.Manifesté un asombro exagerado ante estas noticias con el objeto de arrancarmás información al viejo. En aquel momento me vio Herger y me dirigió unamirada amenazadora, pero fingí no reparar en él.El viejo prosiguió:—En época lejana la niebla negra era temida por todos los nórdicos de todaslas regiones. Desde la de mi padre y el padre de mi padre y el padre de éste, ningún nórdico vio nunca la niebla negra y algunos de los guerreros jóvenescontaban con que nosotros, vie-jos tontos, recordásemos las antiguas leyendasde sus horrores y depredaciones. Sin embargo, los jefes de los nórdicos entodos los reinos, aun en Noruega, siempre han vivido preparados para elretorno de la niebla ne-gra. Todas nuestras poblaciones y nuestras fortalezasestán protegidas y defendidas en el lado de tierra firme. Desde los tiempos delpadre de mi abuelo nuestras gentes han procedido de este modo y nuncahemos visto a la niebla negra. Ahora, no obstante, ha vuelto.Pregunté qué les hacía suponerlo, y bajando la voz, él me dio su respuesta:—La niebla negra ha vuelto a causa de la vanidad y la debilidad de Rothgar,quien ha ofendido a los dioses con su tonto esplendor y tentado a los demonioscon la colocación de su gran fortaleza, que carece de protección en el costadosobre tierra firme. Rothgar es viejo y sabe que no será recordado por batallaslibradas y ganadas, y por ello construyó este espléndido edificio, comentario detodo el mundo y que halaga su vanidad. Rothgar actúa como un dios, a pesarde ser un hombre, por lo cual los dioses han enviado a la niebla negra para quecaiga sobre él y le enseñe la humildad.Dije a este anciano que tal vez no amaban a Rothgar en el reino. Me respondióentonces:—Ningún hombre es tan perfecto que esté libre de todo defecto, ni tampoco tanmalvado que no valga nada. Rothgar es un rey justo y durante su reinado todoshan prosperado. La sabiduría y opulencia de su gobierno residen en estafortaleza, y son espléndidas. Su único defecto consiste en haber olvidado ladefensa, ya que tenemos un proverbio que dice: «Ningún hom-bre debealejarse un solo paso de sus armas». Rothgar no tiene armas. Tampoco tienedientes y es débil. La niebla negra, en fin, se filtra con toda libertad sobrenuestra tierra.Quise saber más, pero el viejo estaba fatigado y se apartó de mí durmiéndosepoco después. En verdad la comida y la bebida servidas por la hospitalidad deRothgar eran abundantes y muchos de los nobles y se-ñores congregados semostraban somnolientos.De la mesa de Rothgar diré lo siguiente: que cada comensal tenía su mantel ysu plato, además de cucha-ra y cuchillo, que la comida consistía en cerdo ycabra hervidos, además de pescado, pues los nórdicos pre-fieren las carneshervidas a las asadas. Había, además, repollos y cebollas en abundancia ymanzanas y avella-nas. Me dieron por último una carne algo dulce y muysuculenta que no había probado yo hasta entonces. Según me dijeron eracarne de alce o de reno.La horrible bebida llamada hidromiel está hecha de miel fermentada. Es ellíquido más agrio, más negro y más repugnante que haya inventado jamásnadie, y con todo es tan potente como cualquiera de las bebi-das que seconocen. Bastan unos pocos sorbos para que el mundo comience a girar. Porsuerte yo no bebí, loado sea Alá.
Advertí en aquel momento que Buliwyf y su séquito no bebían aquella noche obien bebían con gran mode-ración y que Rothgar no vio en ello un insulto, sinoque lo consideró más bien como algo esperado. No había viento. Las velas ylumbre en el recinto de Hurot no se movían, pero estaba muy húmedo y frío.Pude ver con mis propios ojos que afuera la niebla llegaba en grandes olasdesde las colinas y que bloqueaba la luz plateada de la luna, vistiendo todo detinieblas.Al avanzar la noche, Rothgar y su reina se retira-ron a dormir y las macizaspuertas de Hurot fueron cerradas con barras y cerrojos, mientras los nobles yseñores que aún quedaban allí caían todos en un sopor de embriaguez yroncaban con estrépito.Buliwyf y sus hombres, vestidos aún con sus arma-duras, recorrieron entoncesel recinto, apagando las velas y cuidando la lumbre para que ardiera con pocaintensidad. Pregunté a Herger qué quería decir esto y me dijo que rogara pormi vida y fingiera dormir. Me dieron un arma, una espada corta, que no mecon-soló mucho, ya que no soy guerrero, y lo sé muy bien.En verdad todos los hombres fingieron dormir y Buliwyf y sus subditos setendieron junto a los cuerpos dormidos de los señores del rey Rothgar, quienesron-caban de verdad. No sé cuánto tiempo esperamos, pues creo haberdormido algo yo mismo. De pronto me des-perté del todo con una rapidez queno era natural. No me sentía ya somnoliento, sino repentinamente ten-so ydespierto, tendido aún como estaba sobre una piel de oso en el suelo del granrecinto. Reinaba la oscuri-dad. Las velas apenas ardían y una leve brisamurmu-raba y agitaba las llamas amarillas.Oí entonces un ruido sordo, como un gruñido, seme-jante al de un cerdo quehurga el suelo y que me llegó con la brisa y al mismo tiempo percibí un olorfétido como el de un cadáver que está en descomposición desde hace un mesy sentí gran temor. Aquel sonido de cerdo, ya que no puedo darle otro nombre,aquel gruñido, jadeo, resuello, se volvió más y más fuerte y más excitado.Provenía de fuera, de un costado de la fortaleza. En seguida llegó el mismoruido de otro costado y luego del siguiente. La verdad es que está-bamosrodeados.Me apoyé sobre un codo, con el corazón en la boca, y miré a mi alrededor.Nadie entre los guerreros dor-midos se movió, aunque allí estaba Herger conlos ojos muy abiertos. Y también estaba allí Buliwyf, de-jando escapar fuertesronquidos, pero con los ojos igualmente abiertos. Esto me hizo deducir quetodos los guerreros de Buliwyf aguardaban para librar bata-lla con los wendol,cuyos ruidos rasgaban el aire ya.Por Alá, no hay terror más grande que el de un hombre que ignora su causa.¡Cuánto tiempo perma-necí tendido sobre la piel de oso, escuchando losgru-ñidos de los wendol y oliendo su asqueroso hedor! ¡Cuánto tiempo aguardéno sé qué, el comienzo de un combate más terrible en perspectiva que lo que podría ser en la realidad! Recordé esto, que los nórdicos tie-nen palabras deelogio que suelen grabar en las tum-bas de sus nobles guerreros y que dicen:«No huyó de la batalla.» Nadie en el séquito de Buliwyf huyó aquella noche, apesar de estar todos rodeados por el ruido y el hedor, a veces más intensos, aveces más débiles, a veces de una dirección, a veces de otra. Con todo,seguían esperando.Llegó entonces el momento más temido. Cesaron todos los ruidos. Hubo unsilencio total, salvo los ronquidos de los hombres y el ligero crujido del fuego.Y entonces sobrevino el violentísimo embate con-tra las sólidas puertas del hallde Hurot y las puertas sé abrieron con violencia, y un hálito de aire pestilentehizo apagar todas las luces, entrando la niebla negra en el recinto. No contécuántos eran, pero la verdad es que parecían ser millares de siluetas negras yjadean-tes, a pesar de que quizá no eran más de cinco o seis figuras enormesy negras que apenas parecían hombres, aunque a la vez tenían forma dehombres. El aire apes-taba a sangre y muerte. Sentí un frío indescriptible y meestremecí. Nuestros guerreros seguían inmóviles.De pronto, con un alarido aterrador capaz de des-pertar a los muertos, Buliwyfse incorporó de un salto y con ambos brazos agitó la gigantesca espadaRunding, que silbó como una llama chisporroteante al cortar el aire. Y susguerreros se levantaron a un mismo tiempo y todos se unieron a la batalla. Losgritos de los hombres se mezclaban con los gruñidos de cerdo y con los oloresde la niebla negra y en Hurot hubo terror y confusión y un gran destrozo ydestrucción.En cuanto a mí, no tenía estómago para luchar, pero con todo me atacó uno deestos monstruos de la niebla, que al acercarse casi junto a mí, me permitió verojos relucientes inyectados en sangre, en verdad ojos que relucían comoascuas, así como oler el hedor nauseabundo y me sentí levantado en el aire yarrojado a través del recinto como un guijarro lanzado por un niño. Al golpearmi cuerpo la pared caí al suelo, donde permanecí desvanecido un tiempo,hasta tal punto que todo lo que me rodeaba se volvió muy confuso.Recuerdo con toda claridad el contacto de estos monstruos, especialmente elaspecto velludo de sus cuerpos, por cuanto estos monstruos de la nieblatie-nen pelo tan largo y tan espeso como el de un perro, que les cubre todo elcuerpo. Recuerdo asimismo el aliento fétido del monstruo que me arrojó lejos.Cuánto tiempo duró la batalla no sé decirlo, pero terminó de forma súbita,instantánea. Y entonces la niebla negra se retiró con paso cauteloso, gruñendoy apestando, sin aliento, dejando tras ella una destruc-ción y muerteimpresionante.He aquí el resultado de la batalla: De los hombres de Buliwyf había tresmuertos: Roneth y Haiga, ambos señores, y Edgtho, un guerrero. Al primero lehabían desgarrado el pecho; al segundo le habían quebrado la columnavertebral; al tercero le habían arrancado la cabeza en la forma que había vistoyo ya con anterio-ridad. Todos estos guerreros estaban muertos.
Había otros dos heridos, Haltaf y Rethell. Haltaf había perdido una oreja yRethell dos dedos de la mano derecha. Ninguno de los dos estaba mortalmenteherido, de manera que no se quejaban, pues es costum-bre de los nórdicossoportar las heridas de la batalla con entereza y agradecer sobre todo el haberconservado la vida.En cuanto a Buliwyf y Herger y el resto, estaban empapados en sangre como sise hubiesen bañado en ella. Diré ahora algo que muchos no creerán. Sinem-bargo, es verdad. Nuestros hombres no mataron a nin-guno de losmonstruos de la niebla. Todos ellos habían huido arrastrándose, algunosheridos de muerte, tal vez. A pesar de todo, escaparon.Herger habló en estos términos:—Vi a dos de ellos llevarse a un tercero, muerto.Tal vez sucedió así, ya que en general todos dieron crédito a esto. Me enteréentonces de que los monstruos de la niebla nunca dejan a ninguno de susmiem-bros entre la sociedad de los hombres y que, por el contrario, soncapaces de correr riesgos extremados para rescatarlos de la vista de loshombres. Son capa-ces, además, de hacer cualquier cosa para conservar lacabeza de una víctima, y por ello no pudimos encon-trar la de Edghto enninguna parte. Los monstruos se la habían llevado.Entonces habló Buliwyf, y Herger me tradujo:—Miren todos, he conservado un trofeo de los san-grientos hechos de estanoche. Pueden ver aquí el brazo de uno de los demonios.En efecto, Buliwyf levantó el brazo de uno de los monstruos de la nieblacortado a la altura del hombro por la gran espada Runding. Todos los guerrerosse congregaron para examinarlo." He aquí lo que yo vi: Era en apariencia unbrazo pequeño, con una mano anormalmente grande. En cambio el brazo y elante-brazo no concordaban con ella, a pesar de ser muscu-losos. Toda lasuperficie estaba cubierta de pelo espeso y enmarañado, salvo la palma de lamano. Debo seña-lar, en fin, que el brazo apestaba como el resto de aque-llasbestias, con el hedor fétido de la niebla negra.En aquel punto todos los guerreros vitorearon a Buliwyf y a su espada Runding.Colgaron entonces el brazo del monstruo de una de las vigas del gran hall deHurot para que fuese admirado por todos los habi-tantes del reino de Rothgar.Así terminó la primera batalla con los wendol.[1] Las versiones conocidas de los escandinavos los hacen apa-recer siemprecon cascos provistos de cuernos. Esto es un anacronismo. En la época de lavisita de Ibn Fadlan hacía más de mil años que no se llevaban ya aquellos cascos, desde la Primera Edad de Bronce.
[2] La figurita que se describe corresponde con exactitud a varias tallasdescubiertas por arqueólogos en Francia y en Austria.[3] Ducere spiritu: literalmente «inhalar».[4] La historia de las babuchas de Abu Kassim es muy antigua dentro de lacultura árabe y era bien conocida por Ibn Fadlan y sus conciudadanos deBagdad.Existe en muchas versiones y se la puede rela-tar en forma breve o bienextensa, según el entu-siasmo del narrador. En términos resumidos, AbuKassim es un rico mercader y además un avaro que desea ocultar el hecho deque es rico con el fin de obtener mejores negocios en sus activida-des. Paraofrecer la apariencia de pobreza, lleva un par de babuchas especialmenteviejas y gas-tadas, con la esperanza de engañar así a todos, pero nadie seengaña. En lugar de ello, todos ha-llan que es tonto y ridículo.Un día Abu Kassim hace un negocio muy favorable para él negociando con lacristalería y decide celebrarlo no en la forma aceptada de invitar a sus amigos aun festín, sino invitándose exclusivamente al lujo egoísta de hacer una visita alos baños públicos. Deja sus ropas y calzado en la antesala y un amigo lereprocha las babu-chas viejas e inapropiadas. Abu Kassim replica que todavíasirven y entra en el baño con su ami-go. Más tarde entra un juez de graninfluencia en el baño y se desviste, dejando un elegante par de babuchas.Entre tanto Abu Kassim parte y no puede encontrar su viejo par. En lugar deéste encuentra un par de babuchas nuevas y hermosas y por suponer que setrata de un presente de su amigo, se las pone y se va.Cuando el juez se dispone a partir, le faltan sus propias babuchas y todo lo quehalla es un par de babuchas ordinarias y viejas que según saben todospertenecen al avaro Abu Kassim. El juez se enfada. Envía a los sirvientes enbusca de las babuchas que faltan y pronto las encuentran calzando los pies delladrón, quien es llevado a la corte a comparecer ante el magistrado y luegocondenado a pagar una severa multa.Abu Kassim maldice su mala suerte y cuando está de regreso en casa arrojalas babuchas, causa de su mala suerte, por la ventana, donde caen en elbarroso río Tigris. Unos días más tarde unos pescadores recogen sus redes yencuentran entre los peces las babuchas de Abu Kassim. Los clavos salientesde éstas les han desgarrado las redes. Enfurecidos, arrojan |as babuchasempapadas por una ventana abierta. La ventana es, por casua-lidad, la de AbuKassim y las babuchas caen sobre la cristalería que acaba de comprar y la hacen añicos.
El corazón de Abu Kassim está destrozado y su pesar es el que sólo puedesentir un avaro incorregible. Jura que las malditas babuchas no le haránmayores daños y para estar seguro de ello sale al jardín con una pala y lasentierra. Da la casualidad que el vecino de la casa contigua ve a Abu Kassimcavando, tarea inferior, digna tan sólo de un sirviente. El vecino imagina que siel amo de la casa está realizando dicha tarea él mismo, debe de ser con elobjeto de enterrar un tesoro. En vista de ello el vecino acude al Califa ydenuncia a Abu Kassim, ya que según la legis-lación del país, todo tesoro quese halle en la tierra es propiedad del Califa.Abu Kassim es llamado a comparecer ante el Califa, y cuando manifiesta haberenterrado tan sólo un par de babuchas viejas, la corte ríe es-truendosamentefrente a la flagrante tentativa del mercader de ocultar su actividad verdadera eile-gal. El Califa se enfada al pensar que el mercader le halla suficientementetonto como para creer una mentira tan ridicula, y conforme con ello aumenta elmonto de la multa. Abu Kassim se siente como herido por el rayo al oír lasentencia, pero a pesar de ello se ve obligado a pagar la multa.En este punto Abu Kassim está empeñado en deshacerse definitivamente delas viejas babu-chas. Para asegurarse de que no habrá de tener nuevasdificultades hace una peregrinación a un punto lejano de la ciudad y deja caerlas babu-chas a un pozo, contemplando cómo se hunden en el fondo del agua.Ocurre, no obstante, que el pozo sirve para proveer de agua a la ciudad y enun momento dado las babuchas tapan las cañerías. Al enviarse a guardias asubsanar la obstrucción, descubren las babuchas y las reconocen, pues to-dosconocen las babuchas del notorio avaro. Abu Kassim vuelve a comparecer anteel Califa, acu-sado de ensuciar el agua de la ciudad y la multa que debe pagaresta vez es mucho más elevada que la anterior. Le devuelven, en fin, lasbabuchas. Abu Kassim decide quemarlas, pero todavía están mojadas, y envista de ello las pone en el balcón a secar. Las ve un perro y se pone a jugarcon ellas. Una de las dos se le cae de entre los dientes y al caer a la calle,debajo, golpea a una mujer que pasa. La mujer está embarazada y la fuerzadel golpe le provoca un aborto. El marido acude a la corte y reclamacompensación por los daños y perjuicios, que recibe en cantidades generosas.Abu Kassim, astutamente literal, dice que esta historia ilustra los males quepueden recaer sobre un hombre que no cambia sus babuchas con la frecuenciadebida. Existe sin duda otro sig-nificado subyacente, el concepto del hombreque no consigue librarse de una carga, y esta idea fue la que perturbó tanto alos nórdicos.[5] No es el mismo «ángel de la muerte» que acompañaba a los nórdicos en lasmárgenes del Volga. En apariencia cada iribú tenía una anciana que cumplíafunciones de hechicera y a la cual se aludía como «ángel de la muerte». Es por tanto un término genérico.
[6] Los escandinavos se sentían en apariencia más impresio-nados por el sigiloy la crueldad de estos seres que por el hecho de que fueran caníbales. Jensensugiere que el caniba-lismo podría resultar repulsivo a los nórdicos porquehacía más difícil el acceso al Valhalla, pero no hay pruebas que sus-tenten talpunto de vista.Para Ibn Fadlan, sin embargo, con su extensa erudición, el concepto delcanibalismo puede haber estado relacionado con dificultades después de lamuerte. El Devorador de Muertos es una figura conocida en la mitologíaegipcia, una bestia temible con cabeza de cocodrilo, tronco de león y lomo dehipopótamo. Este Devorador de Muertos come a los malvados después dehaber sido juzgados.Conviene recordar que durante una gran parte de la histo-ria de la Humanidadel canibalismo ritual en una u otra for-ma, por un motivo u otro, no dejaba deser frecuente ni extra-ordinario. El hombre de Pekín y el de Neanderthal eran,según se cree, caníbales. También lo fueron, en diversas épocas, los escitas,los chinos, los irlandeses, los peruanos, los mayorunas, los jagas, los egipcios,los aborígenes australianos, los mao-ríes, los griegos, los hurones, losiroqueses, los pawnees y los ashanti.Durante el período en que Ibn Fadlan estuvo en Escandinavia, otrosmercaderes árabes estaban en China, donde regis-traron el hecho de que lacarne humana, a la que se referirían como cordero de dos patas, se vendía enforma abierta y legal en los mercados.Martinson sugiere que los nórdicos hallaban el canibalismo wendol repelenteporque creían que la carne de los guerreros era suministrada a las mujeres,especialmente a la madre del wendol. No hay evidencia de esta hipótesistampoco, pero sin duda habría hecho más vergonzosa la muerte de un guerrero.

HECHOS QUE SIGUIERON A LA PRIMERA BATALLA
En verdad, las gentes de las tierras del Norte nunca actúan como sereshumanos que razonan y tienen sen-tido común. Después del ataque de losmonstruos de la niebla y de su rechazo por los hombres de Buliwyf, entre loscuales me contaba yo, los del reino de Rothgar no hicieron nada.No hubo festejos, ni festines, ni regocijo, como tam-poco ningún despliegue dealegría. Desde los confines del reino llegaban los subditos para admirar elbrazo colgante del demonio, suspendido en el gran hall, y expresaron granasombro y extrañeza. En cambio, Rothgar, aquel anciano casi ciego, nomanifestó nin-gún placer ni entregó a Buliwyf y sus hombres regalos, ni leofreció festines, esclavos, plata, ropas lujosas u otros símbolos de honores.En lugar de dar muestras de agrado, el rey Rothgar tenía la cara larga y semostró muy solemne. En apa-riencia, tenía más miedo aún que antes. Por miparte, aunque no lo dije en voz alta, sospeché que Rothgar prefería la situaciónanterior al momento en que fue derrotada la niebla negra.Tampoco había cambiado Buliwyf en su actitud. No pidió ceremonias, fiestas,bebida ni comida. Los nobles que habían muerto con valentía durante la batallade la noche fueron colocados en seguida en fosas techadas con madera ydejados allí durante diez días. Había cierta prisa en realizar esta tarea.Sin embargo, fue sólo en esta ceremonia de sepul-tar a los guerreros muertoscuando Buliwyf y sus com-pañeros se mostraron contentos o se permitieronson-reír. Pasado un tiempo mayor entre los nórdicos aprendí que siempresonríen ante cualquier muerte ocurrida en la batalla, ya que tal placer se refiereal muerto y no a la gente que vive aún. Se sienten com-placidos con la muertede un guerrero. También creen en lo contrario, es decir, que expresan pesarcuando alguien muere durante el sueño o en su lecho. Se expresan sobreestos hombres en los siguientes tér-minos: «Murió como una vaca en elpesebre.» No es un insulto, pero sí un motivo para lamentar la muerte.Los nórdicos creen que la forma en que muere un hombre determina sucondición en la vida del más allá, y sobre todo aprecian la muerte de unguerrero en plena batalla. Una muerte «tendido en la paja» es vergonzosa.Se dice de cualquier hombre que muere durante el sueño que ha sidoextrangulado por la «maran» o yegua de la noche. Este ser es una mujer, locual da el carác-ter de vergonzoso a la muerte, pues morir a manos de unamujer es la más degradante de las muertes.Afirman asimismo que morir desarmado es degra-dante. El guerrero nórdicoduerme, pues, siempre con sus armas, de modo que si llega la «maran»durante la noche tendrá sus armas a mano. Rara vez muere un guerrero dealguna enfermedad o a causa de los acha-ques de la vejez. Oí hablar de un rey llamado Ane, quien alcanzó una edad tal que se volvió como un niño, sin dientes y alimentado con los alimentos propios de un niño de corta edad ypasaba todos sus días en cama, bebiendo leche de un cuerno. Sin embargo,esto me fue contado como algo muy poco frecuente en las tie-rras del Norte.Con mis propios ojos vi sólo unos pocos hombres que habían llegado a laancianidad. Quiero significar por ancianidad el período en el cual la barba nosólo es blanca, sino que comienza a caerse.Muchas de sus mujeres alcanzan una edad avanza-da, especialmente las quetienen funciones como las de la vieja bruja que llamaban el ángel de la muerte.Se cree que estas mujeres poseen poderes mágicos para curar heridas, echarsortilegios, ahuyentar las influen-cias maléficas y predecir sucesos futuros.Las mujeres de los pueblos del Norte no riñen entre ellas y a menudo las viinterceder en una disputa o duelo entre dos hombres para contener la ira cadavez mayor. Hacen esto en especial cuando los guerreros se encuentranabotargados y confusos por la bebida. Ello ocurre a menudo.Ahora bien, los nórdicos, tan aficionados a beber, y a beber a cualquier horadel día o de la noche, no bebieron nada al día siguiente de la batalla. Muypocas veces les pasó Rothgar la copa, y cuando lo hizo se la rechazaron. Halléesto sumamente curioso y se lo men-cioné por fin a Herger.Herger se encogió de hombros con el gesto típico de los nórdicos paraexpresar despreocupación o indi-ferencia.—Todos tienen miedo —dijo.Pregunté por qué habrían de tener aún motivos para temer. Herger repuso:—Es porque saben que la niebla negra volverá.Debo admitir aquí que sentía en aquel momento la arrogancia de un guerrero, apesar de que en verdad sabía bien que no me correspondía adoptar tal actitud.A pesar de ello, me sentía regocijado por haber sobre-vivido y, por otra parte, lagente de Rothgar me acordaba el tratamiento de miembro de un grupo devale-rosos guerreros. Con gran osadía dije:—¿A quién le preocupa eso? Si vuelven, los derro-taremos por segunda vez.Diré que me mostré más vanidoso que un pavo real y me avergüenzo ahora alrecordar cómo me daba aires entonces. Herger respondió:—El reino de Rothgar no cuenta con guerreros o nobles capaces de luchar.Hace mucho que murieron todos y nosotros debemos defender el reino sinayuda. Ayer éramos trece y hoy somos diez, y de estos diez dos están heridosy no pueden pelear como hombres enteros. La niebla negra está enfadada y setomará una venganza terrible.Manifesté a Herger, quien había sufrido unas heri-das de menor cuantía en larefriega, aunque nada tan desagradable como las marcas de garras en mi propio rostro y que yo exhibía con orgullo, que no tenía el menor temor de loque pudiesen hacer los demonios. Herger repuso lacónicamente que yo eraárabe y no comprendía nada de las costumbres en las tierras del Norte,repitiendo que la venganza de la niebla negra sería terrible y completa.—Volverán —dijo—, como Korgon.No sabía yo qué quería decir aquella palabra.—¿Qué es Korgon? —pregunté. Herger me dijo:—Es el dragón luciérnaga, que se lanza sobre la gente desde el aire.Aquello parecía en verdad descabellado, pero yo había visto ya los monstruosmarinos, ni más ni menos como ellos afirmaban que vivían en el mar, y observéademás la expresión tensa y fatigada de Herger, aparte de haber percibido quecreía en la existencia del dra-gón luciérnaga.—¿Cuándo vendrá Korgon? —quise saber.—Tal vez esta noche.En verdad estaba aún hablando Herger cuando vi que Buliwyf, a pesar de nohaber dormido en toda la noche y tener los ojos enrojecidos y pesados decan-sancio, estaba dirigiendo una vez más la construcción de las defensasalrededor de la fortaleza de Hurot. Todos los habitantes del reino estabantrabajando, inclusive los niños, las mujeres y los viejos, así como los esclavos,bajo la dirección de Buliwyf y su lugarteniente Etchgow.He aquí lo que hicieron: En el perímetro de Hurot y de los edificios adyacentes,las viviendas del rey Rothgar y de algunos de sus nobles, las toscas chozas delos esclavos de estas familias y algún que otro granjero que vivía cerca delmar, en todo este sector, Buliwyf levantó una especie de cercado hecho conlan-zas cruzadas y palos con puntas bien afiladas. Este cercado no era másalto que el hombro de un hombre, y si bien las puntas eran afiladas yamenazadoras, yo no alcanzaba a comprender qué valor podrían tener comodefensas, ya que los hombres podrían escalar el cercado con facilidad.Hablé de ello a Herger, pero me llamó un árabe tonto. Herger estaba de pésimohumor.Se construyó después una defensa exterior que consistía en un foso fuera delcercado, a un paso y me-dio de distancia. Este foso era muy extraño. No eraprofundo, ya que no tegía más profundidad que la altura de las rodillas y entramos tenía aún menos. No estaba cavado de manera uniforme, y en ciertospuntos era de poca profundidad y en otros más hondo, formando pequeñostrozos. En algunos puntos había además lanzas cortas clavadas con la puntahacia arriba.
No alcanzaba a comprender el posible valor de este foso más que el delcercado, pero no quise preguntar nada más a Herger, sabedor del mal humorque tenía. En lugar de hacer preguntas me dediqué a ayudar en los trabajostan bien como podía, deteniéndome sólo una vez para tomar a una mujeresclava en el estilo de los nórdicos, ya que con todo el movimiento de la nochede batalla y los preparativos del día me sobraban las energías.Quiero mencionar aquí que en el curso de mi viaje con Buliwyf y sus guerrerospor las aguas del Volga, Herger me había hablado de ciertas mujeresdescono-cidas de quienes, especialmente si eran bonitas o se-ductoras, sedebía desconfiar. Me dijo que en el inte-rior de los bosques y en los lugaresremotos de las tierras del Norte vivían mujeres llamadas del bosque. Estasmujeres atraen a los hombres con su belleza y con la dulzura de sus palabras,pero cuando un hom-bre se aproxima a ellas, descubre que son huecas en laparte posterior y además apariciones. Entonces las mu-jeres del bosque hacenpresa de un sortilegio al hom-bre seducido y éste se convierte en su cautivo.En efecto, Herger me había advertido en estos términos, y debo decir converdad que me aproximé a esta mujer esclava con gran aprensión, porque nola conocía. Le palpé la espalda con una mano y ella se echó a reír. Sabía porqué la había tocado, porque quería estar seguro de que no era un fantasma delbosque. En aquel momento me sentí un tonto y me maldije por haber creído enuna superstición pagana. He descubierto, no obstante, que si todos cuantosro-dean a uno creen algo en particular, muy pronto uno mismo se sentirátentado a compartir la misma creen-cia. Así sucedió en mi caso.Las mujeres de los pueblos nórdicos son tan blan-cas como los hombres ytambién de gran estatura, hasta el punto de la que la mayoría de ellas memira-ban por encima de mi cabeza. Tienen ojos azules y lle-van el cabello muylargo, aunque éste es muy fino y se enreda con facilidad. Para evitarlo se loarrollan alre-dedor del cuello y de la cabeza. Para sostenerlo han inventadotoda clase de horquillas y alfileres de plata o de madera ornamentada. Estoconstituye su principal adorno. Además la mujer del hombre rico lleva collareshechos con cadenas de oro y de plata, como he dicho con anterioridad.Asimismo son aficionadas las muje- | res a los brazaletes de plata, en forma dedragones o j serpientes, que llevan en el brazo entre el codo y el j hombro. Losdiseños de los nórdicos son intrincados y entrelazados, como si pretendieranrepresentar la trama de las ramas de los árboles o bien serpientes. Todos estosdiseños son de una gran belleza [1].Se consideran los nórdicos jueces perspicaces de la belleza femenina. Laverdad es, sin embargo, que todas sus mujeres aparecían a mis ojos famélicas,con cuer-pos llenos de ángulos y pómulos muy salientes. Tales cualidades sonapreciadas y elogiadas por los nórdicos, aunque una mujer de éstas nuncaatraería la menor mirada en la Ciudad de la Paz, sino que, por el contra-rio, nosería considerada con mejores ojos que un perro hambriento con costillasvisibles. Las mujeres nórdicas tienen ni más ni menos costillas como las que he descrito.
Hacia el mediodía me hizo una visita el noble viejo y desdentado con quienhabía conversado durante el banquete. Este viejo noble me llevó aparte y medijo en latín:—Quiero cambiar unas palabras contigo —dijo, y me condujo a cierta distanciade los que estaban tra-bajando en las defensas.Hecho esto representó la gran comedia de examinar mis heridas, que enverdad no eran graves, y mientras examinaba los cortes me dijo:—Tengo una advertencia para tus compañeros. Hay inquietud en el corazón deRothgar —todo esto fue dicho en latín.—¿Cuál es la razón? —pregunté.—Es el heraldo, y también el hijo, Wiglif, el que está en pie junto al oído del rey—repuso el viejo noble—. Y también el amigo de Wiglif. Wiglif dice a Rothgarque Buliwyf y su gente traman matar al rey y gobernar el reino.—Eso no es verdad —dije, aunque no estaba seguro de ello. En honor a laverdad, había reflexionado sobre este punto de cuando en cuando. Buliwyf erajoven y lleno de vitalidad y Rothgar viejo y débil, y si bien es verdad que lascostumbres de los nórdicos son extra-ñas, también es verdad que todos loshombres son iguales.—El heraldo y Wiglif tienen envidia de Buliwyf —manifestó el viejo noble—.Emponzoñan el aire junto al oído del rey. Te digo esto para que adviertas a losotros que tengan cuidado, por cuando este asunto es una cuestión digna de unbasilisco —en seguida declaró que mis heridas eran de menor cuantía y sealejó.A poco el noble volvió y dijo:—El amigo de Wiglif es Ragnar —y se alejó sin mirar hacia atrás.Lleno de consternación, me dediqué a cavar y tra-bajar en las defensas hastaque me encontré junto a Herger. El estado de ánimo de Herger seguía tansombrío como el día anterior. Me saludó con estas palabras:—No quiero oír preguntas de tonto.Repuse que no tenía preguntas y le comuniqué lo que me había contado elviejo noble, no olvidando señalar que era una cuestión digna de un basilisco[4]. Al oírme Herger frunció el ceño, dijo unas impreca-ciones y golpeó el suelocon los pies, diciéndome que le acompañara junto a Buliwyf.Buliwyf estaba dirigiendo los trabajos en el foso situado en el extremo opuestodel fuerte. Herger le llamó aparte y le habló con rapidez en el idioma nór-dico,haciendo gestos en dirección a mi persona. Buliwyf frunció el ceño, lanzó imprecaciones, golpeó el suelo con los pies, como lo había hecho Herger, y porfin formuló una pregunta. Herger me dijo:—Buliwyf pregunta quién es el amigo de Wiglif. ¿Te dijo el viejo quién es elamigo de Wiglif?Respondí que me lo había dicho y que el amigo se llamaba Ragnar. Al oír estoHerger y Buliwyf con-versaron algo más entre ellos y discutieron brevemente.Por fin Buliwyf se volvió y me dejó con Herger.—Está decidido —dijo éste.—¿Qué está decidido? —quise saber.—Manten los dientes apretados —dijo Herger, usan-do la expresión nórdicaque significa no decir palabra.Volví entonces a mi tarea, sin comprender mucho más de lo que habíacomprendido antes en cuanto a este asunto. Una vez más reflexioné que estosnórdi-cos eran los hombres más extraños y contradictorios en la faz de la tierra,ya que nunca actúan frente a nin-gún problema como cabría esperar queactuasen. A pesar de ello seguí trabajando en la construcción de esas tontasvallas y ese foso sin profundidad. Observé, en fin, y esperé.A la hora de mi plegaria de la tarde observé que Herger había tomado posiciónpara trabajar junto j a un hombre enorme, gigantesco. Ambos siguierontra-bajando en cavar el foso el uno junto al otro, durante algún tiempo, y segúnpude ver, Herger hacía esfuerzos liberados por salpicar de tierra la cara deljoven, una cabeza más alto que él y también más joven.El joven protestaba y Herger se disculpaba, pero no tardaba en volver a arrojartierra a su compañero. Herger volvía a disculparse. Por fin el joven seenfu-reció. Tenía el rostro congestionado. No pasó mucho rato sin que Hergerlo salpicara otra vez. El joven escupió y se mostró sumamente enfadado,gritando a Herger. Este me reprodujo más tarde los términos de laconversación, pero en el momento su significado no me resultó muy claro. Eljoven dijo: —Excavas como los perros.Herger replicó con una pregunta:—¿Me llamas perro? A esto el joven repuso:—No, dije que excavas como los perros, arrojan-do [5] tierra sin cuidado, comoun animal.Habló Herger:—¿Me llamas animal?—Equivocas mis palabras —repuso el joven.
A lo cual replicó Herger:—Es verdad, ya que tus palabras son equívocas y pusilánimes como las deuna vieja.—Esta vieja te hará probar la muerte —dijo el joven, desenvainando su espada.Herger sacó la suya, pues el joven no era otro que Ragnar, el amigo de Wiglif,y entonces pude comprender la intención de Buliwyf en este asunto.Estos nórdicos son sumamente sensitivos y quisquillosos en lo que toca a suhonor. Entre ellos los duelos son tan frecuentes como el acto de orinar y sonhabi-tuales las luchas a muerte. Estos encuentros pueden seguir de inmediatoal insulto o bien, cuando se planea un duelo formal, los contrincantes seencuentran en la encrucijada de tres caminos. Fue en estos términos queRagnar desafió a duelo a Herger.He aquí la costumbre nórdica: a la hora fijada los amigos y parientes de losduelistas se congregan en el lugar del encuentro y tienden una piel en el suelo,que fijan con cuatro troncos de laurel. El duelo debe librar-se sobre la piel, ycada hombre debe mantener un pie o ambos, siempre, sobre ella. De estemodo nunca se apartan demasiado. Los dos combatientes llegan con unaespada y cuatro escudos cada uno. Si los tres escudos se les rompen, deberánpelear sin protección y la lucha es a muerte.Tales eran las reglas, cantadas por la vieja bruja, el ángel de la muerte, junto ala piel estirada, con toda la gente de Buliwyf y la del reino de Rothgar reunidaalrededor. Yo estaba allí, no muy cerca del frente, y me rnaravilló que estasgentes fuesen capaces de olvidar la amenaza del Korgon, que tanto las habíaaterrori-zado antes. A nadie le importaba nada en aquel mo-mento, salvo elduelo.Este fue el modo en que se desarrolló el duelo entre Ragnar y Herger. Hergerdio el primer golpe, por haber sido el desafiado, y su espada se hundió congran fuerza en el escudo de Ragnar. Yo mismo temí por Herger, ya que aqueljoven era tanto más joven y vigo-roso que él, y la verdad es que el primer golpede Rag-nar hizo caer el escudo de manos de Herger y éste debió pedir susegundo escudo.A partir de entonces la lucha se desenvolvió de for-ma violenta. En unaoportunidad miré a Buliwyf, pero su rostro estaba impasible. También miré aWiglif y al heraldo, en el lado opuesto, quienes miraban con fre-cuencia aBuliwyf mientras arreciaba la lucha.El segundo escudo de Herger se rompió asimismo y pidió el tercero y últimoque le quedaba. Estaba muy fatigado y tenía la cara húmeda y roja por elesfuerzo. El joven Ragnar, en cambio, parecía pelear con facili-dad y sin esforzarse.
Al romperse su tercer escudo, la situación de Her-ger se volvió desesperada, opor lo menos tuvimos tal impresión durante un instante. Herger estaba en piecon ambos pies firmemente plantados en el suelo, incli-nado y luchando porcobrar aliento, presa de un gran cansancio. Ragnar eligió aquel momento paralanzarse sobre él. Herger entonces le esquivó con la rapidez de un batir de alasde ave y el joven Ragnar hundió su espada en el aire. Herger pasó su propiaespada de una mano a la otra, ya que estos nórdicos saben batirse concualquiera de las dos manos, que son también fuertes por igual. Con granrapidez Herger se volvió, por fin, y degolló a Ragnar por la espalda con un sologolpe de su espada.En verdad vi brotar la sangre del cuello de Ragnar y volar la cabeza por losaires y por encima de la mul-titud. Vi asimismo con mis propios ojos que lacabeza golpeaba el suelo antes de que el cuerpo lo hiciese a su vez. Herger seapartó unos pasos y pude ver entonces que el duelo había sido un engaño encuanto a su propia participación en él, porque ya no estaba agitado ni sinaliento, sino que estaba en pie sin señales de fatiga ni de respiración afanosa,sostenía su espada sin esfuerzo y tenía todo el aspecto de ser capaz de matara una docena de hombres más. Dirigió entonces una mirada a Wiglif y le dijo:—Honra a tu amigo —palabras con que quiso refe-rirse al deber de Wiglif deocuparse del entierro.Cuando nos alejamos del lugar del duelo, Herger me dijo que había fingidopara que Wiglif supiese que los hombres de Buliwyf no eran tan sólo guerrerosvigorosos y valientes, sino además astutos.—Esto aumentará su temor —añadió Herger—. No osará hablar contranosotros.Dudaba yo que tal plan surtiese efecto, pero es verdad que los nórdicosaprecian el engaño más que el más engañoso de los mercaderes de Hazar y elmás mentiroso de los mercaderes Bahrain, para quienes el engaño es unaforma del arte. La inteligencia en la batalla y en los quehaceres propios de loshombres es considerada una virtud mayor que la fuerza bruta en la guerra.Con todo, Herger no estaba contento y percibí que tampoco estaba contentoBuliwyf. Al aproximarse la noche comenzaron a formarse bancos de niebla enlo alto de las colinas hacia el interior. Pensé que estaba pensando en Ragnar,que había sido joven, fuerte y valiente y que habría sido útil en la batalla que seaproximaba. Herger me lo dijo en los siguientes términos:—Un hombre muerto no es útil para nadie.[1] Un árabe habría pensado muy en especial así, ya que el arte religiosoislámico tiende a ser no representativo y de una cualidad semejante a la debuena parte del arte escandinavo, que con frecuencia parece estar en favor del diseño puro y exclusivo. Con todo, los nórdicos no tenían prejuicio en cuanto arepresentar a sus dioses y lo hacían a menudo.[2] Literalmente «venas». La frase árabe ha llevado a algunos errores entre loseruditos. El Dr. Graham ha escrito, por ejemplo, que los «vikingos predecían elfuturo mediante un rito consistente en cortar las venas de ciertos animales yesparcirlas por el suelo». Esto es casi sin lugar a dudas inexacto. La fraseárabe para matar un animal es «cortar las venas», e Ibn Fadlan se refería aquía la costumbre altamente difundida de adivinar mediante la observación de lasentrañas. Los lingüistas que manejan continuamente estas expresiones localesmuestran cierta afición a discrepar en cuanto a significado. Un ejemplopredilecto de Halstead es la advertencia en inglés «Look out», que significa porlo general que hay que hacer lo opuesto y ocultarse.[3] Circuncisión.[4] Ibn Fadlan no describe un basilisco, ya que supone, en apariencia, que suslectores están familiarizados con este ser mitológico que figura en las creenciasmás antiguas de casi todas las culturas occidentales. También conocido comoqui-mera, el basilisco es una especie de gallo con cola de serpiente y ochopatas y a veces con escamas en lugar de plumas. Lo que siempre es verdaddel basilisco es que su mirada es mor-tal, como la de la Gorgona. También elveneno del basilisco es en especial mortal. Según algunos relatos, quien hundesu espada en un basilisco verá cómo asciende el veneno por la hoja hastallegarle a la mano. El hombre se verá entonces obligado a amputarse la manopara salvar su cuerpo.Es muy probable que sea el sentido del peligro que involu-cra el basilisco loque ha dado lugar a su mención aquí. El viejo noble dice a Ibn Fadlan que unaconfrontación directa con los del complot no resolverá el problema. Un hechointere-sante es que una manera de destruir al basilisco era hacer quecontemplara su propia imagen en un espejo. Moría entonces a raíz de supropia mirada.[5] En la escritura árabe y en la latina, verbera, ambos verbos significan azotaro «dar de latigazos», en lugar de «arrojar», como se suele traducir este pasajecomúnmente. Se supone por lo general que Ibn Fadlan utilizó la metáfora de«dar de latigazos» con tierra para destacar la ferocidad del insulto, que resultaclara, de todos modos. No obstante ello, puede haber querido transmitir,consciente o inconsciente-mente, una actitud netamente escandinava frente alos insultos.
Otro autor árabe, al-Tartushi, visitó la ciudad de Hedeby en el año 950 de laEra Cristiana y dijo lo siguiente de los escan-dinavos: «Son sumamente rarosen materia de castigos. Hay sólo tres penas para los delitos. La primera y lamás temida es la expulsión de la tribu. La segunda es ser vendido comoesclavo y la tercera es la muerte. Las mujeres que cometen delitos sonvendidas como esclavas. Los hombres prefieren siempre la muerte. El castigocorporal es desconocido entre los nórdicos.»Este punto de vista no es del todo compartido por Adam de Bremen, unhistoriador eclesiástico que en 1075 escribió: «Si se comprueba que lasmujeres no han sido castas, se las vende inmediatamente, pero si se halla a unhombre culpable de traición o de cualquier otro crimen, prefiere que lodeca-piten a que le den azotes. No es conocida entre ellos otra for-ma decastigo fuera del hacha o la esclavitud.»El historiador Sjögren atribuye gran importancia a la afir-mación de Adam deque los hombres prefieren ser decapitados a ser azotados. Esto pareceríaindicar que el castigo de azotes era conocido entre los nórdicos. El mismohistoriador agrega más adelante que los azotes eran con toda probabilidad un jcastigo reservado a los esclavos: «Los esclavos son propiedad y desde elpunto de vista económico resulta poco conveniente matarlos por delitosmenores. Sin duda los azotes eran acepta-dos como forma de castigo para losesclavos. Puede ser, por tanto, que los guerreros hayan considerado este tipode castigo como degradante por haber estado reservado a los esclavos.»Sjögren señala asimismo que «todo lo que conocemos acerca de la vida entrelos vikingos indica la existencia de una sociedad fundada sobre el concepto dela vergüenza, no de la cul-pabilidad, que sería el polo de conducta negativo.Los vikingos nunca se sentían culpables por nada, pero defendían su honorcon fiereza y evitaban a cualquier precio cometer actos vergonzosos.Someterse al látigo en forma pasiva habría sido considerado muy vergonzoso ymucho peor que la muerte misma».Estas especulaciones nos traen una vez más el manuscrito de Ibn Fadlan y asu elección de las palabras «azotar con polvo». Por ser el árabe tanmeticuloso, cabría preguntar si sus palabras reflejan acaso una actitudislámica. En este sentido debemos recordar que si bien el mundo de Ibn Fadlanse dividía sin duda en cosas y actos sucios y limpios, la tierra en sí no eranecesariamente sucia. Por el contrario tayammun, o ablución con polvo oarena, se lleva a cabo siempre que no es posible utilizar agua.Por ello Ibn Fadlan no podía tener una repugnancia especial a la tierra sobre lapropia persona. Se habría sentido, en cambio, mucho más disgustado si se lehubiese invitado a be-ber de una copa de oro, lo cual estaba estrictamente prohibido.
EL ATAQUE DEL DRAGÓN LUCIÉRNAGA KORGONCon la caída de la noche la niebla se aproximó como un manto desde lascolinas, deslizándose con dedos helados entre los árboles, reptando por loscampos verdes en dirección al hall de Hurot y a los guerreros de Buliwyf que laaguardaban. En nuestro extremo no había tregua en el trabajo. De unmanantial desviamos el agua para llenar el foso de poca profundidad yen-tonces comprendí el sentido común del plan, ya que el agua ocultaba lospalos afilados y los pozos más hondos, de tal manera que el foso resultabatraicio-nero para cualquier invasor.Más lejos, las mujeres de Rothgar acarreaban odres de piel de cabra llenos deagua del pozo y con ella empaparon el cerco, la vivienda y todas las superficiesdel hall de Hurot. También los guerreros de Buliwyf mojaron sus armaduras conagua del pozo. Era una noche húmeda y fría y por suponer yo que se tratabade algún rito pagano, me excusé de mojarme como ellos, pero fue inútil. Hergerme empapó de la cabeza a los pies como al resto. Diré que lancé gritos ante elchoque del agua fría y exigí que me explicaran la acción.—El dragón luciérnaga respira fuego —me dijo Herger.Me ofreció entonces una copa de hidromiel para aliviarme el frío que sentía ybebí esta copa de hidro-miel sin detenerme, sintiéndome agradecido por ella.Era una noche de tinieblas y los guerreros de Buli-wyf esperaban la llegada deldragón Korgon. Todos los ojos estaban fijos en las colinas, perdidas y en lanie-bla de la noche. Buliwyf recorrió personalmente todas las fortificaciones consu gran espada Runding en una mano y dando palabras de estímulo en vozbaja a sus guerreros. Todos esperaban en silencio, salvo uno, el lugartenienteEtchgow. Este Etchgow es un maestro en el manejo del hacha. Había hundidoun poste de madera bien resistente a cierta distancia y se dedicaba a practicarel lanzamiento de su hacha de mano contra dicho poste, repitiendo elmovimiento sin cesar. Tenía, en verdad, muchas hachas que le habíanentregado y llegué a contar cinco o seis fijas a su ancho cinturón, además deotras que tenía en las manos o estaban esparcidas por el suelo a su alrededor.
De manera parecida Herger estaba controlando y probando su arco y su flecha,como también lo hacía Skeld, ya que estos dos eran los más diestros arquerosentre los soldados nórdicos. Sus flechas tienen puntas de hierro y son deexcelente construcción, con palos muy rectos. En cada aldea cuentan con unhombre que a menudo está lisiado o cojo y que es conocido como elalmsmann. Este hombre está encargado de hacer las flechas y también losarcos para los guerreros de la región y por estas alms se le paga con oro,caracoles, o bien, como yo mismo lo he visto, con carne y ali-mentos [1].Los arcos de los nórdicos se aproximan en longitud a la de sus propios cuerposy están hechos de abedul. Los utilizan del siguiente modo: se tira hacia atrás lavara de la flecha hasta que el extremo les toca una oreja, en lugar de un ojo, ydesde allí la disparan. El impulso es tal que la flecha puede atravesar el cuerpode un hombre sin quedarse hundida en él. Del mismo modo puede atravesaruna lámina de madera del grosor de un puño de hombre. En verdad vi con mispropios ojos el poder de estas flechas, y yo mismo intenté utilizar uno de susarcos, pero descubrí que era difícil hacerlo, ya que era demasiado grande yduro para mí.Estos nórdicos son expertos en todas las formas de la guerra y de la matanzamediante el uso de las diversas armas que aprecian. Hablan de las líneas debatalla, que no tienen referencia alguna a la disposi-ción de los soldados en elcampo de lucha. Para ellos todo reside en el combate cuerpo a cuerpo con elhom-bre que es su enemigo. Las dos líneas de batalla se diferencian en cuantoa las armas utilizadas. La espada de hoja ancha, esgrimida siempredescribiendo un am-plio arco y nunca para hundirla, es descrita en la siguienteexpresión: «La espada busca la línea del ancho», lo cual significa para ellos elcuello, y por tanto la decapitación. Para la lanza, la flecha, el hacha de mano, ladaga y otras armas usadas para hundir en el cuerpo, se expresan así: «Estasarmas buscan la línea gorda» [2]. Con estas palabras aluden a la parte centraldel cuerpo, entre la cabeza y la ingle. Cualquier herida en esta parte centralsignifica para ellos la muerte segura de su contrincante. Creen asimismo quees más eficaz atacar el abdomen, por ser blando, que el pecho o la cabeza.En verdad Buliwyf y sus hombres habían mante-nido una estrecha vigilanciaaquella noche, encontrán-dome yo entre esta guardia. Me provocó una granfati-ga y muy pronto me sentí tan agotado como si hubiese librado una batalla,a pesar de no haberse registrado ninguna. Los nórdicos no estaban fatigados,sino, por el contrario, sumamente alertas. Es verdad que son los seres másvigilantes del mundo y que siempre están preparados para afrontar cualquierbatalla o peligro. No hallan nada fatigoso en esta actitud de alerta, que paraellos resulta natural desde que nacen. En todo momento se muestranprudentes y vigilantes.Al cabo de un rato dormí y Herger me despertó con brusquedad y de lasiguiente manera: sentí un golpe seco y el silbido del aire encima de mi cabezay al abrir los ojos vi una flecha que se estremecía hundida a medias en lamadera y a la distancia de un pelo de mi propia nariz. La había disparado Herger, y al ver mi sobresalto, él y el resto estallaron en gran-des risotadas. Amí me dijo:—Si duermes, perderás la batalla.Le di como respuesta que ello no me resultaría muy duro, según lo que yopensaba al respecto.Herger retiró su flecha y al ver que yo estaba ofen-dido por su broma, se sentóa mi lado y me habló en términos muy amistosos. Aquella noche Herger estabamuy inclinado a hacer chistes y reír. Compartió con-migo una copa de hidromiely a continuación dijo:—Skeld está hechizado —y echó a reír.Skeld no estaba lejos y Herger habló en voz alta, lo cual me hizo comprenderque la intención era que Skeld nos oyese. Con todo, Herger estaba hablandoen latín, idioma incomprensible para Skeld. Había, pues, en todo ello algunaotra razón que yo no conocía. Entre tanto, Skeld afilaba las puntas de susflechas y aguar-daba la batalla. Dije entonces a Herger:—¿En qué sentido está hechizado?—Si no está hechizado —repuso Herger—; puede que esté volviéndose árabe,porque se lava la ropa interior y también el cuerpo todos los días. ¿No hasobservado tú mismo esto?Volví a responder que no lo había observado, a lo cual Herger replicó:—¿Qué ves, entonces?Rióse mucho por su propio ingenio, el cual yo no compartía ni aun fingía quecompartía, ya que no sen-tía ganas de reír. Herger dijo entonces:—Ustedes los árabes son demasiado melancólicos. Todo el tiempo se quejan.Nada es digno de risa para ustedes.Debí decirle que estaba equivocado. Herger me desafió entonces a que lerefiriera una historia humo-rística y yo le conté la del sermón de un predicadorfamoso. Creo que es bien conocida. Un famoso predi-cador está en el pulpitode su mezquita y todos a su alrededor, hombres y mujeres, se han congregadopara escuchar sus nobles palabras. Un hombre, Hamid, se pone una túnica yun velo y se coloca entre las muje-res. El famoso predicador dice:—Según la costumbre del Islam, conviene que nadie se deje crecer demasiadolargo el pelo pubiano, se tra-te de hombres o de mujeres.Alguien pregunta:—¿Qué se considera largo, noble predicador?
Todos conocen la historia. Es muy grosera. El pre-dicador responde:—No debe crecer más alto que la cebada.La mujer palpa debajo de las ropas de Hamid para tocar su bello pubiano y alhacerlo toca el órgano. Sorprendida, deja escapar un grito. Al oírla, elpredi-cador se siente muy complacido y dice al auditorio:—Todos ustedes deberían aprender a escuchar un sermón como lo ha hechoesta mujer, pues pueden ver cómo le tocó el corazón.Y la mujer, sorprendida aún, responde así:—No me tocó el corazón, noble predicador. Me tocó la mano.Herger escuchó todas mis palabras con el rostro impasible. No rió ni sonrió enningún momento. Cuan-do terminé de hablar, me preguntó:—¿Qué es un predicador?Al oír esto le dije que era un nórdico estúpido que no conocía nada de la granamplitud del mundo. Al oír esto, en cambio, rió, aun cuando no había reído aloír mi anécdota.En aquel momento Skeld lanzó un grito y todos los guerreros de Buliwyf,conmigo entre ellos, nos volvi-mos para mirar hacia las colinas, detrás delmanto de niebla. He aquí lo que vi: Muy alto en el aire brillaba un punto de luzintensa, como una estrella reluciente a gran distancia. Todos los guerreros lovieron y se oyeron murmullos y exclamaciones entre ellos.Pronto apareció otro punto de luz, y luego otro, y otro. Conté una docena deellos antes de dejar de contar. Estos puntos de fuego intenso aparecían en unalínea que se ondulaba como una serpiente o, en verdad, como el cuerpoondulante de un dragón.—Prepárate —me dijo Herger, añadiendo el dicho común entre los nórdicos—:Suerte en la batalla.Repetí el mismo voto para él antes que se alejara.Los puntos relucientes estaban todavía distantes, pero se aproximaban. Oíentonces un ruido que tomé por el de truenos. Era un rumor profundo y lejanoque se intensificaba en la atmósfera brumosa, como ocurre siempre cuandohay niebla. Es la pura verdad, en efec-to, que cuando hay niebla el susurro deun hombre puede ser oído a una distancia de cien pasos con tanta claridadcomo si estuviera susurrando a nuestro oído.Estaba yo ahora alerta, escuchando. Todos los gue-rreros de Buliwyf tomaronsus armas y quedaron en la misma actitud, observando y aguardando mientras el dragón luciérnaga de Korgon se aproximaba hacia nosotros con truenos yfuego. Cada punto reluciente se agrandó y adquirió un maligno color rojo quepar-padeaba y tililaba. El cuerpo del dragón era largo y brillante, visión deaspecto horroroso, y con todo, yo no sentía miedo, ya que había decidido estavez que éstos eran jinetes con antorchas, lo cual resultó exacto.Muy pronto, pues, surgieron entre la niebla los hom-bres a caballo, sombrasnegras con antorchas levanta-das, cabalgaduras negras que relinchaban ycargaban hasta que se inició la batalla. Inmediatamente el aire de la noche sellenó de gritos y alaridos terribles de dolor, ya que la primera carga había caídoen el foso y mu-chos caballos cayeron y despidieron a sus jinetes, cuyasantorchas se apagaron, chisporroteando en el agua. Otros caballos intentaronsalvar el foso, sólo para que-dar atravesados en los postes afilados. Unasección del cerco se incendió, los guerreros corrían en todas direc-ciones.Vi entonces a uno de los caballeros cabalgar a tra-vés del cerco en llamas ypor primera vez pude ver con claridad a este wendol. Y lo que vi fue losiguiente: sobre el caballo negro montaba una figura humana vestida de negro,pero su cabeza era la de un oso. Me apresó momentáneamente un miedoterrible y temí que este miedo sólo me provocaría la muerte, ya que nuncahabía visto una visión tan de pesadilla. No obstante ello, en aquel mismoinstante el hacha de mano de Etchgow se enterró profundamente en la espaldadel jinete, el cual fue derribado y cayó. La cabeza de oso se separó entoncesde su tronco, y vi que debajo había la cabeza de un hombre.Con la velocidad del rayo, Etchgow saltó sobre el hombre caído y le apuñalósobre el pecho, y volviendo el cadáver, le retiró el hacha de la espalda y sealejó corriendo a incorporarse a la batalla. También yo me uní a ella, porque elgolpe de una lanza me hizo perder el equilibrio. Había ya muchos caballerosdentro del cerco, con sus antorchas ardientes. Algunos tenían ca-beza de oso yotros no. Cuando rodearon la fortaleza trataron de incendiar el gran recinto deHurot. Tanto Buliwyf como sus hombres lucharon con bravura para impedirlo.Pude incorporarme en el momento en que uno de estos monstruos de la nieblase abalanzaba sobre mí con su cabalgadura. Juro que hice lo siguiente: meplanté con firmeza y esgrimí mi lanza y creí que el choque con el animal medestrozaría. Sin embargo, mi lanza atravesó el cuerpo del jinete, quien dio unalarido horrible, aunque no cayó de su caballo, sino que prosi-guió su carrera.Por mi parte, caí de bruces, sin aliento, pero no estaba en verdad herido, sinogolpeado.En el curso de esta batalla Herger y Skeld dispa-raron sus numerosas flechas yel aire silbaba al paso de ellas y lograron muchos impactos. Vi una flecha deSkeld hundirse en el cuello de un jinete y quedar allí. Vi luego cómo Skeld yHerger juntos atravesaron el pecho de otro, y era tal la rapidez con que ambosvolvieron a sacar flechas y a tender sus arcos, que este mismo jinete no tardóen tener cuatro flechas hundi-das en el pecho. Los gritos que daba mientrasseguía cabalgando eran terribles.Me enteré, sin embargo, de que esta hazaña era con-siderada como una luchade muy mala calidad por Herger y Skeld, porque los nórdicos creen que no haynada sagrado en un animal. Para ello, pues, el uso prin-cipal de las flechas esmatar a los caballos con el fin de derribar al jinete. Acerca de esto dicen: «Unhom-bre derribado de su cabalgadura es sólo medio hombre y dos veces mássusceptible de ser muerto.» Por ello es que actúan sin vacilar [3].Luego vi esto: un jinete llegó al galope dentro de la empalizada, se inclinó muybajo sobre su cabalga-dura y recogió el cuerpo del monstruo muerto porEtchgow y echándolo sobre el cuello del animal se alejó, puesto que, como heseñalado ya, estos mons-truos de la niebla nunca dejan sus muertos para quelos hallen cuando llega el día.La batalla arreció largo tiempo a la luz del violento incendio que atravesaba laniebla con su resplandor. Vi a Herger empeñado en combate mortal con uno delos demonios. Tomé entonces otra lanza y la clavé muy hondo en la espaldadel hombre. Herger, bañado en sangre, levantó un brazo en señal de gratitud yvolvió al combate. En aquel instante me sentí muy orgulloso.Quise después recobrar mi lanza, pero mientras lo hacía, me derribó un jineteal pasar sobre mí y desde aquel momento debo decir que no recuerdo mucho.Vi que estaba ardiendo una de las viviendas de los nobles de Rothgar conllamas que escupían y lamían los mu-ros, pero que el recinto humedecido deHurot estaba todavía en pie, y me alegré de ello como si yo mismo fuera unode los nórdicos. Estos fueron los últimos pensamientos que recuerdo.Amanecía cuando me despertó una especie de baño suave sobre la piel delrostro y me agradó aquella espe-cie de caricia húmeda. No tardé en percibirque era objeto de los cuidados de un perro que me lamía. Me sentí como sihubiese sido un borracho sin sentido, sumamente mortificado, como cabeimaginar [4].Vi en aquel momento que estaba tendido en el foso, en el cual el agua estabateñida de sangre. Me levanté y recorrí el campamento humeante, frente a todaespe-cie de escenas de muerte y destrucción. Vi que la tierra estaba empapadaen sangre, como si hubiera llovido, y con numerosos charcos. Vi los cuerpos denobles muertos y también de mujeres y niños. Vi después tres o cuatro cuerposque estaban chamuscados o quema-dos por el fuego. Todos estos cuerposestaban disemi-nados en el suelo y me vi obligado a caminar sin apar-tar losojos del suelo para evitar pisar a ninguno, tan-tos de ellos había.De las obras de defensa, buena parte del cerco de postes había sido quemado.En otros sectores había caballos atravesados y ya fríos. Aquí y allí se veíanantorchas. No vi a ninguno de los guerreros de Buliwyf.No llegaban tampoco lamentos o quejas del reino de Rothgar, ya que losnórdicos no lloran la muerte. Por el contrario, reinaba un silencio inusitado. Oícan-tar a un gallo y ladrar a un perro, pero no oí voz humana alguna en el exterior.
Entré entonces dentro del gran hall de Hurot y encontré allí dos cadáverescolocados sobre juncos con sus cascos sobre el pecho. Uno era el de Skeld,noble de Buliwyf, y el otro el de Helfdane, que había sufrido heridas y ahoraestaba frío y pálido. Los dos estaban muertos. Estaba también Rethel, el másjoven de los guerreros, sentado muy erguido en un rincón y aten-dido por unasesclavas. Rethel había sufrido heridas con anterioridad, pero tenía una nuevaherida en el estómago que sangraba copiosamente. Sin duda le dolía mucho,aunque él se mostraba alegre y sonreía y cam-biaba chanzas con las esclavasademás de complacerse en pellizcarles el pecho y las nalgas. Por su parte, lasesclavas le reprendían porque las distraía y les impedía vendarle las heridas.He aquí la manera de tratar las heridas, según sea su tipo. Si un guerrero estáherido en una extremidad, sea el brazo o la pierna, se le ata una ligadura y secolocan paños hervidos en agua sobre la herida para cubrirla. Me dijeronasimismo que se suele colocar telaraña o vellones de lana sobre la herida paraespesar la sangre e impedir que fluya. Esto no lo vi en ninguna oportunidad.Si un guerrero es herido en la cabeza o en el cuello, se le baña la herida hastalimpiarla y luego las escla-vas la examinan. Si la piel está rota, pero los huesosblancos intactos, dicen de este género de herida: «No tiene importancia.» Si,en cambio, los huesos están fracturados o separados de algún otro modo,dicen: «Se le escapa la vida y pronto se le escapará del todo.»Si un guerrero es herido en el pecho, le palpan las manos y los pies, y si lostiene tibios, dicen de tal herida «no tiene importancia». En cambio si esteguerrero tose o vomita sangre, dicen: «Habla con sangre», y consideran estode suma gravedad. Un hombre puede morir de este mal de hablar con sangre,o bien no morir, según sea su destino.Si un guerrero es herido en el estómago, se le ali-menta con una sopa decebollas y hierbas. Las mujeres le huelen entonces las heridas, y si huelen acebolla, dicen: «Tiene la enfermedad de la cebolla», y saben que morirá.Vi con mis propios ojos a las mujeres preparar una sopa de cebollas paraRethel, quien tomó una buena porción. Las mujeres le olieron las heridas yolieron el olor de la cebolla. Al ver esto, Rethel rió a carcaja-das y dijo algúnchiste espontáneo, pidiendo luego hidromiel, que le sirvieron. No mostraba elmenor sig-no de preocupación.Buliwyf, el jefe y todos sus guerreros se congregaron en seguida en otro puntodel gran hall. Me uní al grupo, pero nadie me saludó; Herger, a quien habíasalvado la vida, no reparó en mí, ya que los guerreros estaban absortos en unasolemne conversación. Había aprendi-do algo de la lengua nórdica, pero no losuficiente como para seguir aquellas palabras pronunciadas en voz ba-ja y conrapidez, en vista de lo cual me alejé y bebí un poco de hidromiel mientras teníaconciencia de mis males físicos. A poco se acercó una esclava a lavarme lasheridas. Eran un corte en la pantorrilla y otro en el pecho. Por mi parte no habíatenido mucha sensa-ción de dolor en estas heridas hasta que la mujer me laslavó.
Los nórdicos bañan las heridas con agua de mar, por creer que este aguaposee mayores propiedades curativas que el agua dulce. Estos lavados conagua salada no son muy agradables para la parte herida. La verdad es quegemí, y al oírme, Rethel echó a reír y dijo a una de las esclavas:—Sigue siendo un árabe.Al oír esto, diré que me sentí avergonzado.También acostumbran los nórdicos bañar las heridas con orina de vacacaliente. Me negué a que lo hicie-ran cuando me ofrecieron este tratamiento.Consideran la orina de vaca una sustancia excelente y la guardan enrecipientes de madera. Por lo general, la hierven hasta que se concentra y suolor hace arder las fosas nasales. A continuación emplean este líquido vil parael lavado, especialmente de las prendas áspe-ras de color blanco [5].Me contaron asimismo que en una u otra época los nórdicos puedenemprender largos viajes por mar y no contar con reservas de agua dulce, encuyo caso cada hombre bebe su propia orina y puede sobrevivir de estamanera hasta llegar a tierra firme. Me contaron esto, pero nunca lo vi, gracias aAlá.Se me acercó en aquel momento Herger, por haber terminado la conferenciaentre los guerreros. La escla-va que me atendía me había hecho arder lasheridas en forma atroz. A pesar de ello estaba yo decidido a observar la actitudalegre de cualquier nórdico. Dije, pues, a Herger:—¿Qué tontería debemos hacer próximamente?Herger observó mis heridas y me dijo:—Puedes cabalgar sin dificultad.Pregunté entonces a dónde iríamos, y la verdad es que inmediatamente perdítoda mi alegría, ya que me sentía muy fatigado y sin fuerzas para nada, salvodes-cansar. Herger repuso:—Esta noche el dragón luciérnaga volverá a atacar-nos. Desgraciadamente,estamos ahora muy débiles y nuestro número ha sido diezmado. Nuestrasdefensas están quemadas o destruidas. El dragón luciérnaga nos matará atodos.Dijo estas palabras con calma. Lo advertí y le dije:—¿A dónde iremos a caballo entonces? —se me ocurría que a causa de susfuertes bajas, Buliwyf y sus hombres contemplaban la posibilidad de abandonarel reino de los Rothgar. No me oponía a este proyecto.
—El lobo que permanece en su guarida —dijo Her-ger— nunca consiguealimento, como tampoco obtiene la victoria el hombre que duerme.Es éste un proverbio nórdico y por él inferí que el plan era otro. Saldríamos aatacar a los monstruos de la niebla, usando nuestros caballos, en sus propiasguari-das en las montañas o en las colinas. De bastante mala gana pregunté aHerger cuándo tendría lugar esto, y él me dijo que hacia mediodía.En aquel momento vi entrar en el hall a un niño que llevaba en las manos unobjeto de piedra que fue examinado por Herger. Era una de esas tallasdecapi-tadas de una mujer encinta, hinchada y fea. Herger lanzó unaimprecación y dejó caer la talla de sus ma-nos temblorosas. Llamó entonces ala esclava, quien tomó la talla y la arrojó al fuego, donde el calor de las llamashizo que se rajara y rompiera en pedazos. En seguida se arrojaron estosfragmentos al mar, o por lo menos así me lo dijo Herger.Pregunté qué significaba la talla y Herger me dijo:—Es la imagen de los que se comen a los muertos, de la que preside susfestines y dirige sus comilonas.Vi entonces que Buliwyf, que estaba en pie en el centro del gran hall, estabacontemplando el brazo de uno de los demonios, colgado aún de las vigas. Miróluego los cuerpos de sus dos camaradas muertos y lue-go a Rethel, yamoribundo, y al hacerlo se encorvó y hundió el mentón en el pecho. Por finpasó junto a ellos y salió por la puerta, y vi que se colocaba la armadura,tomaba su espada y se preparaba una vez más para la batalla.[1] Este pasaje es, según parece, el origen del comentario hecho en 1860 porel reverendo Noel Harleigh, cuando mani-fiesta que «entre los vikingosbárbaros la moralidad estaba subvertida de modo tan perverso que su sentidode la limosna se expresaba en el pago hecho a los fabricantes de armas». Lagran seguridad, típicamente victoriana, con que se expresa Harleigh superabasus conocimientos lingüísticos. La palabra nórdica alm significa «olmo»,madera flexible de la cual los escandinavos confeccionaban sus arcos yflechas. Es sólo por casualidad que este término tenga otro significado eninglés, es decir, el de «donaciones» de caridad, que en general se con-sideraderivado del griego eleos, compasión.[2] Línea adeps: literalmente la «línea gorda». Si bien la pre-cisión anatómicadel pasaje nunca ha sido cuestionada por hombres de armas en los mil añostranscurridos desde enton-ces, por ser la línea de mayor perímetro del cuerpoel punto donde se hallan los nervios y vasos más vitales, el origen pre-ciso deltérmino es más bien misterioso. En este sentido resulta de interés señalar que una de las sagas islándicas menciona a un guerrero herido en 1030 que seextrae una flecha del pecho y ve trozos de carne adheridos a ella. Comen-taentonces que todavía tiene «gordura» alrededor del corazón. La mayoría de losespecialistas concuerdan en que se trata de un comentario irónico de unguerrero que sabe que su herida es mortal. Esto tiene sentido desde el puntode vista anatómico.En 1874 el historiador norteamericano Robert Miller se refirió a este pasaje deIbn Fadlan al afirmar: «Aunque eran guerreros feroces, los vikingos teníanpocas nociones de la fisonomía. Se instruía a los hombres que buscaran lalínea vertical y central del cuerpo del contrincante, pero al hacer esto, como esnatural, no alcanzaban el corazón, por estar situado en el sector izquierdo delpecho.»El poco conocimiento debe atribuirse más bien a Miller y no a los vikingos.Durante varios siglos el común de los hombres de Occidente ha supuesto queel corazón se encuentra situado en el sector izquierdo del pecho. Losnorteamericanos se colocan la mano sobre el corazón cuando juran lealtad asu bandera. Existe una tradición folklórica que data de largo tiem-po, según lacual muchos soldados han escapado a la muerte por haber llevado en elbolsillo superior izquierdo una Biblia que interceptó la bala fatal, o bienvariaciones sobre este tema. En realidad el corazón es un órgano central quese extiende en grado diverso hacia el sector izquierdo del pecho. Una heridainferida allí, pues, siempre perforará el corazón.[3] Según la ley divina, los musulmanes creen que «El Men-sajero de Dios haprohibido toda crueldad hacia los anima-les». Esto se extiende a aspectos tancotidianos como el man-damiento de descargar con rapidez a las bestias decarga para que no sufran indebidamente su carga. Además los árabes se vanagloriaron siempre de criar y domesticar caballos. Los escandinavos noabrigaban sentimientos especiales hacia los animales. Casi todos losobservadores árabes han comentado su falta de afecto por los caballos.[4] La mayoría de los primeros traductores del manuscrito de Ibn Fadlan erancristianos que desconocían la cultura árabe y su interpretación de este pasajerefleja su ignorancia. En una traducción muy libre el italiano Lacalla, en 1847,dice: «Por la mañana desperté de mi sopor de ebrio como un perro cualquiera yme sentí sumamente avergonzado de mi condi-ción.» Skovmand, en sucomentario de 1919, decide sin vaci-laciones que «no cabe dar crédito a lashistorias de Ibn Fad-lan, ya que estaba ebrio durante las batallas, cosa que élmismo admite». Con mayor caridad, Du Chatellier, vikingófilo confirmado, dijoen 1908: «El árabe muy pronto se contagió de la ebriedad de la batalla que esla esencia misma del espí-ritu heroico de los nórdicos.»
Debo manifestar mi gratitud a Massud Fassan, erudito Sufi, por haber aclaradola alusión hecha por Ibn Fadlan en este pasaje. En verdad está comparándosea un personaje de una anécdota jocosa árabe muy antigua:Un ebrio cae sobre un charco de sus propios vómitos a un lado del camino.Llega un perro y empieza a lamerle la cara. El ebrio supone que alguien debuen corazón está limpiándole la cara y dice, agradecido: «Que Alá haga obedientes a tus hijos.» El perro levanta entonces una pata y orina sobre elebrio, quien responde: «Y que Dios te bendiga, hermano, por haber traído aguatibia para lavarme la cara.»Para los árabes, la anécdota encierra la recomendación habi-tual contra laebriedad y la sutil advertencia de que el alcohol es khmer, o inmundicia, como la orina.Ibn Fadlan pretendía, según es probable, que sus lectores supusieran no queestaba alguna vez ebrio, sino más bien que tuvo la suerte de evitar que el perroo rinara sobre él, así como antes escapó a la muerte en la batalla. Se trata deuna nueva alusión al hecho de haberse salvado por muy poco.[5] La orina es una fuente de amoníaco, excelente compuesto para limpiar.
EL PARAMO DEL TERROR Buliwyf pidió siete caballos robustos, y en las pri-meras horas del día salimoscabalgando del gran hall de Rothgar en dirección a la llanura y a las colinasdetrás de ella. Nos acompañaban cuatro galgos de color blanco puro, grandesanimales que yo juzgaría se en-cuentran más cerca de los lobos que de los perros, por ser tanta su fiereza. Era ésta toda nuestra fuerza de ataque, hechoque me llevó a considerar la empresa como un débil gesto contra tanimportante enemigo, a pesar de que los nórdicos tienen mucha fe en elele-mento sorpresa y en el ataque astuto. Además, según sus propios cálculos,cada uno de ellos equivalía en valor a tres o cuatro de sus contrincantes.No estaba yo dispuesto a embarcarme en una nueva aventura bélica y mesorprendió sobremanera que los nórdicos no se hicieran eco de tal punto devista, que surgía, sin duda, de la fatiga que me invadía. Respecto de ello,Herger manifestó:—Siempre es así, ahora y en Valhalla —su idea del cielo.En este cielo que ellos imaginan como un gran hall, los guerreros librancombate de la mañana hasta el atardecer. Entonces los muertos resucitan,todos com-parten un festín durante la noche con infinita cantidad de comida yde bebida y al día siguiente vuelven a batirse. Y aquellos que mueren resucitany hay otro festín. Tal es la naturaleza de su cielo por toda la eternidad [1].Determinó la dirección de nuestra marcha el regue-ro de sangre dejado durantela noche por los jinetes en retirada. Abrían la marcha los galgos, que corríansiguiendo este rastro de sangre. En una ocasión nos detuvimos en la llanurapara recoger un arma dejada por los demonios durante su trayecto. He aquí lanatu-raleza del arma: era un hacha de mano con un mango de madera y unahoja de piedra afilada y fijada al mando por medio de lazos de cuero. Losbordes eran sumamente afilados y la hoja había sido hecha con destreza,como si esta piedra fuera una joya femenina destinada a satisfacer la vanidadde una dama noble. Hasta este punto llegaba la calidad de la artesanía y eraun arma formidable por el filo de su borde. Nunca he visto un objeto semejanteen ninguna otra parte del mundo. Me dijo Herger que los wendol hacían susarmas y utensillos de esta piedra, o por lo menos así lo creían los nórdicos.Seguimos avanzando a buen paso, precedidos siem-pre por los ruidososgalgos, cuyos ladridos anima-ban algo. Por fin llegamos a las colinas. Nosinter-namos en ellas sin vacilar o titubear, cada uno de los guerreros de Buliwyfempeñado en su propósito, todos nosotros un grupo de nombres silenciosos ycon el rostro lleno de determinación. También reflejaban algo de temor, pero apesar de ello ninguno de los hombres se detuvo ni vaciló, sino que prosiguió lamarcha a caballo.Hacía ya mucho frío en las colinas, en los bosques de árboles de color verdeoscuro, y el viento helado soplaba entre nuestras ropas. Veíamos además elhálito de la respiración de nuestras cabalgaduras y de nues-tros perros,semejantes a penachos blancos. A pesar de todo, seguíamos avanzando.Después de un trayecto que se prolongó hasta mediodía, nos encontramosfren-te a un paisaje distinto. Había allí una meseta o pára-mo con malezaáspera, una región desolada, que se parecía más que nada a un desierto,aunque no era arenoso o seco, sino húmedo y anegado, y sobre esta tierra seextendía una ligerísima niebla. Los nórdicos llaman a esta región el páramo delterror [2].
Vi entonces con mis propios ojos que esta niebla estaba esparcida sobre latierra en pequeños bolsillos o manchas, como nubes diminutas sentadas sobrela superficie. En un sector el aire está despejado. En otro, en cambio, se veíanmanchas de niebla junto a la tierra, que llegaban hasta las rodillas de loscaballos, y en lugares como éstos perdíamos de vista a los perros, quequedaban envueltos en la niebla.. Momentos más tarde ésta se disipaba y nosencontrábamos otra vez en un espacio abierto. Tal es el paisaje en el páramo.Hallé este espectáculo notable, aunque los nórdicos no veían en él nadaespecial. Comentaron que la región tiene muchos lagos de agua amarga ytambién aguas surgentes a alta temperatura, que proviene de grietas en latierra. En estos puntos se concentran nieblas aisladas que permanecen allí díay noche. Llaman a esto la región de los lagos hirvientes.El terreno resulta difícil para las cabalgaduras y debimos avanzar con mayorlentitud. Los perros co-rrían a su vez más despacio y observé que ladraban conmenos energía. Muy pronto el aspecto del grupo había cambiado, y de ungalope con perros bulliciosos al frente, pasamos a una marcha lenta, precedidapor perros silenciosos que nos conducían de mala gana y aun retrocedían yllegaban a meterse entre las patas de los caballos, lo cual creaba dificultadesde cuando en cuando. Hacía aún mucho frío, mucho más, diré, que aquí y allívi alguna mancha pequeña de nieve en el suelo, si bien estábamos, según miscálculos, en el período del verano.Avanzamos una buena distancia a este paso lento y me pregunté si acaso noperderíamos el camino, sin volver a hallar nunca más el de regreso a través deeste páramo. Sin embargo, en un lugar determinado los perros se detuvieron.No había diferencias en el terre-no, ni tampoco rastros de objetos en el suelo. Apesar de ello los perros se detuvieron como si hubiesen lle-gado a una valla uobstáculo palpable. El grupo se detuvo allí, y todos miramos en una y otradirección. No había viento ni se oía ningún ruido, ni aun el de aves o animalesvivos, sólo silencio.—Estamos en la tierra de los wendol —dijo Buliwyf, y los guerreros dieron unaspalmadas a sus cabalgaduras en el cuello para animarlas, ya que los animalesse mostraban aprensivos y nerviosos en esta región. También estabannerviosos sus jinetes. Buliwyf tenía los labios apretados. Las manos deEtchgow tem-blaban al aferrar las riendas. Herger estaba sumamente pálido ymiraba con ojos inquietos en una y otra direc-ción. También miraban inquietoslos demás.Los nórdicos suelen decir: «El miedo tiene la boca blanca», y pude comprobaren aquel momento que era verdad, pues todos estaban pálidos alrededor delos labios y la boca. Nadie habló, no obstante, de su temor.Dejamos atrás a los perros y seguimos cabalgando sobre un terreno másnevado, en el que la nieve era ligera y crujiente a nuestro paso, hasta que nosinter-namos en una niebla más espesa. Nadie hablaba, salvo para dirigirse alos caballos. Con cada paso que dába-mos resultaba más difícil hacer moverse a los animales. Los guerreros optaron entonces por instarlos a seguir mediantesusurros o bien hundiéndoles los talones en los lomos. Pronto vimos siluetasborrosas en medio de la niebla frente a nosotros y nos aproximamos concautela. Vi entonces con mis propios ojos lo siguiente: Sobre ambos lados delsendero y montados muy alto sobre gruesos postes estaban los cráneos deanimales enormes con las fauces abiertas como para atacar. Pro-seguimos y vique eran los cráneos de osos gigantescos, venerados por los wendol. Hergerme dijo que los crá-neos de oso protegen las fronteras de la tierra de loswendol.Seguidamente avistamos otro obstáculo, gris, lejano y grande. Se trataba deuna roca gigantesca también, que llegaba a la altura de nuestras monturas yestaba tallada en forma de una mujer encinta, con abdomen y pechoshinchados, pero sin cabeza, ni brazos, ni pier-nas. Esta roca estaba salpicadapor la sangre de algún sacrificio reciente. En verdad estaba cubierta deregue-ros de sangre y era muy desagradable mirarla.Nadie del grupo hizo comentario alguno sobre lo visto. Avanzamos al mismopaso. Los guerreros saca-ron sus espadas y las esgrimieron, listas paradefen-derse. Mencionaré en este punto una cualidad de los nórdicos, la de quepreviamente mostraron temor, pero una vez llegados a la tierra de los wendol,próximos a la fuente de sus temores, su propia aprensión se disipó. Así escomo parecen nacerlo todo al revés y de un modo desconcertante, ya que enverdad en aquel momento parecían estar del todo serenos. Sólo los caballosresultaban cada vez más difíciles de manejar.Olí entonces el olor a carroña percibido con ante-rioridad en el gran hall deRothgar. Al volver a sentirlo, me invadió una ola de miedo. Herger se meaproximó con su cabalgadura y me preguntó:—¿Cómo te sientes?Incapaz de dominar mis sentimientos, repuse:—Tengo miedo.Herger replicó:—Es porque piensas en lo que habrá de venir e ima-ginas cosas terribles,capaces de helarle la sangre a cualquier hombre. No pienses en el futuro yconsuélate sabiendo que nadie vive eternamente.Vi la verdad de sus palabras.—En nuestra sociedad —dije— tenemos el siguiente dicho: «Gracias a Alá, queen su gran sabiduría colocó a la muerte al final de la vida y no al principio.»Herger sonrió al oír esto y rió un instante.
—En medio del temor, hasta los árabes dicen la verdad —dijo, y se alejó arepetir mis palabras a Buliwyf, quien rió a su vez. En aquel momento losgue-rreros de Buliwyf acogieron de buena gana aquel chiste.Llegamos poco después a una colina y al llegar a su cima hicimos un alto ycontemplamos desde allí el campamento de los wendol. He aquí cómoapareció debajo de nosotros, pues lo vi con mis propios ojos. Había un valle yen el valle un círculo de chozas pri-mitivas de barro y de paja, de construccióntan rudi-mentaria como las que podría erigir un niño. En el centro había unagran hoguera que ardía aún. No había en cambio caballos, no había animales,no había mo-vimiento, ni señales de vida de ninguna clase. Pudimos apreciareste hecho a través de los espacios entre la niebla.Buliwyf desmontó, seguido por sus guerreros y por mí. A decir verdad mepalpitaba el corazón con tanta violencia al contemplar desde arriba el salvajecampa-mento de los demonios, que sentí que me ahogaba. Hablamos todos enun susurro.—¿Por qué no hay actividad? —pregunté.—Los wendol son animales nocturnos como las lechuzas y los murciélagos —repuso Herger— y duer-men durante las horas del día. Están durmiendo, pues,en este momento, lo cual aprovecharemos para bajar y caer sobre ellosmatándolos en medio de sus sueños.—Somos tan pocos —dije. Había visto gran canti-dad de chozas abajo.—Somos bastantes —replicó Herger, y me dio un trago de hidromiel, que bebícon gratitud mientras ala-baba a Alá por no haberlo prohibido ni aun hallarloreprobable [3]. En verdad hallaba en este punto que mi lengua acogía de formahospitalaria aquella sustancia que antes había considerado vil. Es así cómo lascosas extrañas dejan de serlo a raíz de la repetición. Del mismo modo, noreparaba tampoco en el hedor repug-nante de los wendol, por haberlo olidodurante tanto tiempo hasta haber dejado de advertirlo.La gente del Norte es sumamente peculiar en cuan-to se refiere a los olores.No son gente limpia, como he dicho ya, y comen toda clase de alimentos ylíquidos viles. Sin embargo, es también verdad que valoran la nariz por encimade todas las partes del cuerpo. En la batalla, la pérdida de una oreja no tienemucha impor-tancia, como no la tiene la de un dedo de la mano o del pie,aunque la tiene algo más la de una mano. Soportan estas cicatrices o pérdidascon gran indife-rencia. En cambio, consideran la pérdida de la nariz como lapérdida de la vida misma, y ello se aplica aun a la pérdida de parte de la puntacarnosa, que otra gente consideraría como de menor importancia.La fractura de los huesos de la nariz en la batalla o bien por golpes es gravepara ellos y muchos tienen narices torcidas por esa causa. No conozco, encambio, el origen de su temor por la pérdida de la nariz [4].
Recobradas las fuerzas los guerreros de Buliwyf y yo entre ellos dejamosnuestros caballos en la colina, pero no fue posible dejarlos solos, pues estabanmuy asustados. Uno de nuestro grupo debía quedar junto a ellos y yo abriguéla esperanza de que me eligirían a mí. Sin embargo, fue Haltaf quien quedó,por estar herido y ser de poca utilidad. El resto descendimos, pues, con gransigilo entre los matorrales escasos y los arbustos marchitos, cuesta abajo endirección al cam-pamento de los wendol. Nos movimos con gran cautela ynadie se despertó en el campamento, de manera que pronto nos encontramosen el centro mismo de la aldea de los demonios.Buliwyf no habló en ningún momento, sino que nos daba todas lasinstrucciones y órdenes por medio de gestos. Me dio a entender mediantedichos gestos que debíamos avanzar en grupos de dos guerreros cada uno,cada par en distinta dirección. Herger y yo debía-mos atacar la más próxima delas chozas de barro, y el resto, las otras. Aguardamos todos hasta que losgrupos estuvieran apostados junto a la puerta de las chozas y entonces, con unalarido, Buliwyf levantó su gran espada Runding y se lanzó a la cabeza delataque.Me abalancé con Herger dentro de una de las cho-zas, la cabeza palpitante porla sangre agolpada allí, la espada, ligera como una pluma entre mis manos. Enverdad estaba dispuesto a librar la batalla más cruenta de mi vida. No vi nadaen el interior. La choza estaba desierta y desnuda, salvo por los jergones depaja de aspecto tan primitivo que parecían más bien el lecho de algún animal.Salimos corriendo al exterior y atacamos la choza siguiente, que volvimos ahallar vacía. Todas las chor zas estaban vacías y los guerreros de Buliwyf semos-traron desilusionados en extremo y se miraron los unos a los otros conexpresiones de sorpresa y desconcierto.Entonces nos llamó Etchgow y nos congregamos todos en una de las chozas,algo mayor que el resto. Y allí pude ver por qué estaba desierta como todas lasdemás, aunque el interior de ésta no estaba desnudo. Por el contrario, el sueloestaba cubierto de huesos quebradizos que crujían al pisar sobre ellos comohuesecillos de pájaros, delicados y frágiles. Me sorprendí al ver aquello y meincliné a mirar los huesos de cerca. Con una sensación de horror vi la líneacurvada de una órbita aquí y unos cuantos dientes más lejos. Es-taba, enverdad, en pie sobre una alfombra de huesos humanos de caras, y comopruebas más concluyentes de lo que afirmo, esta verdad horrorosa, en un altomontón contra una pared de la choza se encontraban los cráneos, dispuestoscon el hueso hacia arriba como otros tantos recipientes de cerámica, pero deun relu-ciente color blanco. Me sentí enfermo y salí fuera a vomitar y purgarmede esta manera. Herger me dijo que los wendol comen los cerebros de susvíctimas del mismo modo que cualquiera de nosotros podría comer huevos oqueso. Tal es su costumbre y, por horrendo que resulte contemplar siquierasemejante hábito, es verdad.Nos llamó entonces otro de los guerreros y entra-mos en otra choza. En ella vilo siguiente: la choza estaba vacía, salvo por un sillón amplio, semejante a untrono, tallado en un solo trozo gigantesco de ma-dera. Tenía el respaldo en forma de abanico y tallado con figuras de serpientes y demonios. Al pie deltrono estaban diseminados huesos de cráneos y sobre los brazos del sillón,donde podría haber apoyado las ma-nos su dueño, había sangre y restos deuna sustancia blanquecina semejante al queso y que no era otra cosa quesustancia cerebral. El olor que reinaba en aquel recinto era horrible.Colocadas todo alrededor de este sitial había peque-ñas tallas representando ala mujer encinta, tal como las he descrito ya. Las imágenes formaban, pues,una especie de círculo o perímetro en torno de la silla.Herger dijo:—Desde aquí reina ella —su voz era baja y temerosa.No pude comprender qué quería decir, pero me sentí enfermo del corazón y delestómago. Volví a vaciar éste en el suelo mismo. Herger y los otros eran todospresa de la misma repugnancia, pero nadie entre ellos vomitó, sino quetomaron brasas de la hoguera e incendiaron las chozas. Todas ardieron conlentitud, por estar húmedas.Hecho esto volvimos a trepar a la cima de la colina, montamos nuestrascabalgaduras y abandonando la región de los wendol atravesamos luego la deldesierto del terror. Y todos los guerreros de Buliwyf estaban tristes, ya que loswendol los habían superado en cuan-to a astucia e inteligencia al abandonarsus guaridas por haber previsto el ataque. Tampoco considerarían gran pérdidala de sus viviendas incendiadas.[1] Algunas autoridades en mitología señalan que los escan-dinavos no crearoneste concepto de la batalla eterna, sino que se trata más bien de una ideacelta. Cualquiera sea la ver-dad, es del todo razonable que los compañeros deIbn Fadlan lo hayan adoptado, ya que los escandinavos de la épocaman-tenían contacto con los celtas desde hacía más de ciento cin-cuenta años.[2] Literalmente, en árabe, el «desierto del terror». En un trabajo publicado en1927, J. G. Tomlínson señaló que la misma frase aparece en la VölsungaSaga, razón por la cual discurre en forma extensa que se trata de un términogenérico para describir regiones que eran objeto de tabúes. Tomlinsonignoraba que la Völsunga Saga no dice nada de esto. La traducción hecha enel siglo XIX por William Morris contiene en verdad el siguiente comentario:«Existe un pára-mo del terror en la parte más alejada del mundo», pero talespalabras son del propio Morris y aparecen en uno de los numerosos pasajes enlos cuales habla con gran extensión acerca de la saga germánica original.
3] La prohibición islámica contra el alcohol se refiere exclu-sivamente al frutofermentado de la vid, es decir, el vino. Las bebidas fermentadas de la mielestán específicamente permiti-das a los musulmanes.[4] La explicación psiquiátrica habitual de tales temores en cuanto a la pérdidade partes del cuerpo es que expresan el temor a la castración. En un estudiorealizado en 1937, «Defor-maciones de la Imagen del Cuerpo en lasSociedades Primiti-vas», Engelhardt observa que muchas culturas sonexplícitas al respecto. Por ejemplo, los Nanamoni del Brasil castigan a loscriminales sexuales cortándoles la oreja izquierda, lo cual reduce, según elloscreen, la potencia sexual. Otras sociedades atribuyen importancia a la pérdidade dedos de la mano o de los pies o bien, en el caso de los nórdicos, de lanariz. Es una superstición común en muchas sociedades que el tamaño de lanariz de un hombre refleja el de su miembro sexual.Emerson arguye que la importancia acordada a la nariz en las sociedadesprimitivas refleja una actitud residual de la época en que los hombres erancazadores y dependían en alto grado del sentido del olfato en la búsqueda decaza y asimismo en la tarea de eludir a sus enemigos. Dentro de una forma devida como ésta, la pérdida del sentido del olfato era en verdad grave.

EL CONSEJO DEL ENANO.Volvimos como habíamos ido, pero cabalgando a mayor velocidad, ya que loscaballos estaban ansiosos, y por fin llegamos al pie de las colinas y avistamosla gran llanura, nuestra población y la gran fortaleza de Rothgar.
En aquel punto, Buliwyf se desvió y nos llevó en otra dirección, hacia un terrenoelevado y rocoso azo-tado por los vientos del océano. Yo cabalgaba junto aHerger y le pregunté la razón del cambio de ruta. Herger me contestó quedebíamos ir en busca de los enanos de la región.Me sorprendió mucho esto, pues los nórdicos no aceptan a los enanos enmedio de sus comunidades. Nunca se ve a ninguno en las calles, ni se sientanal pie de los reyes, ni se les ve, en fin, contando dinero o llevando el registro ohaciendo las cosas que por lo general sabemos acostumbran hacer [1]. Nuncahabía mencionado un nórdico a los enanos y yo llegué a supo-ner que la gentede talla tan gigantesca [2] como la de ellos no podría nunca procrear enanos.Llegamos así a un paraje lleno de cuevas hondas y azotadas por el viento.Buliwyf bajó de su caballo y todos sus guerreros hicieron lo mismo paraproseguir el camino a pie. Oímos luego un sonido sibilante y juro que vi nubesde vapor brotar de una y otra de las cuevas. Cuando entramos en una de ellas,encontramos allí enanos.Tenían el aspecto siguiente: de la talla habitual de los enanos se diferenciabande los comunes por sus cabezas de gran tamaño, además de que sus rostrosaparentaban ser los de ancianos. Había enanos tanto hombres como mujeres ytodos daban la impresión de ser muy viejos. Los hombres tenían barbas y eranmuy reposados. También las mujeres tenían vello en la cara, lo cual les daba elaspecto de hombres. Cada enano vestía una prenda hecha de piel o de marta ytambién llevaba cada uno un fino cinturón de cuero decorado con trozos de oromartillado.Los enanos nos recibieron con gran cortesía y sin señales de temor. Herger medijo que estos hombres tienen poderes mágicos y no tienen, por tanto, motivopara temer a nadie en el mundo. Son en cambio muy aprensivos frente a loscaballos, y por esta razón había-mos debido dejar los nuestros. Herger mecontó asi-mismo que los poderes de un enano residen en su fino cinturón, detal manera que si llega a perderlo hará cualquier cosa por recobrarlo.Herger añadió que el aspecto que tenían de gran edad respondía a la realidad,ya que un enano vivía mu-cho más que cualquier hombre común. Me comentóluego que estos enanos muestran su virilidad desde una edad temprana, queaun cuando son niños de corta edad tienen vello pubiano y miembros deproporciones inusitadas. En verdad es por esos signos que los padres seenteran de que su hijo es un enano y un ser mágico que debe ser llevado a lascolinas para que viva con otros de su género. Hecho esto los padres dangracias a los dioses y sacrifican algún animal, por cuanto haber engendrado ydado a luz un enano es considerado como un golpe de fortuna.Tal es la creencia de los nórdicos, según me la expli-có Herger, y si bien yo nosé bien cuál es la verdad, me limito a reproducir lo que él me dijo.Vi en aquel momento que el ruido sibilante y el vapor surgían de grandescalderos en los cuales se hundían hojas de acero martillado para templar elme-tal, pues los enanos forjan armas sumamente apreciadas por los nórdicos.
Debo añadir que vi a los guerre-ros de Buliwyf examinando con gran interés elinterior de las cuevas, tal como lo harían las mujeres en las tiendas del bazardonde se venden sedas preciosas.Buliwyf hizo algunas preguntas a estos seres, quie-nes le indicaron que sedirigiera a la cueva más alta, en la cual estaba un solo enano, más viejo quetodos los otros, con barba y pelo blancos como la nieve y un rostro surcado dearrugas. Llamaban a este enano el tengol, que significa «juez del bien y delmal» y tam-bién adivino.Este tengol tenía seguramente los poderes mágicos que todos le atribuían,porque en seguida saludó a Buliwyf por su nombre y le invitó a sentarse junto aél. Una vez sentado Buliwyf, el resto nos quedamos a cierta distancia y en pie.Diré que Buliwyf no ofreció presentes al tengol. Los nórdicos nunca rindenpleitesía a esta gente de pequeña talla. Creen que los favores de éstos debenser conferidos en forma espontánea y que no es correcto incitar los favores deun enano ofreciéndole dádivas. Así, pues, Buliwyf permanecía sentadomientras el tengol le miraba. A continuación éste cerró los ojos y comenzó ahablar mientras se mecía hacia adelante y hacia atrás. Hablaba con la vozaguda de un niño, y Herger me tradujo lo que decía.— ¡Oh, Buliwyf!, eres un gran guerrero, pero has encontrado a tus iguales enlos monstruos de la niebla, los caníbales que comen a los muertos. Será éstauna lucha a muerte y necesitarás de toda tu sabiduría y tus fuerzas para vencerel desafío.El enano siguió hablando en estos términos durante mucho tiempo,meciéndose siempre. La esencia de lo que dijo fue que Buliwyf estaba frente aun adversario difícil, cosa que yo sabía bien ya, como también lo sabía Buliwyf.A pesar de ello Buliwyf no mostró im-paciencia.Vi asimismo que Buliwyf no se ofendió cuando el enano se reía de él, cosa quehacía a menudo. El enano le dijo, en efecto:—Has acudido a mí porque atacaste a los hombres en el páramo árido y no tedio resultado alguno. Acu-des, pues, a mí en busca de consejo yrecomendaciones, como acudiría un niño a su padre, diciendo: «¿qué haréahora, ya que todos mis planes han fracasado?»El tengol rió largamente de su propio chiste, mas luego su rostro de viejoadquirió una expresión grave.— ¡Ah, Buliwyf! —dijo—, veo el futuro, pero no puedo decirte más de lo quesabes ya. Tú y todos tus bravos guerreros reunisteis vuestra destreza y valorpara lanzar un ataque contra los monstruos que habi-tan el desierto del terror.En esto se equivocaron, pues no era ésta una empresa de verdaderos héroes.Oí con asombro estas palabras, pues yo había ha-llado la empresa bien dignade un héroe.
—No, no, noble Buliwyf —declaró el tengol—. Em-prendiste una misión falsa yen lo más profundo de tu corazón de héroe sabías bien que era indigna de ti.También lo fue tu batalla contra el dragón luciérnaga Korgon y te costó unoscuantos guerreros magníficos. ¿Qué objeto tienen tus planes?Buliwyf seguía sin responder. Sentado junto al ena-no, aguardaba.—El gran desafío para un héroe —dijo el enano— se encuentra en el corazón,no en el adversario. ¿Qué habría importado que sorprendieses a los wendol ensu guarida y matases a muchos de ellos mientras dor-mían? Podrías habermatado a muchos, pero ello no habría dado fin a la lucha, como cortar losdedos a un hombre no da cuenta de él. Para matarlo hay que per-forarle lacabeza o el corazón, y lo mismo sucede con los wendol. Todo esto lo sabes yno necesitas de mi consejo para saberlo.En estos términos, mientras se mecía, reprendió el enano a Buliwyf. Y Buliwyfaceptó la reprimenda, ya que no replicó, sino que inclinó la cabeza.—Has hecho la tarea de un hombre común —prosi-guió el enano—, no la de unverdadero héroe. El héroe realiza lo que ningún otro hombre osa realizar. Paramatar al wendol tienes que perforarle la cabeza y el corazón. Debes vencer asu madre misma en las cuevas de los truenos.No comprendí el sentido de estas palabras.—Tú lo sabes, pues siempre ha sido así, en toda la historia del hombre.¿Habrán de morir tus guerreros, uno por uno? ¿O bien atacarás a la madre enlas cue-vas? No se trata de una profecía, sino de la elección entre ser hombreo héroe.Por fin Buliwyf respondió, pero lo hizo en voz tan baja que no pude oír con losmurmullos del viento que barría la entrada de la cueva. Fueran cuales fueransus palabras, el enano habló otra vez:—Esta es la respuesta del héroe, Buliwyf, y no habría esperado otra de ti. Porello te ayudaré en tu empresa.En aquel momento varios enanos se adelantaron entre los huecos sombríos dela cueva. Todos llevaban muchos objetos.—Aquí tienes —dijo el tengol— trozos de cuerdas trenzadas con la piel defocas atrapadas cuando se pro-ducen los primeros deshielos. Estas cuerdas teayuda-rán a llegar por el océano a la entrada de las cuevas de los truenos.—Gracias —dijo Buliwyf.—Y aquí tienes siete dagas, forjadas con vapor y magia, para ti y tus guerreros.Las espadas de gran tamaño no tendrán utilidad en las cuevas de los true-nos.Llevad estas armas con valor y se cumplirán vues-tros deseos.
Buliwyf tomó las dagas y volvió a agradecer al enano. Se puso entonces en piey preguntó:—¿Cuándo haremos esto?—Ayer es mejor que hoy —repuso el tengol—, y ma-ñana es mejor que pasadomañana. Debéis apresuraros y cumplir vuestras intenciones con el corazónfirme y la mano vigorosa.—¿Y qué vendrá después de nuestro triunfo? —pre-guntó Buliwyf.—En tal caso el wendol será mortalmente herido y se agitará por última vez enlos estertores de la muerte, y pasada esta última agonía, esta tierra tendrá pazy felicidad siempre. Y tu nombre será cantado en loas de gloria en todas lasfortalezas del Norte y por la eternidad.—Así se cantan las proezas de los hombres muer-tos —señaló Buliwyf.—Es verdad —dijo el enano, y volvió a reír con la risa del niño o de lamuchacha—. Pero también se can-tan las de los héroes que sobreviven,mientras que nunca se cantan los hechos realizados por los hombres comunes.Todo esto lo sabes ya.Buliwyf salió entonces de la cueva y entregó a cada uno de nosotros una dagade los enanos. Descendimos después de los escollos rocosos y batidos por losvien-tos y volvimos al reino y a la gran fortaleza de Roth-gar al caer la noche.Todos estos hechos se registraron y yo los vi con mis propios ojos.[1] En el Mediterráneo, desde la época de los egipcios, se consideraba a losenanos como poseedores de especial inteli-gencia y como dignos de confianzay se les encomendaban tareas de teneduría de libros y manejo de dinero.[2] En unos noventa esqueletos que pueden ser decidida-mente atribuidos alperíodo de los vikingos en Escandinavia, la talla media parece ser de 1,70 metros, aproximadamente.

SUCESOS DE LA NOCHE ANTERIOR AL ATAQUE
Aquella noche no llegó la niebla. Descendió algo de bruma de las colinas, peroquedó suspendida entre los árboles y no se aproximó reptando sobre la llanura.En el gran salón de Rothgar tuvo lugar un gran festín y Buliwyf con todos susguerreros participó en las celebraciones. Se sacrificaron dos grandes carneros[1], comiéndoselos inmediatamente. Todos bebieron copio-sas cantidades dehidromiel. El mismo Buliwyf violó a media docena de jóvenes esclavas, o quizáa un nú-mero mayor. Sin embargo, a pesar de todo este rego-cijo aparente, niél ni sus guerreros estaban de verdad alegres. De cuando en cuando veía yo aalgunos de ellos mirar las cuerdas de piel de foca y las dagas de los enanos,que estaban amontonadas en un sector.Me incorporé a la fiesta por sentirme ya como uno de ellos después de haberpasado tanto tiempo en su compañía, o por lo menos tenía la sensación de seruno de ellos. Diré que aquella noche llegué a sentirme como si hubiese nacidonórdico.Herger, que estaba muy ebrio, me habló sin reser-vas de la madre de loswendol, diciéndome lo siguiente:—La madre de los wendol es muy vieja y vive en las cuevas del trueno. Estascuevas se encuentran en las rocas de los acantilados, no lejos de aquí. Lascue-vas tienen dos aberturas, una sobre la tierra firme y otra sobre el mar. Laentrada sobre tierra firme, no obstante, está guardada por los wendol, quienespro-tegen a su anciana madre. Por esta razón no podemos atacarlos por ellado de la tierra, pues nos matarán. Atacaremos, pues, por el mar.—¿Cómo es esta madre de los wendol? —le pre-gunté.Herger me dijo que ningún nórdico lo sabía, pero que se decía entre ellos queera vieja, más vieja que la anciana a quien llaman el ángel de la muerte, queademás tenía un aspecto horripilante, que llevaba una corona de serpientesretorcidas y, por último, que tenía una fuerza extraordinaria. Agregó, en fin, quelos wendol recurrían a ella para desenvolverse en todas las actividades de suvida [2]. Dicho esto, Herger se vol-vió y se quedó dormido.
Ahora bien, tuvo lugar el siguiente hecho: En mitad de la noche, cuandoterminaban ya las celebraciones y los guerreros iban quedándose dormidos,Buliwyf me llamó aparte. Sentado junto a mí, bebió hidromiel de un cuerno. Vique no estaba ebrio y que hablaba la lengua nórdica con lentitud para que yopudiese com-prender bien. Primero me preguntó:—¿Comprendiste bien las palabras del enano?Repliqué afirmativamente que había comprendido merced a la ayuda deHerger, quien roncaba en este momento cerca de nosotros. Buliwyf dijoentonces:—Sabes, por tanto, que moriré —pronunció estas palabras mirándome defrente y sin pestañear. No supe qué decirle ni cómo responder, más por fin ledije, según la manera nórdica:—No creas en profecías hasta que rindan fruto [3].Buliwyf dijo a su vez:—Has observado muchas de nuestras costumbres. Dime la verdad, ¿sabesdibujar los sonidos?Repuse que sí.—Cuida entonces tu vida y no seas excesivamente valiente. Ahora vistes yhablas como un nórdico y no como un extranjero. Vela por tu vida.Dichas estas palabras se volvió y dirigió sus aten-ciones a una esclava a lacual hizo gozar a no más de unos cuantos pasos de donde yo estaba, mientrasyo oía los gemidos y la risa de la mujer. Por fin me sumí yo también en elsueño.[1] Dahlman escribe en 1924 que «en las ceremonias se comía carnero paraaumentar la potencia sexual, ya que el macho, provisto de cuernos, eraconsiderado de calidad superior a la de la hembra». De hecho en aquellaépoca tanto los machos como las hembras de la raza ovina tenían cuernos.[2] Joseph Cantrell observa que "existen versiones en la mitología germana ynórdica que atribuye a las mujeres pode-res especiales, cualidades mágicas, yque los hombres deben temerlas y desconfiar de ellas. Los dioses principalesson todos hombres, pero las valkirias, palabra que significa literalmente«electoras de los muertos», son mujeres que transportan a los guerrerosmuertos al Paraíso. Se creían que había tres valki-rias, como había asimismotres «Nornos», o hadas, que estaban presentes en el nacimiento de todos los hombres y determina-ban su vida. Estas hadas eran llamadas,respectivamente, Urth, o pasado, Verthandi, o presente, y Skuld, el futuro. Lashadas «tejían» el destino de un hombre y el tejido era tarea de mu-jeres. En lasimágenes populares eran representadas como jóvenes doncellas. Wyrd, deidadanglosajona que regía el des-tino, era también una diosa. Según se cree, laasociación de la mujer con el destino del hombre era una permutación de losconceptos más antiguos en cuanto a la mujer como símbolo de la fertilidad. Lasdiosas de la fertilidad controlaban el cre-cimiento y fructificación del grano y delos seres vivientes de la tierra".Cantrell señala luego que «en la práctica sabemos que la adivinación, el urdirsortilegios y otras funciones propias de "shamanes" estaban reservadas a lasancianas en la sociedad nórdica. Además los conceptos populares sobre lamujer con-tenían cierto elemento de suspicacia. Según el Havamal, "nadiedebe confiar en las palabras de una muchacha o una mujer casada, ya que suscorazones han sido formados en una rueda y por naturaleza es cambiante"».Bendixon dice: «Entre los primeros escandinavos había una especie de divisiónde poderes según los sexos. Los hom-bres regían los asuntos tísicos. Lasmujeres, los psicológicos.»[3] Esta es una paráfrasis de una creencia entre los nórdicos que se expresaasí: «No elogies el día hasta que llegue la noche; a una mujer hasta que hayasido quemada; a la espada hasta que haya sido probada; a la doncella hastaque esté casada; al hielo hasta que haya sido atravesado; a la cerveza hastaque haya sido bebida.» Este concepto cauteloso, realista y tal vez algo cínicode la naturaleza humana y del mundo era algo que los escandinavos y losárabes compartían. Como los escandinavos, Los árabes lo expresan a menudoen términos mundanos o satíricos. Existe una historia Sufi sobre un hom-breque preguntó una vez al hombre sabio de la tribu: «Supon que esté yo viajandopor la comarca y deba hacer mis ablu-ciones en el arroyo, ¿en qué direccióndebo mirar mientras cumplo el ritual?» A esto replica el anciano: «En ladirección de tus ropas, para que no te las roben.»

LAS CUEVAS DEL TRUENO.Antes de que las primeras nubes sonrosadas del amanecer tiñeran el cielo,Buliwyf y sus guerreros, con-migo entre ellos, salimos a caballo del reino deRoth-gar y seguimos el camino sobre los acantilados al borde del mar. Aqueldía no me sentía bien y me dolía la cabeza. Tenía además acidez de estómagoa causa de las celebraciones de la noche anterior. Sin duda los guerreros deBuliwyf estaban como yo, pero a pesar de ello nadie mostró señales demalestar, íbamos a buen paso, siguiendo el borde de los acantilados que entoda esta costa son elevados, impresionantes, además de caer a plomo. Comouna sábana de piedra gris, se dejan caer en el mar espumoso y turbulento alpie. En algu-nos puntos de esta costa hay playas rocosas, pero con frecuenciamar y tierra se unen directamente y las olas rompen con el fragor del truenocontra las rocas. Tal era el caso en casi todo el trayecto.Vi a Herger, quien llevaba sobre su caballo las cuer-das de piel de foca de losenanos, y fui junto a él para viajar a su lado. Le pregunté qué planes había paraese día. Debo decir que no me importaban mucho, porque el dolor de cabezaque tenía era muy intenso, aparte de mi ardor de estómago.Herger me dijo:—Esta mañana atacaremos a la madre de los wendol en las cuevas del trueno.Haremos esto atacando desde el mar, como te dije ayer.Mientras cabalgaba podía mirar hacia abajo en dirección al mar, que seestrellaba contra las rocas.—¿Atacaremos utilizando un bote? —pregunté.—No —repuso Herger a la vez que tocaba las cuer-das de piel de foca.Interpreté este gesto como que deberíamos bajar al pie de las rocas con ayudade las cuerdas y de algún modo llegar desde allí hasta la entrada de lascuevas. Me alarmó mucho esta perspectiva, pues nunca me ha agradadopermanecer en lugares de gran altura. He llegado a evitar aun los edificios altosde la Ciudad de la Paz. Así se lo dije a Herger, quien me contestó:—Da gracias, porque eres afortunado. Quise saber el origen de mi fortuna,a lo cual repuso Herger:—Si temes los lugares elevados, hoy vencerás ese miedo. Además deberásenfrentar un gran desafío, y por último, ello hará que seas considerado unhéroe.
—No quiero ser un héroe —le dije.Herger se echó a reír al oír esto, comentando que opinaba así sólo porque eraárabe. Añadió luego que yo era un «cabeza hueca», con lo cual los nórdicos serefieren a las consecuencias de haber bebido en exceso. Era verdad, como lodije ya.También es verdad que me sentía muy afligido ante la perspectiva dedescender por el acantilado. No pue-do dejar de decir lo que sentía. Habríapreferido hacer cualquier otra cosa en este mundo, ya hubiese sido acostarmecon una mujer en plena menstruación, o be-ber de una copa de oro, o comer elexcremento de un cerdo, o arrancarme los ojos, aun morir... cualquiera deestas cosas habría preferido a bajar por aquel mal-dito acantilado. Aparte deello estaba de pésimo humor. Me encaré, pues, con Herger y le dije:—Tú y Buliwyf y todo el resto podéis ser héroes, si os viene bien, pero yo noquiero tener nada que ver con esta empresa. Ño me contéis entre vosotros.Herger rió al oír esto y llamando a Buliwyf le habló con rapidez. Buliwyf lerespondió, hablando por enci-ma del hombro. Entonces Herger me dijo:—Buliwyf dice que harás lo que hagamos nosotros.Me sentí, en verdad, desesperado y objeté:—No puedo hacer esto. Si me obligáis a ello, estoy seguro de que moriré.—¿Cómo morirás? —preguntó Herger.—Soltaré las manos de las cuerdas —repuse.Esta respuesta provocó una nueva carcajada de Herger, quien repitió mispalabras a todos y todos rie-ron de lo que yo había dicho. Le tocó entonceshablar a Buliwyf con palabras que Herger me tradujo.—Dice Buliwyf que perderás pie sólo si sueltas las cuerdas y para hacer estohabría que ser un tonto. Según Buliwyf, eres árabe, pero no tonto.Quiero señalar aquí un aspecto real de la naturaleza humana, que en aquellostérminos Buliwyf dijo que era capaz de bajar con ayuda de las cuerdas y quecomo consecuencia de lo que dijo, lo creí tanto como él y me sentí algo másanimado en el fondo de mi corazón. Herger advirtió esto y habló así:—Todo hombre abriga algún temor que le es pecu-liar. Un hombre teme losespacios cerrados y otro teme ahogarse. Cada uno de los dos se burla del otroy lo llama tonto. Ello quiere decir que el temor no es más que una preferenciaque cabe considerar igual a la preferencia por una determinada mujer u otra,por la carne de carnero o de cerdo, por el repollo o las cebo-llas. Nosotrosdecimos que el temor es el temor.
No estaba en estado de animo de escuchar sus dis-quisiciones filosóficas y asíse lo dije, aunque en ver-dad me sentía más próximo al enfado que al temor.Esta vez Herger se echó a reír en mis barbas y dijo estas palabras:—Loado sea Alá, quien puso la muerte al final de la vida y no al principio.Le señalé en términos lacónicos que no veía ninguna ventaja en apresurar estefinal.—La verdad es que ningún hombre la ve —repuso Herger, añadiendo—: Mira aBuliwyf. Mira qué erguido cabalga. Mira cómo marcha hacia adelante, porquesabe que pronto habrá de morir.—Yo no sé si va a morir —observé.—Tienes razón, pero Buliwyf lo sabe —Herger no volvió a hablarme y todosseguimos cabalgando duran-te un período bastante largo hasta que el sol selevantó bien alto y radiante sobre nuestras cabezas. Por fin Buliwyf dio la señalde alto y todos los jinetes desmontaron y se prepararon para buscar las cuevasdel trueno.Bien sabía yo, diré aquí, que los nórdicos son valien-tes en extremo, perocuando contemplé aquel abismo debajo del acantilado, se me retorció elcorazón dentro del pecho y temí que al instante me purgaría vomi-tando. Lapared del acantilado era absolutamente ver-tical y carecía del menor saliente alcual aferrarse con pies o manos, cayendo a plomo a través de una distan-ciade unos cuatrocientos pasos. Es verdad que las violentas olas estaban tandebajo de nosotros que pare-cían olas en miniatura, diminutas como las quedibuja el más delicado de los artistas. Sabía yo, no obstante, que eran tan altascomo cualquiera otra en el mundo cuando se descendía al nivel del mar.Para mí el descenso por la pared del acantilado era una locura peor que lalocura de un perro rabioso. Los nórdicos, en cambio, actuaban con la mayorserenidad. Buliwyf dirigió la tarea de clavar estacas de madera dura en la tierra,a las cuales ató las cuerdas de piel de foca, dejando colgar sueltos losextremos hacia abajo.Las cuerdas no eran en realidad suficientemente largas y fue necesario volvera recogerlas y añadirlas hasta tener una sola cuerda de largo suficiente parallegar hasta las olas en el fondo.A poco tuvimos dos cuerdas del largo necesario col-gando paralelas a la pareddel acantilado. Entonces Buliwyf se dirigió a los hombres:—Primero bajaré yo, de modo que cuando llegue al fondo todos vosotrossabréis que las cuerdas son resistentes y que es posible hacer el descenso. Osespe-raré abajo, en aquel saliente que veis.
Miré este estrecho saliente. Llamarlo estrecho es como decir que un camello esbondadoso. Era, a decir verdad, un estrechísimo trozo de roca aplanada quelas olas barrían y golpeaban sin cesar.—Cuando todos hayamos llegado al fondo —dijo Buliwyf—, podremos atacar ala madre de los wendol en las cuevas del trueno.Dijo esto con un tono tan tranquilo como si estu-viera ordenando a una esclavala preparación de un guisado común o de cualquier otra tarea doméstica. Nodijo después nada más y emprendió el descenso.Describiré cómo efectuó este descenso, que yo hallé notable, aunque losnórdicos no lo consideren nada extraordinario. Me dijo Herger que utilizan esteméto-do para recolectar huevos de aves marinas en ciertas épocas del año,cuando estas aves construyen sus nidos en la pared del acantilado. He aquícómo proceden. Se rodea con un cinto suelto la cintura del hombre que hará eldescenso y el resto de los hombres se esfuerza por bajarlo despacio. Entretanto, el hombre aferra, para sostenerse, la segunda cuerda que cuelga contrala pared del acantilado. Además lleva un grueso palo de madera de roble quetiene en un extremo una lengua o estribo de cuero con el cual se lo cuelga deuna mu-ñeca. Este palo es utilizado a manera de bastón para desplazarse enun sentido u otro, a medida que baja por la superficie rocosa [1].A medida que bajaba Buliwyf aparecía cada vez más pequeño ante mis ojos yvi que manipulaba el cinto, la cuerda y el palo con gran destreza. Diré que nome había equivocado al juzgar la empresa extrema-damente peligrosa, puescomprobé en aquel momento que reguería mucha práctica.Por fin llegó, sano y salvo, al pie del acantilado y se colocó sobre el estrechosaliente lavado por la espuma. Se le veía tan pequeño que apenas pude verque estaba agitando una mano para comunicarnos que estaba bien. Enseguida se procedió a izar el cinto y también el palo de roble. Herger se volvióentonces hacia mí y me dijo:—Ahora bajarás tú.Le dije que no me sentía bien. Añadí que preferiría ver cómo descendía otrocon el fin de estudiar mejor la manera de hacerlo.Herger respondió:—Cada descenso resulta más difícil, porque queda aquí un número de gentepara bajar menor del que des-ciende. El último de los nombres no puedevalerse del cinto y este hombre será Etchgow por tener brazos de hierro. Es enseñal de nuestro favor hacia ti que te permitimos ser el segundo hombre quebaja. Baja, pues. Vi en la expresión de sus ojos que no había espe-ranzas depostergar la empresa. Me colocaron, pues, el cinto, tomé el palo entre lasmanos, que estaban resba-ladizas de sudor, como todo mi cuerpo y, tiritandoen medio del fuerte viento, salvé el borde del acantilado y por última vez vi a los cinco nórdicos que quedaban arriba sosteniendo la cuerda, hasta que los perdíde vista. Empecé a descender.Había tenido intención de elevar numerosas plega-rías a Alá, así como deregistrar en el ojo de mi mente, en la memoria de mi alma, las muchasexperiencias que vive un hombre mientras cuelga de una cuerda al bajar juntoa un acantilado rocoso y azotado por el viento. Sin embargo, tan pronto comodejé de ver a mis ami-gos del Norte allí arriba, olvidé todas mis intenciones ysólo pude repetir «Loado sea Alá» una y otra vez, como un demente o alguientan anciano que su cere-bro ha dejado de funcionar o, en fin, un niño o untonto.En verdad recuerdo poco de lo que ocurrió. Sólo lo siguiente: que el vientoempuja a una persona de un lado a otro junto a las rocas con tal velocidad queel ojo no logra enfocar la pared y ésta aparece como una mancha gris yborrosa, que muchas veces me golpeé contra la piedra, dándome en loshuesos, cortándome la piel, que en una oportunidad me golpeé en la cabeza yvi puntos blancos y brillantes como estrellas frente a los ojos y creídesmayarme, pero no me desmayé. Al cabo de un tiempo, que en verdad seme antojó toda una vida, llegué por fin al pie del acantilado. Y Buliwyf me aferróde un hombro y me dijo que lo había hecho muy bien.Volvieron a izar el cinto y las olas rompían sobre mí y sobre Buliwyf, a mi lado.Debía ahora luchar por mantener el equilibrio sobre aquella roca resbaladiza yconcentré tanto mi atención en ello que no observé el descenso de los otros. Miúnico deseo era evitar que me arrastrasen las olas mar afuera. Vi en verdad,con mis propios ojos, olas tan altas como tres hombres en pie el uno sobre loshombros del otro, y cada vez que rompía una de ellas me quedaba un instantesemidesmayado en medio de un torbellino de agua helada que giraba en tornode mí. Muchas veces me derribaron y estaba empapado y tiritando de talmanera que me castañeteaban los dientes como el ruido de cascos de caballoal galope. El castañeteo era tan intenso que no podía hablar.Por fin todos los guerreros de Buliwyf hicieron el descenso y todos estabansanos y salvos, siendo Etch-gow el último en bajar, utilizando la fuerza bruta desus brazos. Cuando por fin estuvo en pie junto a noso-tros, le temblaban laspiernas, sin control, como las de un nombre en los estertores de la muerte.Debimos esperar algunos minutos hasta que se recobró.Entonces habló Buliwyf:—Entraremos en el agua y nadaremos hasta la cue-va. Yo iré el primero. Llevarlas dagas entre los dientes, dejando así los brazos libres para luchar contra lacorriente.Estas palabras llenas de nueva locura me llegaron en momentos en que. nopodía soportar nada más. A mis ojos el plan de Buliwyf era una insensatezinfinita. Vi las olas que se batían, rompían contra las rocas agu-das. Las viretirarse con el impulso que da la fuerza de un gigante, sólo para recobrarluego su poder y vol-ver a romper con un fragor de trueno. En verdad obser-vaba y no podía creer que nadie pudiese nadar en esas aguas, sino que,por el contrario, se estrellarían en mil astillas de huesos al instante.Con todo, no opuse resistencia, ya que estaba más allá de toda posibilidad decomprender nada. Según creía, estaba tan próximo a la muerte que noimpor-taba que me aproximase más aún. Tomé, pues, la daga y me la metí enel cinturón, ya que me castañeteaban los dientes de tal manera que no podíallevarla entre ellos. En cuanto a los nórdicos, no dieron muestras de sufrir defrío o de fatiga, sino que acogían cada nuevo golpe de olas como si fuera unbaño vigorizante. Además sonreían llenos de entusiasmo al pensar en labatalla próxima y esto último me hizo odiarlos en aquel momento.Buliwyf estudiaba el movimiento de las olas, espe-rando el momento oportuno,y cuando éste llegó, dio un salto dentro de la espuma. Titubeé y alguien, segúnhe creído siempre desde entonces Herger, me empujó. Caí muy hondo en unmar enfurecido de una frialdad paralizante. Sentí que giraba en varios sentidosy no vi nada más que agua verde. Entonces distinguí a Buli-wyf agitando lospies bajo el agua. Yo le seguí y juntos atravesamos una especie de pasajeentre rocas. Todo lo que él hacía lo hacía yo. He aquí lo que hicimos:Durante unos momentos, el oleaje tiraba de él tra-tando de arrastrarle marafuera y también a mí. En estos momentos Buliwyf se aferraba con ambasmanos a una roca para resistir la corriente. También yo hice esto. Me aferrabacon todas mis fuerzas a las rocas y sentía que se me reventaban los pulmones.En el instante siguiente cambiaba la dirección del oleaje y tiraba en el sentidocontrario, como antes, y me sen-tía empujado a una velocidad increíble,rebotando sobre rocas y obstáculos. Otra vez cambiaba la dirección de las olasy me veía obligado a seguir el ejemplo de Bu-liwyf y aferrarme a las rocas.Puedo asegurar que me ardían los pulmones como si estuvieranincendiándose, aparte de que sabía en el fondo de mi ser que no soportaríamucho más tiempo aquel mar glacial. Mas otra vez las olas me impulsaronhacia adelante y me sentí arrojado de cabeza, con golpes aquí y allí en eltrayecto, hasta que de pronto me encontré sentado y respirando aire puro.En verdad esto sucedió con tanta rapidez que al verme tan sorprendido no seme ocurrió sentir alivio, sentimiento que habría sido apropiado. Tampoco se meocurrió alabar a Alá por mi buena fortuna al haber sobrevivido. Aspirabagrandes bocanadas de aire y a mi alrededor los guerreros de Buliwyf asomaronla cabeza fuera del agua y también aspiraron profundamente.Relataré a continuación lo que vi. Estábamos en una especie de laguna oembalse dentro de una cueva con una cúpula lisa y una salida al mar por lacual nos habíamos introducido en ella. Frente a nosotros había un espaciorocoso aplanado. Alcancé a distinguir tres o cuatro figuras borrosasacurrucadas alrededor de una hoguera. Estos individuos cantaban con voceschi-llonas. Comprendí entonces por qué llamaban a esta cueva la cueva deltrueno, porque cada vez que rom-pía el oleaje, el ruido dentro de la cuevareverberaba con tal poder que hacía doler los oídos, y el aire mis-mo daba laimpresión de temblar y de abrumarnos.
En este lugar, esta cueva, Buliwyf y sus guerreros lanzaron su ataque y yo meuní a ellos, y con nuestras cuatro dagas matamos a los cuatro demoniossentados allí. Los vi por primera vez con claridad bajo la luz incierta de lalumbre, cuyas llamas se levantaban enlo-quecidas cada vez que rompían lasolas atronadoras. Él aspecto de estos demonios era como sigue: parecían serhombres en todo su aspecto, pero no se asemeja-ban a otros hombres sobre lafaz de la tierra. Eran seres bajos, anchos y cuadrados, cubiertos de vello entodas partes, salvo la palma de la mano, las plantas de los pies y el rostro.Tenían caras muy grandes y boca y mandíbula prominentes y eran muy feos.Tenían asimismo cabezas de mayor tamaño que la de los hom-bres comunes.La base de su frente era saliente, pero no en virtud del vello de las cejas, sinodel espesor del hueso. También tenían dientes grandes y afilados, aun-que esverdad que los dientes de muchos de ellos esta-ban limados y aplanados.En los demás aspectos de sus características físicas y en cuanto a órganossexuales y orificios diversos, eran asimismo como cualquier hombre [2]. Uno deestos seres tardó en morir y pronunció algunos sonidos con la lengua que paramis oídos sonaron como una forma de articulación sonora, pero no puedo decira ciencia cierta si lo era, de modo que lo relato ahora sin con-vicción alguna.Buliwyf examinó a estos cuatro cadáveres con su vello espeso y enmarañado.Oímos entonces un canto lúgubre y semejante a un eco, un sonido queaumen-taba y disminuía conforme con el ritmo de los golpes atronadores de lasolas, un sonido que provenía desde las profundidades de la cueva. Buliwyf noscondujo a todos en esa dirección.Allí nos vimos junto a tres de los seres postrados en el suelo, con el rostroapretado contra la tierra y las manos levantadas en un gesto de súplica haciaotro personaje de edad muy avanzada que acechaba en las sombras. Lossuplicantes estaban cantando y no advir-tieron nuestra presencia, pero la viejanos vio y lanzó unos alaridos horribles al aproximarnos nosotros. De-duje queesta mujer monstruosa era la madre de los wendol, pero si era mujer, noresultaba en verdad cier-to, ya que era tan vieja que había perdido todos loscaracteres de su sexo.Buliwyf se lanzó solo sobre los suplicantes y los mató a todos, mientras el ser-madre retrocedía hacia las sombras gritando siempre. No la veía bien, maspuedo asegurar esto: que estaba rodeada de serpientes que se le enroscabanen los pies, en las manos, alrede-dor del cuello, silbando y mostrando suslenguas. La rodeaban en tal cantidad, sobre el cuerpo y también en el suelo entorno de ella, que ninguno de los gue-rreros de Buliwyf se atrevía a avanzar.Entonces la atacó Buliwyf, y cuando le clavó pro-fundamente la daga en elpecho, ella lanzó otro alarido horripilante, pues él no había hecho caso de lasser-pientes. Muchas veces hundió la daga en la madre de los wendol. Y lamujer no caía, sino que seguía en pie, a pesar de brotar de ella la sangre comode una fuente, de todas las heridas infligidas por la daga de Buliwyf.Todo el tiempo, en fin, gritaba ella con un estrépito que provocaba horror.
Por fin cayó y quedó muerta allí. Buliwyf se volvió hacia sus guerreros. Vimosentonces que esta mujer, la madre de los wendol, le había herido. Teníaente-rrado en el estómago un alfiler de plata, semejante a los usados parasujetarse el cabello. El alfiler tem-blaba con cada latido del corazón de Buliwyf.Cuando él se lo arrancó brotó un chorro de sangre. Con todo, no cayó derodillas, mortalmente herido, sino que per-maneció en pie y dio orden de queabandonáramos la cueva.Así lo hicimos por la entrada sobre tierra firme. No obstante haber estadoguardada por los wendol, éstos habían huido al oír los gritos de su madreagoni-zante. Partimos sin hallar obstáculos. Buliwyf nos con-dujo lejos de lascuevas hasta donde estaban nuestros caballos. Sólo una vez allí cayó al suelo.Etchgow, con una expresión de dolor poco habitual entre los nórdicos, nosdirigió en la construcción de una litera [3] y en ella trasladamos a Buliwyf deregreso a través de los campos hacia el reino de Rothgar. Y durante todo eltrayecto Buliwyf se mostró de buen humor y alegre. Muchas de las cosas quedijo no pude comprender, pero en una ocasión le oí decir:—Rothgar no estará contento de vernos, pues deberá ofrecer otro banquete ypara esta fecha es un anfitrión algo arruinado —pude ver que los guerreros aloír esto, así como otras bromas de Buliwyf, reían de verdad.Llegamos, pues, al reino de Rothgar, donde nos aco-gieron con ovaciones yjúbilo, sin tristeza, no obstante estar Buliwyf tan gravemente herido, de un colorgri-sáceo y con el cuerpo tembloroso y los ojos encendidos por el resplandor deun alma enferma y febril. Conocía yo muy bien estos síntomas, como tambiénles eran familiares a los nórdicos.Llevaron a Buliwyf una escudilla llena de sopa de cebollas, pero él la rechazódiciendo:—Tengo la enfermedad de la sopa. No se tomen molestias por mí —seguidamente propuso que se cele-brara el regreso e insistió en presidir lafiesta, sentado y sostenido sobre un lecho de piedra junto al rey Rothgar,bebiendo hidromiel y mostrándose lleno de alegría. Estaba yo junto a él cuandooí que decía al rey Rothgar; en mitad de las celebraciones:—No tengo esclavos.—Todos mis esclavos son tus esclavos —le dijo Rothgar.—No tengo caballos —dijo entonces Buliwyf.—Todos mis caballos son tuyos —repuso Rothgar—. No pienses más en ello.Y Buliwyf, con sus heridas cubiertas ya, se mostró contento y sonrió y volvió elcolor a sus mejillas. En verdad, daba la impresión de ganar fuerzas con cadaminuto que transcurría de esa noche. Y aunque nunca lo habría creído yo posible, tomó por la fuerza a una joven esclava y después me dijo con tono dechanza:—El hombre muerto no es útil a nadie.A poco, Buliwyf se quedó dormido y sus colores se volvieron más pálidos y surespiración menos profun-da. Temí que nunca despertase de aquel sueño. Talvez él también lo temía, porque mientras dormía conservó su espada aferradaa una mano.[1] En ias islas Faeroe de Dinamarca se practica aun hoy un método semejantepara juntar huevos de aves marinas, importante alimento para los habitantes dedichas islas.[2] Esta descripción de los aspectos físicos de los wendol ha desencadenadoun debate que cabía prever. Véase Apéndice.[3] Lectulus.

ESTERTORES DE MUERTE DE LOS «WENDOL»
Así, pues, también yo me quedé dormido. Herger me despertó con estaspalabras:—Debes venir ahora mismo —oí entonces el rumor de un trueno lejano. Mirépor la ventana cubierta de vejiga [1]. No había amanecido todavía, pero a pesarde ello tomé mi espada. En verdad me había dormido con mi armadura puesta,por no haber tenido ganas de quitármela. Me apresuré a salir. Era la hora queprecede el alba y el aire estaba brumoso y espeso, car-gado del rumor decascos lejanos.Herger me dijo:—Vienen los wendol. Se han enterado de las heri-das mortales de Buliwyf ybuscan una última venganza por la muerte de su madre.Cada uno de los guerreros de Buliwyf, entre quie-nes me contaba yo,ocupamos nuestro puesto en el perímetro de las fortificaciones que habíamoslevan-tado contra los wendol. Eran defensas muy precarias, pero no teníamosotras. Escudriñamos la niebla para ver a los jinetes que se aproximaban. Habíasupuesto que sentiría miedo, pero no lo sentí, pues había visto ya a los wendoly sabía que eran seres, si no hombres, bastante semejantes a los hombres,como lo son los monos. Sabía entonces que eran mortales y que morían.Por ello no sentía miedo, aparte de la expectativa de esta batalla final. En estesentido estaba solo, por-que los guerreros de Buliwyf mostraban mucho temor,a pesar de sus esfuerzos por ocultarlo. Es verdad que habíamos matado a lamadre de los wendol, su con-ductora, y que habíamos perdido también aBuliwyf, nuestro propio conductor. No había por tanto mucha alegría mientrasesperábamos.Oí entonces un fuerte tumulto a mis espaldas, y al volverme vi lo siguiente:Buliwyf, pálido como la nie-bla, estaba en pie sobre la tierra del reino deRothgar. Y sobre sus hombros estaban dos cuervos, uno de cada lado. Y al veresto los nórdicos lanzaron gritos, levan-taron sus armas por los aires y gritaronpidiendo guerra [2].Buliwyf, diré, no habló en ningún momento, ni tampoco miró hacia un lado uotro. Tampoco mostró signos de haber reconocido a nadie, sino que avanzócon paso majestuoso, atravesó la línea de fortificacio-nes y, una vez fuera deellas, esperó el ataque de los wendol. Los cuervos huyeron volando y Buliwyf,afe-rrando su espada Runding, hizo frente al ataque.No existen palabras capaces de describir el ataque final de los wendol en aquelamanecer de niebla. No hay palabras para describir la sangre derramada, losalaridos que rasgaban el aire espeso, los caballos y jine-tes que morían enhorrible agonía. Con mis propios ojos vi a Etchgow, el hombre de los brazos dehierro, ser decapitado por la espada de un wendol y su cabeza rodar y rebotarcomo si fuera una pelota, la lengua asomaba aún por la boca. Vi asimismo aWeath atrave-sado por una flecha en el pecho y aprisionado por ella en elsuelo, donde se agitaba como un pez extraído del mar. Vi a una niña pisoteada por los cascos de un caba-llo, su cuerpo totalmente aplastado y la sangrebro-tándole por un oído. También vi a una mujer, esclava del rey Rothgar, cuyocuerpo fue cortado en dos partes cuando corría tratando de huir de un jinete. Via mu-chos niños muertos del mismo modo. Vi caballos enca-britarse ylevantarse, ya desmontados sus jinetes, para caer luego sobre ancianos yancianas que mataban a los animales desde su posición caída en el suelo y apesar de estar atontados. Vi, en fin, a Wiglif, el hijo de Roth-gar, correr lejos dela batalla y ocultarse como un cobarde. No vi al heraldo ese día.Yo mismo maté a tres wendol y recibí un flechazo en un hombro que meprovocó un dolor semejante a una quemadura. Me hervía la sangre en toda lalongi-tud del brazo y también en el pecho. Temí desmayarme, pero continuépeleando.El sol había perforado ya la niebla y el amanecer estaba sobre nosotros. Apoco la niebla se disipó y los jinetes se alejaron. Bajo la luz cruda del día vicadá-veres en todas partes, y también muchos cadáveres de wendol, pues enesta oportunidad no habían reco-gido a sus muertos. Este hecho era en verdadprueba de su jferrota, pues su huida se había efectuado en desorden y nopodían volver a atacar a Rothgar. Y todos los habitantes del reino de Rothgar locompren-dieron así y se regocijaron.Herger me lavó la herida y se mostró jubiloso, pero sólo hasta que trasladaronel cuerpo de Buliwyf al gran hall de Rothgar. Buliwyf había muerto mil muertes.Tenía el cuerpo destrozado por las espadas de una docena de adversarios y surostro y su cuerpo estaban cubiertos de sangre todavía tibia. Al ver esto Hergerse echó a llorar y ocultó el rostro de mí, pero no era necesario, porque yomismo sentí que las lágri-mas me empañaban los ojos.Buliwyf fue depositado ante el rey Rothgar, quien tenía el deber de pronunciarun discurso. El viejo rey, no obstante, no pudo hacerlo. Dijo sólo esto:—He aquí un guerrero y un héroe digno de los dioses. Enterrarlo como un granrey —y abandonó el recinto.Creo que se sentía avergonzado por no haber parti-cipado él mismo en labatalla. También su hijo Wiglif había huido como un cobarde y muchos habíansido testigos de ello y lo llamaban una acción de mujer. Esta circunstanciacontribuyó, quizá, a avergonzar aún más al padre. O bien puede haber existidoalgún otro motivo que yo desconocía. La verdad es que era suma-menteanciano.Sucedió entonces que en voz muy baja Wiglif habló al heraldo:—Este Buliwyf nos ha rendido grandes servicios, tanto mayores por habermuerto él después de haberlos prestado.En estos términos habló Wiglif cuando su padre se retiró del gran hall.
Herger oyó estas palabras y también yo. Fui el pri-mero en desenvainar laespada. Herger me dijo en-tonces:—No te batas con este hombre, porque es un zorro y tú tienes heridas.—¿Qué importa? —repliqué, y rápidamente desafié al hijo de Wiglif sin vacilar.Wiglif sacó su espada, pero en el mismo instante Herger me asestó unpuntapié u otro golpe violento desde atrás, y como no lo espe-raba caítropezando. Entonces Herger se trabó en com-bate con el hijo Wiglif. Tambiénel heraldo se dispuso a batirse y avanzó con sigilo, con la intención decolo-carse detrás de Herger y matarle por la espalda. Yo mismo maté alheraldo hundiéndole la espada en el abdomen, y el heraldo lanzó un grito en elinstante en que le atravesé. El hijo Wiglif le oyó, y a pesar de haber luchadocon aparente valor hasta entonces, mos-tró gran temor mientras se batía conHerger.Ocurrió entonces que el rey Rothgar oyó el entre-chocar de las espadas. Volvióentonces al gran hall y suplicó que cesara el duelo. Sus esfuerzos fueroninútiles, Herger tenía un propósito firme. Llegué a ver-lo, en verdad, ahorcajadas sobre el cuerpo de Buliwyf y esgrimir la espada contra Wiglif hastaque lo mató. Cayó sobre la mesa de Rothgar, y tomando la copa del rey,intentó llevársela a los labios. La verdad es que murió sin haber bebido. Asíquedó terminado este asunto.Del grupo de Buliwyf, que había sido de trece hom-bres, quedábamossolamente cuatro. Junto con ellos ayudé a trasladar a Buliwyf debajo de untechado de madera y allí depositamos su cuerpo con una copa de hidromiel enla mano. Herger dijo entonces a la mul-titud congregada allí:—¿Quién morirá junto a este noble guerrero?Y una mujer, una esclava del rey Rothgar, dijo que ella moriría junto a Buliwyf.Se iniciaron los prepara-tivos habituales entre los nórdicos [3].Se preparó seguidamente un barco junto a la orilla, debajo de la fortaleza deRothgar, y en él se dejaron tesoros de oro y de plata, además de dos caballosmuertos. Se levantó una tienda y Buliwyf, con la rigi-dez de la muerte ya, fuecolocado dentro de ella. Su cadáver tenía el color negro de la muerte en esteclima tan frío. Llevaron entonces a la esclava a cada uno de los guerreros deBuliwyf y también yo, cuando me la trajeron, tuve conocimiento carnal de ella.Me dijo luego:—Mi amo te lo agradece.Tenía una expresión radiante en el rostro y sus modales eran mucho máscordiales de lo que ocurre en general entre estas gentes. Mientras volvía aponerse sus ropas, entre las que contaba además con espléndi-dos adornos deoro y de plata, le dije que la hallaba llena de felicidad.
Estaba pensando yo que era una muchacha bonita y joven y que pronto habríade morir, cosa que ella, como yo, sabía. Me dijo entonces:—Estoy contenta porque pronto veré a mi amo.No había bebido hidromiel todavía y hablaba con una sinceridad que le brotabadel corazón. Tenía el rostro radiante como el de una niña feliz o como el deciertas mujeres cuando están encintas. Es así como puedo describirlo mejor.En vista de ello, le dije:—Dile a tu amo cuando le veas que yo he sobre-vivido para escribir —no sé siella comprendió bien estas palabras. Añadí—: Era el deseo de tu amo.—Se lo diré —dijo ella, y con la mayor alegría fue junto al guerrero siguiente delos Buliwyf. No sé si había comprendido lo que quise decir, ya que el únicosentido de la escritura que tienen estos nórdicos es el del tallado sobre lamadera o la piedra, al cual tampoco se dedican con gran frecuencia. Midiscurso, además, en la lengua nórdica no era claro. A pesar de ello, lamuchacha se mostró satisfecha y se alejó de mí.Al atardecer, cuando el sol comenzó su descenso hacia el mar, se dispuso elbarco de Buliwyf en la playa y se llevó a la muchacha a la tienda sobre el barcoy la vieja llamada el ángel de la muerte le coloco una daga entre las costillas yHerger y yo tiramos dej la cuerda que la estranguló. Después de sentarla allado de Buliwyf, nos alejamos.En todo aquel día no había tomado yo alimento ni bebida, por saber que debíaparticipar en estas actividades y no desear sufrir la vergüenza de vomitar eripresencia de todos. Sin embargo, no sentí repulsión frente a los hechosregistrados más tarde, ni tampoco estuve a punto de desmayarme ni sentí queme dab vueltas la cabeza. En secreto, me sentí orgulloso de mí mismo.También es verdad que en el momento de morir la joven esclava estabasonriendo y que quedó muerta con esa sonrisa, de tal manera que más tardepude verla sentada junto a su amo con la misma sonrisa sobre el rostro pálido.El de Buliwyf estaba negruzco y tenía los ojos cerrados, pero su expresión eraserena. Así fue como vi por última vez a estos dos miembros de la raza de losnórdicos.Se puso fuego, por último, al barco de Buliwyf y se le impulsó hacia el mar,mientras los nórdicos, en pie en la costa rocosa, hacían muchas invocaciones asus dioses. Con mis propios ojos vi cómo las corrientes se llevaban al barco,como una pira ardiente, y por fin lo perdí de vista y las tinieblas de la nochedescendie-ron sobre las tierras del Norte.
1] Fenestra porcus: literalmente, «ventana de puerco». Los nórdicos utilizabanmembranas estiradas en lugar de vidrio para cubrir sus estrechas ventanas.Estas membranas eran translúcidas. No era posible ver mucho a través deellas, pero permitían el paso de la luz dentro de las viviendas.[2] Esta parte del manuscrito ha sido compilada con frag-mentos del manuscritode Razi, cuyo principal interés era el de las técnicas bélicas. Se ignora si IbnFadlan conocía o no, o si registró, el significado de la reaparición de Buliwyf.Sin lugar a dudas Razi no la incluyó, no obstante la importancia de dichareaparición. En la mitología nórdica, Odin es repre-sentado popularmente comoportador de un cuervo en cada uno de los hombros. Estas aves le traen lasnoticias del mun-do. Odin era la principal deidad del panteón nórdico yconsi-derado como el padre universal. Regía principalmente en materia deguerra. Se creía que periódicamente aparecía entre los hombres, aunque raravez en su forma de dios, pues pre-fería asumir el aspecto de un simple viajero.Se afirmaba que su presencia sola era capaz de ahuyentar al enemigo.Es un hecho interesante que exista una historia sobre Odin según la cual esmatado, pero resucita a los nueve días. La mayoría de las autoridades cree queesta leyenda es anterior a toda influencia cristiana. De todos modos, el Odinresucitado seguía siendo mortal y se creía que algún día moriríadefini-tivamente.[3] A pesar de que Ibn Fadlan no especifica que haya transcurrido ningúnperíodo de tiempo, pro-bablemente pasaron varios días antes de celebrar-se laceremonia funeraria.

REGRESO DE LAS TIERRAS DEL NORTE
Pasé unas semanas más en la compañía de los gue-rreros y nobles del reinode Rothgar. Fueron días gra-tos, porque las gentes se mostraron amables yhospi-talarias, cuidando con gran atención de mis heridas, que cicatrizaronbien, loado sea Alá. No tardó en llegar el día, no obstante, que sentí deseos devolver a mi tierra natal. Revelé entonces al rey Rothgar que era el emisario delCalifa de Bagdad y que debía completar la misión que él me habíaencomendado, pues de lo contrario, sería objeto de su ira.Nada de esto hizo mucha impresión a Rothgar, quien dijo que yo era un nobleguerrero y que deseaba que permaneciera en su dominio para vivir la vida quemerece semejante guerrero. Rothgar manifestó enton-ces que me ofrecía suamistad eterna y que me daría todo lo que yo deseara y que estuviera dentrode sus posibilidades darme. No estaba dispuesto, en cambio, a permitir quemarchara y se ingenió para crear toda clase de excusas y retrasos. Dijo quedebía cuidarme las heridas, no obstante estar éstas evidentementecica-trizadas. Señaló después que debía recobrar las fuerzas, aunque ellasestaban también visiblemente restableci-das. Por fin dijo que debía esperarhasta que se equi-pase un barco, empresa que no era fácil. Cuando lepregunté cuánto tiempo podría llevar esto, el rey me dio una respuesta vaga,como si no le interesara mu-cho. Todas las veces que le preguntaba cuándopodría partir se irritaba y me preguntaba a su vez si estaba yo insatisfecho conla hospitalidad que recibía. A ello me veía obligado a responder con toda suertede expre-siones de alabanza por su cortesía y de gratitud por mi parte. Notardé en caer en la cuenta de que el rey era menos tonto de lo que yo habíasupuesto hasta entonces.Acudí, pues, a Herger, le hablé de mi situación y le dije:—El rey no es el tonto que yo imaginaba.—Estás equivocado —replicó Herger—. Es un tonto y no actúa con sensatez.Me prometió entonces ocuparse de mi partida y ha-blar con el rey.He aquí cómo debió proceder. Solicitó una audien-cia privada al rey y le dijoque era un gobernante grande y sabio cuyo pueblo le amaba y le respetaba envirtud de la manera en que cuidaba de los intereses del reino y velaba por elbienestar de sus subditos. Estas lisonjas ablandaron al anciano. Herger lerecor-dó que de los cinco hijos que había tenido, sólo le quedaba uno, Wulfgar,quien había ido en busca de Buliwyf como emisario y a la sazón seguíaalejado. Era necesario llamar inmediatamente a Wulfgar y organi-zar unapartida para que le trajera de regreso, ya que no había otro heredero queWulfgar.Dijo todo esto al rey. Creo, además, que mantuvo una conversación privadacon la reina Weilew, quien tenía mucha influencia sobre su marido.
Sucedió poco después que una noche, durante un banquete, Rothgar anuncióque se equiparía un barco con su tripulación para llevar a cabo un viaje quetraería a Wulfgar de regreso al reino. Le solicité que me permitiera formar partede esa expedición y esta vez el viejo rey no pudo negarse a dejarme marchar.La preparación del barco se prolongó por espacio de varios días. Durante eseintervalo pasé buena parte del tiempo con Herger. Herger había decididoquedarse.Un día estábamos en pie en el acantilado, contem-plando el barco en la playa,mientras lo preparaban para el viaje y cargaban en él las provisiones. Hergerme dijo entonces:—Vas a emprender un largo viaje. Elevaremos ple-garias por tu seguridad.Le pregunté a quién pensaban elevarlas, y Herger repuso:—A Odin, a Freya, a Thor, a Wyrd y a todos los demás dioses que puedeninfluenciar la suerte de tu viaje.Eran éstos los nombres de los dioses de los nór-dicos.Repliqué en estos términos:—Creo en un solo dios, que es Alá, todo misericor-dioso y magnánimo.—Lo sé —dijo Herger—. Es posible que en tu país sea suficiente tener un solodios, pero no ocurre lo mismo aquí. Aquí tenemos muchos dioses y cada unode ellos tiene su importancia, de modo que rogaremos a todos ellos por tubuena fortuna.Se lo agradecí en seguida, ya que las plegarias de un pagano son igualmenteeficaces cuando son sinceras, y no dudaba en la sinceridad de Herger.Ahora bien, Herger sabía desde hacía largo tiempo que mis creencias erandistintas a las suyas, pero a me-dida que se aproximaba la fecha de mi partida,me preguntó muchas veces acerca de estas creencias. Lo hacía, además, enmomentos inesperados, con la inten-ción de sorprenderme y enterarse de laverdad. Yo tomaba muchas de sus preguntas como una especie de prueba, talcomo Buliwyf puso a prueba en una oportunidad mis conocimientos deescritura. Invariable-mente le respondía en los mismos términos, hecho queaumentaba su perplejidad.Un día me dijo sin recordar, en apariencia, que ya había hecho la pregunta:—¿Cuál es la naturaleza de tu dios Alá?—Alá —dije— es el dios único, que lo gobierna todo, que lo ve todo, que losabe todo y que lo dispone todo —le había dicho ya estas palabras conanterio-ridad.
Al cabo de unos instantes, Herger me preguntó:—¿Nunca provocas la ira de este Alá?—Sí que la provoco —repuse—, pero El es miseri-cordioso y magnánimo.—¿Cuando ello conviene a sus fines? —preguntó Herger.Respondí afirmativamente y Herger reflexionó sobre mi respuesta. Por fin hizoel siguiente comentario, mo-viendo la cabeza:—Es demasiado arriesgado. Un hombre no puede poner tanta fe en una solacosa, sea mujer, caballo, arma u otro objeto por sí solo.—Yo la pongo —señalé.—Como quieras —repuso Herger—, pero hay dema-siadas cosas que elhombre ignora. Y todo lo que el hombre ignora está dentro del dominio de losdioses.Comprendí entonces que nunca podría persuadir a Herger de mis creencias niyo tampoco llegar a acep-tar las suyas, de modo que nos separamos. Fue enver-dad una despedida triste, pues me causaba gran pesar separarme deHerger y de los guerreros que quedaban. Herger también lo sentía así. Le cogípor un hombro y él a su vez me cogió el mío, y en seguida me embarqué en lanave negra, que me llevó a la tierra de los dane-ses. Al alejarse el barco, consu vigorosa tripulación, de las costas de Venden, pude ver los techadosrelu-cientes de la gran fortaleza de Hurot, y al volverme, el océano gris e infinitodelante de nuestros ojos. Ahora bien, ocurrió entonces que... [1] El manuscrito se interrumpe bruscamente en este punto, el final de unapágina transcrita, con las palabras finales y lacónicas de nunc fit, y si bien elmanuscrito debía contener mucho más material, no se han descubierto otrospasajes. Ello se debe, sin duda, a una casualidad exclusi-vamente histórica,pero todos los traductores han comentado el carácter adecuado de este finalabrupto, que sugiere el comienzo de una nueva aventura, una nueva visióninsólita, que por las razones más arbitrarias del último milenio nos serán negadas.